La Argentina impulsó una inmigración a gran escala para fomentar el aumento rápido de su población. Esto ocurrió durante los siglos XIX y XX. Fue a posteriori del arrasamiento de los pueblos originarios, con la expropiación, distribución y concentración de la tierra (diez millones de hectáreas distribuidas entre muy pocas familias) realizada por Roca después de la Campaña del Desierto. Sobre ese genocidio y apropiación las clases dirigentes organizaron la repoblación del país con inmigrantes. Fue una política que planteaba el crecimiento demográfico como parte de un bien social, es decir un capital que debía estar al servicio de un proyecto político-económico. Desde esta perspectiva, con dificultades y grandes injusticias, ese capital tendía a ser protegido bajo ciertas condiciones sociales. Argentina buscaba el aumento de la población como un valor para el estado nacional oligárquico burgués. Valor, digámoslo rápido, que no necesariamente se traducía en recompensas justas para los trabajadores e inmigrantes.
En este impresionante movimiento de gente que impulsó el estado argentino era necesario que la familia cumpliera un papel preponderante al servicio de la homogenización cultural. El modelo familiar, basado en la religión oficial católica, debía tener las siguientes características: casamiento religioso y civil que no tenía posibilidad de divorcio (“hasta que la muerte los separe”), pareja heterosexual centrada en la reproducción, hijos bautizados y que, posteriormente, tomasen la comunión, es decir que permaneciesen dentro de la iglesia de por vida aunque no concurrieran a la misma. Así “la familia argentina” debía construirse sobre orígenes europeos, blancos y católicos.
Claro que ese proyecto de crecimiento de la progenie, en Argentina, se regía por las condiciones generales que Karl Marx develó sobre las políticas demográficas. Alertaba Marx que dichas políticas no se rigen por leyes universales que estuviesen por fuera de las regulaciones económicas, por el contrario, aseveraba que las poblaciones están sujetas al modo de producción y regidas por los ritmos de la acumulación capitalista. Los flujos migratorios del mundo actual lo vuelven a demostrar.
Como vemos la organización de la familia y la crianza de los hijos están a merced de las condiciones que impone el modo de producción, éste promueve, organizar a la sociedad bajo su interés y lógica. Proclamando al capital como la panacea organizadora del cuerpo social y, al mismo tiempo, oscureciendo las tiranías que el modo de producción capitalista impone. Como vimos en la situación argentina todo el sistema se organizó alrededor de la posesión de la tierra (la renta agraria). De la inmigración se esperaba que surgiese una “familia argentina” con sesgo europeo, de piel blanca, que permaneciese fiel al catolicismo y que idealizara a los dueños de la tierra.
Bajo estos parámetros se trató de encauzar la permanente acción del hombre por producir y reproducir la vida. En la nueva patria la familia y la subjetividad debían correr por los andariveles que le marcaban la propiedad privada y el capitalismo. Un fenómeno mundial de toda la socialización dentro del capitalismo. La socióloga Laura Balbo dice: “... la construcción de la subjetividad se relaciona estrechamente con el modo de producción. En el capitalismo, los adultos son socializados para pensar en el bienestar de su propia familia, y los niños y los jóvenes, para depender casi exclusivamente de ella”.1
Nos lo reafirma Rozitchner: “El capitalismo comienza transformando totalmente la individualidad del trabajador, en su cuerpo y su cabeza”.2 Pero no sólo con el capitalismo sucede esto, nos recuerda el mismo autor que: “No existe un poder dominante exterior que al mismo tiempo no produzca, para poder ejercerse como tal, la desintegración del poder individual del cual resultará la sumisión colectiva”.3
En el sueño de Sarmiento el establecimiento de la población blanca y europea haría olvidar a las poblaciones originarias, a los negros y mulatos muertos en las guerras de la Independencia, y al gaucho que no se sometía a las leyes de producción capitalista.
Pero los inmigrantes vinieron con ideas de vanguardia, con sus historias y acervos culturales; sus ideales y temores ancestrales. Para este artículo mencionaremos sólo dos:
A) Las ideas políticas revolucionarias de anarquistas, comunistas y socialista que traían mostraban un profundo rechazo a la religión producto de su experiencia de lucha en Europa, dado que las mismas eran parte de la gran ola de ateísmo que había desatado la burguesía varios siglos antes y que en manos de la clase obrera avanzó sin cesar hasta la Guerra Civil Española. Por la amenaza que representaban estas ideas el Estado y la religión católica debieron multiplicar esfuerzos para tratar de encauzar a la población hacia ideales capitalistas y religiosos, para lo cual debían trabajar para separarla de los revolucionarios anticapitalistas y ateos.
B) sobre la cual trabajaremos a continuación, eran las creencias previas al cristianismo, las mismas que eran parte del folclore europeo que han subsistido como elemento supérstite. Borrar o absorber dichas creencias ha sido la tarea del Estado y la Iglesia. En tal sentido vamos a analizar cómo la leyenda del Hombre Lobo europeo llegó aquí y qué se hizo con ella .
Tomaremos la leyenda del Lobizón para mostrar cómo el estado argentino y la religión se vieron necesitados de encauzar, en determinado momento, a mitos y cuentos populares para su propio beneficio o para que los mismos no operen en su contra. Recorreremos la leyenda del Lobizón, sus características, la sexualidad desbordante que la recorre y, por último, nos detendremos en la ley de padrinazgo presidencial y las implicancias que suscita por la normativización que promueve.
Todo parece surgir, en la versión oficial, por pedido de una familia venida de Rusia. Esta petición hizo que el presidente Alcorta impulsara la Ley del padrinazgo para firmarla en 1907. Una de las razones de la ley era evitar el asesinato del séptimo hijo, era vox populi que los padres solían sacrificar el niño, siguiendo el refrán de que muerto el perro se acabó la rabia, para así evitar el maleficio de que su hijo se convirtiera en Lobizón. Pero detrás de esta loable versión hubo otras necesidades del poder para impulsar el padrinazgo presidencial que trataremos de puntualizar.
En la Argentina el Lobizón es la encarnación del Hombre Lobo europeo. Hasta donde puede saberse el cuento llegó con los conquistadores españoles y portugueses pero se convierte en asunto del estado argentino con la Ley de Padrinazgo.
Según la leyenda: El peligro de convertirse en Lobizón lo corre el séptimo hijo varón de la misma pareja. A diferencia del Hombre Lobo europeo que tiene su metamorfosis con la luna llena, el Lobizón se convierte todos los viernes a la noche, para lo cual se retira al monte más cercano, volviendo a su forma humana con los primeros cantos del gallo. Es decir que si el Hombre Lobo se transforma una vez por mes, el Lobizón lo hace una vez por semana.
A las doce de la noche de los viernes el Hombre-Lobizón se quita la ropa y con la última campanada que indica la medianoche culmina la mutación que le llevará a recorrer la noche como un enorme y peligroso perro negro.
Quien entra en contacto con su saliva o su sangre puede convertirse también él en lobizón. Pese a ocultarse de los seres humanos muerde a quien sorprende. Para matarlo hace falta una bala de plata y una de las formas posibles de evitar el sortilegio es bautizar al séptimo hijo con el nombre de Benito.
La descripción física del hombre devenido en animal, con algunas variantes de acuerdo a diferentes regiones del país, es la siguiente: orejas enormes que caen sobre su frente, forma de perro negro y grande, algunos le atribuyen forma de burro mezclado con cerdo. Tiene patas con pezuñas al modo de un caprino. Es de particular interés remarcar su mirada, por sus ojos sale un fuego impresionante e imposible de esquivar que paraliza y aterroriza. El Lobizón recorre chiqueros, gallineros, graneros y cementerios comiendo todo tipo de excrementos y carroñas.
Cuando vuelve a su forma humana se dice que tiene muy mal genio, es reacio al contacto social. Tiene muy mal olor, consecuencia de los desmanes que realiza en los lugares donde se revuelca. Además los sábados debe permanecer en cama por el malestar que siente por las cosas que come durante la noche del viernes. Se lo sindica como flaco, desgarbado y desaliñado.
Con estos elementos trataremos analizar cómo aparece la sexualidad en la leyenda del Lobizón y, a posteriori, cómo la ley del Padrinazgo presidencial trata de encausar la superstición hacia las normas del estado y de la religión.
No es muy difícil establecer los indicios sexuales de ese mundo pasional y desbordado que la leyenda nos muestra: todo transcurre durante la noche. El fuego de sus ojos que paraliza, también es un indicador de pasiones sexuales desenfrenadas (la mirada penetrante, el fuego que la misma indica y de la que no se puede escapar, encandila). Además que el Lobizón sea peligroso especialmente para mujeres y niños remarca que el riesgo que existe es siempre de naturaleza sexual. Lo es también que el Lobizón para intentar salvarse debe pasar por entremedio de las piernas de la mujer que sorprende durante sus fechorías, como se ve es gráfica y elocuente la idea.
Es también una versión popular que las mujeres que no quedan embarazadas solicitaban los servicios del Lobizón para dicha tarea. Se trata de una unión de amantes irresistible, la fuerza y pasión del hombre embrujado nos habla de una virilidad desbordante que no cesa en cada noche de viernes. Una sexualidad prohibida que se cuela por los fondos de las casas, en las partes traseras de las mismas (chiqueros, gallineros, etc.).
El tema de sus huellas, tipo cabro podría remitir a las caracterizaciones de los sátiros griegos, los faunos, al Macho Cabrío o los Centauros, seres mitológicos -siempre mitad hombre y mitad animal- con grandes pasiones y vinculados al dios Dionisio o, en su versión romana, a Baco.
En síntesis el encuentro con el Lobizón es peligroso, ocurre por fuera de las “normas sociales”. Como se ve una sexualidad prohibida recorre la leyenda, la que excede los marcos familiares y sociales, y se despliega en estos furtivos encuentros. Las diversas pasiones desatadas por el Lobizón expresan el mundo sexual desbordante que la familia no puede contener ni aceptar. En esta dirección el Lobizón, como el Pata e’ Lana (que se mete silenciosamente en la cama de las mujeres que duermen para poseerlas) son formas de justificar las consecuencias de ese erotismo clandestino, en particular permite justificar los embarazos de las relaciones “non sanctas”, de amantes.
Su vida del día siguiente ataca el mundo del trabajo, dado que después de tantos excesos duerme todo el día, es decir no concurre a su labor. A todas luces el Lobizón es un ser dionisíaco y, por ello, altamente peligroso para la cohesión social de la familia constituida bajo el casamiento civil y religioso que el estado argentino imponía.
Como ha quedado dicho la Ley de Padrinazgo Presidencial viene a cumplir una función dentro del estado argentino. Lo demuestra que ha tenido una evolución que vale la pena seguir:
-Comienza con el padrinazgo presidencial al séptimo hijo varón.
-Pese a que una variante de la leyenda dice que la séptima hija mujer se puede convertir en una bruja, recién en el año 1973 se incorporaron a las mujeres al padrinazgo presidencial.
-Aún hoy sigue excluyendo a los hijos de madres solteras.
-Es evidente que cualquier unión civil de personas del mismo sexo también están interdictas para pedir el padrinazgo presidencial.
-La última reglamentación del padrinazgo es del año 2002. Exige que los siete hijos estén vivos al momento del bautismo, también que la unión sea legítima de acuerdo a leyes, es decir, enlace y una religión que tengan algún tipo de bautismo con padrinazgo, lo que reafirma el predominio cristiano de la ley y excluye a los ateos, entre otros. Esto muestra de ideas sobre el modelo familiar buscado para el país:
1) Unión legítima de los padres por las normas del casamiento civil y religioso.
2) De acuerdo a ideales católicos (bautismo, padrinazgo) esa cantidad de retoños muestra una pareja dedicada a “la producción de hijos”, que sólo tiene relaciones sexuales con el exclusivo fin de la procreación. Ergo, el padrinazgo aúna la valoración de la necesidad poblacional y censura, por elevación, la sexualidad por placer.
3) Demostrar el interés del Estado en la figura del Presidente de la Nación como padrino del niño. Una prolífica familia que tenía al pater familias por excelencia como protector. La ley del padrinazgo es una acabada muestra del dogma patriarcal.
4) Con la justificación de tratar de evitar el posible asesinato del séptimo hijo, en este padrinazgo se conjugan necesidades políticas de la iglesia católica y el estado argentino para encauzar una sexualidad desbordante y apropiarse de una leyenda popular.
5) Es una política de fascinación para que los padres prolíficos no abandonen a la iglesia católica. Como se ve una necesidad política de la religión oficial del estado argentino dada para evitar que esa oleada de ateísmo de la historia le haga perder adeptos a la iglesia.
Hemos recorrido así algunos aspectos fundacionales de la conformación de la norma familiar argentina. Enlazamos la misma al modo capitalista de producción y cómo el mismo establece pautas a la subjetividad y al grupo familiar donde esa subjetividad comienza y se forma. Con esos elementos tratamos de comprender cómo la leyenda del Lobizón funciona en el folclore argentino y cómo la misma requirió un tratamiento muy espacial por varios motivos:
1.- tratar de encauzar esa sexualidad exuberante que corre por fuera de la familia.
2.- Contener a las familias prolíficas dentro del marco del estado y de la religión católica.
Todo ello para reafirmar que la base de todo el sistema capitalista es mantener a la familia y sus integrantes bajo los pilares básicos del sistema: la ganancia, el dinero como fetiche, el predominio de las formas individualistas de ser, la idealización de la propiedad privada sobre la social, mantenerse dentro de la religión oficial. Para eso es necesario que las familias sean las abejas obreras de la colmena capitalista y que reproduzcan sus contenidos y creencias tanto en el vínculo amoroso establecido por la norma, como en la crianza y educación de los hijos.
César Hazaki
Psicoanalista
cesar.hazaki [at] topia.com.ar
Notas
1 Mabel Burin e Irene Meler, Género y Familia, Editorial Paidós, Argentina, 1988.
2 León Rozitchner, Freud y el problema del poder, Folios Ediciones, México, 1988.
3 Idem. ant.