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SENTADO A LA MESA DEL LOBO

 

Sentado a la mesa del lobo

no hay fruto que me arroje al destierro.

El lobo es un prócer especial.

Cada uno de sus gestos

me abre la puerta del bosque.

Y me daría también la llave

si yo se la pidiese.

No es necesario ser bueno o ser malo

para sentarse a la mesa del lobo.

Sólo se requiere

saludar como todos los días

a nuestros propios asesinos.

Y tal vez algo más:

cavar un pozo en las colinas

para esconder nuestros amores.

Sentado a la mesa del lobo

a veces sueño que he dormido,

pero a veces me consume la dicha

de haber sido una pasión.
ASUNCIÓN DE MANDO

¿Qué le pondremos al rey?

¿Una corona de mirtos?

No, no, jamás.

¿Una corona

sonora?

No estaría mal. Pero no.

¿Un gran manto de azabaches?

¿Unas pantuflas de zorro?

¿La dentadura de tiza?

¿Una pelusa en la cola?

Por favor, risas no.

¿Un paisaje de Corot,

o mejor, de Fragonard?

Podría ser. Pero no.

¿Un fiel cinturón de acero?

¿Una corona de amianto?

No, no, tampoco.

Le pondremos un niño muerto.

Eso sí.

Y creerá que sueña.

HÉCTOR MIGUEL ÁNGELI

Nació en Buenos Aires en 1930. Ha publicado los siguientes libros de poesía:

Voces del primer reloj (1948), Los techos (1959), Manchas (1964), Las burlas (1966), Nueve tangos (1974), La giba de plata (1977), Para armar una mañana (1988) y Matar a un hombre (1991). Mereció el 3er. Premio Municipal (1977), el Premio Bienal (1977-1978) otorgado por la Fundación Argentina para la Poesía y la Faja de Honor de la SADE (1988).

 
Articulo publicado en
Septiembre / 2007