Este artículo presenta como la clínica freudiana y psicoanalítica es una clínica argumentada como “de inconsciente a inconsciente”. El ejercicio de esta “Clínica de inconsciente a inconsciente” sería suficiente para no incurrir en desavenencias técnicas asociadas con fanatismos, vehemencias, impulsividades; desavenencias que podemos denominar como furores y clasificar en cuatro categorías: furor interpretandis, furor educandis, furor curandis y furor aedificarem. El mismo Freud llegó a aludir al furor curandis y, en cuanto a los furores interpretandis y curandis diversos autores han aludido a ellos, aquí, en este artículo, tomo algunas menciones a estos dos furores por parte de Andrés Gaitan, analista de la Sociedad Psicoanalítica Mexicana A.C. y autor de SAPTEL (Sistema Nacional de apoyo, consejo psicológico e intervención en crisis por teléfono) manual de procedimientos. Furor aedificarem es una noción que yo aporto en defensa de las reconstrucciones en psicoanálisis, pero, a la vez, en favor del ejercicio de la clínica “de inconsciente a inconsciente” para no incurrir en el problema de furor que competería a las mismas reconstrucciones en el análisis.
A la hora de tocar el tema de los furores, serían principalmente cuatro los que hay que combatir: furor interpretandis, furor curandis, furor educandis y furor aedificarem
En las obras completas de Freud, volumen XII de la editorial Amorrortu, encontramos un llamativo apéndice que indica los escritos de Freud de carácter “técnico – clínicos” (Freud, 1912/1991). De este conjunto de escritos me basaré principalmente en los “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” (1912) y en el apartado “VI. La técnica psicoanalítica” (1938), de la segunda parte del escrito “Esquema del psicoanálisis”. Las razones porque he escogido particularmente estos dos textos son: En el primero Freud muestra, con toda claridad, que su clínica se ejerce de “inconsciente a inconsciente”; y en el segundo, Freud explica su técnica analítica abordando puntos relevantes donde podemos apreciar que, a la hora de tocar el tema de los furores, serían principalmente cuatro los que hay que combatir: furor interpretandis, furor curandis, furor educandis y furor aedificarem.
Como ya es muy conocido, Freud en sus “Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” nos muestra sus reglas técnicas de ejercicio de la clínica psicoanalítica con la esperanza de que la práctica de las mismas les ahorre esfuerzos inútiles a los analistas, y los salve de incurrir en numerosas omisiones. Freud añade que dichas reglas han sido las únicas adecuadas para su individualidad y no pone en entredicho que otras personalidades de muy diversas constituciones puedan ser esforzadas a preferir otras reglas o actitudes (Freud, 1912/1991).
Sin embargo, muchas de las reglas técnicas aducidas por Freud, en 1912, difícilmente pudieran ser tan solo adecuadas a su individualidad, más bien muchas de ellas son imprescindibles en definitiva para el correcto ejercicio de la clínica psicoanalítica.
Quiero, pues, traer la atención sobre aquellas reglas que habiendo Freud presentándolas por separado, él mismo apuntó que todas esas son con la pretensión de crear el correspondiente, para el analista, de la regla analítica fundamental instituida para el analizante (la asociación libre).
La primera regla es la de la “atención flotante”, la del estar “Aquí y ahora”, concentrado sin detenerse o fijarse en algo en especial durante el análisis. Este principio, como bien señala Freud, nos permite prescindir de una supermemoria que, especulativamente ante muchos, requeriría el analista para tener presente la exorbitante cantidad de datos de cada caso de los distintos analizantes y sin confundir los datos de un caso con los de otro. Sin embargo, lo más relevante de esta regla también lo expresa Freud; el no fijarse ni detenerse en algo especial es el no seleccionar fragmentos del material de acuerdo a nuestras expectativas o inclinaciones, es no falsear la percepción posible.
De acuerdo a lo dicho, la primera regla funge como correspondiente a la asociación libre pedida al analizante: el analista deja cualquier injerencia consciente sobre su capacidad de fijarse y se abandona a sus “memorias inconscientes”.
“Los elementos del material que ya se ensamblan en un nexo quedarán a la disposición consciente del médico; lo otro, lo todavía incoherente, lo que brota en caótico desorden, parece naufragado al comienzo, pero reaflora con presteza en la memoria tan pronto como el analizado presenta algo nuevo a lo cual referirlo y a través de lo cual se lo pueda continuar” (1)
Como bien menciona Freud, el analista escucha cosas cuyo significado únicamente con posterioridad discernirá; el análisis es retroactivo; lo último dicho, por el analizante, viene a significar o a resignificar todo lo antes dicho por el mismo analizante.
La segunda regla recomienda al analista no tomar apuntes durante las sesiones, salvo, tal vez, fechas o lugares; aun textos de sueños importantes o ciertos resultados dignos de consignación que se puedan desprender del contexto para ser usados como ejemplos autónomos, debieran mejor ser anotados fuera de las sesiones. Esto es porque para la toma de apuntes vale las mismas objeciones que para el no cumplimiento de la primera regla. Mientras se toman apuntes se caería en la selección de material de acuerdo a expectativas y/o inclinaciones (Freud, 1912/1991).
La tercera regla aclara que en el evento de que el analista quiera convertir un caso en publicación científica, de todas maneras, tampoco le serviría de nada hacerse a la fiel transcripción de todo lo dicho en las sesiones, pues esto no consigue sustituirle al lector la presencia en el análisis. Cuando un lector no quiere dar crédito al analista y al análisis, no lo concede ni, aunque estuviese todo el fiel protocolo del tratamiento. A la inversa, el lector que si acredita al analista y al análisis lo hace aún con el poquito de elaboración que respeto a este último haya sido publicado (Freud, 1912/1991).
Aunque una gran virtud del trabajo analítico es la coincidencia de investigación y tratamiento, la cuarta regla nos previene acerca de que la técnica de lo último no concuerda con la de la primera en muchos aspectos. Se asegura mejor el éxito del tratamiento cuando se procede como al azar, dejándose sorprender por los virajes del tratamiento mismo, no especulando ni cavilando mientras se analiza, sometiendo el material adquirido al trabajo sintético del pensar únicamente después de concluido el análisis. Es por esto que no se debe elaborar científicamente el caso hasta que no se cierre. Es un riesgo para el éxito del caso el irlo coligiendo, cavilando, como exigiría el interés científico (Freud, 1912/1991).
La quinta regla se refiere a que el analista no debería estar movido por una ambición de obtener un logro convincente para los demás, es loable que se desapegue de afectos y concentre sus fuerzas espirituales en un análisis lo más impecable posible. Con esto, el analista protege su vida afectiva, no queda indefenso ante el juego de resistencias del analizante y le brinda, a este último, un máximo grado de asistencia (Freud, 1912/1991).
Con éstas cinco reglas ahora tenemos lo expresado a través de la propia escritura de Freud:
“Es fácil colegir la meta a la cual convergen estas reglas que hemos presentado separadas. Todas ellas pretenden crear el correspondiente, para el médico, de la ‘regla analítica fundamental’ instituida para el analizado. Así como este debe comunicar todo cuanto atrape en su observación de sí atajando las objeciones lógicas y afectivas que querrían moverlo a seleccionar, de igual modo el médico debe ponerse en estado de valorizar para los fines de interpretación, del discernimiento de lo inconsciente escondido, todo cuanto se le comunique, sin sustituir por una censura propia la selección que el enfermo resignó; dicho en una fórmula: debe volver hacia el inconsciente emisor del enfermo su propio inconsciente como órgano receptor, acomodarse al analizado como el auricular del teléfono se acomoda al micrófono. De la misma manera en que el receptor vuelve a mudar en ondas sonoras las oscilaciones eléctricas de la línea incitadas por ondas sonoras, lo inconsciente del médico se habilita para restablecer, desde los retoños a él comunicados de lo inconsciente, esto inconsciente mismo que ha determinado las ocurrencias del enfermo.
Era necesario este esbozo para caracterizar lo que yo denomino Clínica de inconsciente a inconsciente para el fin que me propongo: Relacionarla con el combate a los cuatro furores fundamentales
“Ahora bien. Si el médico ha de estar en condiciones de servirse así de su inconsciente como instrumento del análisis, el mismo tiene que llenar en vasta medida una condición psicológica. No puede tolerar resistencias ningunas que aparten de su conciencia lo que su inconsciente ha discernido; de lo contrario, introduciría en el análisis un nuevo tipo de selección y desfiguración mucho más dañinas que las provocadas por una tensión de su atención consciente. Para ello no basta que sea un hombre más o menos normal; es lícito exigirle, más bien, que se haya sometido a una purificación psicoanalítica, y tomado noticia de sus propios complejos que pudieran perturbarlo para aprehender lo que el analizado le ofrece. No se puede dudar razonablemente del efecto descalificador de tales fallas propias; es que cualquier represión no solucionada en el médico corresponde, según una certera expresión de W. Stekel, a un ‘punto ciego’ en su percepción analítica.” (2)
Era necesario este esbozo para caracterizar lo que yo denomino Clínica de inconsciente a inconsciente para el fin que me propongo: Relacionarla con el combate a los cuatro furores fundamentales.
Antes de establecer la mencionada relación es hora, por supuesto, de brindar también una caracterización básica de los cuatro furores.
En la lengua castellana furor tiene el sentido de arrebato, entusiasmo, prisa o vehemencia; es decir, apasionamiento, ímpetu, irreflexión e impulsividad en la actuación. Así tenemos que furor interpretandis es el arrebato o impulsividad por estar interpretando en el quehacer analítico y aún hasta en toda la vida como analista. Este mismo sentido de furor se encuentra en el estar educando (furor educandis), en el afán desmedido por curar (furor curandis) y en el ímpetu por hacer construcciones (furor aedificarem).
Los furores se ubican del lado contratransferencial, pertenecen al plano del inconsciente del analista, y los cuatro furores aquí presentados son, a mi modo de ver, los más comunes en virtud del proceso analítico; esto es sustentable cuando revisamos el apartado “VI. La técnica psicoanalítica”, de la segunda parte del escrito “Esquema del psicoanálisis” (Freud, 1938/1991).
Freud nos comenta en el mencionado apartado, que el tratamiento inicia con el contrato o vertrag donde el analizante se compromete con la asociación libre y el analista con la discreción y la puesta en servicio de su experiencia en la interpretación del material influido por lo inconsciente. Freud nos caracteriza los dos lados de la transferencia, a saber, como recurso auxiliar de valor insustituible y, a la vez, como fuente de serios peligros.
A manera de la transferencia como gran recurso auxiliar, Freud menciona que, bajo el influjo de la transferencia positiva, el analizante obtiene logros que de otro modo no hubieran sido posibles, esto al encontrarse bajo el influjo del propósito de agradar, de ganar la aprobación y el amor del analista. El gran recurso auxiliar de la transferencia le otorga, además, al analista, el poder del superyó del analizado sobre el yo del mismo; con este poder el analista puede brindar una cierta y poca de post – educación al analizante que no debe estar desenmarcada de la finalidad terapéutica, sino, antes bien, serle implícita; un ejemplo de esto, comenta el mismo Freud, es un ligero adoctrinamiento al paciente sobre la real y efectiva naturaleza de los fenómenos transferenciales, con la esperanza de que esto en algo contribuya a despojar a la resistencia de la transferencia como arma, y a que lo vivenciado y adquirido en la transferencia no sea olvidado y tenga más convencimiento para el analizante. La transferencia es también un gran recurso auxiliar porque ahí el paciente nos actúa un fragmento importante de su biografía y también porque la transferencia positiva brinda un cierto vínculo con el analista, necesario para que ante las interpretaciones el analizante no salga en huida.
Lo primero que menciona Freud sobre la transferencia como fuente de serios peligros, es que, como los resultados curativos por transferencia positiva son, se podría decir, debidos a la sugestión, cuando sobreviene la transferencia negativa dichos resultados positivos se desvanecen. Que el analista adquiera el poder del superyó del paciente sobre el yo del mismo es, a la vez, fuente de peligro por la obediencia a la que quedaría supeditado el analizante. Finalmente, otra fuente de peligro transferencial es el gran e inevitable desengaño amoroso que se llevará el analizante si se le concede mucho avance al amor o enamoramiento por transferencia.
¿Cómo se procede ante la transferencia según este escrito de Freud? Interpretando la transferencia, mostrándole al analizante, una y otra vez, que es un espejismo del pasado lo que él considera que es una nueva vida real, objetiva; procurando que ni el enamoramiento ni la hostilidad alcancen extrema altura, y finalmente, con el ligero adoctrinamiento al analizante sobre la transferencia, que ya se mencionó, y que también ayuda en la preparación del paciente, desde temprano, en el no dejar pasar por alto los primeros indicios de la transferencia extrema, tanto en su lado positivo como en el negativo.
El otro punto crucial desarrollado por Freud, en el apartado, es el de las resistencias. Sabemos que éstas son concebidas por Freud como provenientes del lado inconsciente del yo. Freud nos dice que el análisis es como una guerra civil destinada a ser resuelta mediante el auxilio de un aliado de afuera (el analista) y, más adelante, Freud nos advierte que en el transcurso del análisis los bandos de la guerra se invierten a diferencia de su constitución inicial en el contrato o vertrag: Ahora hay que vencer las resistencias del aliado de la vertrag y el enemigo (el inconsciente) viene en nuestro auxilio.
Con la derrota de las resistencias llegaríamos a la eliminación de aquella parte del yo, del analizante, que se había producido bajo el influjo de lo inconsciente, gracias a que toda vez que se pudo pesquisar dentro del yo los retoños del inconsciente, se señaló su origen ilegítimo e incitamos al yo a desestimarlos. De este modo, una vez el yo queda liberado de aquella parte que se logró eliminar, permanecería con una ventajosa alteración que es la cura independiente del resultado de la transferencia.
Para mi está claramente logrado el objetivo al esbozar el apartado. La interpretación juega un papel altísimo en el proceso analítico: Se interpreta la transferencia, se interpretan las resistencias, se interpreta además muchos contenidos inconscientes del ello. Esto mismo es la presentación tan común del furor interpretandis. También vimos en el apartado que, dentro del marco de la finalidad terapéutica, el proceso analítico conlleva también educación. Además, ésta misma también ligeramente se asoma en los encausamientos hacia la sublimación, de suerte que, regresando a “Los consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico”, el mismo Freud advirtió en que no se debe abusar de dicho encausamiento y que no todo analizante está constituido para las sublimaciones. No sin razón, Freud desestima la ambición pedagógica y aquí tenemos que el furor educandis está dentro de los más comunes.
En “Los consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” Freud también desestima la ambición terapéutica, sostiene que “como médico, es preciso ser sobre todo tolerante con las debilidades del enfermo, darse por contento sí, aun no siendo él del todo valioso, ha recuperado un poco de la capacidad de producir y de gozar.” Freud hacia el final de sus “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (Freud,1915/1991), menciona explícitamente que la humanidad no necesita del furor curandis ni de otros fanatismos. La advertencia sobre el fanatismo de la cura, arrebato que también se perfila muy común, debería de tomarse muy enserio, puesto que efectivamente el análisis es una guerra civil en la que, para que se produzca la victoria, es preciso un aliado de afuera; esto puede llevar al analista a fanatizarse en un papel de “héroe de guerra”.
Y ahora sí vamos a la relación de la “clínica de inconsciente a inconsciente” con “los tres grandes furores”. Primero quiero dar por sentado que entiendo por clínica, porque esto es parte del resaltar una actitud o ejercicio general que por sí mismo no permite caer en uno o más de estos furores. También en lo que sigue continuaré matizando a cada uno de estos cuatro furores.
En lengua castellana clínica es el ejercicio práctico de la medicina relacionado con la observación directa del paciente y con su tratamiento. Mientras que técnica, siguiendo también a la lengua castellana, es un conjunto de procedimientos y recursos de que se sirve una ciencia o arte. La expresión de ejercicio práctico relacionado con la observación directa y el tratamiento del paciente, me suscita la idea del ejercicio general y de fondo que se ejecuta en la observación directa y el tratamiento. Cada uno de estos ejercicios generales y de fondo o de clínicas, contaría con su propio repertorio de procedimientos y recursos, es decir, con sus propias técnicas. Así, por ejemplo, de inconsciente a inconsciente es, si nos remitimos al esbozo aquí presentado, un ejercicio general y de fondo de observación y tratamiento de pacientes; es pues una clínica cuya técnica serían las cinco reglas referidas.
Las primeras cinco reglas técnicas de “Los consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico” de Freud, no están aisladas; sino antes bien, unidas por un ejercicio de fondo, por una actitud, por una clínica de inconsciente a inconsciente. Y por eso a mí me llama fuertemente la atención el hecho de que en muchas alusiones a “Los consejos al médico” a este punto de la actitud no se le conceda importancia.
La clínica o actitud de inconsciente a inconsciente es fundamentalmente contra – furores; esto es lo que hace gala del título mismo de este ensayo: De inconsciente a inconsciente o los cuatro grandes furores. Con esto quiero connotar qué si nuestro ejercicio clínico no tiene como eje principal o, mejor, no se caracteriza fundamentalmente por ser de inconsciente a inconsciente, de seguro incurriremos en uno o más de los grandes furores.
El proceso psicoanalítico es en sí mismo retroactivo, lo último expresado por el analizante redefine todo lo dicho por él desde el comienzo. Es por esto que el arrebato por interpretar, la impulsividad por ir cavilando, indagando, interpretando es, en sí mismo, pseudointerpretaciones. Es el yo del analista el que pseudointerpreta, es el yo el que va cavilando, indagando, interpretando, fijándose o deteniéndose en esto o aquello. Distinto es cuando el analista interpreta desde su inconsciente, pero aun así lo inconsciente del yo, sus resistencias, no deben echar por la borda lo interpretado por el inconsciente. Las resistencias también pseudointerpretan. De todo esto nos previene la clínica de inconsciente a inconsciente; además, ella al invitar a la atención flotante, a no someter al trabajo de síntesis del pensamiento sin culminar el análisis, al no ir cavilando, ni especulando, ni fijándonos, ni deteniéndonos durante el análisis… nos invita a la semiología, a la exploración, al preguntar antes de suponer o afirmar, nos invita a las preguntas correctamente planteadas por la exploración; puesto que la escucha activa es también saber preguntar.
De acuerdo con Gaitán, A., SAPTEL, Manual de procedimientos (Gaitán, 2002), el furor interpretandis suele ser una errónea manera en la que el analista mismo controla su angustia. El analista devolvería con pseudointerpretaciones, de manera compulsiva, aquellos elementos que no sabe o no puede manejar, un origen muy común de esto es justamente la información insuficiente, la carencia de la exploración.
En cierta ocasión, presencié una exposición donde una estudiante le preguntaba a la analista sobre el momento en que se debe dar una interpretación al analizante. La analista exponente decía que esto es tema de discusión en las distintas teorías, pero no dijo, por cierto, su postura al respecto; eso fue una falla que me pareció notoria, puesto que la exposición rezaba justamente sobre estos temas referentes a la interpretación. Otro participante recordó que Freud, en su escrito “Sobre el psicoanálisis silvestre” (Freud, 1910/1991) aseveró que el momento de brindar la interpretación está delineado por dos condiciones: la primera, qué el paciente haya sido preparado y él mismo ya esté cerca de lo reprimido por él, y la segunda, qué haya transferencia positiva, vínculo positivo con el médico que le imposibilite al analizante la huida frente a la interpretación. Ante ésta intervención, la exponente descalificó la segunda condición señalada por Freud aludiendo que la única preocupación del analista debe ser interpretar e interpretar, sin preocuparse por conservar al analizante, puesto que, como dice Bion, el análisis se realiza “sin memoria ni deseo”; con esto quería decir, aclaró también, que el analista no debe desear que el analizante se quede. Quiero reservarme el motivo de fuerza mayor que me impedía intervenir, pero el hecho es que pensé y me guardé: pero el analista siguiendo la lógica de Bion tampoco debe desear que el analizante se vaya. El furor interpretandis puede obedecer al deseo inconsciente de que el paciente se marche, ya sea por ansiedad o por cualquier otro disparador. Quiero agregar que advertí que la exponente parecía solo mirar a la transferencia como fuente de peligros y, en distintas ocasiones que lo ameritaba, no sacaba a relucir a la transferencia como gran recurso auxiliar.
El relato de esta ponencia y su expositora no termina ahí. Quiero agregar que la exponente gustaba de enfatizar demasiado el encuadre (muy rígido) y sus ocasiones de quebranto por parte del analizante para interpretar. Quiero aclarar que sé perfectamente que esto de interpretar quebrantos del encuadre es totalmente válido y funciona, pero dentro del contexto total de la ponencia y su expositora que aquí estoy plasmando, esto me suscita más bien preocupación. Por lo que pude ver, pareciera que en aquella ocasión había tan solo una “clínica del yo” si se me permite acuñar el término para los casos en los que no se ve atisbo de la clínica de inconsciente a inconsciente. Cuando otro participante mencionó el furor interpretandis, la exponente parecía no conocer la expresión y además no le concedió ni la más mínima importancia. Quiero agregar que la expositora si le daba también mucha importancia a la toma de apuntes durante las sesiones analíticas, con la intención de ir, de una buena vez, formulando y desechado “hipótesis”. Una práctica con furor interpretandis, con un encuadre rígido y quizás obsesivamente al pendiente de su quebranto, por parte del analizante, para dar lugar a la interpretación, es un motivo muy serio de preocupación sobre la deformación de la práctica psicoanalítica.
Ahora quiero resaltar ese importante desapego de los afectos que promueve la clínica de inconsciente a inconsciente. Un desapego así requiere un conocimiento y trabajo sobre el propio inconsciente del analista. Los afectos profundos detrás de los furores quedan inoperantes bajo la aplicación de esta regla, incluso la angustia o la ansiedad que en ocasiones están actuando a nivel de disparadores, como sucede a menudo en el furor interpretandis, también tienden a la inoperancia. Volviendo a lo un poco más profundo, cabe afirmar que detrás de un furor educandis puede existir un deseo inconsciente de dominio sobre el otro, cual podría encontrar en la cesión de poder del superyó del analizante al analista una gran satisfacción; claro está, de seguro temporal mientras sobreviene la transferencia negativa, solo que en este funesto caso de furor educandis no hubo nunca logro alguno, ni siquiera imputable a la sugestión.
Y también un deseo inconsciente prácticamente adverso, al arriba mencionado, puede estar detrás del furor educandis: El deseo de ser educado. Esto se debe a que es muy cierto lo que, de acuerdo nuevamente con Gaitán A., SAPTEL, manual de procedimientos (Gaitán, 2002), se presenta muy frecuentemente en los furores: La identificación proyectiva. En muchas ocasiones se encuentra que, cuando hay furor educandis, el analista le comunica al analizante su proceder clínico y/o técnico que está llevando a cabo o llevará a realización con él. ¿Acaso no le está solicitando el analista al analizante el aval de lo que está haciendo con él?, ¿no estaría procediendo el analista bajo un deseo de ser educado por parte del paciente sobre como este mismo debe ser tratado?, la respuesta es un evidente sí. Esto es un fenómeno que tuve la suerte de ver más patente en SAPTEL. El servicio se presta para la mayor evidencia del fenómeno porque para muchos está la tentación de informarle al usuario el proceder operativo de SAPTEL que se ve como algo “sumado” al proceder terapéutico.
Cabe aclarar que el deseo inconsciente de ser educado por el mismo analizante también puede estar detrás de los otros dos furores. Detrás del furor interpretandis el analista estaría preguntándole al analizante sobre cómo interpretar y detrás del furor curandis la pregunta al analizante sería sobre cómo el mismo debe ser curado.
La desestimación directa de Freud de la ambición terapéutica y/o del deseo de reconocimiento por logros son puntos que en otros momentos ya se trataron y que suelen estar aunados al furor curandis. Si bien los deseos de grandeza frecuentemente están acordes al furor curandis, también resultan ciertas estás dos consideraciones: Qué la búsqueda del analista de realización a través del analizante puede estar detrás de cualquiera de los cuatro furores y qué el furor curandis podría también, siguiendo de nuevo al mecanismo de identificación proyectiva, responder al deseo del analista de ser el mismo curado; en este caso, bajo el furor curandis el analista estaría bregando con curarse a él mismo.
Resulta fuera de toda duda que es fundamental la exigencia de análisis para el analista, para el conocimiento de sus propios deseos inconscientes, de sus propias resistencias inconscientes; en general, de su propio inconsciente. Y, sin embargo, no parecen faltar los analistas que a pesar de haber pasado ellos mismos por el análisis, ejercen más bien una clínica del yo. Tal vez parezca una propuesta loca de mi parte, pero creo que también el aspirante a analista debería de valorar sus aptitudes y actitudes para una clínica de inconsciente a inconsciente.
Vendría siendo más que suficiente la clínica freudiana, en tanto clínica de inconsciente a inconsciente, por lo menos para combatir el problema de los furores en la práctica psicoanalítica. Quizás este criterio de la clínica de inconsciente a inconsciente llegara a ser útil para delimitar que desarrollos o teorías podrían merecer el digno nombramiento de ser psicoanálisis.
Paso ahora a ocuparme del furor aedificarem. Para éste fin, encontré pertinente los aportes acerca de las construcciones realizadas por dos importantes psicoanalistas: Francisco Pereña, de España, y Silvia Bleichmar, de Argentina.
No es este breve espacio el lugar para abordar el muy extenso punto de las construcciones y su uso en el análisis, pero si lo es para tomar una postura: yo defiendo el empleo de las construcciones cuando ciertamente son requeridas en el análisis.
Elogio la analogía que realizó Freud entre el trabajo del arqueólogo y el del analista, porque en ella apreciamos con claridad dos procesos que lleva a cabo el analista en su correcto desempeño: Un riguroso análisis, estrato por estrato y, a partir de aquel análisis, ulteriores síntesis
Mi posición ante las construcciones deviene justamente de los psicoanalistas que mencioné, de las principales argumentaciones de Freud sobre el tema en su escrito “Construcciones en el análisis” de 1937, y de su formidable escrito de 1914 “Recordar, repetir y reelaborar”.
Elogio la analogía que realizó Freud entre el trabajo del arqueólogo y el del analista, porque en ella apreciamos con claridad dos procesos que lleva a cabo el analista en su correcto desempeño: Un riguroso análisis, estrato por estrato y, a partir de aquel análisis, ulteriores síntesis. Es por esto que Freud va a proponer que, más que interpretaciones, toda la labor analítica es posteriormente constructiva. Las ulteriores síntesis son construcciones y, más aún, quiero yo en lo personal, remarcar otra expresión mencionada por el mismo Freud: Reconstrucciones (Freud, 1937/1991). Creo que el término reconstrucciones es más fiel porque justo da mejor expresión a los dos procesos consecutivos que realiza el analista: Tras la rigurosa descomposición o análisis, con dichos restos vuelve a construir, reconstruye.
Entonces, las interpretaciones que, como menciona Freud, aluden a lo que uno emprende partiendo de un elemento singular del material (una ocurrencia, una operación fallida, etc.), son reconstrucciones y también lo son lo que comúnmente dentro del plano psicoanalítico sea tomado por las “construcciones” y que Freud define como ese presentarle al analizado una pieza de su prehistoria olvidada. Esto es una primera defensa a favor de las “construcciones”, pues ellas mismas no son nada distinto a lo que el analista en buen uso de su práctica hace, pero a este principal argumento de Freud a favor de las mismas le he sumado el matiz de la mejor expresión “reconstrucciones” que viene a ser soporte de lo que persigue este escrito. No solamente son defendibles las “construcciones”, sino que además, es preciso denominar a estas “piezas de la prehistoria olvidada” reconstrucciones cuando están elaboradas con justicia, cuando se elaboran, por ejemplo, con la rigurosidad de partir de los restos fruto de la descomposición, del análisis, cuando son verdaderamente nueva construcción a partir de lo previamente descompuesto, analizado; a diferencia de lo que es, ahora sí, apropiado llamar meras construcciones o furor aedificarem que, justo son construcciones, pero no reconstrucciones, al no partir en rigor, del buen análisis, de la buena descomposición, de los restos en tanto evidencias como tales y material lícito e imprescindible.
Ahora bien, para seguir completando esta concepción de furor aedificarem que acabo de introducir, me parecen muy relevantes los aportes de Francisco Pereña. Este psicoanalista español escribió un artículo que tituló “¿Qué psicoanálisis?” (Pereña, 2002) donde aborda una lectura del conocido “caso hombre de los lobos” y critica una determinada manera de ver y trabajar lo que se ha denominado “construcciones”. Aquí es obvio que interesa lo segundo (lo relacionado con las construcciones), además qué en cuanto a lo primero, la lectura del “caso hombre de los lobos”, alude a un debate que no termina y, tal vez, nunca terminará pues. como afirmó Freud, el caso no hace que su lectura sustituya la experiencia del analista – y agrego yo – mucho menos la del analizante.
Francisco Pereña critica aquellas construcciones resultado prácticamente de la mera elucubración teórica -o, más precisamente, resultado de querer encajar a fuerzas la clínica en la teoría- son construcciones erradas que parten también de la visión de que aun si el recuerdo no confirma la construcción, si logran una buena convicción del paciente, tendrán el mismo “beneficio del análisis” (Pereña, 2002). Esta visión es un error que viene desde Freud mismo, pero volveré sobre esto un poco más adelante, por el momento me interesa señalar que es con estas consideraciones de Pereña que completo mi concepción de furor aedificarem.
Resumiendo: para mí un furor aedificarem (del latín, edificar, construir), es un fanatismo, un ímpetu o vehemencia a proporcionarle al analizado “piezas de su prehistoria olvidada” construidas con el material de la teoría – o quizás de la especulación - en detrimento del legítimo material del análisis o descomposición, de los restos que se debieran hallar partiendo del análisis; y con la visión de que aunque el recuerdo no confirmara dichas construcciones, si el paciente se convence en buen grado de ellas, posiblemente cumplirán con dar los mismos beneficios del análisis.
Todo furor se ubica del lado contratransferencial del analista y el furor aedificarem puede tener como etiología una o varias de las mismas causas que son propias de los otros furores.
Un furor aedificarem puede tener por etiología una ambición de obtener una crítica psicoanalítica frente a los detractores Jung y Adler”, un afecto que pudo ser tan intenso en Freud que hizo que su inconsciente lo traicionara, en el caso con Serguei Pankejev, y cayera en el furor aedificarem (esto pudo ser, quizás nunca lo sabremos) -, puede tener por etiología una manera errónea, del analista, de controlar su angustia, devolviendo con pseudoconstrucciones elementos que no sabe o no puede manejar (esto también es una causa común de furor interpretandis), otra posible etiología de un furor aedificarem es que este devino parte de un gran furor curandis.
Interesa aquí que, por lo que caracteriza a las múltiples etiologías de un furor aedificarem, y por lo que caracteriza al proceso adecuado de elaborar reconstrucciones -proceso que es parte del buen ejercicio del análisis en general- podemos afirmar que la clínica de inconsciente a inconsciente también es contrafuror aedificarem, también nos protegería de caer en el furor aedificarem: Atención flotante, no ir cavilando, no ir seleccionando fragmentos de material, abandonarnos a la memoria inconsciente; esto hace que el correcto análisis preceda a una adecuada síntesis, que una reconstrucción realmente sea esto al partir de la descomposición previa, de los restos hallados. Desapego de los afectos, conocimiento de nuestros complejos inconscientes; así nuestro inconsciente no nos traiciona en nuestra labor. Escucha activa que es también saber preguntar, ejercicio del análisis, de la semiología, de la exploración, cual es esto y sus productos el material lícito e imprescindible para las reconstrucciones.
Pero aquí no doy por agotado el tema. Estoy defendiendo a las reconstrucciones como algo distinto a meras construcciones o furor aedificarem. Pero defender las reconstrucciones no es del todo lo mismo que sostener la utilidad de las mismas, porque de no ser útiles ¿no sería toda reconstrucción en sí misma un furor? Aquí es donde entro a considerar los aportes de Silvia Bleichmar y un punto importante abordado por Freud en su escrito “Recordar, repetir y reelaborar”. De paso, abordaré el pendiente que tenemos con respecto a aquella visión errada de Freud referente a ciertas reconstrucciones como convicciones (mencionado un poco más atrás).
Silvia Bleichmar realizó, a lo largo de su vida, un trabajo de investigación muy interesante sobre los signos de percepción. Estos son anteriores a la constitución del inconsciente y ligados al polo perceptivo. Los signos de percepción son elementos altamente investidos, inscripciones iniciales, figuraciones o pequeños fragmentos de objeto (un color, un sonido o tal vez, un aroma), son de un orden psíquico que es no lenguajero, pues son anteriores a la constitución misma del sujeto (Bleichmar, 2004). Los signos de percepción no estarían fijados al inconsciente reprimido y por eso la teorización sobre los mismos se adhiere a los trabajos sobre inconsciente escindido y tercera tópica freudiana en los que trabajó André Green y trabaja, aún en la actualidad, Rubén Zukerfeld.
Lo que acá nos compete es que los signos de percepción serían lo que está funcionando – en un orden no representacional – en ciertos pacientes con muy marcada compulsión a la repetición, somatización y angustia en su sintomatología. Desde la teoría lacaniana, se diría que estos signos de percepción estarían funcionando en el orden de lo real, fuera del lenguaje e inadmisibles a la simbolización. Esto tiene importantes implicaciones en el ejercicio de la clínica, puesto que serían las simbolizaciones de transición o puentes simbólicos (las reconstrucciones) las que posibilitan un nexo para la captura de estos “restos de lo real”, serían las reconstrucciones las que posibilitan la apropiación de estos fragmentos que no pueden ser aprehendidos por la libre asociación.
Otra utilidad de las reconstrucciones y una corrección que haría el “Freud de 1914” al “Freud de 1937” (me refiero a la visión errada sobre ciertas reconstrucciones como convicción y que ya mencioné) es la siguiente:
“Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la infancia y que en su tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto retardado (Nachträglich), la mayoría de las veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños, y los más probatorios motivos extraídos de la ensambladura de la neurosis lo fuerzan a uno a creer en ellas; hasta es posible convencerse que el analizado, superadas sus resistencias, no aduce contra ese supuesto la falta de sentimiento de recuerdo (sensación de familiaridad)” (3)
La otra utilidad de las reconstrucciones es justamente que a través de ellas el analizante se apropie de todo lo que le competería, analíticamente hablando, de estas vivencias tan tempranas de la infancia, pero, además de esto, mucho interesa aquí que el mismo Freud estaría hablando de otras formas de recordar psicoanalíticos (como el sueño y sensación de familiaridad) distintas al recordar propio de la memorias del lenguaje verbal, cual es el recordar al que muchas veces (de manera obvia) no se llega tras una reconstrucción. Si tras cierta reconstrucción alguna sintomatología desaparece de manera más o menos permanente, del cuadro del analizante, es factible tomar esto como confirmación de la reconstrucción a partir de un recordar procesual, emocional o somático que corresponden a tipos de memorias existentes desde antes de la memoria del lenguaje verbal. Así se tomaría la confirmación de la reconstrucción por estas otras formas de recordar cuando hay ausencia de la confirmación por el recuerdo de la memoria de lenguaje verbal. De seguro que no sería por “un buen grado de convicción” que la reconstrucción da el fruto anhelado, puesto que esto es lo mismo que decir que aquel resultado se debe a la sugestión y por ese camino, como lo demostró el método catártico mismo, no se logran resultados más o menos permanentes.
De tal manera, y hasta siguiendo al mismo Freud, podemos sostener que la reconstrucción valida siempre es la que recibe confirmación por algún tipo de recuerdo. El error del “Freud de 1937” se debió al parecer a que, aunque él mismo distinguió al psicoanálisis de la “cura por sugestión”, siempre creyó que aun así el psicoanálisis no se escapa de una mínima dosis de sugestión. Esto podría ser en ciertas etapas de la transferencia positiva, pero como el mismo Freud demostró, finalmente la cura psicoanalítica está más allá de la sugestión gracias al trabajo sobre las resistencias. Creer que existiría sugestión en el obrar de ciertas reconstrucciones validas es algo que a mi juicio se puede desechar y así contar con un punto más de fortaleza para no caer en el furor aedificarem.
Reafirmo de nuevo que, bajo todas las consideraciones aquí presentadas, la clínica del inconsciente a inconsciente, la clínica freudiana, es suficiente para combatir todo furor, incluyendo al que llamé furor aedificarem. No importa si acaso alguna vez el mismo Freud cayó en este furor, puesto que él también era humano, pero su formulación de clínica de inconsciente a inconsciente es vía – insisto – suficiente para no caer en furores. También todo este artículo fortalece un corolario ya conocido: Qué en el correcto ejercicio de la práctica, la clínica está dada para llegar a nutrir a la teoría; pero la teoría jamás debe encasillar a fuerza a la clínica dentro de la teoría misma.
Naranjo Orozco, Julián Andrés
j1naranjo [at] hotmail.com
Psicólogo, Universidad Azteca
Diplomado en psicología clínica, Universidad Azteca
Maestría en clínica psicoanalítica, Centro Universitario Emmanuel Kant
Doctorando en Investigación en psicoanálisis, Centro Universitario Emmanuel Kant
Notas
(1) Freud, Sigmund. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas. Amorrortu. Buenos Aires, 1912/1991, pág. 112.
(2) Freud, Sigmund. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas. Amorrortu. Buenos Aires, 1912/1991, pág. 115.
(3) Freud, Sigmund. Recordar, repetir y reelaborar (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas. Amorrortu. Buenos Aires, 1914/1991, pág. 151.
Bibliografía
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Freud, S., (1991) Sobre el psicoanálisis silvestre (J.L. Etcheverry, trad.) En Obras completas (vol. XI) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, S., (1991) Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas (vol. XII) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, S., (1991) Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas (vol. XII) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, S., (1991) Recordar, repetir y reelaborar (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas (vol. XII, p. 151) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, S., (1991) Construcciones en el análisis (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas (vol. XXIII) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Freud, S., (1991) Esquema del psicoanálisis (J.L. Etcheverry, trad.) Obras completas (vol. XXIII) ed. Amorrortu, Buenos Aires.
Gaitán, A., (2002) SAPTEL, Manual de procedimientos. Consejo Regional Latinoamericano y del Caribe de salud Mental, A.C.
Pereña, F. (2007). ¿Qué psicoanálisis? Revista de la asociación española de neuropsiquiatría. 99 (27), 1 - 23. España: Asociación Española de Neuropsiquiatría.
IMÁGENES
Freud / un terapeuta y un paciente analizándose ambos sentados/