La familia desde la perspectiva del materialismo histórico: el pacman del romanticismo | Topía

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La familia desde la perspectiva del materialismo histórico: el pacman del romanticismo

 
Primera mención del Tercer Concurso Libro de Ensayo Topía - 2010

 

 

El Jurado compuesto por Janine Puget, Juan Carlos Volnovich, Emiliano Galende, Vicente Zito Lema y Enrique Carpintero dictaminó por mayoría de votos los ganadores del Tercer Concurso Libro de Ensayo de la Editorial y la Revista Topía - 2010. El primer premio fue para Masa y Subjetividad de Cristian Sucksdorf (libro publicado por la editorial Topía), la segunda mención La Excultura de Luciano Rodríguez Costa (publicaremos un capítulo en el próximo número) y la primera mención La familia desde la perspectiva del materialismo histórico. Una crítica marxista al oscurantismo de ayer y de hoy de Jorge Luis Brodsky del cual publicamos el capítulo I de la Segunda parte.

 

 

Dos décadas antes de que apareciera La policía de las familias, de Jacques Donzelot[1], la Antropología Estructural señalaba que “la familia, apoyada en la unión más o menos duradera y socialmente aprobada de un hombre, una mujer y sus hijos, es un fenómeno universal, presente en todos los tipos de sociedades”[2]. Esta es una primera aproximación -formal- a nuestro objeto de estudio.

La familia supone una alianza (el matrimonio) y una filiación (los hijos)[3], lo cual significa que “una familia no puede existir sin sociedad”. El incesto, como hecho de cultura, corresponde a una etapa ya avanzada de la evolución humana, dado que esta prohibición no compete a un fundamento biológico[4].

La aparición de la familia monogámica, más tarde, responderá a la necesidad de “asegurar la fidelidad de la mujer, y, por consiguiente, la paternidad de los hijos […] aquélla es entregada sin reservas al poder del hombre”. Si éste la mata, “no hace más que ejercer su derecho”[5].

Es el momento en que es derrocado el derecho materno, “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer fue degradada, subyugada, convertida en esclava de los apetitos del hombre, en un simple instrumento para la crianza de los hijos”. Esta posición inferior de las mujeres se habrá de manifestar sobre todo “entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aún en los de los tiempos clásicos”[6].

Aristóteles consideraba la familia como una comunidad (oikia u oikos) que servía de base a la ciudad (polis). Organizada en una estructura jerárquica, centrada en el principio de la dominación patriarcal, la constituían “tres tipos de relaciones calificadas de ‘elementales’: el vínculo entre el amo y el esclavo, la asociación entre el esposo y la esposa, el lazo entre el padre y los hijos”[7]. Con lo cual aparece incidiendo fuertemente el tema de la propiedad, lo que se reforzará aún más en “el tipo perfecto de esta forma de familia”, es decir, la familia romana[8].

En su origen, la palabra latina familia ni siquiera se aplicaba a la pareja conyugal y a sus hijos, sino tan sólo a los esclavos. Famulus quiere decir esclavo doméstico, y familia es el conjunto de los esclavos pertenecientes a un mismo hombre. “Esta expresión la inventaron los romanos para designar un nuevo organismo social, cuyo jefe tenía bajo su poder a la mujer, a los hijos y a cierto número de esclavos, con la patria potestad romana y el derecho de vida y muerte sobre todos ellos”[9].

Tan incontrastable era el nivel de autoridad del pater familiae, que en el derecho romano es él quien se autodesigna como padre de un hijo por adopción, al alzarlo en sus brazos. En consecuencia, la filiación biológica (genitor) apenas se tiene en cuenta si no es seguida por la designación por el gesto o la palabra. De lo que resulta que la paternidad natural no tiene significación en el derecho romano: “El niño que no es reconocido como su hijo por un hombre, aun cuando haya nacido de su esposa legítima y de sus actos, carece de padre”[10].

Vemos entonces que la propiedad privada juega un papel decisivo en la historia de la familia. La alianza y la filiación se subordinarán, de allí en más, a los intereses predominantes, legalizándose sólo aquello que congenie con los mismos a los efectos de la transmisión del patrimonio.

Así llegaremos al siglo XIX, en el cual en los países donde “la ley asegura a los hijos la herencia de una parte de la fortuna paterna, y donde, por consiguiente, no pueden ser desheredados -en Alemania, en los países que siguen el derecho francés, etc.-, los hijos necesitan el consentimiento de los padres para contraer matrimonio. En los países donde se practica el derecho inglés, donde el consentimiento paterno no es una condición legal del matrimonio, los padres gozan también de absoluta libertad de testar, y pueden desheredar a su antojo a los hijos”[11].

El desarrollo previo del capitalismo mercantil, las nuevas ciudades y, finalmente, la Revolución Industrial, habían traído sin embargo aparejadas grandes transformaciones en la organización familiar. Siguiendo un recorrido esquemático, podemos decir que la llamada familia conyugal “nuclear” o “restringida”, tal como la conocemos hoy en Occidente, fue la culminación de una larga evolución[12]: el núcleo padre-madre-hijos se separó de lo que constituía antaño las familias: “un conjunto, una casa, un grupo, que incluía a los demás parientes, los allegados, los amigos, los domésticos”, predominante estructura familiar -no la única- de la Edad Media e incluso Moderna[13].

 

La crisis de la organización familiar

La última etapa en la historia de la familia correspondería al de la “imagen invertida del padre”, con “un yo descentrado, autobiográfico, individualizado, cuya gran fractura intentará asumir el psicoanálisis a lo largo de todo el siglo XX”, puesto que la “familia autoritaria de otrora y la familia triunfal o melancólica de no hace mucho fueron sucedidas por la familia mutilada de nuestros días”[14]. “Es evidente […] que el principio mismo de la autoridad -y del logos separador- sobre el cual siempre se fundó la familia está hoy en crisis en el seno de la sociedad occidental”[15]. Y Roudinesco da cifras: el divorcio “sigue avanzando y un porcentaje cada vez más grande de la población nace en familias recompuestas”; en ciudades como París “hay más hogares individuales que familiares”; de 29,6 millones de personas que viven en pareja en Francia, 4,8 millones no están casadas; las familias monoparentales representan el 16% de los hogares con hijos[16]. Estamos, en síntesis, en presencia de un retroceso fenomenal de la conyugalidad tal como ésta se verificó hasta hace tres décadas; de la sociedad matrimonial en la que históricamente la mujer se subordinó al patrimonio y la capacidad económica del hombre para ordenar las relaciones al interior de la familia.

En la Argentina, el crecimiento de los hogares unipersonales no ha dejado de crecer. En 1991, 1.100.000 individuos daban forma a este tipo de hogares en la Argentina, pero desde entonces el incremento fue superior al 50%. Según las proyecciones hechas en su momento, la gente que vive sola debería estar llegando al 22% de los hogares totales en nuestro país este año[17].

Por supuesto, no es una tendencia de países aislados: en Estados Unidos, “donde los ‘solterones’ (o ‘solteronas’) equivalen el 30% de su población total […] la mitad de los hogares son unipersonales”. “En Suecia, por tomar un caso llamativo, representan más de la mitad de la población. En Dinamarca el 40%, en Inglaterra y Alemania el 36%, en Francia el 30% y en España el 12%”[18]

 

Familia obrera y crisis capitalista

La flexibilización laboral impuesta en las dos últimas décadas ha vulnerado la capacidad de cohesión de la familia obrera. Como unidad de consumo se muestra endeble, y como unidad socio-afectiva aparece impotente para frenar el avasallamiento de sus condiciones de vida. Durante la crisis de 2001-2002, la familia obrera fue superada en muchos lugares por formas de organización social y política que ponían el acento en la respuesta comunitaria, como es el caso de las organizaciones piqueteras, con sus redes de comedores y merenderos populares y sus formas de funcionamiento asambleario, en donde el rol de la mujer fue decisivo y protagónico.

Por eso resulta tan certera la denuncia del intento de “desarmar al movimiento piquetero, hacer regresar a la mujer a un hogar en ruinas y disolver el comedor como centro de organización”[19]. El mejoramiento de los índices económicos en la Argentina no modificó cuantitativamente la estructura de la pobreza, y el mantenimiento en cincuenta dólares al mes de los planes de ayuda social y su manejo clientelar, en medio de una inflación cada vez más gravosa, si bien apunta -entre otros objetivos- a desmoralizar al movimiento piquetero, en la práctica lo obliga a defender sus comedores y su participación en la distribución de planes de ayuda social. El problema excede a los desocupados, porque incluye a familias pauperizadas donde el jefe de familia tiene trabajo. Más del cuarenta por ciento de la fuerza laboral en la Argentina trabaja bajo un régimen de ilegalidad y evasión patronales, siendo esta informalidad (que cuenta con la complicidad del Estado) una de las razones gravitantes del atraso social.

En otros casos -incluso aquellos en los que actúan la Iglesia o ciertas ONGs-, la intención de preservar el tejido social con limosna y caridad no logra evitar el creciente deterioro de los núcleos familiares. El término que se acuñó para designar este proceso de disgregación es el de tribalización.

 

La familia tanática 

La familia burguesa (e incluso la pequeñoburguesa) ya no festeja tan sólo los bautismos, las comuniones, los cumpleaños de quince o los casamientos (familia y tradición), sino también los divorcios, es decir, el fracaso de la pareja, la confesada incapacidad de construir un proyecto de vida en común.

Entendemos que Roudinesco yerra el rumbo cuando plantea que “a los pesimistas que suponen que la civilización corre el riesgo de ser devorada por clones, bárbaros bisexuales o delincuentes de los suburbios, concebidos por padres extraviados y madres vagabundas, haremos notar que esos desórdenes no son nuevos -aunque se manifiesten de manera inédita- y, sobre todo, que no impiden la reivindicación actual de la familia como el único valor seguro al cual nadie puede ni quiere renunciar”[20].

En primer lugar, cuando la cantidad se transforma en calidad -los desórdenes aludidos que se manifiestan “de manera inédita”-, el dato no puede ser tomado a la ligera, como si fuese un elemento más del paisaje. El fenómeno amerita, al menos, una caracterización.

En segundo término, es erróneo confundir la “reivindicación actual de la familia” con la reivindicación de la familia actual. Si hoy resulta fashion hacer fiestas de ruptura matrimonial, es porque la sociedad ha entrado en una irrefrenable contradicción con lo que han sido sus valores históricos, y celebra su derrumbe ahogando en alcohol, stripers y banalización la deshumanización de relaciones en las cuales no existe nada que no tenga un precio, en tanto se pretende que sólo resulta posible disfrutar, ser y poseer acumulando y derrochando dinero, es decir, tirando por el retrete la explotación del trabajo ajeno.

¿Desde cuándo se festejan los fracasos? Desde el momento en que se vuelve trivial la experiencia compartida. El tiempo con el otro no vale nada, es leve, insustancial. Unicamente vale el tiempo que es dinero, ¡y el dinero se hace explotando y envileciendo al otro! La vida se mide por y a través de la prostituta universal: el dinero.

La burguesía -la verdadera, la de carne y hueso- tiende crecientemente a repudiar a la mismísima familia (paradójicamente, la familia burguesa), dado que en las condiciones actuales de desenvolvimiento histórico, la brutal competencia del mundo globalizado requiere de la emergencia de un individualismo a ultranza -la excrecencia ideológica de los Terminators-, individualismo que es antagónico de la más mínima expresión de interés social que se pueda rastrear en la sociedad capitalista. Y esa mínima expresión la representa la alianza matrimonial fundante de la familia, pero en cuyo seno los cónyuges se transforman, en tiempo récord, de amantes apasionados -o histéricos- en enconados rivales, disputándose el monopolio del placer, del poseer y hasta de la imagen (la Guerra de los Roses constituye una excelente radiografía -incluso harto superada- de cómo marchan los asuntos de familia en el capitalismo más consumado del planeta, que en su momentos se ocupó de vender a todo el mundo el “paraíso” enlatado de los Ingalls).

Estamos hablando de una tendencia que se acentúa a medida que se descompone la sociedad burguesa. La pregunta es: ¿está en condiciones la sociedad capitalista de proponer un modelo diferente de familia al que a ojos vista se disgrega?

Rotundamente no. Y la innovación jurídica que posibilita la confección de contratos prenupciales, con el explícito fin de predeterminar las condiciones económicas en que ha de producirse la ruptura matrimonial, es la confesión más descarnada de que lo que prima en la alianza conyugal es el cálculo y no el amor. En el amor, uno confía; en una sociedad comercial, lo importante es quedar a cubierto. El romanticismo burgués, como rasgo específico de un tipo histórico de relación conyugal, va quedando disuelto en la descomposición misma del mercado.

Que el capitalismo deba padecer estos conflictos al interior de la unidad doméstica, en momentos en que le resulta más imperioso controlar y centralizar los flujos sociales que van y vienen, y que agudizan sus contradicciones, sencillamente es una imposición de la realidad, a la cual controla cada vez menos y no más (como generalmente se supone). La burguesía no tiene ni puede disponer de valores de reemplazo para un período de agotamiento del modo de producción vigente (caída histórica de la tasa de beneficio) y, consecuentemente, de barbarie y retroceso de la producción tanto intelectual como moral que de él emana.

Resulta abstracto, por consiguiente, el planteo de Roudinesco, en el sentido de que la familia es “el único valor seguro al cual nadie puede ni quiere renunciar”. La autora no le da un contenido histórico-social a ese valor. En su libro no vamos a encontrar ninguna precisión: “Los hombres, las mujeres y los niños de todas las edades, todas las orientaciones sexuales y todas las condiciones la aman, la sueñan y la desean”[21], agregando que así lo muestran todas las investigaciones sociológicas. ¿Pero de qué familia está hablando? Porque todos aman, sueñan y desean a la familia, pero muy pocos la disfrutan. Más bien lo contrario: la mayoría ama, sueña y desea una familia ideal… pero sufre a la familia real.

Nuestra conclusión es que no se puede analizar el tema encuestando el imaginario colectivo y en clave absoluta. Para no volar de nube en nube, se precisa encuadrar la investigación en una perspectiva histórica.

 

Tribu y familia

“Desde el fondo de su desamparo, la familia parece en condiciones de convertirse en un lugar de resistencia a la tribalización orgánica de la sociedad mundializada”, sentencia Roudinesco[22]. ¡Vaya panorama! Lo que hasta hace un instante era “el único valor seguro” -la familia- resulta que ahora navega en “el fondo de su desamparo”.

Pero si lo orgánico es la tribu, entonces la familia es lo inorgánico (es decir, lo que carece de una organización y un orden). ¿La familia puede ser considerada, por lo tanto, un “valor seguro” y, encima, el “único valor seguro”? Si lo fuese, en todo caso lo sería en la esfera de lo ideal, en un plano donde pudiera proyectarse un “nuevo orden simbólico”[23]. Por el momento, y éste es el único dato al parecer objetivo que aporta la propia Roudinesco, la tribu la desplaza con ventaja, al punto de haber adquirido un carácter “orgánico” en la sociedad globalizada. Por consiguiente, diríamos que el retroceso de la familia monogámica y nuclear es apabullante.

Ahora bien, ¿qué familia es la que resiste? Si la sociedad globalizada es el resultado del dominio del capital financiero, la “familia que resiste” sólo puede ser aquella que es su víctima consciente, la familia del trabajador de carne y hueso que se politiza, luchando contra la extensión de la jornada laboral -que no permite educar a la prole ni cultivar la intimidad con la compañera o el compañero-; el retroceso salarial -que impide el esparcimiento familiar y el contacto con la cultura-; los despidos masivos, que cuestionan la propia supervivencia material de la familia obrera; la flexibilización laboral, que embrutece con exigencias y ritmos enloquecedores al trabajador, y le consumen toda su energía vital y predisposición; la reducción de los presupuestos de educación y salud, que condena a las más amplias capas de la población al analfabetismo y a la indefensión; la política de presupuestos militares exorbitantes, que promueve la carrera armamentística y la barbarie del género humano; la destrucción de los ecosistemas planetarios, que extingue los recursos naturales, contaminando el ambiente y agotando los medios necesarios para la vida; el gatillo fácil, que intenta sembrar el pánico sobre la juventud de los barrios, para que ésta no se organice ni intente pelear por un mundo mejor.

La familia que resiste -aquella que todavía, según la propia Roudinesco, no ha sido fagocitada por la tribalización- sólo puede ser, entonces, la que está volcada al interés social y político, luchando por preservar su humanidad -lo cual implica preservar la humanidad de toda la especie humana-, tratando de revertir la decadencia signada por relaciones históricamente agotadas. Una familia, por lo tanto, no replegada en sus problemas particulares (y su elevada cuota de celos, rivalidades y egoísmos). Al buscar soluciones colectivas, constituye la contracara de la familia liberal burguesa, pues fusiona -aunque incipientemente- su interés con el del conjunto social.

Para ser rigurosos, en un sentido burgués es una no-familia, porque restaura sus lazos con la comunidad, se abre a ella y se confunde con ella. Y en la medida en que la mujer, como en las organizaciones piqueteras, vuelve a ser la artífice principal -y no la sierva doméstica- de esta familia, estamos frente al embrión de una nueva organización social elemental que, observada en perspectiva histórica, restituye el sexo femenino a un lugar preferencial que trasciende el hogar.

 

Jorge Luis Brodski

jorlubro [at] arnet.com.ar ">jorlubro [at] arnet.com.ar

Profesor de historia

 

 

Citas bibliográficas y fuentes

 

[1] Donzelot, Jacques, La policía de las familias (tr.: José Vázquez Pérez y Umbelina Larraceleta), 2ª ed., Pre-textos, Valencia, 1998, 248 pp.

[2] Lévi-Strauss, Claude, “La Famille”, en Bellour, Raymond y Clément, Catherine [comps.], Claude Lévi-Strauss. Textes de et sur Claude Lévi-Strauss, París, Gallimard, 1979, p 95. Este párrafo está citado en Roudinesco, Elisabeth, La familia en desorden, Bs. As., FCE, 2003, p 13.

[3] Roudinesco, E., op. cit., pp 13/4.

[4] Roudinesco, E., op. cit., p 15.

[5] Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1986, p 52.

[6] Engels, F., op. cit., p 51.

[7] Roudinesco, E., op. cit., p 18.

[8] Engels, F., op. cit., p 51/2.

[9] Engels, F., op. cit., p 52.

[10] Roudinesco, E., op. cit., p 22.

[11] Engels, F., op. cit., p 66.

[12] Roudinesco, E., op. cit., pp 18/9.

[13] Roudinesco, E., op. cit., p 19.

[14] Roudinesco, E., op. cit., p 21.

[15] Roudinesco, E., op. cit., p 214.

[16] Roudinesco, E., op. cit., p 213

[17] En “La economía de los solteros”, El Economista, Año LII, N° 2764, Bs. As., 5/12/2003, Tapa.

[18] En “La economía de …”, art. cit., p 6.

[19] Rath, Christian, “El ‘plan social’ del gobierno. Respuesta obrera-piquetera”, en Prensa Obrera N° 835, 29/01/2004, p 3.

[20] Roudinesco, E., op. cit., p 213.

[21] Roudinesco, E., op. cit., p 213/4.

[22] Roudinesco, E., op. cit., p 214.

[23] Idem.

 

 

 

 

 
Articulo publicado en
Abril / 2011