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Ser en la pobreza

 

Ser en la pobreza, en la agónica desmesura de todas las pobrezas; ser en el agua de la noche, pobreza sublime; por aterradora en la conciencia de sí, o fuera de sí, surco de la demencia que se refleja en el espejo turbio de una realidad de pobreza tan procaz como inocente, y cuya única justificación es haberse constituido en la paradoja más cruel de la muerte...

Ser en la pobreza, acontecimiento encadenado tras el origen de la sumisión, que se impone como condición de la misma existencia, y que la diluye y la opaca hasta que ella sea el mero límite de una sombra, puro eco sin espesura, así en la vida como en la muerte.

Ser en la pobreza, en la herencia sin inventario y en su persistencia, agravada y con usura, aún cuando el ser rompa los límites de la exterioridad de la pobreza y tras la agónica lamentación –música de un sufrimiento vivido como pura tragedia–, desnude y ponga a plena luz, sobre el mismo cielo, sobre el escenario sagrado de la belleza, la realidad profunda de la pobreza, la muerte que yace bajo la línea de flotación, dando un campo de producción (sirviendo como tal), a la maléfica naturaleza de unos hechos impuestos como la verdad del terror.

Ser en la pobreza, contradicción en carne viva, en tanto lo vivo de ese cuerpo en carnes es el espanto. Ya no hay aquí una manifestación de las apariencias de la realidad, siempre engañada y siempre engañosa; tampoco se trata de la vieja idea primigenia, anterior a todo, fundando y habilitando en su significado a la cosa en sí; o sea, ya no hay representación de lo que pudo ser o incluso debió ser en el universo moral, sino la esencia expuesta, tan viva y rotunda como cruel, del ser en la pobreza, en la monstruosa materialidad que ha tejido la historia; es el mejor símbolo, alegoría y mascarón de proa, metáfora por excelencia y núcleo de la persistencia en el eterno combate de la luz y las tinieblas; o dicho en otra lengua, ese enfrentamiento preciso entre clases sociales, cuyo inicio desafía el tiempo de las memorias y cuyo final no se avizora en esta época de consagración de los fetichismos, pero que igual, como pasado y futuro se cruzan y se cruzan en la existencia del hoy, con su potencia, su horror humano y su carga de muerte, una muchedumbre de muertes y de muertos que reboza lo humano. (La pobreza, bajo los mecanismos que la actualizan, es de una magnitud que supera la comprensión sensible y aún razonada del suceso –en tanto la razón tenga finalidad de bien común­–; el ser en la pobreza ya no es objeto de una idea, tampoco es un cuerpo, ni se lo trata como a un cuerpo, en la elemental aceptación del otro en un cuerpo; en nuestro sistema actual de representaciones es una forma más de la nada...).

Ser en la pobreza, ya no alcanza la denuncia veraz y beatífica de la situación en tanto crimen que se consuma en pétrea continuidad; tampoco logran pertinencia de eficacia en el desgarro la ilusión, la alucinación, y en otro orden la esperanza religiosa, teologal, piadosa y caritativa; ni siquiera como atajo en el camino de la eternidad, como consuelo devoto, como agua celeste y bautismal frente a lo atroz, de cara a lo insoportable en el rango de la boca de un demonio...

Ser en la pobreza, si el castigo fue divino con nombre de concupiscencia, o del abandono, siempre visto como voluntario, de las providencias en el cuidado del alma y del cuerpo; ser en la pobreza, pobreza vista como prueba suficiente para la condena terrenal: pobreza perpetua para el ser, ese cualquier pobre, criminal por excelencia del crimen de la pobreza...

Ser en la pobreza, ser en la situación de agonía extrema; aún antes de haber llegado, o de nunca llegar, al espacio de la conciencia de su agonía, espacio íntimo y como ningún otro público, salvo que enfrentemos la escena de la muerte o la escena del nacimiento, un nacimiento sangrante para la muerte, sangrante y sin mañana, colmado de obscenidad, en la verdad sin amor de la pura muerte.

Ser en la pobreza, relato del silencio cuando se humilla la palabra, sin más alternativa que sentarse en la puerta de la casa del destino para numerar los fantasmas, para juntar las lágrimas en un cofre de cristal y arrojarlas al vacío; las lágrimas, el cofre y la misma mano que arroja, y también a la historia que preceda las conductas, y a las historias y a las conductas en tanto órganos contables de todas las desgracias de la pobreza.

Ser en la pobreza, por un instante, eterno, libre del hierro que encadena a las lágrimas que encadenan, y así poner palabras a la acción, y así las palabras serán otra vez luminosidad de vida en el universo y el universo volverá a tener sentido y discurso en el silencio de una inmensidad sin nombre, tan ajena para los pesares de la criatura humana... (¡Ah!, criatura humana, ser de la pobreza a caballo de su alma errante en la impiadosa noche de la absoluta soledad).

Ser en la pobreza; será justo y necesario una rigurosa sumatoria de actos ungidos como calidad de un proceso en bien de la destrucción; conocimiento, sabiduría y destrucción –metódica y hasta el hueso– del sistema que naturaliza semejante realidad, cuyo emergente, su fruto visible y sufriente es el ser en la pobreza; y destrucción a la par –respetando el dolor y sofocando la alevosía– de la realidad interna, ya pervertida, ya profanada, del propio ser en la pobreza, puesto de cabeza contra la pared, desnudado como fenómeno en si mismo. (Hubo aquí fuerzas superiores, conscientes y fantasmáticas; estamos ante movimientos complementarios –en su musicalidad y poética– de un proceso hondamente dialéctico de creación, por más que la libido de su espiral nos arrastre hoy y aquí hacia el infierno...).

Ser en la pobreza, motivo, interrogante y respuesta para la debida existencia de las construcciones sociales; ser en la pobreza, necesidad sin sustitutos de la épica fundacional; ser en la pobreza, incluido por desesperación y sacrificado por convicción ante cualquier catástrofe que concluya con piras funerarias, donde su cuerpo será el leño y su alma será el fuego; ser en la pobreza, destruido por la destrucción originaria de la pobreza, dolor de los dolores que deberá destruir como condición inapelable para construir los vínculos del amor, como si ellos fueran la deseada sinfonía de los vientos, el despertar de las mañanas en las fronteras del mar, las alegrías con labios de luna en los confines del alma, potenciando una a una todas las alegorías de la vida, hasta llegar a la última e irreductible pasión...

Ser en la pobreza, en la existencia sin existencia, sin experiencia categorizada por la calidad histórica de sus actos; atado al vacío para vivir sin memoria, para que cada acto naciera y muriera permanentemente, en una cataratas sin fin que no deja huella ni permite la rememoración, hasta que el sufrimiento se reproduzca en una totalidad sólo habilitada para el sufrimiento y el sufriente no sea más que portavoz del acto, sombra del acto, ajenidad extrema; así no habrá entierros ni duelos; así no se escucharán himnos de guerra ni canciones de paz; nada más que el grito en la agonía y el silencio para después de la muerte; muerte que en su arrogancia y su desmesura, anclada en la orfandad del ser en la pobreza, llega a prescindir de la anterioridad de la vida: el ser en la pobreza ni siquiera será un instante reconocido para la muerte en su tiempo que no necesita del tiempo...

Ser en la pobreza, ajeno al goce de sus pasiones estimuladas unas tras otras, hasta construir su libertad, su conciencia como ejercicio de las potencias del ser; ser en la pobreza, más arrebatado que nunca, más víctima de su desesperación, porque las pasiones deshuesadas de su sentido se inmortalizan como hielo sin los límites de un sol; ser en la pobreza, sumido en la sumisión que lo victimiza hasta privarlo de su condición de víctima, incapaz de superar su cuota de horror, en tanto el reconocimiento de dicha condición al menos lo humaniza, lo habilita como sujeto de una pasión triste.

Ser en la pobreza; como depósito de la enajenación y como soporte de su propio debilidad; debilidad que lo consume y aterra, y finalmente lo entrega atado de pies y manos a la violencia como acontecimiento superior, que al recibirla lo destierra de sí, y al ejercerla sin destino de vida (aún la muerte merece un destino de vida) lo extingue en sí, fuera de sí y fuera de las otras víctimas, sujetadas todas en la rueda del infinito...; ajenas cada una de ellas a las vías crucis que anteceden y continúan, y así y así, tiempo en el tiempo...

Ser en la pobreza; ser por fuera del ser, privado del proceso del saber, que sospecha de su saber, que renuncia a un presunto saber –legalizado y aún legitimado en las funciones y prerrogativas del Poder–, y que incluso critica por principio lo que el saber lo invita a ser como sujeto adaptado a la verdad; ser en la pobreza, que no puede ser en sí sin el ejercicio de una conciencia de sí, que apele hasta lo definitivo, en las demandas extremas de la subjetividad y en las potencias de un ser en los otros, para el reconocimiento y el apoderamiento del ser en el mundo, como imagen sensible, virtuosa y definitiva de todo su mundo; o sea: un ser en la pobreza, un ser de la tristeza cargando con la condena de ser en el agua para la sed, como si la sed fuera la razón del agua, sin escándalo...

Ser en la pobreza; he aquí la cruel paradoja: un ser en la pobreza dando normalidad, legitimando desde el fondo de su humillación la vida que se le arrebata, esa vida en la vida que se consume, día tras día, gota tras gota, como si el único sentido para la vida del ser en la pobreza fuera hacer entendible la realidad del espanto; cuando todo sucede agónico, desesperanzado, mientras cada momento es parte de la muerte como certeza por fuera del ser, como un canto que acontece lejos del canto, como una danza que sorprende dormida a la bailarina, como una tristeza profundísima anterior al mínimo y fugaz conocimiento de la felicidad...

Ser en la pobreza, en el único espacio donde ocurre la identidad de la víctima; una identidad obligada, perentoria, puesta a punto en el vaciadero de lo humano mismo, donde la víctima paga por su existencia sobreviviendo; allí, en los socavones de la degradación; allí donde termina la conciencia para que nazca la degradada esperanza de la riqueza, último Dios dominante que el ser en la pobreza como dominado puede pensar sin el horror de la muerte, sin escándalo...; allí mismo, en la naturaleza del pavor, mientras los cuervos engullen los restos putrefactos de una derrota trágica...

Ser en la pobreza, estar sujeto a la pobreza y a sus consecuencias como una víctima que se somete a su propio crimen; ser en la pobreza; historia de un ser negado en sí mismo, negado del gozo, del deseo y la redención que otorga la belleza, como condición de existencia cuando termina el silencio...

Ser en la pobreza; obligado, dependiente, sin decisión ni siquiera opción; privado hasta de su legítimo odio y de su doloroso amor; o sea: un ser en la pobreza expuesto sin remedio a la pobreza de su ser, un ser que deberá minimizar su presencia hasta cobijarse en los extramuros, en los huecos de una originaria animalidad que aún persiste en el terror, esa sombra que cubre su frío y su hambre, obligado día a día a la extrema crucificación: dejar de ser para que un perpetuo acreedor, perpetuo dueño del bien y de los bienes se instale en el mundo por él, asuma su representación y en el final viva por él.

Ser en la pobreza; la acción sucede lejos del espíritu del ser en la pobreza, aunque la acción lo involucre en sus grandes daños, en el estallido de la conciencia, en la locura vivida en un espacio de intereses ajenos que igual lo dañan, porque siempre choca con cada una de las normas que impone el poder de la época, y que harán entrar en su cabeza –letra tras letras– , si es preciso con sangre...

Ser en la pobreza; la misma vida que se despide, como un niño que subido a su barco agita su mano detrás de nubes que no son nubes; así también el ser en la pobreza dice adiós a la vida, en un sacrificio apasionado; lo más cruel aquí es que nadie lo escucha y él tampoco lo sabe...

 

 

Vicente Zito Lema

Poeta, dramaturgo y periodista

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Articulo publicado en
Agosto / 2009

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