David Le Breton es doctor en Sociología de la Universidad París VII y miembro del Instituto Universitario de Francia. Profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Ciencias Humanas Marc Bloch de Estrasburgo, ha escrito innumerables artículos y colaboraciones, y más de 20 libros (traducidos a los más diversos idiomas), en relación a la temática del cuerpo humano y su construcción social y cultural. Algunas de sus obras han sido traducidas al español: Antropología del Cuerpo y Modernidad; La Sociología del Cuerpo; Antropología del Dolor; El Silencio; Las Pasiones Ordinarias. Antropología de las Emociones y Adiós al Cuerpo.
En octubre de 2005, durante la realización del II Congreso de Artes, Ciencias y Humanidades “El Cuerpo Descifrado” en México DF, al que concurrí, el Dr. Le Breton dictó una Conferencia Magistral titulada “Adiós al Cuerpo”, basada en su libro homónimo. Los conceptos allí expresados (en los cuales está inspirada esta nota),
advierten acerca del avance de una ideología que toma al cuerpo como “un lugar de sospecha” que es necesario rehabilitar. Si bien esta visión del cuerpo asociado al pecado es historia antigua fomentada por varias religiones, ahora el nuevo dios es la tecnología. Y este nuevo dios opone un “cuerpo imperfecto a una tecnología perfecta”, proponiendo un cuerpo que se adapte a las circunstancias, como una materia prima que se modela según las modas. Y como las modas cambian, “el cuerpo no sostiene mi identidad sustancial, sino mi identidad circunstancial”, que por supuesto cambiará. Desde esta visión el cuerpo es algo superfluo, accesorio, y plantea un dualismo laico: el hombre opuesto al cuerpo.
La ideología de los ’60 era cambiar el mundo, mientras que la actual es cambiar mi cuerpo. Hay un exagerado auge de cosméticos y ejercicios para modificar el cuerpo: “al cambiar su cuerpo, el individuo busca cambiar su existencia.” Esta tiranía de la imagen se aplica más a las mujeres, pero todos somos víctimas, ya que “el individuo toma cuerpo en su cultura”. Y la cultura actual propone un cuerpo sometido a diseño, tanto desde aspectos cosmetológicos como tecnológicos, oponiéndose ferozmente a la determinación de la biología. El cuerpo es considerado hoy día como una “prótesis de la identidad”, del que hay que tomar posesión agregándole la marca propia, como los tatuajes, los piercings u otras prácticas que marcan el cuerpo. Éstas pueden interpretarse como una especie de “código de barras” que hacen único al sujeto. He visto en el cuello de un joven un tatuaje que representaba un código de barras y, al acercarme para observarlo mejor, noté que los números grabados eran su fecha de nacimiento. Me corrió un escalofrío: ¿cuánto tardaría la legislación internacional en volver obligatoria esa práctica en reemplazo de los documentos de identidad? Las cirugías estéticas nos indican que la anatomía ya no es el destino que planteaba Freud: ahora aparece como un destino revocable, como si existiera la posibilidad de ser otro, de liberarse de lo biológico para darse identidad. Como en el caso del transexual, donde el sexo es tomado como una decisión y no como un destino anatómico.
La Tecnociencia, quizás inspirada en discursos puritanos que desprecian al cuerpo, plantea que el cuerpo es algo imperfecto que es necesario corregir o eliminar. Este discurso, proveniente en especial de los U.S.A., quiere instalar el concepto del cuerpo como algo arcaico, “una reliquia de la humanidad”, al que se le reprocha su vulnerabilidad, porque no es tecnológico. Esta ideología propone la manipulación genética, la gestación sin sexualidad, los niños de probeta y la tecnología por encima de la condición humana, estableciendo exámenes en el nacimiento que funcionan como control de calidad para entrar en la vida con cuerpos perfectos. “Este rechazo del cuerpo es sobre todo rechazo al cuerpo de la mujer, porque la mujer es un cuerpo. La mujer vale lo que vale su cuerpo y el hombre es lo que su cuerpo hace, su obra.”
La “cybercultura” alienta la idea de una “posthumanidad”, propone “deshacerse del cuerpo para llegar a una humanidad gloriosa.” Los “internautas” (quienes navegan por Internet) se sienten encerrados en un cuerpo pesado; la comunicación sin cuerpo a través de las computadoras favorece la multiplicación de identidades. El cuerpo es un dato opcional y ese mundo virtual está abierto a mutantes que inventan su cuerpo. “Es un paraíso sin cuerpos, como todo paraíso. Un Paraíso en la tierra en un mundo sin espesor, sin que la carne lo obstaculice.” El rostro es el lugar de la responsabilidad, y en internet no hay rostros. Esto favorece el lugar de la máscara, de la simulación. “No se aplica el principio de realidad al ciberespacio y todos están dispuestos a creer en la información que se les da. La identidad se disuelve. Es la desaparición del otro, “el texto reemplaza al sexo, la pantalla reemplaza al cuerpo, es como una sexualidad angelical porque no hay contacto físico.” “El cibernauta abandona la prisión del cuerpo para entrar a un mundo de sensaciones digitales.” El cuerpo físico se vuelve sólo una
necesidad antropológica, como la última frontera a abatir para deshacerse de los restos de la naturaleza. Internet es la carne y el sistema nervioso de los que desprecian su cuerpo y el cuerpo está fuera de moda en este universo de tecnologías.
Existe en USA una comunidad internáutica llamada “Extropianos” (en oposición a la entropía). Para conseguir la inmortalidad intentan reconstruir el cerebro en una computadora y dejar de lado el cuerpo. Proponen “guardarse en un diskette y pasarse a una máquina”, reemplazando al cuerpo por una computadora. El lema de esta comunidad es “Somos la última generación que va a morirse.”
Timothy Leary declaró que “Internet libera al hombre de la esclavitud del cuerpo. Los encuentros físicos se reservarán para las grandes ocasiones, casi sagradas.” Y propone viajar por el mundo sin salir físicamente de la habitación.
Es el advenimiento de una era post-biológica, atisbada por Blas Pascal en el siglo XVIII cuando escribió: “Morir después de haber acumulado lo suficiente para resolver un problema es deprimente.” “Todo lo que podríamos hacer si no tuviéramos cuerpo.”
Proponen un universo post-biológico, post-humano y post-evolucionista, donde el cuerpo sea un cuerpo biónico adaptado a los desafíos contemporáneos, porque “la carne superflua limita el actual desarrollo tecnológico de la humanidad.”
Phillip K. Dick, el escritor de ¿ciencia ficción? que publicó el cuento “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, en el que se inspiró Ridley Scott para realizar su film “Blade Runner”, escribió: “Algún día, un humano le disparará a un robot que perderá sangre y lágrimas y que le disparará al hombre, del que saldrá humo.”
Esta tecnociencia piensa al cuerpo y al mundo desde un discurso que desprecia la condición humana, obsoleta y descartable para esos valores, con lo cual aumenta las diferencias y la exclusión. Es un discurso en el fondo religioso, ya que anuncia el advenimiento del Reino Tecnológico y anula al cuerpo a favor del espíritu (o cyber-espíritu). Considera a la humanidad inferior por no ser cyborg, y plantea que el progreso tecnológico va junto con el progreso moral. Empero, ocurre exactamente al revés, ya que con frecuencia el empleo de la tecnología es inmoral. Sobran ejemplos: el control forzado o encubierto de la natalidad en los países del Tercer Mundo, la experimentación con vacunas y tecnología médica en pueblos carenciados, la bomba atómica, las armas químicas y la sociobiología que pretende justificar las diferencias sociales y otras cuestiones del comportamiento humano invocando causas químicas o genéticas.
Olvida la ambivalencia de la condición humana y la compatibilidad del deseo con el deseo de los otros. Propone una humanidad sin cuerpo, lo que sería una humanidad sin sensorialidad, sin sabor. Estas ideologías piensan un mundo donde el ser humano es una criatura demasiado imperfecta para las exigencias de eficiencia que necesita el neoliberalismo, sembrando promesas para el mañana que jamás se cumplen y olvidando que hay excluidos que ni siquiera conocen internet.
“Pensar el cuerpo es pensar el mundo; es un tema político mayor. Es un factor importante para pensar en las sociedades contemporáneas.”, advierte Le Breton.
Las sociedades que pueden prescindir de sus individuos, fomentando la exclusión, pueden también plantearse prescindir del cuerpo.
Las sociedades que procuran la perfección tecnológica del ser humano, aún desde los discursos médicos de prevención de las enfermedades genéticas, también fomentan la exclusión, siguiendo la quimera de la “raza perfecta” que, sabemos, lleva al totalitarismo y a la guerra, pensando al otro como un ser “biológicamente inferior”.
Las sociedades que proponen la digitalización del ser humano y su almacenamiento en computadoras como una forma de inmortalidad, continúan dando pasos agigantados hacia la dominación global de la humanidad porque: ¿quién manejará esas computadoras?
El sabor del mundo es variado, como la vida, y ese es el secreto de su maravilla.
Anestesiar el dolor del ser es también anestesiar el placer y la creación.
Pretender controlarlo todo es ahogar lo impredecible de la condición humana, a partir de la cual se generan los cambios propios de la vida, las luchas por las utopías y por la justicia y el respeto del cuerpo que también somos.
Carlos Trosman
carlostrosman [at] gmail.com