A la luz de las múltiples formas que adquiere la violencia en el campo socio-político, hemos querido cartografiar en forma acotada algunos de los nudos de conflicto que emergen del actual proceso constituyente que vive Chile. Dicho proceso está sobredeterminado por múltiples luchas sociales donde, a su vez, convergen diversas temporalidades históricas.
Es imprescindible recordar que la actual Constitución chilena -el Estado de Derecho vigente desde 1980- fue forjado en medio de una dictadura sangrienta. De modo que, el trauma sociopolítico está inscrito en la letra de la carta magna. La supuesta paz social lograda no es sino el acallamiento de los antagonismos sociales reprimidos militarmente.
La llegada del coronavirus a tierra chilena radicalizó la magnitud del sistema de explotación y visibilizó aún más la realidad social inequitativa que viene poniéndose en cuestión por las múltiples voces de la revuelta popular
La violencia de la acción mortífera colectiva vivida en la dictadura de Pinochet, se acrecienta por la violencia redoblada de la denegación político-jurídica, que impide la inscripción de reconocimiento a las historias particulares desgarradas en el curso de la historia colectiva (Puget y Kaës, 1991). En otras palabras, si la violencia estatal permanece sin reconocimiento y no es restituida en el orden que la produjo, la propia historia de Chile queda atrapada en una cripta (Abraham y Torok, 2005; Tisseron, 1997). La complejidad del impacto de dicha violencia constituye un trauma colectivo (im)posible de nombrar, elaborar y transmitir a la siguientes generaciones.
En este concierto de ideas podemos conjeturar: ¿Es, hoy por hoy, “Plaza Dignidad” (replicada en múltiples plazas de todo el país) un lugar creado por el pueblo, donde se abre la cripta y la historia vuelve a pensarse? ¿Es una oportunidad de simbolizar el trabajo intergeneracional y con ello restituir un porvenir desde la herencia? ¿Es el actual debate constitucional una lucha por la escritura, donde se juega entre otras cosas, una dislocación de la violencia legalizada desde la dictadura?
En Chile, los antagonismos políticos han intentado ser despolitizados y eclipsados por la clase política hegemónica, durante el periodo histórico comprendido entre el golpe militar de 1973 a la actualidad. En medio del actual escenario simbólico en disputa, podemos afirmar que, gracias a los procesos sociales del siglo XXI, en el país se anudaron y apuntalaron dos fenómenos de carácter político: la revuelta popular iniciada en octubre del 2019 y la pandemia del COVID-19 advenida aproximadamente unos cinco meses más tarde.
Ambos acontecimientos han producido un levantamiento y visibilización de los antagonismos en la esfera pública, supuestamente superados por la gramática histórica de las últimas décadas. En esa colisión y anclaje paralelo, muchos de los acontecimientos sociales e institucionales han estado atravesados por una suerte de mixtura entre ambos fenómenos.
Probablemente, uno de los campos de mayor relevancia política para Chile ha sido el proceso destituyente de la constitución heredada de Pinochet-Guzmán desde la década de los 80, hacia un proceso constituyente que en sus distintas fases ha ido revelando la potencia del campo popular como imaginación instituyente.
Cuando una sociedad ha vivido conflictos sociales agudos vehiculizados en revueltas populares, y sobre dicho escenario se ha apuntalado una pandemia tan confrontacional, violenta y subversiva como la del COVID-19, no es difícil evocar palabras tales como trauma sociopolítico y/o violencia institucional. La contingencia de Chile, precisamente, ha dado cuenta de ello. El debate constitucional es, por tanto, la condensación de campos de lucha social de gran envergadura.
La llegada del coronavirus a tierra chilena radicalizó la magnitud del sistema de explotación y visibilizó aún más la realidad social inequitativa que viene poniéndose en cuestión por las múltiples voces de la revuelta popular. Se ha generado una sobredeterminación del malestar social, agudizando con ello las contradicciones y los antagonismos.
Sostendremos entonces que, si bien la pandemia al principio interpuso trabas a la movilización social-popular, con el posterior confinamiento de los cuerpos desalojó al pueblo de las calles, paradójicamente, contribuyó a visibilizar aún más las violencias estructurales de nuestro modelo político-económico.
Esta visibilización se traduce en los avances de las fuerzas de transformación, que han conquistado no sólo un triunfo en las calles, sino ahora en el seno del debate institucional. Con las recientes elecciones del 15-16 de mayo en Chile, que entre otros cargos públicos, consistió en la elección de convencionales constituyentes, se han abierto condiciones de posibilidad para re-escribir una Constitución bajo coordenadas radicalmente antagónicas a la herencia pinochetista.
Cuando hablamos de escritura -por caso de la carta magna- hemos de considerar la potencia material del significante. Es decir, los efectos de la letra sobre el lazo social y los cuerpos que la constituyen.
Las teorías de discurso estructuralistas y posestructuralistas permiten sostener que todo significante, políticamente, es un significante en disputa. Si todo significante opera topológicamente en el vacío que deja la diferencia co-variable con todos los otros, tendremos que su funcionamiento no refiere en forma unívoca a un significado fijo, sino a otro(s) significante(s). Por tanto, las producciones de sentido, tanto como la emergencia de sujetos políticos, responden a los anudamientos de una trama discursiva contingente y siempre fallida, ergo, abierta a sus propias dislocaciones y rearticulaciones.
El debate constitucional que llevará a cabo Chile da cuenta justamente de ello. La dislocación y destitución de la gramática del poder materializada en la letra de la Constitución de 1980 (con retoques realizados bajo el gobierno de Ricardo Lagos el año 2005) y la potencia de una re-articulación radical. Se trata entonces, de una disputa por aquello que se escribe. Cabe entonces detenernos en algunos asuntos relativos a la letra y al significante, en su inscripción política.
Hay significantes que logran contener dentro de sí mismas antagonismos políticos y humanos importantes. En este sentido, no es arriesgado afirmar que hay conceptos ampliamente utilizados pero que, pese a su variado uso, siguen prevaleciendo sin consenso. Esa falta de delimitación conceptual no deviene de malentendidos particulares, sino más bien del complejo baño ideológico que tienen los conceptos.
Conviene aclarar que el antagonismo en tanto definiciones conceptuales, no es un aspecto negativo para la lingüística estructural y menos aún para la politología basada en la teoría de discurso. El antagonismo es más bien un elemento constitutivo sobre el cual opera todo trabajo escritural.
Innegablemente consideramos que hay nociones (significantes) que, con particular intensidad, anudan diversas temporalidades históricas. Nociones que, en consecuencia, permiten aproximarnos a una época pasada y al por-venir desde el presente. Hay nociones conflictivas que no pueden evitarse para articular escenarios históricos, porque evitarlas constituye en sí, la mayor violencia. Para efectos de nuestro análisis de contingencia, diremos que un debate constitucional no puede evitar (sin caer en la violencia de su omisión) en discutir sobre los múltiples significantes que surgen de los nudos ideológicos del machismo-feminismo, racismo, fascismo, republicanismo, colonialismo, capitalismo, y un amplio etcétera. Estos son significantes apócales que cada sociedad ha de anudar de distintos modos en sus prácticas y discursos.
La palabra y sus significados varían de cultura en cultura, de época en época. Esto atestigua la falla estructural del significante, su abertura a cadenas de significación (Lacan, 1966). La lengua es atravesada por diferentes variables, entre ella tenemos lo social, lo político, lo ideológico, lo cultural, lo económico, etc. En suma, no existe eso que puede ser una especie de pureza en las palabras. Son campos de batalla siempre por definir, impenetrables e inalcanzables, que en la medida en que creemos atraparlas ya han escapado. Toda síntesis de significado es por tanto la cristalización imaginaria (transitoria) de una lucha política por el sentido.
En nuestro complejo escenario mundial, en lo que va del siglo XXI, podemos identificar una amplia gama de conceptos y nociones que han sido reformulados. Otros significantes que se tornan esenciales para cualquier proyecto. Por ejemplo, a nuestro entender, palabras como alteridad, diferencia, enemigo, amigo, extranjero, legitimación, universalidad, hegemonía, pluralidad, entre otras, responden a un abanico de terrenos, dilemas y fenómenos que son atravesados por la violencia, en sus múltiples formas.
Desde estos preceptos podremos reconocer el trauma histórico o social que la radicalidad de algún concepto puede simbolizar.
La tesis de Marcelo Viñar (2019) nos señala: "El derecho de los otros. Alegato por la diversidad y humanidad del enemigo” nos advierte que “es necesario promover una mente humana abierta, capaz de sostener, soportar y tramitar la alteridad, esa experiencia interior de incertidumbre que Derrida nombra desasosiego identitario” (p. 15).
A lo que más adelante agregará:
“no hay etiología de la crueldad sin una comprensión concomitante del espacio histórico, político y cultura, que la produjo. No hay naturaleza humana, fija e inmutable, sino procesos humanos colectivos e individuales que propulsan y promueven tanto la cultura como la barbarie. Espacios de convivencia que se construyen o se destruyen, mientras interactúan con intereses mercantiles, de dominación económica o ideológica, donde los buenos -en nombre de la fe o la civilización- destruyen a los bárbaros- "(p.17)
Libertad, es un concepto que resuena y resalta. Es este concepto una y otra vez utilizado en el duro y complejo contexto de movimientos sociales, proyectos revolucionarios, proyectos emancipatorios, transiciones políticas, posturas éticas o morales.
No es un debate del siglo XXI, desde temprana data se vincula el cambio a la búsqueda de la libertad. El significante libertad es un abanico de opciones. Ocupa un lugar preponderante desde las modificaciones que tuvieron lugar en las sociedades griegas, en las romanas, posteriormente, fue una noción fundamental para la Revolución Francesa, si bien contuvo 3 grandes pilares Igualdad, Libertad y Fraternidad, responden a una suerte de triada, la cual funciona y depende del eje que propicia la libertad. Empero, pese a la pluralidad de procesos históricos y debates de índole universal que conllevan el concepto encriptado, no se ha delimitado lo que es la libertad. La pregunta, tal vez sería cuestionar ¿Qué es libertad en dicha cadena situada de sentidos?
En Chile, la libertad es una palabra que actualmente utilizan los capitalistas neoliberales para referir a la no intervención estatal...Mientras que la revuelta popular lo inscribe en forma inseparable de los significantes justicia, equidad, verdad y dignidad
Por ejemplo, en Chile, la libertad es una palabra que actualmente utilizan los capitalistas neoliberales para referir a la no intervención estatal: libertad de comercio, elección, desplazamiento, etc. Mientras que la revuelta popular lo inscribe en forma inseparable de los significantes justicia, equidad, verdad y dignidad.
Por tanto, los proyectos emancipatorios de la revuelta que ingresarán al debate constitucional -ergo, a la escritura de una determinada libertad- tendrán como desafío hegemonizar aquello que Judith Butler designa como: no hay libertad sin igualdad. Igualdad (otro significante polémico) no refiere a negación de las diferencias, sino a una base ética de reconocimiento de las mismas en justicia y dignidad.
En último término, no existe libertad sin erradicar el privilegio de una parte de la sociedad. La lucha de clases no es anti-libertad, sino que la inscribe en otra cadena de sentido respecto del neoliberalismo.
No sería posible pensar en libertad sin llevar de la mano una parte de la fantasía en esa búsqueda, aquella que porta la historia de la humanidad marcada por una balanza económica siempre inequitativa como disimetría desmejorada para los muchos. En este punto conviene recordar a Theodor Adorno, citamos en extenso:
La gente ha manipulado tanto el concepto de libertad que finalmente se reduce al derecho de los más fuertes y ricos a quitarles a los más débiles y pobres lo que todavía poseen. Los intentos de cambiar esta situación se consideran como una bochornosa transgresión del campo de esa misma individualidad que, merced a la lógica de esa libertad, se ha transformado en un vacío administrado. Pero el espíritu objetivo del lenguaje sabe que las cosas no son así. El alemán y el inglés reservan la palabra free [libre] para cosas y servicios gratuitos.' Además de ser una crítica de la economía política, esa característica da testimonio de la falta de libertad en las relaciones de intercambio; no hay libertad mientras todo tenga un precio, y en la sociedad reificando las cosas exentas del mecanismo de los precios sólo existen como penosos rudimentos. Si se las estudia en detalle, se descubre usualmente que ellas también tienen un precio y que son dádivas que vienen con mercancías, o implican al menos dominación: los parques hacen más soportables las prisiones para aquellos que no están presos. Sin embargo, para la gente de temperamento libre, espontáneo, sereno y despreocupado, aquellos que consiguen extraer la libertad como un privilegio de la falta de libertad, el lenguaje tiene un nombre apropiado: insolente (Citado en Zizek, 2005, p. 46)
Insolente es justamente el pueblo de Chile en la actual contingencia. La Constitución puede ser por tanto, una letra que desplace el régimen de mercancías por uno inscrito en una red de sentido diversa. La lectura que habilita dicha escritura potencial consiste en que -no hay libertad mientras todo tenga un precio-. La cuestión encuentra allí su núcleo abismal ¿Cómo pensar en libertades cuando no solo todo tiene un precio, sino que, los precios son los códigos que regulan los movimientos mundiales? Si la prioridad es la acumulación del capital y la vida radica en el último eslabón ¿Se puede pensar en la cuestión de la libertad?
Una posición materialista nos llevaría a postular que no hay tiempo de pensar en libertad cuando no hay pan sobre la mesa, situación que, en Chile, una y otra vez se repite
Una posición materialista nos llevaría a postular que no hay tiempo de pensar en libertad cuando no hay pan sobre la mesa, situación que, en Chile, una y otra vez se repite. Lo cual nos lleva de nuevo al debate sobre la violencia.
El porvenir, siempre es un terreno delicado de abordar, cualquier aproximación corre el riesgo de caer en delirios futuristas, imaginando la configuración material, estructural y humana de un lugar no conocido. Por tanto, toda escritura ha de responder a una ética deseante, a una toma de posición. Es precisamente por estos elementos que emergen los antagonismos. Así, el lugar de desconocimiento no es una posición deplorable, sino el lugar desde donde tomar posición. Esta configuración habilita núcleos de preguntas, que jamás podrán tener respuestas definitivas bajo la modalidad de la certeza a-histórica y a-política. Siguiendo a Foucault, diremos los regímenes de verdad son en sí un precipitado de luchas inmanentes atravesadas por dispositivos de saber-poder.
Esto implica que el activismo militante que pretende portar un saber a-priori sobre qué hacer y qué escribir, debiere poder pensar. Pensar no es otra cosa que habilitar la duda en el lugar de la certeza. En otras palabras, una Constitución sin filosofía (no como academicismo, sino cómo sistema de preguntas) será indefectiblemente una reificación de alguna forma de fascismo.
Recordemos las palabras de Slavoj Zizek (2005): “Es mejor no hacer nada que comprometerse en actos localizados, cuya función última es hacer que el sistema funcione mejor (actos como brindar espacios para la multitud de nuevas subjetividades, etc.). Hoy la amenaza no es la pasividad, sino la pseudoactividad, la urgencia de “estar activo”, de “participar”, de enmascarar la vacuidad de lo que ocurre. Las personas intervienen todo el tiempo, “hacen algo”, los académicos participan en “debates” sin sentido, etc., y lo verdaderamente difícil es retroceder, retirarse “(p.8).
Es mejor no hacer nada que comprometerse en actos localizados, con esas palabras Slavoj da cuenta de todo el cinismo político que logra incorporarse subterráneamente en diferentes movimientos con máscaras de cambio o transformación.
Desde nuestra particular lectura diremos que: se trata de articular y anudar el activismo militante con la reflexión crítica (crítica del modelo y crítica de sí).
Hannah Arendt (2005) afirmó: “Lo malo no es que tengan la suficiente sangre fría como para «pensar lo impensable», sino que no piensan. En vez de incurrir en semejante actividad, anticuada e inaprensible para los computadores, se dedican a estimar las consecuencias de ciertas configuraciones hipotéticamente supuestas sin, empero, ser capaces de probar sus hipótesis con los hechos actuales “p.14)
Hasta el momento tenemos dos puntos a considerar. 1) es mejor no hacer nada que repetir las inconsistencias, y 2) el problema es no pensar. Las coordenadas mundiales, en lo que va del siglo XXI, parece ser una mixtura de lo peor de ambos puntos.
¿Qué hacer en tiempos inminentemente políticos de agudización de contradicciones y antagonismos? Nuestra respuesta sigue una ruta. El complejo camino de tomar los puntos 1 y 2 previamente mencionados y utilizarlos a favor de la contingencia histórica, donde el hacer y el pensar (que incorpora al afecto) operen en inmixión.
Con las recientes elecciones del 15-16 de mayo en Chile ha habido un triunfo popular. Un triunfo significativo de las fuerzas transformadoras en la elección de convencionales constituyentes, gobernadores regionales, alcaldías y concejales. Ello ha implicado una destitución radical de las trabas institucionales y de las lógicas de auto-conservación en el poder de los partidos hegemónicos de la transición política de los últimos 30 años (Derecha y ex-concertación). Esta elección es un acontecimiento destituyente que no ha hecho más que anudar retroactivamente el grito (diagnóstico) de la revuelta popular de octubre del 2019: “No son 30 pesos, son 30 años”.
En este nuevo escenario político se hace posible plantear seriamente –y no como mero simulacro democrático- las preguntas medulares para pensar un nuevo diseño de Estado amparado constitucionalmente, que logre ligar el imaginario popular con el campo institucional.
Ahora bien, ¿Cómo incorporar la advertencia zizekiana sobre el activismo sin mediación de pensamiento? Consideramos que ello se puede realizar precisamente estableciendo a los desafíos constituyentes como un campo de preguntas. Preguntas filosófico-políticas.
Algunas de estas preguntas pueden formularse como grandes núcleos de anudamiento de significantes en disputa: ¿Qué Chile deseamos escribir? ¿Cómo anudamos nuestra historia a nuestro porvenir en esta carta magna? ¿Cuáles son las luchas que están en juego? ¿Cuáles son los mínimos comunes y los sistemas de diferencia que estarán desplegándose en la convención constituyente?
Desde esta matriz surgirán atolladeros aún más específicos para las fuerzas de transformación –que han de ser pensadas con cálculo y complejidad analítica. El acto de pensamiento supone comprender que un corpus constitucional implica que cada decisión impacta sobre todas las otras, de modo que es una estructura co-variable. Cartografiemos algunos de los ejes temáticos a considerar:
¿Cómo financiar un nuevo Estado garante de derechos sociales que logre modificar la base de la gubernamentalidad neoliberal propia del actual Estado subsidiario? ¿Es viable y deseable un Estado federal para favorecer la descentralización de la gobernanza? ¿Diversificar el Estado implicará mayor corrupción y burocracia? De ser así ¿Cómo intentar responder a ese problema? ¿Será un mejor modelo para dichos fines otorgar más recursos y autonomía a los municipios, ya que estos tienen contacto directo con las demandas locales-territoriales? ¿Será que un modo de volver más directa y participativa la democracia pasará no sólo por la transparencia de la información y la diversificación de organizaciones políticas (partidistas y no partidistas), sino también por la realización de plebiscitos vinculantes en temas sensibles para la comunidad?
¿Qué implicancias legales y logísticas tendría la declaración de plurinacionalidad? ¿Cómo calcular los impactos de los juicios y querellas que puede implicar para Chile nacionalizar recursos naturales actualmente privatizados? ¿Qué plan de desarrollo sustentable puede establecerse desde el Estado con miramiento a la ecología? ¿No es crucial acaso la inversión en ciencia y tecnología para dicho desafío? ¿Cómo mejorar la eficiencia y eficacia del Estado en su actual desmejora respecto del sector privado? ¿Se tratará de nuevas articulaciones entre la comunidad, el mundo privado, la academia y el Estado? ¿Qué beneficios y riesgos traería para el poder legislativo tener un congreso unicameral v/s uno bicameral? ¿Se justifica la existencia del tribunal constitucional? ¿Cuáles son las coordenadas que justifican el presidencialismo? ¿Cómo establecer la urgencia de asuntos culturales en torno a temas como inclusión, diversidad, género, etnia, etc. que no queden reducidas a una mera declaración de principios impracticables? ¿Cómo (re)concebir la concepción de familia y su centralidad en la reproducción del actual modelo -burgués y patriarcal- de desarrollo productivo? entre tantas otras preguntas situadas al debate constituyente.
La complejidad y radicalidad de la tarea constituyente no está siendo protagónica en los debates políticos actuales. Como bien sabemos, en la sociedad del espectáculo en la que vivimos, hay otras cosas que venden más (rencillas de poca monta, insultos cruzados, levantamiento de “rostros” para candidaturas presidenciales, rasgos de personalidad de figuras públicas, etc.). Literalmente banalidades que eclipsan la potencia del actual escenario.
En otros términos, siguiendo a Guy Debord (1967) diremos que la política mediática ha devenido una mercancía más de consumo que es portadora de imágenes vacías.
Consideremos que del lado de “la lista del pueblo e independientes” la temática central no ha podido ser aún la agenda temática, sino el acto político de desmarcarse de los partidos y afirmar su propia legitimidad de origen, léase: “no representamos al pueblo, somos pueblo”. Ello es crucial, no obstante, el verdadero triunfo político será llevar justamente la agenda -más allá de los slogans- hacia los temas complejos que están en cuestión e inquietan tanto al poder.
Por el lado de la derecha, los medios de comunicación y la centro-izquierda conservadora (eje neoliberal de los últimos 30 años de gobierno) la temática a instalar ha sido: moderar el discurso y fetichizar el significante “acuerdos”. El fantasma de la desmesura, los antagonismos reales y la radicalidad de las transformaciones les hace poner acento en la gramática de los acuerdos.
A propósito del significante “acuerdo” -que resulta en apariencia benéfico- no hace más que desmentir el hecho de que justamente la democracia pospolítica de consensos vacíos y sin antagonismos reales ha sido parte del problema (de Aylwin a Piñera) y no de la solución. Dicho sea de paso, esta lectura crítica de la historia de las últimas tres décadas es la que vuelve distintos a los partidos de la ex-concertación de la lista “Apruebo dignidad” (Partido Comunista y Frente Amplio), y más aún, de las candidaturas independientes surgidas del campo popular.
Por su parte, en la derecha económica (que goza de más salud que la derecha política) proliferan fantasías paranoicas. Digo paranoica porque cabe recordar que la autonomía del Banco central no ha sido cuestionada en forma mayoritaria, así como el derecho de propiedad no está bajo amenaza. En otras palabras: a nadie le van a quitar su casa, su auto, su perro. La privatización que está impugnada es aquella de los bienes comunes: mares, ríos, lagos, bosques, minerales, etc. Entonces, la derecha económica tiene razones para temer, ya que su fundo hacendal familiarista está efectivamente amenazado. O sea, la concentración obscena de la riqueza es efectivamente uno de los diagnósticos centrales de nuestro subdesarrollo. No obstante, la proliferación de fantasías paranoicas bajo significantes como “Chilezuela”, “nos quitarán todo” o “los rotos se vengarán” es francamente el último eslabón del delirio criollo-burgués que comenzó con el dicho de Cecilia Morel quién en el contexto de movilizaciones y tras filtrarse una llamada telefónica mencionaba: “¿De dónde salió esta gente? Estamos en una invasión alienígena”.
En el plano de las fantasías e incertidumbres sociales podríamos decir muchísimo más, ya que en ellas se juegan remanentes históricos e ideológicos de gran complejidad. No obstante, lo que pretendo ceñir es simplemente que por el lado de la intervención estatal -nadie ha hablado de abolir el libre mercado- sino simplemente regularlo y acotarlo. En el actual imaginario no se pretende que el Estado produzca monopólicamente pasta de dientes o bebidas gaseosas, sino hacerse cargo de garantizar los derechos propios de una sociedad contemporánea que pretenda estándares mínimos de justicia y equidad: protección de la infancia, infraestructura macro, pensiones dignas, educación y salud públicas de calidad, por mencionar algunas de ellas.
Todos los partidos del bloque de poder hegemónico de los últimos 30 años, al ver reducida al mínimo su representación, han puesto acento en la lógica de los acuerdos y en la idea de mesurar los discursos. Esto no es casual. Más bien responde a una razón de Estado que consiste en:
En consecuencia, lo que está en juego para las fuerzas de transformación, es desmantelar la violencia disfrazada de paz en el propio Estado de Derecho actual (que con tanta precisión canta “Portavoz” en su canción “Donde empieza”). La operación escritural consiste entonces en desmantelar la pseudo-democracia que opera como dictadura comisarial y así tejer caminos hacia una radicalización democrático-participativa.
En este sentido, pensar la violencia anudada en el actual Estado de Derecho, nos conduce a debates teórico-políticos cruciales. No pretendemos desarrollar ese debate en estas líneas ya que escapa a su sentido y extensión, no obstante, si podríamos establecer algunas líneas de desarrollo básicas que nos ayuden a pensar la naturaleza de los problemas que atraviesan al debate constitucional.
La pregunta para la izquierda chilena (partidista y no partidista) que deseamos plantear es ¿La transformación radical se hace aboliendo o reduciendo al mínimo al Estado, ya que éste no es más que la institucionalización que da legitimidad a la explotación burguesa, o bien, al Estado se lo disputa en su hegemonía ya que es una vía regia para poner freno a la lógica explotadora del capital?
Me parece que la convención constituyente es, en sí, la hipótesis de que al Estado se lo disputa en forma contingente. La constitución de Pinochet y sus violencias de origen y forma están en el centro del proyecto de destitución, ergo, rearticulación potencial.
La pregunta que conviene plasmar en este contexto sería ¿Por qué hablar de Hegel y Marx en el actual debate constitucional en Chile? Precisamente porque los fantasmas de Hegel y Marx están más vivos que nunca, son las condiciones históricas las que nos llevan como efecto retorno a estos autores.
En ambos pensadores están las bases filosóficas para visibilizar lo que la derecha pretende ocultar: la violencia de la historia y el carácter problemático del Estado. En otras palabras, la filosofía materialista y dialéctica permite señalar de forma contingente para Chile: El Estado de Derecho no es neutral, no es sólo racional, no es a-histórico y no se logra nunca sin tensiones y antagonismos radicales. Inclusive diríamos, todo Estado de Derecho deja un remanente de exclusión que lo desborda y que atestigua la insoslayable violencia sobre la que se monta.
La proposición hegeliana implica que el carácter profundo y objetivo de la violencia como negatividad no es extirpable de la historia humana, ni por un acto supremo de la voluntad, ni siquiera por un proceso asintótico que apunte hacia una reconciliación sin conflicto. Es decir, la democracia de los acuerdos (derecha-concertación) de los últimos 30 años, se montó sobre la desmentida de la verdad histórica. En otras palabras, todo acuerdo, se monta sobre una exclusión -no nombrada o extraoficial- que retorna como síntoma.
Octubre del 2019 es una condensación de aquello bajo la forma de estallido social. El retorno de una verdad en el corazón de las ciudades: Baquedano cae, allí donde se erige el despertar de la dignidad del pueblo. La metáfora es: cae la figurabilidad de la violencia legalizada propia de la gramática del poder, y se erige la legítima violencia del pueblo en lucha. Sin ello, Chile no tendría hoy debate constitucional.
La tesis hegeliana es que la violencia no puede ser suprimida (Hegel, 1820). Pero puede ser eficientemente mediada. El conflicto pertenece al orden más íntimo de la libertad, pero se puede lograr una sociedad en que la libertad no se destruya a sí misma. La clave y la posibilidad de estas mediaciones residen, para Hegel, en la construcción de un “Estado de Derecho” profundamente humanizado por lo comunitario (los comunes del pueblo como tradición). Un Estado de Derecho que conjugue a la vez el poder ordenador de la razón y el sentimiento de comunidad. Esto es lo que vuelve tan importante a la “Lista del pueblo” en el seno del debate constitucional. El pueblo es la condición de posibilidad para producir una institucionalidad que humanice comunitariamente su propia escritura.
En síntesis, en resonancia con la filosofía planteada en la “Fenomenología del espíritu” de Hegel (1807), diríamos que la nueva Constitución –dada la presencia del pueblo en su escritura- no erradica la violencia y el conflicto, más permitiría mediarlo en su despliegue basado en dos principios: racionalidad y sentimiento de comunidad.
Por contraparte, podríamos decir que el rasgo más propio del marxismo, la idea de lucha de clases, radicaliza aún más la tesis hegeliana. Por supuesto, el material empírico a partir del cual Marx formula su idea de la violencia de la historia, se basa en la explotación capitalista, que en su época va progresivamente llenando el continente europeo de deshumanización y miseria. Cuestión que vemos no ha seguido más que expandiéndose bajo las formas de neoliberalismo, posfordismo y neocolonialismo, donde Chile ha sido precisamente, uno de sus laboratorios (Recuérdese las medidas -vigentes en el actual Estado de Derecho- de privatización radical tomadas en los años 80 en la dictadura de Pinochet por los economistas y juristas llamados “Chicago Boys”).
Hoy Chile intenta sacudirse de su violencia histórica disfrazada de paz. Ahora bien, consideremos también que para Marx (1846), la violencia no es simplemente la expresión de una mala voluntad, o de una falta de disposición moral, sino que es un dato objetivo en que se expresa una situación material. Por eso el método de Marx consiste en un análisis de clases sociales, no de agentes individuales. En otras palabras, el problema actual no es Piñera (o al menos no sólo), sino la estructura.
En consecuencia, el análisis marxista es fundamentalmente económico. A Marx no le interesan propiamente las odiosidades particulares que se puedan constatar en el abuso burgués, sino el efecto objetivo de explotación que se puede constatar hasta en la acción del burgués mejor intencionado posible. Marx no ve las crisis capitalistas como un defecto o un error de cálculo en la acción histórica de la burguesía, sino como un efecto estructural y objetivo de lo que produce su propia lógica: la irracionalidad de la acumulación y reproducción del capital. Nuevamente, la revuelta de octubre no es contra Piñera, o contra el alza de 30 pesos en el transporte público, es en contra de la estructura de violencia que el neoliberalismo chileno pretendía disfrazar de progreso.
¿Qué nos dice Marx entonces? El Estado de Derecho, que debería ser el espacio para negociar y mediar las diferencias (entre otras las del flujo del capital), en realidad favorece sistemáticamente a la burguesía. La favorece, por decirlo de algún modo, estructuralmente, más allá de que haya o no leyes particulares que favorezcan a los trabajadores. Y la favorecen, en buenas cuentas, porque ha sido construido por ella misma, como mecanismo de legitimación y defensa, primero ante los poderes feudales, y luego ante las demandas del proletariado. Situado este problema marxista en nuestro presente histórico, podemos decir que quizá estamos ante una contingencia que permita luchar por una escritura inédita, por un Estado de Derecho que no sea el traje a medida de la violencia burguesa-capitalista.
Entonces ¿Cuál es la tensión Hegel-Marx respecto del Estado? Lo que en Hegel es la proyección de la unidad esencial y diferenciada de un pueblo, equivale en Marx a la proyección de la dicotomía de un pueblo dividido por la lucha de clases. Lo que para Hegel es la garantía posible de una paz capaz de mediar la violencia esencial, para Marx no es sino la institucionalización de esa misma violencia apareciendo falsamente como paz. Si Hegel tiene razón, la violencia revolucionaria es históricamente contraproducente, riesgosa e innecesaria. Si Marx tiene razón, la violencia revolucionaria es un derecho que surge del carácter estructuralmente sesgado del propio Estado de Derecho. El punto crucial es que hoy el Estado de Derecho será escrito bajo una correlación de fuerzas distinta a todas las Constituciones que ha tenido la historia de Chile.
Para comenzar con un cierre siempre abierto, es interesante el despertar nacional escenificado de extremo a extremo en el país posteriormente a los resultados de los 155 constituyentes, emergió el concepto esperanza no solo como concepto capaz de generar una aproximación, sino, más bien, es una representación y definición en vivo de la historia construida en tiempo presente, empero, pese a que son elementos que debían cobrar su lugar desde las entrañas mismas de los movimientos de la historia, hemos de aclarar que si la nueva constitución representa un ideario ingenuo de solución definitiva a la conflictividad social, no tendremos más que des-ilusión.
Teorías como el psicoanálisis (entre otras), han realizado el mismo diagnóstico. Aquello que Jorge Alemán (2010) llama las malas noticias del psicoanálisis. No se trata sólo de los problemas inexorables de la economía política, sino también y al mismo tiempo, de la condición humana en su economía pulsional y sus conflictividades estructurales. No es casual que, para Freud, “gobernar, educar y psicoanalizar sean oficios imposibles”, en el sentido, de que su meta es inalcanzable por estructura. No hay conciliación definitiva como sociedad lograda -No hay fin de la historia-. ¿Cómo leer esto? Esto se lee tomando posición ética. El punto ético es que no por imposible ha de dejar de hacerse (por caso, gobernar), sino justamente por ello debe hacerse -una y otra vez-.
En definitiva, el pueblo está en el lugar donde suele no estar, para luchar -una y otra vez- por escribir una Constitución que siga una ética distinta a la de la violencia excedente del capital
En definitiva, el pueblo está en el lugar donde suele no estar, para luchar -una y otra vez- por escribir una Constitución que siga una ética distinta a la de la violencia excedente del capital. Quizá como redención de todas las revoluciones proletarias previas, no se trata sólo de lucha de clase, y de violencia revolucionaria reivindicatoria, sino de desplegar un giro cultural hacia nuevos modos de vida. Quizá se trata de trabajar –y esto incluye a la convención constituyente- con una ética práctica diversa, diría de acervo feminista: deseante, inclusiva, equitativa, digna, dialogante, diversa, fluida… donde la ternura y el amor no sean romanticismos irracionales, sino la lógica misma para (re)pensar el lazo social y el lazo de la humanidad con la naturaleza.
Hemos de saber que toda escritura, por el materialismo de la letra, es inacabada e imperfecta, y ello lejos de ser un problema, es su máxima potencia.
Nicol A. Barria-Asenjo
Universidad de Los Lagos, Departamento de Ciencias Sociales, Osorno, Chile. Escritora y ensayista chilena. Autora del libro. “Construcción de una nueva normalidad: Notas de un Chile pandémico” psimática editorial, Madrid, España, 2021.
nicol.barriaasenjo99 [at] gmail.com
Rodrigo Aguilera Hunt
Sociedad Chilena de Psicoanálisis (ICHPA) Psicólogo. Psicoanalista y escritor chileno.
Bibliografía
Abraham, N. y Torok, M. (2005). La corteza y el núcleo. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
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