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Nora, la bella irlandesa

 
El lado oculto del gran amor de James Joyce

Philippe Sollers es un escritor francés de una extensa trayectoria. Formó parte de los fundadores de la revista Tel Quel, reconocida internacionalmente. Formó parte de toda una generación creativa de intelectuales franceses, siendo amigo de Jacques Lacan, Louis Althusser y Roland Barthes, a quienes describió en su novela Femmes (1983). Se casó en 1967 con la psicoanalista Julia Kristeva. Escritor de numerosas novelas y ensayos. En este caso publicamos un texto inédito en español especialmente enviado para nuestra revista.

 

Se llamaba Nora Barnacle, su nombre evocaba al ganso salvaje, era una bella irlandesa de veinte años, cabello pardo-rojizo, ojos azules, voz grave y sonora, aire andrógino, paso equilibrado y orgulloso. Era camarera en un hotel de Dublín. En la calle, un día, conoce a un hombre de veintidós años, delgado, refinado y mal vestido, que le declara en seguida que él posee talento. Se fugan juntos a Suiza, a Italia y a París, no se casarán sino hasta veintisiete años más tarde, tendrán dos niños de destino apagado y trágico, vivirán constantemente en el exilio en una solidaridad tumultuosa, como dos anarquistas determinados y, a pesar de sus desdichas, muy alegres. Este curioso compañero de Nora es escritor, sólo ella tiene el derecho a llamarlo Jim. Y él le impedirá, con bastante frecuencia, dormir. ¿Por qué? “Jim está allí escribiendo su libro. Yo me voy a la cama y este hombre se instala en la habitación de al lado y continúa riéndose de lo que escribe. Entonces, golpeo a la puerta y le digo: ‘Vamos, Jim, para de escribir o para de reír’.”

Como todos los grandes escritores, Joyce eligió su manera de ser incomprendido en vida para ser indefinidamente interpretado después de su muerte. Su singularidad consiste en haber suscitado apasionadas devociones femeninas: mujeres le dan dinero por escribir, aunque sus libros les parecen escandalosos u oscuros. Nora, en este dispositivo, es la actriz esencial y por mucho tiempo descuidada. Al desconocer su papel, y el libro de Brenda Maddox2 lo demuestra, uno se condena a no ver en Joyce más que a un puritano victoriano de comienzos del siglo o a un universitario de nuestros días. Llevando a su Penélope con él, este nuevo Ulises invertido confisca a la vez su país, la historia de ese país y las raíces de su lengua. Un cuerpo y un acento de mujer condensarán el todo hasta el mito universal. Molly Bloom, Anna Livia Plurabelle: Nora se encuentra tejida en estas grandes partituras con respecto a las cuales Madame Bovary o Louise Colet se convierten en personajes de opereta provinciana. Nora, que amaba la música como su imposible marido, hará componer para el entierro de éste, en 1941, una corona de follaje en forma de arpa. Ella no lo habrá leído, pero lo entendió perfectamente.

La escena más extraordinaria de esta novela privada se sitúa en 1909: es la correspondencia obscena entre Nora y James que sólo será publicada en forma de libro hasta 1975.3 Estas cartas van a perturbar y chocar violentamente a los especialistas, a la familia y a los amigos de la familia, en particular a Samuel Beckett. Estamos en el corazón de la central nuclear del Ulises: “Mi pequeño pájaro follador”... “Mi dulce pequeña puta”… Y helo aquí: “Dime las más pequeñas cosas sobre ti, por más obscenas y secretas y asquerosas que sean. No escribas nada más. Que cada frase esté llena de sonidos y de palabras sucias. Todas ellas son igualmente encantadoras de oír y de ver sobre el papel, pero las más sucias son las más bellas.”

Lo más sorprendente no es que Joyce le haya escrito estas cartas a Nora, sino que ella le haya respondido en el mismo tono, “y peor”. Las cartas de Nora se encuentran perdidas u ocultas. Una bomba. Pero su reflejo permite asir en vivo el proyecto de Joyce de inventar una nueva aleación entre lenguaje trivial ininterrumpido (la famosa ausencia aparente de puntuación) y la epopeya lírica. El “pájaro follador” es también “mi espléndida flor salvaje de los setos, mi flor azul noche inundada de lluvia.”

Es Nora, indudablemente, quien permite a Joyce una inversión del Fausto de Goethe (y de toda la tradición demoniaca en teología). Cuando Molly es definida como “la carne que siempre dice sí” (en lugar de “el espíritu que siempre niega”),4 se trata de un descubrimiento sin precio. Cuando despose a Nora, en 1931, por conveniencia jurídica, Joyce, para definir su profesión de esposo, no pondrá “escritor”, sino “rentista”. ¿Su descubrimiento? La carne siempre dice sí en la superficie para decir mejor no en profundidad. Y Nora podía, en efecto, en última instancia, aceptar el lenguaje de Ulises en privado, pero no en público. Ella no leerá el libro y Joyce se lo reprochará (sin razón): ella sabe demasiado bien de dónde proviene.

“Nora, escribe Brenda Maddox, estaba totalmente libre de todo sentimiento de culpa, una de sus más grandes seducciones a los ojos de Joyce.” Todos los testimonios concuerdan: ella guardaba para sí su ironía con respecto a él, un hombre no es más que un hombre, pero ella lo amaba. Lo que no le impedía decir, de vez en cuando: “Quisiera no haber conocido nunca a alguien con el nombre de James Joyce.” Y en otra ocasión: “Mi marido es un santo.” Los testigos de esta última observación (los Jolas) concluyen en seguida que Nora quiere hablar de su ausencia de relación sexual con él o incluso que Joyce se ha vuelto impotente. Esto era ir un poco rápido en el sentido de su propio deseo (pero es cierto que, como otros protestantes, ellos se escandalizarán -¡cuántos escándalos!- por el retorno de Nora, para terminar, a la Iglesia católica).

Que su mujer haya estado a menudo exasperada por la vida nómada de Joyce, su borrachera impasible, su escritura incesante, su manía de distribuir propinas exageradas, su megalomanía (justificada) que va a costarle la razón a su hija y su vida social a su hijo, no hay ninguna duda. Y, sin embargo, ella lo sigue, su más mínimo regalo le encanta, lo acompaña a la ópera y al Fouquet's y cuando el ataúd, en Zúrich, desciende en la tumba, dejando el rostro visible a través del tragaluz, ella exclama, ante el asombro general: “¡Jim, vaya si eres bello!” Después de lo cual, lo que ella tiene que decir a los visitantes curiosos de la obra de su compañero, se resume en esto: “De seguro le gusta el cementerio en donde está. Es muy cerca del zoológico. Se oyen rugir los leones.”

Sublime Molly, sublime Anna Livia: basta con volver a abrir esas páginas con su acento para devolver en el acto a la nada la mayor parte de los balbuceos que obstruyen aún, infantilmente, las novelas. Como si, a través del furor del siglo, una mujer libre hubiera permitido demostrar que sólo el amor en música es importante y no “la fuerza, el odio, la historia, todo eso” (Finnegans Wake).5 Última imagen: el banquete de 1939 para festejar la aparición del libro.6 Joyce le regaló a Nora una aguamarina cargada, para él, de todo el poder simbólico de sus frases. Ella se levanta y dice: “Jim, no he leído ninguno de tus libros, pero supongo que voy a estar obligada a ver lo bien que se venden.” Brenda Maddox comenta: “Nadie ríe. Cada uno sentía el peso de los pasados años de hambre, de pobreza y de enfermedad que los dos Joyce habían atravesado juntos...”

Traducción de Sergio Salgado

 

Notas

1. "Nora, la bella irlandesa" Tomado de La Guerre du Goût, París, Gallimard, Col. Blanche, 1994, pp. 464-467.

2. Brenda Maddox, Nora, Albin Michel, 1990 (N. del A.). Versión original: Nora. A Biography of Nora Joyce, Londres, Hamish Hamilton, 1988. Existe versión en español de Roser Berdagué: Nora Joyce, Barcelona, Plaza & Janés, Col. Ave Fénix. Serie Mayor, 1994 (N. del T.).

3. Cartas de amor a Nora Barnacle, versión en español de Carlos Millet F. y Bernardo Ruiz, Puebla, Premià editora, Col. La nave de los locos, 1990 (N. del T.).

4. En la carta que Joyce dirige a Frank Budgen desde París el 16 de agosto de 1921, puede leerse: “Penélope” es la clou del libro. La primera oración consta de 2500 palabras. Hay ocho oraciones en el episodio. Comienza y acaba con la palabra femenina . Gira y gira como la enorme bola de la tierra, y sus cuatro puntos cardinales son los pechos, el culo, la matriz y el coño femeninos expresados por las palabras porque [because], fondo o culo [bottom] (en todas las acepciones: botón de abajo, el último de la clase, fondo del mar, fondo de su corazón), mujer [woman], [yes]. Aunque probablemente sea más obsceno que ningún episodio anterior, a mí me parece perfectamente sano, pleno, amoral, fertilizable, indigno de confianza, cautivador, agudo, limitado, prudente, indiferente. Weib. Ich bin der [sic] Fleisch der stets bejaht” (Cartas escogidas. Volumen II, versión en español de Carlos Manzano, Barcelona, Lumen, Col. Palabra en el Tiempo, 1982, p. 117). La sentencia que Joyce escribe, precisamente, en alemán, y que podemos traducir como: “Mujer. Yo soy la carne que siempre afirma.”, se opone punto por punto a la sentencia proferida por Mefistófeles en el “Acto I” del Fausto de Goethe: “Ich bin der Geist, der stets verneint!” (Faust. Der Tragödie erster Teil, Husum/Nordsee, Hamburger Leshefte Verlag, Col. Hamburger Leseheft, 2005, p. 40), que podemos traducir como: “¡Yo soy el espíritu que siempre niega!” (N. del T.).

5. “Force, hatred, history, all that”; estas palabras provienen, en realidad, del Ulises (Ulysses. Annotated Student Edition, Londres, Penguin Books, Col. Modern Classics, 2011, p. 432) (N. del T.).

6. Tras diecisiete años de trabajo, Finnegans Wake apareció, en forma de libro, el 4 de mayo de 1939 (N. del T.).

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Articulo publicado en
Agosto / 2015