El análisis es una experiencia. Esta experiencia se llama transferencia, donde no solo está el cuerpo del paciente, sino también el del terapeuta que lo implica en la contratransferencia. De esta manera se constituye la situación analítica ya que se instaura un espacio virtual de la cura que permite soportar la emergencia de lo pulsional. Esto que llamo espacio-soporte tiene un orden de realidad peculiar que debe ser entendido, desde una doble inscripción, como metafórica y al mismo tiempo libidinal y se configura a partir del establecimiento de un marco de referencia (encuadre). Este permite el funcionamiento del dispositivo analítico en el cual la relación terapéutica se define como relación cuerpo a cuerpo. Allí se deja hablar al cuerpo donde éste no habla de sí mismo, y el terapeuta habla también desde un cuerpo atravesado por la red de significaciones que se juegan en la contratransferencia-transferencia.
La transferencia se manifiesta tardíamente en la obra de Freud y lo hace en el desarrollo de una teoría y una técnica ya constituidas. Pero no sólo en la historia del psicoanálisis la transferencia está en segundo lugar, sino también en el tratamiento analítico.
Una acepción restringida de la contratransferencia es admisible remontándose a los primeros trabajos de Freud, que indican un conjunto de reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste. La transferencia aparece en el proceso analítico y se recorta sobre un espacio que permite soportar las manifestaciones pulsionales. Es a partir del mismo que debe considerarse que la transferencia en tanto concepto debe ser descubierta y pensada. Esto involucra al analista y al pensamiento analítico. El analista está directamente implicado y debe elucidar esa implicación. Ésta no se detiene en las emociones, sino en las razones de esas emociones.
Es que el analista no sólo es requerido por la transferencia, sino por todas las demandas que origina la situación analítica, entre ellas las que emanan de él mismo, de sus exigencias y de su pensamiento. Esto permite dar cuenta de una teoría extensiva de la contratransferencia -la cual se puede entender como una transferencia recíproca- que comprende todas las manifestaciones, ideas, fantasmas, reacciones e interpretaciones del analista.
La contratransferencia precede a la situación analítica a través del análisis personal del terapeuta, su formación y la adhesión a diferentes perspectivas teóricas, pero la misma no adquiere su verdadera dimensión hasta que se la verifica junto con las demandas internas nacidas de la situación analítica. Es allí donde la transferencia es descubierta y pensada desde la contratransferencia.
El trabajo con pacientes en situaciones de crisis me ha llevado a considerar de suma importancia el trabajo de la contratransferencia. Así, es posible utilizar las manifestaciones contratransferenciales en el trabajo analítico, pues, como dijo Freud, “cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual poder interpretar las expresiones del inconsciente en los demás”. Para ello se hace necesario el análisis personal, única forma de dar cuenta de lo resistido, la resistencia y las reacciones contratransferenciales para, de esta manera, poder utilizarlas como un instrumento terapéutico. Esto se impone en todo tratamiento, en especial en pacientes límite, con quienes, al trabajar con lo negativo, es necesario utilizar un nuevo dispositivo psicoanalítico diferente del recurso diván-sillón. En esta modalidad técnica es imposible no registrar las resonancias contratransferenciales. Negarlas puede hacer obstáculo en el tratamiento.
Desde esta perspectiva puede decirse que no hay objetividad en la práctica analítica, sino un trabajo sobre la subjetividad del analista a través de su propio análisis y del autoanálisis de la contratransferencia. Esta obligación permite sostener el principio de abstinencia, para así posibilitar la dirección de la cura. En cambio, la neutralidad como ilusión de una objetividad va a permitir la coartada de un análisis que se sostiene en una teoría y no en escuchar el deseo del paciente. La búsqueda de objetividad lleva a un retraimiento libidinal por parte del terapeuta de lo que está en juego en la transferencia. Ésta requiere, por parte del mismo, un compromiso subjetivo que solamente tendrá efectos terapéuticos en el permanente autoanálisis de la contratransferencia.
Es así como la ética particular que plantea la práctica del psicoanálisis sólo es posible a partir del principio de abstinencia. De esta manera el necesario trabajo sobre la contratransferencia demuestra la implicación del analista, un analista comprometido con su subjetividad, la cual remite a su pasión. Pasión en todos los sentidos de la palabra: pasión de los deseos, pasión apasionada. Por ello, es bueno recordar la frase de Ernst Jünger: “La pasión es siempre el índice de lo que hay que hacer, pero también de aquello a lo que hay que renunciar”.
*Este texto se basa en un capítulo del libro: Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999.