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Sin música no hay revolución

 
Fragmento del libro Más que Sonidos

La música es una parte de las luchas sociales. Desde ya, no produce revoluciones, pero es un acompañante ineludible. Las marchas y los himnos dan una fuerza que llega a derribar muros, como la conocida historia bíblica de las trompetas de Jericó. Estas siete trompetas construidas con cuernos de carneros que los sacerdotes tocaban incesantemente hicieron desplomar las murallas de dicha ciudad.

Las canciones de luchas se multiplican tanto en momentos revolucionarios como en el caso de movimientos nacionalistas y totalitarios que promueven el sometimiento.[2] La experiencia musical puede ser productora de obediencia.[3] También es parte indispensable de resistencias y revoluciones.

Durante la revolución francesa se pudieron contar más de 3000 canciones políticas que se interpretaban en las calles de París.[4] En esos momentos surgió el himno revolucionario más famoso: la Marsellesa, compuesto en pocos días en 1792 por Claude-Joseph Rouget de l’Isle. Su objetivo fue tanto dar ánimo a las tropas, como reclutar voluntarios. No se sabe cómo llegó a Marsella. Desde esa ciudad partieron 400 voluntarios hacia el norte de Francia cantándola una y otra vez. A partir de entonces se lo cantaba en distintos lugares y eventos. Hasta que la Internacional socialista, el himno de los trabajadores, adquirió fuerza a fines de siglo XIX, la Marsellesa fue la canción revolucionaria más cantada.

La Internacional tiene su historia. Su letra es del poeta francés Eugène Pottier, quien había participado de la Comuna de París. Luego escribió los Cantos Revolucionarios, entre los cuales estaban los versos de un poema llamado “La Internacional”. En 1888 fueron musicalizados en pocos días por el belga Pierre Degeyter. Fue un éxito veloz en toda Francia. Se extendió rápidamente por Europa. Lenin la oficializa en 1919 en la Tercera Internacional, y se convierte en el Himno de la Unión Soviética hasta 1943, cuando Stalin lo reemplaza por otro himno que exaltaba el nacionalismo ruso. Al día de hoy, distintos grupos socialistas, comunistas y anarquistas la siguen cantando en distintos idiomas y versiones, según su orientación dentro de la izquierda.[5]

Durante los movimientos de rebelión, la música es un punto de encuentro colectivo donde los himnos y las canciones se amalgaman en las luchas. Por ejemplo, las canciones que, al igual que los fusiles y las banderas, animaron a los soldados de la Segunda República Española enfrentados a los militares de Franco en 1936. “La creación de una voz colectiva por el canto imponía el ritmo sonoro del acto resistente… La coherencia de la resistencia pasa forzosamente por la construcción de un grupo que se deja llevar y hasta dominar por un ritmo común, por un discurso cuya armonía se vuelve a encontrar en el momento mismo del acto performativo social y musical. Cantar su resistencia, cantar su deseo de cambio, es crear su presencia social, crear una cohesión. Y es, igualmente, permitir la formación de una memoria colectiva, contenida en la melodía y la letra, que perduran más allá del acto performativo.”[6] Estas canciones, como las de tantas luchas del siglo XX siguen cantándose.

Las luchas tienen sus propias bandas sonoras, donde las canciones tienen un autor, pero terminan siendo patrimonio de los colectivos. A lo largo del mundo y en distintos idiomas. Podemos recorrer el siglo XX desde This land is your land a Get up, stand up pasando por “El pueblo unido jamás será vencido”, “A desalambrar” o “La marcha de la bronca”. Una larga lista que cada cual puede actualizar, según su historia e ideología.[7] Sus efectos en las “movilizaciones” pueden palparse. Por ejemplo, es muy conocido el discurso de Martin Luther King, “Tengo un sueño”, que cerró la manifestación del 28 de agosto de 1963. Fue el final de una marcha en Washington por el trabajo y la libertad a la que concurrieron entre 200.000 y 300.000 personas. ¿Qué pasó antes del discurso? Música, mucha música. Entre ellos, Joan Baez cantó la versión más multitudinaria de la historia de We shall overcome. Intervinieron Bob Dylan, Peter Paul and Mary, entre tantos otros. Justo antes del discurso de King, participó la cantante góspel Mahalia Jackson. Al terminar, le dijo: “Martin, háblales de tu sueño”. En ese clima producido por la música y los cuerpos, King empezó a improvisar su famoso discurso, que hubiera sido imposible sin la experiencia musical colectiva.

Esos momentos de compartir dicha emoción da potencia de ser a todos y cada cual en ese momento. En los encuentros, en las calles y en las plazas. Los cuerpos son atravesados por las músicas que potencian colectivos. Por eso, las revoluciones tienen muchas músicas, tradiciones, cancioneros y bailes.

Los cuerpos bailan y cantan al compás de los cambios.

Donde la música, como siempre, es mucho más que sonidos.

 

[1] El título está tomado de la primera frase de Vialette, Aurélie, “La armonía de las cacerolas”, en http://blogs.elpais.com/tormenta-de-ideas/2012/12/la-armon%C3%ADa-de-las...

[2] Para algunas historias sobre la función de la música durante los totalitarismos durante el siglo XX se puede consultar Fairclough, Pauline, Twentieth-Century Music and Politics, Ashgate, Farnham Surrey, ebook edition, 2013.

[3] Quignard, Pascal, El odio a la música, op. cit.

[4] Blanning, Tim, op. cit., pág. 394 y siguientes.

[6] Vialette, Aurélie, op. cit.

[7] Una historia de las canciones de protesta en el siglo XX, centrada en EE.UU. y Gran Bretaña, se encuentra en Linksey, Dorian, 33 Revoluciones por minuto: historia de la canción protesta, op. cit.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2017