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Conductas de riesgo. La relación física con el mundo

 

ÁREA CORPORAL

 

La editorial Topía ha publicado el libro Conductas de Riesgo. De los juegos de la muerte a los juegos de vivir del antropólogo y sociólogo francés David Le Breton. La gran repercusión que ha tenido entre los profesionales del área corporal nos ha llevado a incluir un fragmento del capítulo “Las pasiones físicas y deportivas del <extremo>”. Queremos destacar una frase donde muestra la claridad de su perspectiva: “El cuerpo es el ancla que tiramos en la profundidad de un mundo que no comprendemos y donde hay un enorme vacío. Un ancla que permite enganchar algo, construirse alrededor de una solidez que por fin ha sido encontrada”.

 

Los años 1970 han visto multiplicarse las actividades físicas y deportivas fundadas en un fuerte compromiso de los protagonistas con un esfuerzo sostenido, que requiera el conjunto de los recursos físicos y morales del individuo (Ehrenberg, 1991; Esprit, 1987; Gros, 1986; Le Breton, 1991). A la inversa de las actividades de vértigo, la pasión por el esfuerzo implica a menudo un espíritu grave, sin frivolidad. Es una forma de ascetismo que tiende hacia el dominio, al agotamiento metódico de las fuerzas. La apuesta consiste en someterse a la voluntad de este alter ego que es hoy el cuerpo (Le Breton, 1990). Aquí hay que ampliar la definición a una lucha contra sí mismo, en la medida en que numerosas prácticas físicas o deportivas son solitarias, o se desarrollan en condiciones de soledad para los concurrentes (raides, carreras a pie, jogging, etc.). Si bien el enfrentamiento consigo mismo es un rasgo privilegiado de estas prácticas, no excluyen la competición con los otros. El adversario puede ser combatido realmente al filo de una prueba breve o duradera, o de manera simbólica cuando las performances realizadas por otro están en los límites codiciados. Lo que importa es llegar más lejos, llevar el récord al punto más inaccesible, forzar algunas veces el cuerpo al filo de la ordalía para legitimar la existencia apostando sobre el esfuerzo, sobre ese casi nada sin el cual la vida no tendría este sabor.

El individuo es su propio adversario y reivindica esta dualidad, se mide con sus propios recursos, su sagacidad, su resistencia, sus nervios. Rémy Bricka, posado sobre esquíes acondicionados como flotadores adaptados al mar, partió sin agua ni víveres, arrastrando una barquilla de supervivencia detrás de él para la pesca y el sueño, caminó dos meses sobre el Atlántico, agotado, enflaquecido, enfermo. «Fue una eternidad, escribe, he querido empujar los límites de las posibilidades humanas (…) En la mañana, a pesar del descanso, mi cuerpo cada vez más débil, no reaccionaba y debía ejercerle violencia, intimándolo con la orden de levantarse durante un buen cuarto de hora. Luego, durante la jornada, me fustigaba sin detenerme para continuar caminando, pescando…» (Descubrimiento de la aventura, París, 1990).

Las competiciones tradicionales, que durante mucho tiempo convocaron el placer de medirse con los otros, hoy son desbordadas por pruebas que se desarrollan fuera de los estadios y donde los amateurs rivalizan con profesionales durante intensos torneos. Sin duda, para algunos concurrentes permanece el gusto por la competición, pero la mayoría aborda la prueba con la única preocupación de probarse que puede terminar la prueba (…) Nuestras sociedades de confort se apasionan con estas hazañas de largo aliento que ponen en evidencia a cualquier hombre: ejecutivos de empresas, empleados, instructores, profesores de educación física, kinesioterapeutas, médicos, trabajadores sociales, etc., quienes buscan en otra parte una intensidad de vida que les falta.

Empujar sus fuerzas hasta el límite, afirmar su resistencia a los elementos o la capacidad para controlar sostenidamente una máquina en condiciones de prueba: de mil maneras, el actor testea su determinación sin ignorar los efectos de la prueba superada en cuanto a fortalecer su sentimiento de identidad. Nueva escuela de moral social, que toma una importancia creciente en una sociedad donde la competencia es dura, donde el cuestionamiento está a la orden del día, es necesario administrar constantemente pruebas de las propias aptitudes (Ehrenberg, 1991). Si la fórmula del vértigo es «reventarse»[1], la que condensa la tendencia que aquí está en juego es «colgarse»[2] (…)

La resistencia ha tomado, en el contexto de crisis de los años 1980, un valor social creciente. Lo hemos visto, en la otra vertiente, el vértigo, sin ser oficialmente valorizado como la imagen de la resistencia, es también un resorte privilegiado de estas prácticas. Radicalizados, el uno y el otro funcionan como los dos «límites» más atractivos. Lejos de estar en oposición uno del otro, se juntan claramente bajo la forma de raids donde resistencia y velocidad, enfrentamiento y vértigo se mezclan inextricablemente. Ilinx y agôn son los dominios propicios para un juego metafórico con la muerte donde se desgrana ese incremento de sentido que da confirmación al valor de la existencia. Pero para ganar esta legitimidad, hay que aceptar ir hasta el final del camino, a veces con el riesgo de perder la vida. Haciendo el balance de una bella aventura, su marcha en solitario al Polo Norte, Jean-Louis Étienne observa: «Me ha ofrecido útiles potentes y preciados para este mundo: la notoriedad y la confianza, tanto en mí mismo como en los otros. También me inició en el camino que conduce al interior de sí, al descubrimiento de la otra mitad de la vida, aquella que se desarrolla dentro nuestro[3]»

Caminar, correr, esforzarse por largas distancias a través de geografías difíciles. Para garantizar la existencia, se va hasta el límite de la resistencia. Se quiere sentir al mundo golpear contra uno, a menudo en el exceso, el «desfondarse», el combate íntimo con el entorno. Poner a prueba el cuerpo y la determinación, constituye una vía de acceso al sentido. Asimismo, los individuos con capacidades especiales recorren el mundo con su silla, participan de todas las competiciones, todos los desafíos, para mostrar que «ellos también pueden hacerlo», que son hombres como los otros y que su diferencia o su enfermedad es sólo un elemento de su personalidad, no su esencia.

Al término de la prueba, el individuo encuentra el suplemento de sentido que dota su existencia, aunque sea por un instante, de unidad y plenitud. En relación al mundo, recupera el contacto simbólico con su entorno, se asegura sobre los «límites» que necesita para existir. Para conocer una transfiguración estrictamente íntima, hay que alcanzar ese yacimiento de sentido disimulado en el corazón de uno mismo, que se ofrece por un desgarramiento en la quietud de lo cotidiano. Requerido para hacer constantemente sus pruebas y sumiso al flujo de una evaluación social percibida como cambiante, versátil, el individuo se vuelve hacia la naturaleza, única susceptible de proveerle una referencia indiscutible. Los niveles de compromiso físico difieren de un protagonista y de una  actividad a la otra, lo mismo el grado de aproximación simbólica a la muerte que concierne de todos modos a la subjetividad.

La persecución del enfrentamiento no marca solamente la competición con el otro, aplica a sí mismo una determinación que no debe ceder frente a las dificultades o la fatiga. Se provoca el agotamiento para superarlo mejor. Las performances surgen bajo nuestros ojos como los panes del milagro. Toda tentativa es  “materia prima” de hazañas. Requerido para hacer constantemente sus pruebas, y en especial a sus propios ojos, en una sociedad donde las referencias son innumerables y contradictorias, el actor busca en una relación frontal con el mundo una vía radical de experimentación de sus recursos personales de resistencia, fuerza y coraje. Los niveles de performance, la capacidad de llegar hasta el final de la dificultad que él mismo se ha infligido, vienen a sustituir a las otras referencias para probarse una legitimidad de su existencia.

Simbólicamente está en juego una búsqueda de límites. Es una apuesta sobre el cuerpo y sobre la voluntad, en una relación aparentemente alejada de la muerte, pero que no excluye su irrupción sobre la escena de la prueba. El peligro está diluido en un cuerpo a cuerpo puesto a prueba en el emprendimiento que le preocupa llevar bien. No para ganar dinero o consideración, incluso si eso sucede a menudo, sino ante todo para sentir que existe, «probarse de qué es capaz», fortalecer un sentimiento de identidad en busca de referencias más consistentes. La falta de influencia sobre el mundo a través de la dificultad de simbolizar las circunstancias, lleva a una voluntad de intensa inmersión física sobre un registro limitado y provisorio donde el protagonista establece en otra parte su soberanía amenazada por todos lados. El límite físico viene a reemplazar los límites de sentido que no le otorga más el orden social (Le Breton, 1991, 2002). Lo que no puede hacer con su existencia, lo hace con el cuerpo.

 

Conductas de riesgo.

La relación física con el mundo

David Le Breton

 

Notas

 

[1] « s’éclater », literalmente : « reventarse », en el lenguaje popular se refiere al estado de excitación que producen ciertas drogas. (N. Del R.)

[2] « se défoncer », literalmente « desfondarse », en el lenguaje popular se refiere al estado contemplativo que producen algunas drogas. (N. Del R.)

[3] Jean-Louis Étienne, El polo interior, Paris, J’ai lu, 1999.

 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2011

Octavo Concurso de Ensayo Breve Topía