La cuestión generacional tiene su anclaje en el hecho de una diferencia cronológica de no muchos años, frente al cual se sitúan diversos grupos de personas; cuestión teñida, como otras, por la condición cultural de lo humano.
En nuestra cultura occidental, lo generacional fue adquiriendo diversas expresiones, y ha quedado instalada la construcción de una entidad niñez y una entidad adolescencia como productos aparecidos en las últimas décadas de este milenio. El progresivo "envejecimiento de la población", fenómeno que con diversos matices comienza a darse también en nuestro país, hace que la tercera edad tenga cada vez más entidad propia. La adultez, por ahora, parece no dejar demasiadas dudas acerca de lo que serían sus características, aunque los posicionamientos subjetivos estén atravesados por incertidumbres, angustias, vacilaciones y rodeos.
Lo social señala con diferentes marcas los tiempos y los espacios para cada generación, marcas"iguales para todos", pero no tan iguales, que funcionan como referentes objetivos: distintas etapas de la escolaridad, autoabastecimiento de las necesidades propias, constitución de una familia distinta de la de origen, jubilación, etc.
Las fronteras generacionales no están claras en la posmodernidad, los contornos no son tan nítidos, las superposiciones existen y también las disoluciones y las ambiguedades. No es fácil, desde lo subjetivo, en una sociedad sin ritos de iniciación, pasar de ser niño a ser adolescente. Tampoco es fácil saber cuándo se deja la adolescencia y se empieza a ser adulto. Y menos fácil resulta saber cuando englobarse en la tercera edad. ¿Significa esto dejar de ser adulto o es una variante de lo mismo?
Sin embargo, existe un lugar donde por suerte " las cosas son claras" y ese lugar es la escuela. En esta institución, o se es niño o adolescente, o se es adulto. No hay posibilidad de equivocarse. Los roles están distribuídos y adjudicados de antemano. En este lugar, lo que afuera no tiene límites claros, lo que afuera confunde, abre la pregunta, crea inquietud, busca los espejos, aparece bien recortado: las distintas generaciones están bien dibujadas, determinadas.
Esto es porque lo que moldea las relaciones dentro de la escuela es una particular distribución del poder, ligado a la "posesión" del saber: los adultos saben, son los dueños del conocimiento escolar, los chicos y los adolescentes carecen de él y por lo tanto, están en situación de dependencia, situación que en el imaginario escolar quiere decir "por abajo". Este recorte claro puede dejar lugar para el debate, para el enfrentamiento como ejercicio del pensamiento crítico o como imposibilidad para el acuerdo; para la búsqueda de acuerdos y coincidencias, para aprender a entender lo diferente y a aceptarlo.
Curiosamente, se habla poco de esta cuestión en las escuelas, donde conviven varias generaciones durante buena parte del día. Quiero decir, como tema de preocupación y de espacios de reflexión, aunque sí (y como efecto de lo que no se habla pero se dice) aparece cotidianamente en el tratamiento secreto o no tanto entre los integrantes de la institución (pendejo de m..., vieja de m..., etc. etc.). Se la ve de manera más clara en la aplicación de sanciones disciplinarias, más acá de que se eliminen o no las amonestaciones (en lo últimos tiempos el debate de su vigencia divide opiniones en las escuelas medias), más allá de la búsqueda de recursos alternativos para una mejor convivencia. Atraviesa también, de manera un tanto peligrosa, la puesta en marcha de algunos programas de prevención, como si los adolescentes fueran la única población en situación de riesgo, como si el Sida, el alcoholismo, las adicciones, los accidentes, etc. fueran una cuestión que los adultos de la escuela ya tienen resuelta. Como si la convivencia, y la violencia que cada día nos interroga, no tuviera al tema generacional como uno de sus ejes a analizar.
Irene Fisicaro
Psicóloga