Abordaje crítico de su texto, Salvador Dalí mediante…
Por Eduardo Botero Toro
Psicoanalista
Infatigable en presentarnos por escrito su meditación reflexiva acerca de la relación entre la juventud y la cultura mediática y como ejercicio de implicación del psicoanálisis en el abordaje del horizonte de nuestra época, el psicoanalista argentino César Hazaki nos presenta su ensayo sobre el llamado sexting, fenómeno que el explica que “se trata de la unión de: a) sex (sexo) y b) texting (envío de texto)”. Un verdadero neologismo anglófono que describe la extensión de un fenómeno que captura la intención de muchos jóvenes en la actualidad consistente en subir a la web fotografías “de neto sentido sexual” de ellos mismos.
INOCENCIA O NEGACIÓN DELIBERADA
De entrada el ensayo de César advierte a sus lectores que no se puede invocar ni ingenuidad ni inocencia por parte de los jóvenes. No se puede asegurar que no estén al tanto del inmenso raiting que la pornografía tiene en la red.
Me parece que aquí se realiza un querer saber nada acerca de las probables consecuencias de un acto que bien puede racionalizarse como ignorancia (“yo no sabía que…”) o negarse deliberadamente. Y este querer saber nada o querer no saber, impermeabiliza todo el pellejo contra la penetración de las consecuencias de ser en el mundo, colocando el acto en términos de goce derivado de una probabilidad semejante a la que se juega en el acto de la ruleta rusa. En algún turno el percutor encontrará la bala, en algún día alguien, al acecho, encontrará su presa. Acto extremo, resonante con la pasión por experiencias de este tipo que postulan al exceso como la meta ideal.
Independientemente de la ignorancia o de la negación deliberada, lo cierto es que el mundo suele no restringir la dosis de goce que cada quien reclame para sí. Al mundo poco le importará la intención del acto de mostración de quien se postula abiertamente “alma bella” en busca de un “mundo hostil” (recordando a Hegel y una de sus formas de la locura). Expuesto en la red, será más fácil el encuentro con aquel percutor que anhela presas fáciles para reventar.
Accidentalmente tuve acceso en el móvil de una buena amiga que deseaba mostrarme unas fotos que le había pedido tomar, a una foto en la que aparece un espejo en el cuál se refleja una mujer en bikini que es la imagen de ella misma. No pude reprimir una pregunta acerca del hallazgo para bochorno de ambos, el mío por entrometido, el de ella por sentirse sorprendida en un acto que fácilmente, cualquiera lo infiere, significa algo más que una foto, pues, colocada en el móvil, la opción “envío” es una posibilidad al alcance. De inmediato el fantasma de otro emerge como intrigante destinatario de aquella imagen. Silencio absoluto: en medio del bochorno nadie resiste una palabra de más.
Es evidente que existe un afán deliberado, el de valerse de un sentido de la imagen de sí para obtener interés de otro o de otros. Pero este afán hace las veces de velo que encubre pero no oculta otra dimensión que escapa a la atención de quien se muestra. Porque la mostración representa la traducción del propio ser en la condición de falo destinado a conseguir reacciones en el probable visualizador de esa imagen. Los visos de un acto claramente exhibicionista se destacan aquí “auxiliados” para efectos de su multiplicación, por la tecnología informática. Tal vez la diferencia con el exhibicionista corriente sea que mientras en este el destinatario es otro singular a quien se le presenta develando lo oculto y derivando placer de su reacción, en el caso de quienes practican el sexting, el otro es fantasma múltiple sin exceptuar posibles sujetos singulares de los cuales se espera producir un interés específico.
CONDENSACIÓN ENTRE EXTIMIDAD Y ENCIERRO
César plantea claramente el vínculo que se produce entre la claustrofilia y el sexting. Esta es una temática novedosa con la que nos familiarizamos a lo largo de la lectura de “El Cuerpo Mediático”, libro que tuvimos oportunidad de comentar en meses pasados. El tiempo que los jóvenes pasan en el uso del combo TV-INTERNET, aproximadamente de dos días por semana (exactamente, en la Argentina, 42 horas), es un indicador de la tendencia a multiplicar los nexos sin necesidad de desplazar el cuerpo por la urbe, por el planeta entero. Un estudio del alcance de nexos con otros, probablemente indicaría que los mismos se restringen a aquellos con los cuales se tiene trato cotidiano, aunque el fenómeno de las redes sociales pone en evidencia la posibilidad de cuantificar el número de dichos nexos. Nunca antes se había estado a la vez más solo y más conectado con otros. Oportunidad indiscutible para que toda agorafobia se corrija artificialmente y los padres, ansiosos, se calmen creyendo que sus hijos estarán a salvo por permanecer en casa.
Pero el ámbito doméstico, más lo sabemos por el diablo que por Freud, sería escenario seguro si los padres promovieran el dejar ser de los hijos en lugar de privilegiar la perpetuación de su atrapamiento. Ya no se trata del crío que se desplaza desnudo, orgullosamente exhibicionista y provocador, por el apartamento, gozando jubilosamente mientras corre delante de su madre abochornada. Con el sexting, el angelito se vuelve desnudez para el mundo y, temeroso de todo contacto físico, de todo encuentro que ponga en riesgo su condición de su majestad el bebé, retorna a aquel acontecimiento en el cual está atrapado por la mirada orgullosa de una madre que lo ve –y trata- como objeto maravilloso, no importa que haya reemplazado la mirada materna por la mirada de un mundo fantasmal, no otro mundo que la proyección que él hace del valor de su propia imagen.
Mostrar “culos y tetas”, como señal de identificación con lo que prolifera en los media, atestigua que el gesto exhibicionista está destinado a propiciar un asombro. Asombro del que ni el que se exhibe ni el que lo mira, quieren saber nada al respecto, atrapados ambos por la fascinación con la imagen. “Espejito, espejito, dime: ¿quién es la más bella del mundo?” Esta, que más adelante será la misma que, disfrazada como anciana pobre, entregará la manzana narcotizada para apaciguar el furor promiscuo de la siete veces nombrada con pasión Blancanieves y, de paso, reconquistar el primer lugar en el ranking de la belleza y de la condición de objeto de deseo, será la que en últimas represente todo el afán narcisístico de una exhibición que procura no solamente la mirada asombrada de un mundo convertido en espejo, sino su texto de exhaltación y deleite.
El pequeño angelito no solamente renuncia a salir al mundo, sino que firma un pacto de fidelidad absoluta con la mirada que le concede su madre. Sustituto del falo como es…
LO QUE SE VELA SIN PODERSE OCULTAR
Aseguraré, como resultado de esta lectura crítica del texto de César Hasaki, y sin desconocer el valor probatorio de la inclusión del sexting, en la historia de la reproducción de las imágenes desnudas desde la invención del daguerrotipo, que desde el ofrecimiento del cuerpo del otro como oportunidad para el deleite sexual de quien lo mira, ni el que exhibe ni quien mira, logran estar al tanto de aquello que a ambos exalta en el deleite.
Creo que gestálticamente podemos asegurarnos de que una nueva versión de la represión se ha instaurado, esta vez no por la vía de la oscuridad y el ocultamiento, sino, por el contrario, por la vía de la explicitud y de la proliferación del desnudo, sabido como es que un objeto se hace invisible no solamente por que se oculta en la oscuridad sino por su brillo exagerado.
Las nalgas y los senos ideales, gestálticamente hablando, no son más que una repetición. La diferencia es el contenido de la frontera que separa a ambos (los senos, los glúteos), debidamente oculta para la mirada sin que nadie pueda asegurar su inexistencia. No es gratuita la asociación entre dinero en exceso, intervención de cirugía plástica de tipo estético y exhaltación de la religiosidad y del afán por hacerse a un lugar en el Pensamiento Único. “Me cago en Dios”… con el estiércol del Diablo… La expresión española no viene, como anillo al dedo, para refrendar lo expresado.
Pero contra toda tentación quevediana, no se trata del ano como si de otra cosa que esta velada, pero no oculta, en la repetición de la imagen de los senos y de los glúteos, tan populares en estos tiempos, tan abundantes que ya amenazan con perder todo encantamiento automático con su contemplación.
Me parece que Salvador Dalí, a través de su Joven Virgen Autosodomizada, retrata como ninguno lo que es la interpretación que pone en evidencia eso que es velado pero inocultable, imagen con la cual exhibicionista y voyeur, se asombran sin distinguirla, sin precisarla. Se trata del falo. Vaya la imagen como prueba.
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CONCLUSIÓN
No deja de insistir el recuerdo de la afirmación de Freud, en Introducción del Narcisismo, de que toda elección amorosa es fundamentalmente narcisista. En su gestalt, lo que es velado, resulta inocultable. Salvador Dalí así, con precisión psicoanalítica, lo devela y lo acentúa. Ni el exhibicionista ni el voyeur, como tampoco el enamorado ni el que está en duelo, logran identificar, con tal precisión, siempre de qué se trata, en el hallazgo o en la pérdida.
Un ejercicio rápido y arbitrario me llevó a confrontar cuántas entradas ofrece Google para la palabra “pornografía” aproximadamente 5.780.000 resultados en 0,27 segundos) y cuántas para otra temática, por ejemplo, “dramaturgia” (aproximadamente 1.250.000 resultados en 0,57 segundos.En otras palabras, cinco veces menos para dramaturgia que para pornografía y en un lapso mayor de tiempo de búsqueda para la primera. Es posible que los jóvenes desconozcan esta diferencia, es más, es posible que desestimen todo valor en realizar esta comparación, lo cierto es que resulta imposible concebir que ellos no estén al tanto de que una vez expuestos en la web, como imagen de claro sentido sexual, no evitarán quedar inscriptos en el vademécum de la oferta pornográfica dirigida a consumidores de la misma.