El legado de esta pandemia 2020-2021 es aún incierto. Algunas cuestiones son claras, otras todavía imprevisibles. Atravesamos un acrecentamiento del “sálvese quien pueda” en todos los órdenes de la vida. En un nivel, una guerra de vacunas fruto de la “libre competencia” que también reina en el campo de Salud. Esto lleva a que los países más ricos sean los beneficiarios de las pocas dosis que se pueden producir de acuerdo a las leyes del mercado que no contemplan el conjunto de la comunidad. Y en este “todos contra todos” ni siquiera alcanzan para evitar los avances y las mutaciones del COVID-19. Las muertes continúan sumándose. Debemos destacar que los gobiernos de derecha matan: Donald Trump con los 500.000 muertos en EEUU superó las muertes de sus ciudadanos en las dos guerras mundiales y Vietnam; Bolsonaro, en Brasil, ha producido una catástrofe sanitaria de consecuencias imprevisibles con más de 250.000 muertos. Dentro de los propios países se suceden escándalos, tal como el del “vacunatorio VIP” en la Argentina. Estos se multiplican en distintos países y regiones. En otros niveles, -sociales, etarios, familiares y subjetivos- esta misma lógica nos atraviesa. El macabro juego del “yo-yo” del capitalismo tardío está llevando al aumento de los efectos de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva en todos los órdenes de la vida. No por la biología del virus, sino porque una comunidad que aísla y fragmenta tiene números concretos. Para citar un ejemplo, el aumento de los suicidios, en especial en adolescentes. Si bien estos datos no se suelen dar en la argentina podemos decir que en México encontramos alrededor de un 20% y el de las mujeres en Japón alrededor de un 15%. El incremento de la pobreza, la desocupación y la indigencia en todo el mundo lleva a diversos procesos desubjetivantes (depresiones, violencia, ansiedad, etc.).
Este número de Topía está dedicado casi en su totalidad a poder desentrañar aquello que nos está dejando esta pandemia en el tejido social y ecológico y en nuestra subjetividad desde distintas perspectivas y lugares del mundo.
Enrique Carpintero, en su artículo editorial “Ponerle luces a la oscuridad” denuncia cómo “la pandemia puso en evidencia la necesidad de pensar cómo construimos un sistema social y ecológico que deje de considerar a los seres humanos y a la naturaleza como mercancía”. Y que “con el desarrollo productivo alcanzado en este siglo XXI es suficiente, con una parte mínima de este capital, elaborar y suministrar las vacunas a todos los habitantes del planeta si se liberan las patentes como bien de la humanidad.” Lise Gaignard, una psicoanalista francesa especialista en la cuestión del trabajo, devela el entramado que sostienen los cambios en el mundo del trabajo, donde todos nos uberizamos, y que “la virtualización del trabajo responde a una vieja fantasía del empresariado, deshacerse de los cuerpos, deshacerse de la gente.” El historiador y economista colombiano Renán Vega Cantor nos relata en su texto “Inesperados visitantes durante la cuarentena. La llamada de la vida animal”, cómo el denominado “capitaloceno que surgió hace unos cinco siglos también es un tanatoceno (era de la muerte y la matanza) no solo de seres humanos sino de animales.” El artículo “La imposición de la felicidad o la rebeldía.
Los caminos del Cyborg” de César Hazaki nos sumerge en un mundo que ha cambiado para siempre. Todos somos cyborgs. La cuestión es qué cambió: “el canto a la singularidad obnubiló la solidaridad, la hizo invisible a los ojos. Solidaridad que sólo la rebelión puede volver a poner en escena.” Marcelo Rodríguez en “¿Quieres ser Elon Musk?” analiza desde este personaje la sacralización de la tecnología y se pregunta si “podemos frenar esa ideología avasalladora que impera en el desarrollo tecnológico, y que no es algo técnico”, sino ideológico y político. Ricardo Silva afirma cómo el 2020 fue el año del estallido del principio de realidad, donde “la ruptura de los encuadres donde depositar las ansiedades más arcaicas lleva a la consecuente ruptura de la realidad conocida”, donde terminamos “no sólo más disociados, sino también fragmentados, confundidos, asustados, aislados, la mayoría más empobrecidos en una sociedad con mayor desigualdad.” Mirta Zelcer analiza los múltiples efectos de la pandemia y los confinamientos en las familias. Entre los fenómenos que analiza van desde cómo la libido y las identificaciones se volvieron a concentrar en los cuerpos de los progenitores hasta los efectos de las pantallas en los vínculos familiares. Héctor J. Freire nos regala un tránsito por los films donde el protagonista es el mar, luego de un año donde el mar se pudo ver desde las casas. Desde el Área corporal, Patricia Mercado comparte sus reflexiones en “Cuerpos en pandemia, apuntes de una vigilia”.
En Topía en la Clínica, Silvia Gomel analiza el aumento de la violencia familiar durante la cuarentena, donde afirma cómo “la convivencia forzosa tiene la posibilidad de adquirir características traumáticas, no necesariamente por alguna forma de abuso sino por una especie de intoxicación del psiquismo por la otredad”. Carlos Alberto Barzani aborda un fenómeno que va en aumento en adolescentes: tener relaciones sin preservativo y el incremento de contagios de enfermedades de transmisión sexual. Y sus consecuencias en el trabajo clínico psicoanalítico “en un mundo donde lo que se valora es el individualismo de la ‘felicidad privada’ -‘cojo y no me importa lo que le pase al otrx’-”.
En la sección Debates en Salud Mental abordamos distintas facetas de uno de los efectos del biologicismo: el relegamiento y descuido de nuestra Salud Mental. Marilen Osinalde, en “El virus y las relaciones de poder” analiza cómo “se construyó y estableció la idea que la propagación del virus se genera en reuniones sociales, pero no en los empleados de fábricas que desde que comenzó la pandemia siguieron trabajando.” Y a la vez, las políticas públicas implementadas han dejado de lado el impacto en la salud mental. Ornella Saccomanno examina los efectos de la cuarentena en el Hospital Moyano de la CABA. Al establecerse la cuarentena, se comenzó a protocolizar la atención donde se les impedía atender siquiera telefónicamente a los pacientes: “el manicomio es el lugar donde todo puede empeorar en cualquier momento.” Laura Ormando aporta un relato personal en carne viva sobre el siniestro descuido de los trabajadores de Salud Mental en los Hospitales Públicos. Una radiografía de lo que sucede en las entrañas del campo de Salud Mental atravesando la pandemia.
Además, en este número incluimos un texto de Ricardo J. Schmidt que aborda la importancia del acompañamiento terapéutico para el trabajo comunitario: “Paradoja en las prácticas “inclusivas” en salud mental. Hospitalocentrismo, cotidianeidad y acompañamiento terapéutico.” Y la habitual columna de Tom Máscolo: “Organizar la rabia: #NiUnxMenos por violencia”.
En mayo de 1991 salió el primer número de nuestra revista. Su título sigue siendo actual: “Psicoanálisis en la crisis de la cultura”. Allí afirmábamos que “Topía se propone como un espacio de reflexión donde el psicoanálisis, al no pretender transformarse en una cosmovisión, se puede encontrar en un diálogo fecundo con otras disciplinas de las ciencias, las tecnologías, con los movimientos sociales y ecológicos, con terapias alternativas que dan respuestas a situaciones puntuales.” 30 años después avanzamos en nuevas producciones y nuevos encuentros. En nuestra revista, nuestra editorial, los diferentes lugares-topías que hemos abierto con ustedes: seminarios, diálogos, presentaciones. También en promover la producción, como en el Séptimo Concurso internacional de Ensayo 30 años de Topía que cierra el 30 de agosto de 2021.
En estos tiempos difíciles, donde el poder hegemónico nos quiere llevar a que predomine el todos contra todos, el pensamiento crítico permite encontrar nuevas formas de resistencia y lucha, en todos los sentidos. Quizás de esta manera podamos ponerle luces para avanzar en medio de la oscuridad.
Hasta la próxima.
Enrique Carpintero, César Hazaki y Alejandro Vainer