Como mexicano escribir un artículo para una revista argentina sobre un tema determinado por los editores implica enfrentar las diferencias en la construcción de una disciplina, en este caso el psicoanálisis, en nuestros respectivos países, aunque ambos se ubiquen dentro del subcontinente latinoamericano. El problema empieza desde las denominaciones comunes: los mexicanos decimos “alberca” y los argentinos “pileta”; en el campo profesional hablamos de “fronterizos o border- line” a los casos que los sureños prefieren denominar “patología de borde”. Como en México no es común la denominación de “identidades débiles” desconozco si se trata de un término genérico pensado por los editores para abarcar un rango amplio de problemas emocionales y mentales o corresponde a un término psicopatológico de uso común. Preferí no aclararlo para contrastar las diferencias culturales mencionadas y abarcar ambos sentidos.
Rycroft (1995) define a la identidad como “el sentido de que uno continúa siendo una entidad distinguible de todas las otras” y la considera como sinónimo probable de autoconciencia, así como equivalente subjetivo del yo.
La difusión de la identidad se determina cuando la persona no logra una percepción clara y razonablemente objetiva de sí misma y no logra suficiente diferenciación entre el yo, los otros y el contexto social, lo cual produce un grado alto de influenciabilidad
Identidad débil es un término que, para cualquiera que tenga formación psiquiátrica, remite inmediatamente al dato que se considera central en el diagnóstico descriptivo de los trastornos, personalidades o caracteres fronterizos o border-line: la difusión de la identidad.
Este término lo introdujo Erick Erickson (1950), un psicoanalista de origen alemán nacionalizado norteamericano, con acentuado enfoque cultural, que tuvo como interés central investigar temas del desarrollo de la personalidad, incluyendo el desarrollo posterior al enfoque biopsicológico planteado por Freud. Erickson consideraba que la construcción de la personalidad es continua a lo largo de toda la vida y es fuertemente influenciada por el contexto social, con un punto crítico del desarrollo en la adolescencia donde la identidad cristaliza en algunos o, en otros, deviene en difusión de la identidad.
La difusión de la identidad se determina cuando la persona no logra una percepción clara y razonablemente objetiva de sí misma y no logra suficiente diferenciación entre el yo, los otros y el contexto social, lo cual produce un grado alto de influenciabilidad y, por la falta de contención del yo, datos de impulsividad. La difusión puede abarcar a la identidad sexual. También suele generar inconsistencia en relación a principios y valores.
Otto Kernberg (1975, 1977, 1989, 2004, 2012), psicoanalista de origen alemán-chileno emigrado a Estados Unidos, abordó el mismo tema desde otra perspectiva, la de los niveles de organización del carácter desde un enfoque postkleiniano, diferenciando dos grandes grupos: los edípicos o neuróticos y los preedípicos: fronterizos y narcisistas, dando lugar a la identificación de entidades psicopatológicas que no se habían precisado de manera suficiente con anterioridad.
El psicoanálisis se inicia a partir de la teoría freudiana donde, como patología psíquica sólo se concibe el modelo de las neurosis, de tendencia inhibitoria, con sus mecanismos de defensa intrapsíquicos organizados alrededor del conflicto entre distintas instancias, predominantemente entre la satisfacción de los impulsos sexuales y agresivos y su control, ajustado a las necesidades de la convivencia social y los mandatos culturales.
La evolución del psicoanálisis en sus más de cien años de existencia ha mostrado el pasaje de problemáticas centradas en el control excesivo, inhibitorio, de los impulsos sexuales y agresivos al predominio de caracteres infantilizados con comportamientos donde destacan la impulsividad y la fragilidad en algunos y la omnipotencia y egoísmo en otros. En los casos más graves de inmadurez, denominados fronterizos simbióticos o de nivel bajo, el síntoma de difusión de la identidad destaca por su importancia y produce personalidades adhesivas, ambiguas y “gelatinosas”. Los caracteres fronterizos de nivel alto suelen tener una apariencia neurótica aunque en un examen más fino se encuentra en ellos una mezcla de defensas primarias y de las más evolucionadas propias de los neuróticos.
Se promueve en la sociedad la conformación de caracteres preedípicos, caracteres distintos a aquellos de la época freudiana que tuvieran su prototipo de consulta en las neurosis histéricas y las neurosis obsesivas
En el área de la sexualidad pueden mantenerse formas infantiles e inhibidas, o desinhibidas con la plasticidad de formas vinculares que da la conservación del polimorfismo sexual originario, que va -como en general todo el desarrollo humano- de lo indiferenciado a lo diferenciado. Por eso no es raro en la actualidad que una persona en terapia psicoanalítica nos comunique (siendo mujer, como ejemplo) que ya no tiene novio sino novia y se maneje temporalmente como si siempre hubiera sido lesbiana. O que un hombre, seductor incansable de mujeres, diga cada tanto “que ya necesita penetrar a un homosexual”.
Esta misma inconsistencia aparece en el tema de principios y valores que suelen ser faltos de claridad y firmeza, o francamente ambiguos y con facilidad para la transgresión. Todas estas manifestaciones como expresión de la falta de desarrollo y debilidad del yo y del superyó.
Ahora bien, estas características determinan efectos personales e interpersonales que dificultan la vida, pero no quitan la inteligencia y los talentos propios de cada persona por lo cual un buen número son personas consideradas normales y algunas llegan a ser muy exitosas.
Kernberg ha descrito en sus publicaciones los mecanismos de defensa intrapsíquicos que suelen tener estos caracteres, defensas de tipo primario centradas en el mecanismo de escisión o disociación y diferentes, por tanto, a los más elaborados propios de los edípicos.
Ahora la patología no radica en las inhibiciones del Superyó, sino en la dependencia, impulsividad y falta de control propias de una falta de desarrollo del Yo y el Superyó en los caracteres fronterizos, y en la grandiosidad y hedonismo sin límites del Self narcisista
Por mi parte yo he agregado la observación de que estos caracteres se mantienen, aún en la adultez, en formas vinculares semejantes a la etapa infantil de intensa dependencia entre el hijo y la madre, que se puede mantener extemporáneamente con la persona original o desplazarse a otra persona que actúa como estabilizador y organizador externo, sustituyendo funciones del aparato psíquico del sujeto. Como consecuencia predominan en estos caracteres infantilizados las defensas interpersonales para el control del ambiente familiar y social por medio de comunicación no verbal y dramatizada o figurativa, semejante a la tenida en la relación temprana del bebé con su madre. Claro, ajustado a las nuevas necesidades donde el llanto del bebé, por hambre, para solicitar el alimento que la calme, cambia a la manipulación adulta, pero infantilizada, para obtener atención, apoyo, amor, control sobre otros u otras necesidades a satisfacer. Por esas razones no domina el por qué del conflicto intrapsíquico freudiano, sino el para qué de los intentos de manipulación del ambiente interpersonal.
El capitalismo financiero actual, centrado en el mercado, no requiere tanto énfasis en la producción como en la fase de capitalismo industrial, sino en el consumo, y genera dos tipologías predominantes: la de los caracteres fronterizos, influenciables y dependientes, que conforman la gran masa de la población manipulable por los políticos, comerciantes y medios de difusión masiva, así como la difusión de rasgos narcisistas en toda la población y la conformación en algunos de ellos de francos caracteres narcisistas, que en un buen número de casos son los encargados de manipular a las masas sin mayores sentimientos de culpa, de esa culpa y esa responsabilidad tan anacrónicas en el posmodernismo. Es decir, se promueve en la sociedad la conformación de caracteres preedípicos, caracteres distintos a aquellos de la época freudiana que tuvieran su prototipo de consulta en las neurosis histéricas y las neurosis obsesivas. Ahora la patología no radica en las inhibiciones del Superyó, sino en la dependencia, impulsividad y falta de control propias de una falta de desarrollo del Yo y el Superyó en los caracteres fronterizos, y en la grandiosidad y hedonismo sin límites del Self narcisista. La inhibición y el placer no suelen ser problemas, sino la falta de realismo y de eficiencia operativa, así como la dificultad de profundización en la visión de sí y de los otros y en la asunción de compromiso en los vínculos afectivos.
Estos problemas han existido desde el pasado y tenemos algunas referencias históricas sobre ello. Por ejemplo, Louise Weber (la Goulue, la golosa) bailarina del cancán parisiense que Toulouse-Lautrec inmortalizara en un afiche de propaganda del Moulin-Rouge en pareja con Valentín el deshuesado, famosa por su fogosidad y voracidad alimentaria y alcohólica -que diera origen a su sobrenombre- apareció, muchos años después, obesa y prematuramente envejecida entre las histéricas de Charcot y hoy quedaría diagnosticada más bien como fronteriza de nivel bajo. La misma diferencia de diagnóstico se ha aducido por algunos autores en el famoso caso freudiano del “hombre de los lobos”. O sea, la patología preedípica no es nueva, pero esta etapa histórica de conjunción de neoliberalismo y postmodernismo la ha incrementado de manera exponencial mediante su promoción de ideales individualistas, narcisistas, hedonistas y consumistas.
Pero todos podemos ser fragilizados en nuestra identidad y convertirla en “débil” mediante la manipulación regresiva vigente en la actualidad, que describimos a continuación.
La cultura de masas se ha definido como aquellas formas de expresión cultural que atraen a los individuos en condiciones donde se encuentran influenciados por masas reales o fantaseadas, es decir, en condiciones donde la psicología de las masas opera sobre ellos (Kernberg, 1998), de esta manera la cultura de masas contemporánea se caracteriza por la manipulación de las masas y el consecuente control social de las mismas. Para ello las masas no tienen que estar reunidas físicamente en el mismo lugar, el mismo efecto psicológico se logra cuando, por ejemplo, multitud de televidentes individuales -cada uno en su hogar- ven el mismo noticiero o programa televisivo de diversión, o se conectan en internet para la misma noticia o fuente de información. La industria del entretenimiento a través de la prensa, radio, cine y televisión, redes sociales, así como las discotecas, son la expresión contemporánea más acabada de este fenómeno, así como el deporte como espectáculo.
El autor señalado correlaciona la visión que surge de la cultura de masas, asentada en el convencionalismo y conformismo, con el mundo interno de la etapa de latencia del niño, es decir, esa etapa que transcurre entre los cinco y diez años de edad.
En esta época el Superyó, instancia intrapsíquica de autocontrol que deriva de los valores familiares y sociales, todavía no se independiza de la moral de los padres y de la Cultura, mostrando una hiperdependencia de nociones morales convencionales en formas muy simplificadas, como el bueno y el malo de la película, sin matices ni contradicciones. Simultáneamente, hay deseos y fantasías de independencia y poder que hacen que el niño/a se interese por las historias de aventuras, con héroes e ideales que proporcionan modelos de identificación al futuro.
El neoliberalismo que produce condiciones que impactan todos los ámbitos, donde perdemos importancia como ciudadanos para quedar como meros consumidores sujetos al imperio del mercado
El estímulo al narcisismo produce el bloqueo cultural al desarrollo del Superyó y, además, el estímulo a los caracteres narcisistas que suelen tenerlo poco desarrollado, todo esto logrado a través del deterioro cultural de la función paterna que plantea y estimula valores que rigen el comportamiento personal (y de la consecuente pérdida de las exigencias sobre los hijos derivadas del ejercicio de esta función, y que, en casos extremos -cada vez más frecuentes- llega a la abdicación del sentido mismo de la exigencia), del colapso de la familia como sistema de guía moral y de la gratificación instintiva inmediata con ausencia de un sentido de responsabilidad individual. Esto lleva a un circuito contemporáneo terrible, propio del neoliberalismo y la postmodernidad: el trabajo anónimo complementado con el entretenimiento de masas también anónimo, en un clima cultural de irresponsabilidad.
Por su importancia para el fenómeno postmoderno de la cultura de masas, Kernberg señala que la formación de grupos preedípicos, o sea, de grupos que funcionan en un nivel de inmadurez, de infantilismo, “...puede provocarse también mediante el placer que se siente en la experiencia regresiva al formar parte de un proceso grupal, y por el goce de la fusión regresiva con los otros, derivado de los procesos generalizados de identificación en la masa”. Para ejemplificarlo acude al concepto de Canetti (1960) del gentío festejante. Y concluye, remarcando la infantilización: “El atractivo de la cultura de masas consiste en facilitar una regresión grupal inducida por el entretenimiento de masas, el cual se estructura para apelar al nivel de latencia...”
A esto hay que agregar la dimensión económica, el neoliberalismo que produce condiciones que impactan todos los ámbitos, donde perdemos importancia como ciudadanos para quedar como meros consumidores sujetos al imperio del mercado. La importancia económico-política de poder producir agrupamientos preedípicos, o infantilizados, mediante el placer de la experiencia regresiva es que reúnen un ideal capitalista de control social: son eficaces, rentables y reproducibles al infinito.
El círculo de control y manipulación social contemporáneo comprende, por tanto, varios elementos: una práctica empírica y una tecnología para producir agrupamientos preedípicos (con la psicología de masas correspondiente) como forma de control social eficaz, autosustentable y rentable, así como reproducible y variable, dando lugar a masas dependientes, conformistas y simplistas; un estilo de liderazgo compatible con estas formas de agrupación que se caracteriza por ser promotor y vendedor de ilusiones y que se aloja en líderes de estructura narcisista, a veces con expresiones abiertamente psicopáticas. Y, de manera destacada, el uso de los medios de difusión masiva como los instrumentos para lograrlo, así como una cultura consumista que promueve este estado de cosas por diversos mecanismos pero, destacadamente, por la producción social de deseos, para los cuales ya se han producido los objetos de consumo que, supuesta e ilusoriamente, los “podrán satisfacer”.
Bibliografía
Erickson, Erick (1950). Infancia y sociedad. Buenos Aires: Paidós, 1966, Segunda Edición.
Kernberg, O. F. (1975). Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico. México: Paidós, 1997
Kernberg, O. F. (1977). La teoría de las relaciones objetales y el psicoanálisis clínico. México: Paidós, 1988.
Kernberg, O. F.; Selzer, M. A.; Koeniggsberg, H. W.; Carr, A. C.; Appelbaum A. H. (1989). Psicoterapia psicodinámica del paciente limítrofe. México: Planeta, 1995.
Kernberg, O. (1998). Ideología, conflicto y liderazgo en grupos e instituciones. Barcelona/ Buenos Aires/ México: Paidós, 1999.
Kernberg, O. F. (2004). Agresividad, narcisismo y autodestrucción en la relación psicoterapéutica. México: El Manual Moderno, 2005.
Kernberg, O. F. (2012). The Inseparable Nature of Love and Aggression. Clinical and Theoretical Perspectives. Washington: American Psychiatric Association.
Rycroft, Charles (1995). A critical dictionary of psychoanalysis. London: Penguin Books.