Un mundo sin velos
Lo que está sucediendo en Irak, Colombia, Corea del Norte, Palestina, Kosovo, Afganistán, Venezuela, etc. muestra que el mundo posmoderno ha dejado de existir. En sus comienzos fue presentado como aquel que cantaba loas al individualismo con sus distintas variantes. Era su ilusión la exaltación absoluta de la libertad personal, pero la realidad demostró que se trataba simplemente de un panegírico del individualismo, que daba cuenta del pasaje del sujeto moderno al individualismo posmoderno. Ergo: pasamos violentamente del supuesto reino de la libertad individual a los aciagos descubrimientos que produce saber que el mundo tiene amos que rigen y modulan las relaciones sociales y, consecuentemente, influyen en la subjetividad de los habitantes de este planeta. Hoy vemos sin ningún velo ideológico, una vez más, que la expansión de los países imperialistas en busca de territorios y materias primas, no tiene fin, y que sólo puede ser detenida por acciones y procesos colectivos de resistencia y lucha.
El mundo, donde parecía reinar la complejidad y el mayor respeto a las diferencias entre los seres humanos, en su develamiento, se hizo claro y simple. Las necesidades del más fuerte someten a la humanidad y la llevan a la guerra. ¿Razón de tamaño desastre? La urgencia de los Estados Unidos de proveerse de petróleo, el que consume vorázmente como un bulímico insaciable, consecuentemente con las concepciones estratégicas para establecer el dominio y sometimiento de todo el planeta.
El resto de los países que pueden terciar en esta puja, como Alemania, Francia, China, por ejemplo, no llevan la oposición más allá de un límite relativo. Temen al poderoso pero, en el fondo, sólo quieren ocupar su lugar. Esperan, ellos también, un destino hegemónico y despótico, pero como la relación de fuerzas no se los permite, tironean y amenazan resistir más allá de lo que en realidad lo hacen.
Estados Unidos emplaza a las Naciones Unidas y está dispuesto a ignorar sus resoluciones sin ningún tipo de reparo, sólo falta saber quiénes serán los Chamberlain que pactarán con Hitler y saldrán de las reuniones agitando un ridículo y absurdo papel que, supuestamente, garantizará que el monstruo no saldrá de sus casillas una vez que sacie su momentánea sed de sangre.
La guerra en toda su dimensión y crueldad expresa que ese cuento de la libertad y armonía entre sujeto y sociedad, que la posmodernidad y sus teóricos nos querían vender, se desvaneció. Para muestra basta sólo un botón: ¿hay algo más patético que la tan pregonada tercera vía con que los ingleses, a través del partido laborista, trataron de edulcorar el mundo? Ahí está Tony Blair como muñeco del ventrílocuo Bush, ahí está la producción teórica de Anthony Giddens que lo llevó al poder y que se quema en la hoguera de las guerras expansionistas que el imperialismo propone. Basta de encubrimiento ideológico, de lo que se trata, en realidad, es de invadir, saquear, exterminar. Genocidio y expropiación para derivar todos los bienes materiales y simbólicos de los débiles hacia los poderosos. Esa es la única lógica posible para el capitalismo globalizado.
Lo Nuevo: Una de las fenomenales producciones que la posmodernidad tuvo fue la simple y sencilla convocatoria a la fórmula de “lo nuevo”. Eso, supuestamente “nuevo” vino con el plus de lo distinto, de lo que nunca hubo. Creó la ilusión de un límite tajante con el pasado, considerado nefasto. Una especie de borrón y cuenta nueva. Claro que eso “nuevo” debe encontrarse solamente en el cuerpo de uno, en las ideas de uno, nada debe relacionar al sujeto con el contexto social. ¿No se polarizan los vidrios de los edificios para que rechacen el exterior? ¿No se hace lo mismo con los autos de moda como las 4x4? ¿No se cercan edificios y barrios enteros?
El contexto social, como realidad histórica concreta en esto “nuevo” y distinto, debe ser rechazado, expulsado, renegado, al mismo tiempo que no se acepta que se lo niega. Este modelo invitó a una supuesta intimidad que parece muy cercana a los primeros momentos del desarrollo de un bebé: ser alimentado, protegido, mimado, y estar alucinando una intimidad absoluta con una madre proveedora de bienestar. Así “lo nuevo” invita a una instancia regresiva e infantilizadora. Con un mundo que se descubre a cada hora y que parece como un modelo para ejercitar la fascinación, donde el cuerpo y sus necesidades exigen y reclaman atención.
Tan simple y sencilla como capturadora, esta idea se convirtió en una fantasía de nuevo milenio. La posmodernidad proponía que la historia anterior se quemara en virtud del supuesto fracaso de las ideologías, sobre todo de aquellas que podían hacer una crítica abarcadora y transformadora del capitalismo globalizado y de la lógica cultural necesaria para llevarlo adelante. Es decir: la forma en que el capital se desarrolla y hegemoniza el mundo, incluida la producción teórica que sustenta ideológicamente sus razones.. Porque ni más, ni menos, fue ese el eje central de la dominación que la posmodernidad nos dejó. Como todo sistema de dominación siempre permite válvulas de escape, de fuga, por donde se abre algún nivel de crítica que, en el fondo, poco peligro arrima al conjunto central de ideas que propugnan el sometimiento.
El gran hallazgo de “lo nuevo” como paradigma simplificado de dominación tiene antiquísimos anclajes: por ejemplo el anuncio del Mesías, la llegada de la salvación. Pero además trabaja ocultamente la problemática del asombro, aquella de la que se ocuparon, de distinta manera, los filósofos desde el principio de la historia. Este asombro se podía entender de la siguiente manera: el mundo natural desde el fondo de los tiempos fue difícil de comprender y, por lo tanto, el hombre busca dar cuenta del mismo dentro de un sistema de pensamiento coherente, abarcado, que lo haga inteligible. De esta articulación entre la incomprensión de los fenómenos naturales y la finitud del hombre surgen las respuestas últimas que los hombres van dando en distintos momentos de la historia. Ni más ni menos que los problemas que se le plantean al hombre en torno a las siempre complejas relaciones entre la cultura y la naturaleza.
Cada momento de crisis hace surgir algún conjunto de creencias que tienen como eje el fin de los tiempos y el anuncio de nuevas y difíciles horas. En general suelen girar sobre el sentimiento de culpa y la necesaria expiación que los hombres deben hacer por los pecados cometidos. La posmodernidad, brillante y livianamente, anunciaba el fin de los tiempos históricos para el individuo. El que, de ahora en más, se podía dedicar al culto de sí mismo. Una especie de fisicoculturismo del hedonismo. Y lo trajo en el orden del juego, veamos cómo.
“Fin de los grandes relatos”, frase célebre si las hay. Lyotard lo dice con claridad: “Simplificando al máximo, se tiene por posmoderna la incredulidad con respecto a los metarrelatos (...) La función narrativa pierde (...) el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito” 1 y sigue para dar cuenta de la cultura narcisista: “El saber postmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable”. 2
Extraordinaria esta formulación: el saber posmoderno le sirve a todo el mundo, va bien en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero. ¿Qué diferencia hay entonces con un dios que es altamente benevolente con todo el mundo? La única parroquia que requiere este credo es el cuerpo y el deseo del individuo.
Este saber universal, paradójicamente presentado como minimalista, planteaba que aquellos cuerpos teóricos contra los que había que lanzar una cruzada eran: el marxismo y el psicoanálisis. Eran sus postulados los que había que atacar, eran lo viejo, aquello de lo que había que desprenderse. Dado que en esta especie de mundo feliz de lo “nuevo” debían desaparecer los saberes que mayor crítica implicaban, podían decir, como el niño del cuento, “que el rey está desnudo”.
Si observamos bien todos los textos que, de distinta manera, reproducen la lógica cultural del capitalismo avanzado, siempre se refieren, al mencionar a los grandes relatos, al marxismo y al psicoanálisis.
Desde la psiquiatría se organizó un gran excepcional organismo, el DSM IV, que niega y excluye el inconsciente, la sexualidad, la transferencia. Cuyas caracterizaciones respecto a los trastornos abandona las conceptualizaciones sobre las psicosis, las neurosis y las perversiones. Esto lleva necesariamente a que las técnicas psicológicas queden sometidas a la psiquiatría biológica. Asimismo, se decretó que no existe más el malestar en la cultura, idea necesaria para poder avanzar en la línea del bienestar y la libertad individual a través del cuidado de sí. Es decir, fue necesario derribar este importante aporte del psicoanálisis para avanzar en esa ilusión del bienestar y la felicidad.
Desde las ciencias sociales el campo de estudios privilegiado fue el multiculturalismo: así todos los conflictos sociales han pasado, supuestamente, a ser choque entre civilizaciones, la vieja historia entre oriente y occidente. Se habla de los bárbaros pero no se vincula esto con las riquezas que esos supuestos extraños poseen.
A través de un interesante deslizamiento, ya no hay más plusvalía, no hay conflictos de clases, y si los hay son secundarios a los conflictos culturales. La etnia o la religión son las causantes de la guerra o de los conflictos.
¿Por qué esta producción posmoderna tuvo al marxismo y el psicoanálisis como los paradigmas de los grandes relatos que había que desterrar? Porque son los que pueden decir algo más, permiten establecer relaciones diferentes en las formas veladas de la relación social. Avanzan, en calidad y profundidad, en la comprensión general de los fenómenos sociales e individuales haciendo críticas al sistema social propuesto. Además, debemos recalcar que son herramientas de transformación, distintas, pero lejanas del saber posmoderno, que servía, con sus juegos del lenguaje -no se puede dejar de remarcar esto-, como instrumento de los poderes.
Claro que también dentro del marxismo y el psicoanálisis se dejan ver efectos de la posmodernidad: en occidente el marxismo se trasformó en saber universitario, así conocemos el marxismo académico y dentro del psicoanálisis la disociación del inconsciente y la realidad social ha sido una marca de estos tiempos. Lavados de tal manera, producida la cosmética sobre ellos, el objetivo era que perdieran su capacidad transformadora.
Sin duda los fracasos de las experiencias del socialismo burocrático ayudaron notablemente a que estos postulados de la lógica cultural del capitalismo globalizado tuvieran campo favorable. Pero siempre se remarcó el autoritarismo de tales experiencias, aunque jamás el autoritarismo del tramposamente denominado libre mercado.
Hoy vemos con claridad las consecuencias de esto: el mundo que hegemoniza la derecha va inexorablemente hacia la guerra, la xenofobia, la represión, la desocupación, la militarización. El capital financiero termina parafraseando al primer narcisista avant la lettre: Benito Mussolini, que no se cansaba de repetir, primo io, doppo io, sempre io e viva io.
Lo nuevo y la novedad
Sin duda en cada etapa histórica surgen ideas y acciones nuevas y diferentes que no se pueden soslayar. Pero las mismas deben ser diferenciadas de la inteligente y sencilla maniobra de los poderes que manejan la producción ideológica de la posmodernidad: la novedad como producto técnico que la publicidad nos propone. No todo lo novedoso, realmente, trae posibles cambios sustanciales para el quehacer del hombre. Simplemente son eso: la novedad para ser consumida, ya sea como idea, ya sea como acción, que de alguna u otra manera, no escapa a la negación de las historias y de las experiencias que se van desarrollando. La novedad, como tal, se presenta como enceguecedora, excitante para tratar de ocultar las distintas formas de enajenación y alienación del hombre. La novedad es la lógica del best-seller, del shopping.
El hombre seguirá ampliando sus horizontes y conocimientos. Sin duda dentro del campo de las propuestas de transformación social será necesario aunar conceptos que permitan generar herramientas para pensar las relaciones entre la conciencia social y el inconsciente de los individuos. Estas articulaciones deben, una y otra vez, insistir en que el sometimiento al poder de las clases dominantes está instalado en el cuerpo y en el inconsciente de los hombres.
Es allí donde también están las fuerzas liberadoras que pueden permitir el surgimiento de formas de sujeción y de sociedades distintas, que reconozcan otra distribución tanto de bienes materiales como simbólicos.
Notas
1 Lyotard, Jean-Francois, La condición posmoderna. Bs. As., REI, 1989
2 Idem