La lectura del trabajo de Pedro Grozs en el número 82 de la Revista Topía, donde habla de un paciente que atendió en Suiza en los 70, cuya lectura previa serviría para adentrarse en la temática de los afectados por la tortura y comprender que me lleva a retomar el tema. En los casos de afectados por el terrorismo de estado lo importante es entender que significa pensar. Esto lleva inevitablemente a sus límites, dados por la locura, trastrocamiento del pensar y el terrorismo de Estado que arrasa con la subjetividad coartando el pensamiento.
Si no hay repugnancia y espanto, ningún conocimiento del horror es pertinente, porque vuelve la mirada fría y exterior. Del mismo modo la escucha.
Ambas situaciones muchas veces coexisten y así tenemos a Artaud viviendo el padecimiento de su locura en Rodez, al mismo tiempo que la locura de la guerra inundaba a Europa y el mundo, y la locura racista inventaba las fábricas de muerte. La locura produce por un lado el cielo, que se vislumbra al abrirse las puertas de la percepción, debemos recordar las experiencias de A. Huxley con el ácido lisérgico y de A. Artaud con los Tarahumaras- pero también el infierno de pesadilla e insondable del que a veces no se vuelve.
Recuerdo haber atendido en México a un intelectual que junto a un grupo de amigos hicieron la experiencia de comer los hongos alucinógenos acompañados por los mismos tarahumaras. La experiencia fue casi mortal ya que la crisis psicótica que le desató fue de una profundidad y de un dolor del que sintió que no podía ser rescatado. Sólo la sabiduría de los indios lo consiguió.
Al mismo tiempo recibía en mi consultorio a una compañera uruguaya, la misma era sobreviviente de un campo de concentración. Había sido violada con perros, tema del que le era imposible hablar, del que me habían informado sus amigas. Así, aparecían en el mismo espacio, los dos mundos de la locura, instancia insoslayable por la que ineludiblemente se debe pasar para pensar a fondo toda problemática vinculada con los Derechos Humanos.
El pensamiento en la miseria es diferente del pensamiento inteligente. Ser lúcido sobre el terror propio es tomar conciencia de la invalidez y del oprobio.
Por experiencia personal, haber trabajado y trabajar con afectados directos por el terrorismo de Estado y mi posterior contacto con sobrevivientes de la Shoah, me llevó a la necesidad de procesar de maneras diferentes para no ser arrasado por la carga opresiva de los efectos del terror y sus secuelas en la subjetividad. Necesidad del intercambio con quienes han pensado y piensan los efectos del terror, Marcelo y Maren Viñar, psicoanalistas uruguayos, exiliados en Francia durante la dictadura de su país, en su libro “Fracturas de Memoria” y partiendo del tema de la tortura. Los Viñar nos recuerdan a través de David Rousset- autor de “El Universo Concentracionario”, sobreviviente de Buchenwald igual que Semprún- que “la gente normal no sabe que todo es posible”. Recorrer esos “Días de Nuestra Muerte” (Título con el que publicó Sur un fragmento de sus memorias) es un duro camino que lleva, como dicen los autores, a que “cada vez que hemos abordado este tema, pretendiendo suscitar una reflexión (pensar), nos han tratado de humanistas panfletarios. Entre la compartimentación de la doxa analítica (en cualquiera de sus variantes: freudiana, lacaniana, kleiniana, etc.) y el riesgo de la transgresión, preferimos esta última”.
Lo mismo nos ha pasado a aquellos de nosotros que intentamos debatir el tema del terror y sus efectos. La respuesta, generalmente, es el silencio o el desprecio. La tortura, dicen los Viñar, es “todo dispositivo intencional, cualesquiera sean los medios utilizados, puesto en práctica con la finalidad de destruir las creencias y convicciones de la víctima, para despojarla de la configuración identificatoria que la constituye como sujeto. Este dispositivo es aplicado por los agentes de un sistema de poder totalitario- o que generan por este hecho la posibilidad de constituirse como tal- y está destinado a la inmovilidad a través del miedo de la sociedad gobernada”. Dispositivo destinado por lo tanto a que la mayoría deje de pensar. Y agrega Marcelo: “A principios de mi exilio presento, como puedo, en un grupo de trabajo (obviamente psicoanalistas) mi primer texto que testimonia sobre la tortura en América Latina, texto que intenta contar lo que sucede allí y probar sin duda al mismo tiempo, que estoy vivo y puedo pensar. Un camarada, famoso en el grupo por su inteligencia y sagacidad, me explica que eso que cuento no es nuevo y original. Su argumentación y su demostración operan un acercamiento entre la experiencia de la tortura y la del “des- ser”(desêtre) del análisis lacaniano. Recuerdo que su certidumbre, su lucidez, su arrogancia, me hirieron y me provocaron balbuceos y rencor. Él poseía el saber correcto. Quisiera señalar, subrayar con esta anécdota, que en relación con este tema existe siempre un equívoco: hay siempre un saber que se busca y que se escapa. Más allá del carácter de catarsis de mi recuerdo, se muestra cómo la posición de este colega y la mía son, en nuestra supuesta proximidad, las de un encuentro imposible entre el saber del sabedor y el del sujeto que sufre”.
Hay que ser loco o imbécil para buscar descubrir y querer espantarse y sorprenderse de las heridas que cada uno se esconde a sí mismo.
Esto ocurría en París en 1976. Años después, en el 1986 u 1987, un psicoanalista importante, en Buenos Aires, para ejemplificar las asombrosas fluctuaciones del inconsciente, habla del caso “ Frieda” de Margaret Little, psicoanalista inglesa, presentado por Lacan en su Seminario sobre la Angustia, en el año 1963. Los importantes analistas allí reunidos no pueden entender qué pasaba con Frieda, que luego de siete años de estar en análisis, y a punto de concluirlo, entra en una crisis aguda, hace una anorexia y llega a la caquexia (adelgazamiento extremo que reclama internación). Está a punto de morir. La muerte en Alemania de una amiga de los padres fue el detonante de la crisis. ¿Quién era Frieda? Judía alemana, exiliada junto a su madre en Inglaterra, su padre permaneció en Alemania porque según decía, a él no podía pasarle nada. Su fin en un campo de concentración, pareció ser el adiós final entre la Noche y la Niebla que hasta ese momento, muchos años después, no había dejado rastros. ¿Por qué no se podía escuchar ese eco lejano? ¿No habían visto esos psicoanalistas las imágenes de los campos de concentración? ¿No veían que todos los prisioneros llegaban a la muerte caquéxicos? ¿Qué pasó con estos analistas durante la ocupación nazi? Un ejemplo de su incomprensión, además de éste, lo tuvimos en Buenos Aires cuando nos visitó F. Dolto, la famosa psicoanalista de niños, colaboradora de Lacan, cuyas escandalosas declaraciones sobre los niños desaparecidos, a los cuales según ella no había que producirles el trauma de sacarlos de manos de los apropiadores y ejemplificó con situaciones ocurridas en Francia durante la guerra, que traslucían un larvado antisemitismo que hubiera sido conveniente ahondar más.
Finalmente, recomendaba a las Abuelas que fueran los fines de semana a visitar niños abandonados en orfelinatos. La protesta masiva en Buenos Aires, y de exiliados en Francia, finalmente la hicieron recapacitar poco antes de morir y reconoció verbalmente su error pero no pudo ya dejarlo por escrito.
Quien está en medio del terror, no está en la búsqueda del saber y de la inteligencia. Está en la búsqueda de las estrategias que le permitan continuar viviendo a él o a sus ideales.
Hubo otros analistas que participaron en la Resistencia, como Pontalis, que sí supieron enfrentar el problema. O como Piera Aulagnier, que después del caso Frieda, sacó las debidas consecuencias, y ayudó a los psicoanalistas argentinos, durante la dictadura, supervisando muchos casos de afectados directos. Nunca se dijo que Lacan hubiera supervisado algún caso. Cabe agregar el grito reiterado de Robert Antelme- sobreviviente de Gandersheim y Buchenwald, ex marido de Marguerite Duras- que relata su rescate en “El dolor-”: “Ustedes, ustedes no pueden saber”.
Equívoco que una mirada analítica supone poder superar. Instituir el terror como objeto del saber (episteme) significa adentrarse en una rampa resbaladiza que lleva, si no se toman precauciones, a una posición de voyerismo, de fascinación (o seducción: verfürung), que conduce ( Fürung) a transformar el sujeto en espectáculo para intelectuales. Hay una fascinación por la repugnancia y el espanto. Si no hay repugnancia y espanto, ningún conocimiento del horror es pertinente, porque vuelve la mirada fría y exterior. Del mismo modo la escucha.
Cubrirse con una armadura, en este caso, teórica al abordar el estudio del terror, puede producir racionalizaciones, más o menos brillantes, siempre aburridas, a las que se les escapa lo esencial. Siguiendo a Freud, una mirada analítica no puede ser exterior, es necesario entrar en el teatro que se observa. Ni desliz objetivante ni captura en la sensualidad de la víctima.¿ En qué consiste ese conocimiento del terror cuyo saber es tan necesario como imposible?
He aquí algunos tanteos. Al volver del exilio, Viñar señala lo que le dice algún colega: “Me siento extraño al reflexionar sobre este tema que siento como tuyo y no como mío”. “Ahora empiezo a entender eso que se llama los secretos de familia, que siempre me parecieron estupideces incomprensibles. Entre los que permanecieron aquí, hay como una complicidad íntima: existen cosas de las que se habla y otras para las cuales no hay signos ni códigos, solamente un temblor visceral compartido. Es el sistema neurovegetativo el que sabe, como si fuera a chismear cosas privadas íntimas”.
En el terror, la lucidez, si aparece inopinadamente, es lacerante. Esto es válido tanto para la violencia política como para la incestuosa. Las vicisitudes terroríficas del mito de Edipo, con sus secuelas paranoides, tan bien desmontadas por Deleuze y Guattari en “El Antiedipo”, colocan a ambas violencias en el terreno de los sacrificial propiciado por la civilización cristiana. El pensamiento en la miseria es diferente del pensamiento inteligente. Ser lúcido sobre el terror propio es tomar conciencia de la invalidez y del oprobio. Hay entonces un esfuerzo permanente que va en el sentido del evitamiento y de la renegación. Hay que ser loco o imbécil para buscar descubrir y querer espantarse y sorprenderse de las heridas que cada uno se esconde a sí mismo. Quien está en medio del terror, no está en la búsqueda del saber y de la inteligencia. Está en la búsqueda de las estrategias que le permitan continuar viviendo a él o a sus ideales. El terror subjetivo es siempre vivido en el agobio o en el embotamiento y no en el saber iluminado propio de una reunión científica. La lógica de la destrucción funciona con otra inteligencia que la lógica de la reflexión.
El papel de la religión y de los mitos fundantes de la Civilización Occidental es de suma importancia en la construcción de subjetividades moldeadas por el terror. En lo que hace a la religión el análisis de León Rozitchner en “La Cosa y la Cruz”, permite interrogarnos como él lo señala: “Si leyéramos a Agustín y pusiéramos al descubierto la ecuación fundamental de su modelo humano, ese “Amor” y esa “Verdad” de la Palabra Divina que sólo los elegidos escuchan, que exige la negación del cuerpo y de la vida ajena como el sacrificio necesario que les permite situarse impunemente más allá del crimen, ¿no desnudamos al hacerlo un sistema cultural que utiliza a la muerte y la convierte encubierta en una exigencia insoslayable de su lógica política?.
La importancia de esto deriva del hecho que la crítica a la religión considerada en el marxismo sólo como hecho de conciencia, sin tener en cuenta la producción material (sensible) del hombre por la religión que es previa a la producción de mercancías que Marx describe en “El Capital”, tiene mucho que ver con el fracaso del socialismo en el mundo, ya que su acción política no alcanzaba el núcleo donde reside el lugar subjetivo más tenaz del sometimiento”.
En lo que hace al mito sería bueno meditar sobre lo que Franz Hinkelammert desarrolla en “La Fe de Abraham y el Edipo Occidental”. Frente a la libertad de Abraham que no mata a Isaac, Edipo no reivindica ninguna libertad sino un circuito de violencia sin fin, del cual no hay escape. Nos dice “Freud usa el criterio de Kreon, en su análisis de la historia de Moisés en “Moisés y la Religión monoteísta”. Basándose en Otto Rank y su “El Mito del nacimiento del héroe”, donde se sostiene que en todos los casos de héroes, la verdadera familia siempre es la segunda y llega a sostener que Moisés debe haber sido un egipcio. En el caso de Moisés, la primera familia es judía y la segunda es egipcia. Por tanto, concluye Freud, Moisés debe ser egipcio. Sin embargo olvida aplicar el mismo método a la interpretación del mito de Edipo. Entonces resulta que Edipo ha sido hijo del rey de Corinto y no de Layo, rey de Tebas. Por tanto no mató a su padre, al matar a Layo”.
La Ley en cuyo cumplimiento el padre mata al hijo, aceptando el hijo ser matado por el padre, es la ley burguesa, la ley del valor. El Edipo Occidental (Cristo) supone que rige incluso en el interior de la Trinidad Divina. Es ley según la cual Dios cobra su deuda a la humanidad, la cual paga su hijo con su propia sangre. Es la ley más despiadada que jamás haya existido en la historia de la humanidad. Esta ley impone la interpretación sacrificial de la muerte de Jesús, la que es complementada en el siglo XI con San Anselmo. Allí aparece la sociedad burguesa ( la construcción de su subjetividad), aunque demore todavía varios siglos para imponerse.
Osvaldo Hugo Cucagna
Psicoanalista
osvaldocucagna [at] yahoo.com.ar