No es lo mismo la memoria que el recuerdo. Una de las premisas que Freud instala con fuerza es que nada se olvida. Cada palabra oída, cada imagen vista deja en nosotros una marca que no se podrá borrar. Se podrá reescribir, podremos posicionarnos distinto frente a esa marca, pero ahí estará. Esta marca, que Freud da en llamar “huella mnémica”, nunca más será eliminada. Claro está que hablar de la inscripción de una huella no es hablar de la inscripción de una percepción: hay una creación subjetiva en la memoria. Algo de esto deja entreverse en la frase freudiana que reza que toda realidad es realidad psíquica.
Si bien estas huellas no podrán borrarse, no obstante, pueden intentar ocultarse, velarse, esconderse del recuerdo. ¿Porqué esconder una huella en la memoria? Porque la memoria no es armónica, no es reproducción lineal, la memoria está cargada de conflicto, de tensión. Se libran en su interior luchas de poder, en las que los distintos contingentes no cuentan con el mismo caudal. Aquellos que logran obtener supremacía, los poderes hegemónicos, difunden algunas verdades y ocultan otras, contrarias a sus intereses.
Cuando escondemos una marca, eso que se intenta velar puede aparecer de otra forma, aparecer no como recuerdo, sino como repetición, como acción. Mientras mayor es la resistencia que nos genera una pieza de la memoria, mayor será sustituido el recordar por el actuar. Con miras a no repetir la historia, nuestra apuesta apunta a insistir con el recuerdo.
Recordemos que en Latinoamérica históricamente distintas voces se disputan el derecho a los territorios. Encontramos, por un lado, los pueblos originarios que han habitado ancestralmente las tierras, las han transitado, trabajado y vivido por distintas generaciones. Entre otras voces que han pugnado por el territorio encontramos las potencias europeas, los estados nacionales latinoamericanos que se independizaban, diversos poderes económicos.
¿Quiénes tienen derecho a un lugar? Augé define un lugar como un espacio cargado de historia, identidad y socialidad. Con ciertos recorridos que allí se desarrollan, con un lenguaje que lo caracteriza, donde aquello que sucede le importa verdaderamente a quien lo transita. Un lugar es aquel que habito con todo mi ser, con mis pasiones, deseos, con mis verdades. Es también aquel en el que me encuentro con otros, en encuentros verdaderos, no contactos fugaces, efímeros y vacíos. Los espacios no son necesariamente lugares desde esta perspectiva. Justamente, Augé define a la posmodernidad como productora de no lugares, espacios donde los individuos, como espectadores, no están necesariamente implicados en aquello que está sucediendo. Donde ni la identidad, ni la relación, ni la historia tienen verdadero sentido.
De esta manera, cuando pensamos en las posibilidades de acceso a los suelos podemos observar que las oportunidades son desiguales y escasean las normativas que regulan este derecho, quedando en muchas ocasiones librado a los flujos del mercado y poderíos económicos, en detrimento de la historia social y comunitaria de estos territorios.
En este escenario de tensión y conflicto, la desaparición de una persona nos convoca a recordar la historia argentina.
Recordar nuestra historia nos invita a una construcción y reconstrucción de la memoria colectiva, en una acción que no es sin consecuencias. No somos los mismos luego de algunas vueltas por el recuerdo. Recordar es una experiencia que nos transforma, nos permite reflexionar acerca de nuestro pasado para inventar presente y futuro.
Así, la desaparición nos remite a otros momentos de la Argentina en los que el poder conferido al Estado por la sociedad civil era utilizado para perpetuar todo tipo de violación a los derechos humanos.
La represión, tortura y muerte acontecían en consonancia con procesos de desarticulación de formas de organización colectivas y fragilización de lazos sociales. Como modos de procesar la otredad aparecían la sospecha, la destrucción. Sospechar de lo colectivo, enfatizar el aislamiento, la soledad, la individualidad.
No podemos dejar de recordar que frente al estrago aparece también la invención. Declarado el estado de sitio, ante la orden de “circular”, las Madres de Plaza de Mayo se movilizan tomadas de los brazos en derredor de la plaza. Ante el trauma y la muerte, la búsqueda colectiva de la vida, filiación y justicia.
El sometimiento es la aceptación acrítica. No hacemos preguntas, acatamos, nos ordenamos bajo ciertos imperativos que se nos imponen como taxativos. Ese es el proceso de la hipnosis, someterse a un mandato, estando dormidos.
La ética del deseo nos sacude, nos conmina a despertar.
Es así que nos interpela sostener una pregunta colectiva que nos convoca a recordar para no repetir:
María Eugenia Padrón es Psicoanalista. Docente e investigadora (UCSE – UTN). Magister en Psicoanálisis (UBA). Maestranda en Desarrollo Territorial (UTN)