Una zoilez fracasada es un accidente deplorable;
es una flecha que vuelve sobre sí misma,
o al menos os corta la mano al salir;
una bala cuyo rebote puede matarte.
Charles Baudelaire
Ejerzamos la zoilez que Charles Baudelaire (1999) invitaba a practicar: la crítica violenta, hasta maliciosa en el sentido intelectual, aunque no por eso se pierde del todo la idea de aporrear a quienes -como dice Baudelaire- son cómplices del error, cómplices de la estafa. Hablamos entonces de los actores capaces de ejercer la rebelión en contra de la cultura de la simulación, los jóvenes y que, sin embargo, no lo hacen.
Versa un lema por demás interesante y acuciante en la película Güeros (2014) de Alonso Ruizpalacios: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”. En definitiva, la experiencia del trabajo psicoanalítico con jóvenes favorece nuestra pregunta inaugural: ¿los jóvenes han dejado de rebelarse ante el mundo adulto? Nuestra hipótesis es la siguiente: viven ensimismados en los nuevos medios tecnológicos lo que impide, en gran medida, que levanten la voz. Para esto, precisamente el capital ha puesto a su alcance las herramientas tecnológicas con el propósito de favorecer la enajenación del sujeto y si es de los más jóvenes, mejor.
Los jóvenes viven ensimismados en los nuevos medios tecnológicos, lo que impide, en gran medida, que levanten la voz
La antirebelión de la cual hacemos mención, se refiere al hecho de que los jóvenes del face, del twitter, del whatsapp, se encuentran sumergidos en un océano ilimitado de alcances tecnológicos vanos. Haciendo alusión a Lipovetsky (1986), dichos aditamentos, que en cierto momento se constituyen como una extensión del propio cuerpo del sujeto, son experimentados como una suerte de contenedor para suturar precisamente el vacío fundante del que habla el psicoanálisis, en tanto sujeto en falta. En otras palabras, y con toda la intención de ser muy claros al respecto, los dispositivos tecnológicos de ahora, en la idea superflua de eliminar la sensación de la falta en la persona, se propone como el medio para lograrlo a través precisamente de hacer creer, ilusión mediante, que se tiene todo al alcance de un click. El joven expondrá su experiencia mediante discursos auto complacientes tales como: “si nadie me hace caso, en el face tengo la oportunidad de decir lo que siento, de sentirme escuchado”. Discursos que son dirigidos al vacío, pues no hay un intermediario en cuerpo real que esté escuchando.
Aquí ocurre algo que es muy sencillo de discernir, el sujeto se privatiza así mismo, se vuelve un testigo mudo de su propia existencia, en tanto no hay contacto con el otro semejante. Se justificará diciendo, o diciéndose, mejor dicho, que sí hay comunicación con otros, que sí tiene amigos, en fin, que sí hay otro mundo fuera de él. Pero como decíamos, la clínica analítica no está para engañarse, y lo que escuchamos es crudo y muestra otra realidad: el síntoma.
Ante la poca o nula metabolización de la pulsión que sólo puede dirigirse hacia un objeto llamado otro-humano, se concentra en su origen, no tiene salida, se auto inunda, provocando un exceso de malestar en el sujeto
Ante el alejamiento del otro semejante, un alejamiento que tiene que ver con la distancia entre cuerpos, surgen un sinnúmero de síntomas a nivel individual que, posteriormente, tendrán su repercusión a nivel social, pues como señalara Freud (1921), entre la historia de un sujeto y la historia de la sociedad, no existe diferencia. Pero regresemos, ¿de qué tipo de síntomas estamos hablando? Ante la poca o nula metabolización de la pulsión que sólo puede dirigirse hacia un objeto llamado otro-humano, ésta, la pulsión, se concentra en su origen, no tiene salida, se autoinunda, provocando un exceso de malestar en el sujeto. Aquí nos referimos primordialmente a la vía sexual, como camino cerrado, obstaculizado premeditadamente por el propio sujeto, aspecto que desde principios del siglo XX, Freud (1908) develara:
“No es arriesgado suponer que bajo el imperio de una moral sexual cultural puedan quedar expuestas a ciertos daños la salud y la energía vital individuales, y que este daño, afligido a los individuos por los sacrificios que les son impuestos, alcanza, por último, tan alto grado que llega a constituir un peligro para el fin social.” (p. 1)
Y es desde esa moral sexual cultural -traducida hoy como el esquema general aceptado de relacionarse por parte de los sujetos-, que se encuentra una línea que se enlaza con la práctica clínica cotidiana, donde efectivamente, el ambiente actual de la vida posmoderna se apologiza en el des-contacto del sujeto con su mundo. No es extraño que los pacientes se quejen de su incapacidad para establecer relaciones de carácter amoroso, y cuando tienen la oportunidad de vivir una relación, se muestran impotentes para tomar una decisión o en su defecto, escuchamos la terrible postergación de lo que desean en “beneficio” del trabajo o de una supuesta libertad individualista que, obviamente, raya en el hedonismo. Para Byung-Chul Han (2014), estamos frente a La agonía de Eros, lo que se traduce en peligro de extinción del amor y, con ello, el misterio, la fantasía, el erotismo y, en gran medida, la protesta política, pues si no hay índice de deseo, es decir, de interesarse por los otros, cómo puede haber ganas de protestar, de rebelarse. En palabras del mismo autor, escuchemos lo siguiente:
“El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos del yo y del rendimiento, es un orden social del que ha desaparecido por completo el Eros. La sociedad positiva, de la que se ha retirado la negatividad de la muerte, es una sociedad de la mera vida, que está dominada tan solo por la preocupación de ‘asegurar la supervivencia en la discontinuidad’. Y esa vida es la de un esclavo.” (p. 23)
La vida de un esclavo que, como apuntara Foucault (1984), es la vida donde el sujeto no se responsabiliza de sí mismo, no hay un cuidado de sí. Si no ocurre en la mente del sujeto el deseo de cuidar de sí para poder estar con otro, de preocuparse de otro, ¿cómo podría siquiera pensar en la posibilidad de reunirse con otros para sugerir que un mundo mejor puede necesitarse? Y esto sirve para cuestionarse: ¿dónde quedó Eros, el amor?
En el embeleso del sujeto al objeto tecnológico, se pierde la capacidad de movimiento en torno a las relaciones de poder
Sobre el amor, en la película The lobster (2015), se reflexiona en tanto existe la carencia de amor, en la problemática actual por establecer relaciones amorosas, tanto es así, que se proyecta una sociedad en la que a los individuos se les obliga vía legal y judicial a conseguir una pareja. Se les otorga cierto tiempo y, de no hacerlo, si no hay compatibilidad, entonces son convertidos en animales, lo que en cierta medida pone fin a la preocupación de buscarse una “pareja adecuada”. La película, que resulta por demás chusca en su propia esencia surrealista, es una crítica a la cultura de la simulación, un reflejo que intenta mostrar la incapacidad del sujeto actual por entablar algo que debiera ser tan humanamente cotidiano como la relación amorosa, pero que en la realidad que se está viviendo, resulta por demás complicado; lo que en gran medida viene a coincidir con el supuesto de la agonía de Eros.
La frase tan trillada: “el Internet acerca las distancias, pero distancia a quienes están cerca”, es algo que no se tendría siquiera que discutir. Las quejas en las familias -y que es tema recurrente por parte de adultos mayores que asisten a consulta-, al ver que en las reuniones familiares sus integrantes, todos o la mayoría, en lugar de estar con sus seres queridos, están inmersos en sus pantallas, con quién sabe qué “persona”, no deja lugar a dudas para suponer los alcances nocivos que tienen los medios tecnológicos: aislamiento, enajenación, distrofia emocional, indecisión, entre otros términos por el estilo, que en general desde el psicoanálisis serán nombrados como: síntoma.
Aunado al problema de las relaciones sociales, se agrega otro que imprime una novedad preocupante. En el embeleso del sujeto al objeto tecnológico, se pierde la capacidad de movimiento en torno a las relaciones de poder. Es decir, el sujeto más que nunca, se deja llevar por las “ventajas” de tenerlo todo a su alcance a través de dichos medios, lo que re-configura su posición como actor político, delimitando y muchas veces eliminando completamente, la manifestación de rebeldía. ¿Para qué rebelarse, si le dicen que lo tiene todo o que puede tenerlo todo? ¿Para qué levantar la voz, si como dicen: “llévatela leve, no te preocupes, no pasa nada”?
Si Lipovetsky (1986), exponía al sujeto posmoderno en la imagen de narciso a principios de los años ochentas, lo que presenciamos hoy, es la imagen total del hedonismo, vuelta en una criatura que deja de ser sujeto, en tanto no tiene lazos que lo aten con otros seres; no está sujetado a nadie. Una simple criatura que se limita a procesos básicos de vivencia. Necesidades que sólo requieren la autoregulación, inmediata claro, para que se sienta satisfecho. No necesita preocuparse, ¿para qué si hay un sistema que lo hace por él? En las ideas de Marcos Roittman (2003), el individuo contemporáneo ha establecido un trato infernal al confiarle su misma existencia al sistema de vida actual, llámese, capitalismo, neoliberalismo o globalización. Y en contradicción con lo que se espera sea resuelto por ese sistema, la realidad social nos ubica en otro sentido, el de que ni hay paz, ni felicidad, ni nada por el estilo. La lógica es pensar, por consecuencia, que no podemos confiar en el sistema que nos vende el trato, para supuestamente vivir tranquilamente y sin preocupaciones.
Retomando el lema de la película Güeros (2014), “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción”, consideramos que sin el espíritu revolucionario del joven, esto no podrá caminar más, el mundo se verá reducido a los cambios de consumo que el sistema arroja sin límites, porque esa es una de las características principales de la sociedad posmoderna: la saturación. Esto ya ubicado en el sujeto, se ha de traducir en un síntoma muy peculiar y por demás escuchado en la clínica psicoanalítica: la incapacidad de decidir, que ya transportado a la esfera social representa alcances preocupantes, pues estamos frente a la incapacidad del sujeto para expresarse al enfrentar el avasallador poderío del sistema tecnocrático. Zygmunt Bauman (2016) respondía en una entrevista al respecto de si los medios electrónicos y más precisamente, el Internet, constituía algún tipo de activismo como muchos jóvenes quieren suponer -mecanismo de defensa mediante-.
Atestiguamos cómo el sujeto agonizante de Eros, se mantiene alejado de todo aquello que pueda exigirle un gasto, como sucede en las relaciones amorosas y en las del orden de la amistad
Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionadas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Éstas las desarrollas cuando estás en la calle o vas a tu centro de trabajo y te encuentras con gente con la que tienes que tener una interacción razonable. Ahí tienes que enfrentarte a las dificultades, involucrarte en un diálogo.
De acuerdo a Bauman, y coincidiendo con lo que se escucha en la propia clínica con jóvenes, resulta más fácil, pero menos retribuyente el platicar por el face que acercarse a los amigos, hacer novias a través de las redes, “que al fin y al cabo, así no gasto nada”. Atestiguamos cómo el sujeto agonizante de Eros, se mantiene alejado de todo aquello que pueda exigirle un gasto, como sucede en las relaciones amorosas, y por supuesto, también en las del orden de la amistad. En otras palabras, el sujeto anti Eros, anti rebeldía, no quiere gastar nada, pues si gasta cree que pierde lo que tiene y que en realidad es nada, por lo tanto, se encuentra en una posición equivocada.
Dos cosas finales: primero, que el joven del que hablamos es todo aquel que así lo viva, no se trata de edad o de cierta escolaridad, mucho menos. Entonces esta zoilez, va para todos. Segundo: olvidemos que estamos ante un sujeto al que se le muere la rebeldía por causas externas, por ser víctima del contexto; el sistema, lo que sea que eso signifique, lo conformamos todos, así pues, aquí no hay víctimas. El sujeto es la suma de las decisiones que toma o no toma y, en la época actual, ese es uno de los grandes problemas que resuenan en la clínica y en general, en las calles melancólicas de la ciudad: los hombres han dejado de decidir y ahí radica la muerte de la rebeldía cuando no hay Eros, cuando no hay contacto corporal. Pero nuevamente la pregunta se hace presente con la esperanza de que alguien sea valiente y la intente responder: ¿dónde quedó Eros, el amor?
Referencias
Baudelaire, Charles (1999), Cuadernos de un disconforme. Bs.As, Errepar.
Bauman, Zygmunt (2016) Las redes sociales son una trampa. Recuperado de: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/30/babelia/1451504427_675885.html
Foucault, Michel (1984), “La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad”. Recuperado de: http://www.revistas.unc.edu.ar/index.php/NOMBRES/article/viewFile/2276/1217
Freud, Sigmund (1908), “Moral sexual cultural y nerviosidad moderna”. En Obras Completas, Tomo IX. Bs. As, Amorrortu, 2001.
Freud, Sigmund (1921), “Psicología de las masas y análisis del yo”. En Obras Completas, Tomo XVIII. Bs. As., Amorrortu, 2001.
Han, Byung-Chul (2014), La agonía de eros. Barcelona: Herder.
Lanthimos, Yorgos (Director) (2015), The lobster [Película]. Grecia, Reino Unido: A Film4, Irish film Board.
Lipovetsky, Gilles (1986), La era del vacío. Barcelona, Anagrama, 2006.
Roittman R., Marcos (2003), El pensamiento sistémico: los orígenes del social conformismo. México, Siglo XXI.
Ruiz Palacios, Alfonso (Director) (2014), Güeros [Película]. México, Catatonia Films, Conaculta.