El alma y el cuerpo son un solo y mismo individuo, al que se concibe ya bajo el atributo del Pensamiento ya bajo el atributo de la Extensión.
Baruch Spinoza, Ética
El cuerpo es el organizador de la complejidad que constituye al sujeto. De allí la importancia que tiene su conceptualización al trabajar con el padecimiento subjetivo.
Tratar de dar cuenta de las condiciones metapsicológicas del cuerpo implica hacerlo en el límite del adentro y del afuera, de la percepción y de la experiencia del mundo del sujeto en los niveles consciente, preconsciente e inconsciente. Es decir una subjetividad construida en la relación con un otro humano en el interior de una cultura.
El cuerpo propio cobra así una función de síntesis que marca los momentos esenciales del sujeto. De esta manera un brazo, una pierna, el hígado, una idea, un sueño, un lapsus, un movimiento, una casa, un puente representan manifestaciones de un cuerpo que dan cuenta de la capacidad simbólica del sujeto.
Veamos algunos momentos de su desarrollo. Para ello vamos a actualizar algunas ideas expuestas en otros artículos editoriales y, en especial en el libro Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos.
(Creemos necesario establecer que definimos la simbólica desde Freud. Desde allí conceptualizamos “el cuerpo como lugar del inconsciente”. Fue E. Jones quien planteó algunas precisiones freudianas acerca del concepto de simbolismo en un sentido amplio y en un sentido estricto: “Toda experiencia psicoanalítica va a mostrar que las ideas primarias de la vida, las únicas que pueden ser simbolizadas -aquéllas, a saber, concernientes al propio cuerpo, las relacionadas con la familia, nacimiento, amor, muerte- mantienen en el inconsciente a lo largo de toda la vida su importancia original y que de ellas derivan la mayor parte de los intereses secundarios de la mente consciente. Como la energía fluye de ellas y jamás hacia ellas y como constituyen la parte más reprimida de la mente, es comprensible que el simbolismo tenga lugar solamente en una dirección. Sólo lo reprimido está simbolizado; sólo lo que está reprimido necesita ser simbolizado. Esta conclusión es la piedra de toque de la teoría psicoanalítica del simbolismo”.
Entre la simbólica freudiana y lo simbólico en Lacan existe una diferencia manifiesta. Para Freud el símbolo es producto de un mecanismo psíquico donde aparece una relación que une al símbolo con lo que lo representa por más complejas que puedan ser esas conexiones. Para Lacan el sistema simbólico es una estructura de lenguaje que se incorpora el sujeto al nacer. La relación con lo simbolizado es secundaria y está impregnada de lo imaginario.
Laplanche y Pontalis definen de esta manera el simbolismo: “A) En un sentido amplio, modo de representación indirecta y figurada de una idea, de un conflicto, de un deseo inconsciente; en este sentido, puede considerarse en psicoanálisis como simbólica toda formación sustitutiva. B) Modo de representación caracterizado principalmente por la constancia de la relación entre el símbolo y lo simbolizado inconsciente, comprobándose dicha constancia no solamente en el mismo individuo y de un individuo a otro, sino también en los más diversos terrenos (mito, religión, folklore, lenguaje, etc.) y en las áreas culturales más alejadas entre sí”.
El espacio soporte
De todos los animales superiores, el ser humano es aquél cuyo nacimiento es más prematuro. Las consecuencias de este hecho marcan una estrecha relación entre el nacimiento y la muerte.
Las condiciones de inadaptación entre el organismo y el medio generan una dependencia absoluta entre el niño y sus progenitores. Toda ulterior autonomía debe ser conquistada gradualmente, ya que toda separación cobrará la forma del desamparo y el abandono. En este período hay una relación fusional entre el niño y la madre. El poder soportar la angustia de muerte que padece el niño va a permitir que la madre genere su capacidad de amor. De esta manera crea lo que denominamos el espacio-soporte de la muerte como pulsión que va a posibilitar el necesario proceso de catectización libidinal ligándolo a la vida.
El nacimiento implica que el niño va a tener un cuerpo separado del cuerpo de la madre. Es a partir de esta separación donde el interjuego de las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte va conformando las zonas erógenas desde el lugar que ese niño ocupa en el deseo de los padres. Lugar que marca ese diálogo tónico-emocional entre el niño y los padres que en la kinestesia va a ir dibujando esa superficie cambiante del cuerpo erógeno.
De esta manera se va a constituir una "representación inconsciente primaria" a la que llamamos imago corporal y que representa los deseos y mandatos de los padres, en suma, su propio narcisismo. La imago corporal es diferente de la imagen corporal, en tanto es un "esquema imaginario adquirido" a partir de las primeras relaciones intersubjetivas reales y fantasmáticas del niño con sus padres, es decir, de su ambiente familiar y social. Esta imago corporal inconsciente va a determinar la forma en que el sujeto se enfrenta a otro, manifestándose en sentimientos, comportamiento e imágenes.
Toda imago se define como una “representación inconsciente”. Ella es más que una imagen. A partir de ella el sujeto se enfrenta a otro objetivándose tanto en sentimientos y conductas como en imágenes. En este sentido el concepto que planteamos de imago corporal es un esquema adquirido estructurante del espacio soporte de la pulsión de muerte. Esta va a ser reprimida primero al aparecer la pulsión escópica (la mirada) y, por lo tanto, la posibilidad de identificarse con una imagen completa en lo que se denomina la fase del espejo. Por último, a partir de la castración edípica esta represión va a determinar que sólo se puedan conocer las representaciones inconscientes que derivan de esta imago corporal.
Es en esta superficie donde la fantasía deja su sello, su marca. Y va conformando los "accidentes" particulares de esta geografía que es significada por el lenguaje. Es que si la palabra, como expresión de los deseos y mandatos paternos, significa la experiencia corporal, es porque se identifica proyectivamente con un código de lenguaje que permite unificar esa experiencia fragmentada propia del cuerpo erógeno.
De esta manera, si la pulsión es "uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal", el cuerpo pulsional aparece en ese límite para indicar esa superficie definida por las zonas erógenas. Donde se forma esa imago corporal inconsciente como un esquema imaginario en el que van a encontrarse palabras y estímulos de sensibilidad profunda a partir del lugar que ese niño halla en las primeras relaciones intersubjetivas con sus padres.
Esta superficie aparece con diferentes características en la fantasía de cada sujeto y, para utilizar una frase de Freud en relación a la conformación del aparato psíquico, va construyendo "una curiosa anatomía del alma, que no hallaríamos en el investigador de la naturaleza".
(Spinoza supera la dicotomía cartesiana entre mente y cuerpo. Para Spinoza sólo existe una sustancia que tiene dos atributos: el atributo pensamiento (alma) y el atributo extensión (cuerpo). Esta perspectiva es la que desarrollamos en este texto. Por ello creemos apropiada la idea de “alma” tal como la expresa Freud. Los traductores de la versión castellana de las obras completas editadas por Amorrortu dicen: “Para el animismo mítico, las cosas inanimadas tiene en verdad alma, la cual no sería -entonces- sino una oscura percepción, proyectada al exterior, que el alma tiene de sí misma. Hay en la creencia mítica un núcleo verdadero (un razonamiento por analogía, basado en una proyección). La psicología freudiana tiene por objeto el ‘alma’, noción que antes perteneció al mito, la religión y la metafísica, y ahora se incluye dentro de una ciencia que expande de continuo sus fronteras en el campo del saber: intencionalidad presente en los textos de Freud y nuevo argumento a favor de nuestra opción terminológica (a pesar de ciertos usos de ‘mente’ en acepción más lata; ‘alma’ es más fiel también desde el punto de vista -no desdeñable- de la historia del pensamiento”).
Teresa se presenta en las primeras entrevistas como bulímica: “Desde la adolescencia tengo bulimia. Al principio tomaba laxantes. Luego descubrí que podía comer y escupir. A los 22 años estuve en tratamiento con un psiquiatra que me medicó. No pasó nada. En este momento estoy en una crisis emocional, con una gran depresión. Me cuesta levantarme. Duermo todo el día. Tuve un novio y me dejó por mi indiferencia ante la vida. Soy una compulsiva obsesiva que quiere tener todo bajo control. Una de mis obsesiones es el estudio. Lo único que me interesa es el estudio. Mis amigos, la familia, mis relaciones sociales me sacan del estudio”.
Para Teresa el estudio era la barrera que ponía ante lo intolerable de su deseo. Era una brillante estudiante que había dedicado su vida al estudio. Tenía dos hermanos menores. Aludía que sus padres habían ejercido una gran sobreprotección. Teresa estaba identificada con su síntoma: era bulímica. Por ello se sorprendió que nunca mencionara su bulimia. Era una sorpresa que la tranquilizaba. Se había logrado re-crear en la transferencia un espacio-soporte libidinal y simbólico de la pulsión de muerte. Evidentemente me interesaba que pudiera encontrarse con sus representaciones inconscientes de su imago corporal donde el masticar y comer implicaba una relación con sí misma y con los otros. Teresa en nada siente placer ya que nada digiere. Todo lo escupe. Esto le pasa con sus parejas, sus amigos, la facultad. Se siente vacía. En una regresión oral sádica se encuentra atrapada por los efectos de la pulsión de muerte. Desde allí ejerce un control obsesivo de su cuerpo erógeno. Para ello invisibiliza su cuerpo.
La superficie de esa anatomía del alma
El síntoma requiere para entenderlo teóricamente una tópica del aparato psíquico, una energética pulsional, una dinámica de los conflictos, una referencia histórico-genética y los determinantes socioculturales. En éste se halla una red de significaciones y afectos que se insertan en una organización en la que se expresan fuerzas antagónicas: deseo y prohibición, pulsión y defensa. En el tratamiento van a encontrarse con resistencias que reeditan en la relación transferencial la fuerza que en otro tiempo actuó como represión. También lo resistido en acto que se manifiesta en los pacientes límites.
De esta manera el simbolismo del cuerpo permite entender que el mismo no se da de una vez para siempre sino que se va construyendo con la realidad fantasmática del sujeto en su relación con el otro en el interior de una cultura. Es así como el sujeto al hablar significa esa superficie del cuerpo erógeno donde en la neurosis de un obsesivo, va a ser una superficie que tendrá una consistencia dura, rígida, infranqueable.
En la histeria, ésta le servirá para poner distancia, límites.
Es que en la neurosis, el cuerpo, a través de sus síntomas, muestra la relación con las fantasías inconscientes, como demostró Freud en la histeria de conversión. Pero si bien el síntoma conversivo es una defensa característica de la histeria como formación psicopatológica, también se halla presente en el resto de las formaciones neuróticas.
En toda neurosis la conversión está señalando un cuerpo que se expresa simbólicamente y donde en los síntomas corporales "hablan" las representaciones inconscientes reprimidas, deformadas por los mecanismos de desplazamiento y condensación propios del proceso primario.
En la psicosis esta superficie va a aparecer quebrada, fragmentada, y cada fragmento, ilusoriamente, busca una unidad que su propia condición desmiente.
Si la ausencia o el relativo fracaso de la represión primaria lleva -según Freud- a la psicosis, va a hallarse en el origen de la constitución del cuerpo en tanto lugar del inconsciente una "falla", un "agujero" que va a determinar esa superficie quebrada, fragmentada.
El síntoma hipocondríaco da cuenta de este cuerpo que es reemplazado por un órgano que va a transformarse en el centro de la vida -deberíamos decir de la muerte- del sujeto.
En la perversión aparece una superficie que el sujeto cree moldear a su antojo. Aquí van a surgir, en situaciones extremas, historias de ablaciones, utilización de prótesis; en definitiva, un cuerpo donde el disfraz y la máscara aparecen para negar la diferencia de sexos y la castración. Un cuerpo sostenido en la compulsión a la repetición y el sometimiento del otro. En definitiva un cuerpo domeñado por la pulsión de muerte.
Por último, en las llamadas "enfermedades psicosomáticas", esta superficie aparece con grietas donde emerge lo real orgánico.
No consideramos adecuado hablar de "enfermedades psicosomáticas" ya que en toda "enfermedad" están implicados lo psíquico y lo somático, en tanto en todo sujeto el organismo se constituye en un cuerpo pulsional.
Con esta denominación nos referimos a los procesos de somatización que hablan de un síntoma donde lo "anímico" trae como consecuencia una lesión de lo real orgánico, en el cual debe tenerse en cuenta tanto la no satisfacción de la sexualidad como la supresión de la agresividad.
En la conversión alguien puede tener lesionado o impedido de funcionar un determinado movimiento corporal, pero la estructura anatómica se conserva. En cambio, en los procesos de somatización, el órgano enfermo altera sus funciones y su estructura en distintos grados de patología que pueden implicar un riesgo de muerte.
La relación de significación entre la lesión orgánica y la historia personal del sujeto debe ser buscada en un déficit de esas "representaciones inconscientes primarias" que llamamos imago corporal. Allí va a encontrarse la existencia de una agresividad originaria que no pudo ser elaborada. Es que la musculatura está catectizada con una energía destructiva, y ésta deriva hacia afuera una pulsión que originariamente se descarga adentro.
En esta perspectiva sería conveniente volver a utilizar la vieja denominación de "neurosis actuales". La palabra actual está indicando que se presenta un conflicto en la actualidad y que éste es actualizado en el soma; al no poder ser simbolizado, determina la importancia de lo real orgánico.
Continuemos con la viñeta clínica de Teresa. “De chiquita era gorda. En segundo grado se produjo una situación que para mi fue un shock. Estaba en un colegio mixto donde me cargaban porque era gorda. Un chico en el recreo me tocó la cola. Cuando mi papá se enteró me cambió a un colegio de mujeres. Para mí fue tremendo, nunca me pude adaptar a esa escuela”.
En una sesión me trae una foto cuando tenía 13 años y me dice: “Hay un antes y un después de esa foto. En esa foto era feliz. Luego comencé con mi inseguridad, con mis miedos y mis problemas con el comer”. Le pregunto si en esa época comenzó su menstruación. Dice que sí: “En ese momento no pensaba en el sexo, la menstruación vino de golpe. Fue terrible”. Luego continúa: “Cuando empecé la bulimia fue la catástrofe de mi vida. Fuera de mi casa no comía, en mi casa me comía todo. Hasta que descubrí que podía masticar y escupir. A los 15 años tuve un novio que me deslumbró. Pero nunca pude asimilar la relación. Nunca disfruté la relación sexual. Me doy cuenta que mi cuerpo no existe, todo es racional. Siempre oculté mi cuerpo”. El cuerpo de Teresa es una superficie marcada por un deseo que no puede expresarse a partir de una prohibición que la remite a su conflicto edípico. Esto la lleva a una crisis de identidad cuya falla se encuentra en su síntoma. Es que toda identidad es corporal ya que si nuestra imagen nos dice que tenemos un cuerpo, nuestra constitución como sujetos nos dice que somos un cuerpo y desde este cuerpo hablamos.
El yo-cuerpo como soporte de la pulsión de muerte
La conceptualización que realiza Freud, a partir de la segunda tópica del yo, esencialmente como un yo-cuerpo, nos va a permitir avanzar en la perspectiva que venimos desarrollando.
No vamos a dilucidar toda la problemática concerniente al yo en el psicoanálisis, aunque debe tenerse en cuenta que la forma en que se lo conceptualiza determinará una práctica terapéutica. Quiero aclarar que hablamos del yo (Das ich) en tanto estructura definida por la teoría psicoanalítica y no como sinónimo de sujeto.
Desde aquí es posible diferenciar dos aspectos del yo: uno es el yo-función. Este representa una subestructura del aparato psíquico que se desarrolla a partir del Ello a través del sistema percepción-conciencia. Sus funciones son: acceso a la motilidad, percepción, conciencia y mecanismos de defensa.
El otro es el yo-representación, que está dado por la imagen, por el conjunto de representaciones que el sujeto tiene de sí mismo y que incluye representaciones y afectos. Su constitución está anudada, fundamentalmente, a la problemática del narcisismo.
Tanto el yo-función como el yo-representación están relacionados y dependen el uno del otro. El yo-representación es una de las funciones del yo-función y, además, la manera en que el sí mismo se representa produce modificaciones en el yo-función.
Este yo-representación deriva de la "proyección de una superficie"; de esta manera se origina una distancia, una transformación de lo real orgánico al cuerpo producido por el deseo inconsciente y atravesado por el fantasma, el cual -como dice Freud- "es visto como un objeto otro".
Como dijimos anteriormente esta superficie está señalando la superficie del cuerpo erógeno, en el cual la fantasía va dejando sus marcas y conformando una geografía particular en cada sujeto que va a constituir una "representación inconsciente primaria" que denominamos imago corporal. Esta es la superficie que se proyecta sobre el psiquismo para conformar el yo.
Por ello, no es como generalmente se entiende, o sea, que el yo forma al cuerpo, sino que éste engendra al yo. El cuerpo atravesado, marcado por estas fantasías que se juegan en la kinestesia que produce ese diálogo tónico-emocional entre el niño y la madre se proyecta sobre el psiquismo y posibilita la conformación de un yo matriz de las identificaciones ideales.
En éste aparecen los deseos y mandatos paternos configurando, en el período autoerótico, ese momento de completud correspondiente al narcisismo primario, y que, Freud lo señaló en una frase: His Majesty the Baby.
El pasaje del autoerotismo al narcisismo se debe a una "nueva acción psíquica" que le permitirá al niño encontrar en la identificación con el otro una imagen, una unidad e integración provisoria que su propia realidad corporal desmiente.
A diferencia del periodo autoerótico, el yo como objeto de amor del narcisismo es una representación unificada del sí mismo. En ella aparece la identificación primaria con un “otro”, es decir la internalización de una relación intersubjetiva con otro.
Precursora de lo que se denomina fase del espejo es la constitución de la imago corporal. Esta va a determinar la importancia del rostro de la madre. Lo que el niño ve en el rostro de la madre es a sí mismo. Si ella cumple esta función, el niño, a través de su sentimiento de omnipotencia, puede sentir que el objeto que se le presenta es un objeto subjetivo creado por él. Esto permite la creación de fenómenos u objetos transicionales que son la base de la experiencia y del sentimiento de vivir, ya que si mira se ve, es mirado y, por lo tanto, existe.
Esta posibilidad de reconocerse a través de la mirada de la madre, del otro, va a implicar la posibilidad de unificación de las pulsiones dispersas y fragmentadas de la sexualidad infantil.
En este período se constituye lo que denominamos el espacio-soporte. Debemos decir que el espacio y el tiempo son una superestructura que se agregan con posterioridad al proceso primario, el cual es por definición atemporal y aespacial. El espacio es en una primera instancia una superficie sin profundidad ya que es plana pues falta la tercera dimensión. De esta manera lo que denominamos el espacio-soporte se configura como primer organizador en la etapa oral como bidimensional. En la etapa anal aparece la dimensión en profundidad en tanto las pulsiones agresivas anales entran libremente en juego haciendo estallar el espacio bidimensional o la relación fusional madre-hijo. Esto prefigura el pasaje de esta relación fusional a la situación triangular que aparece en el complejo de Edipo y el complejo de Castración que permitirán el pasaje de esta relación dual a una relación de tres. De una realidad bidimensional a una realidad tridimensional. Esta relación triangular posibilitará el conocimiento de la diferencia de sexos, la prohibición del incesto y la construcción de un mundo donde las teorías sexuales infantiles serán resignificadas. De esta manera el niño pasa de las identificaciones primarias -yo-ideal-, en las cuales el cuerpo propio se irá constituyendo, a las identificaciones secundarias, el ideal del yo.
Es que, en términos topológicos, la imagen corporal, al igual que la imago corporal que constituye su base, es inconsciente y, por lo tanto, bidimensional. Faltará una dimensión -el volumen- que ubicaría al cuerpo propio como una "realidad", en tanto éste sería tridimensional. El niño irá logrando esta dimensión en un proceso donde pasará del "yo de placer purificado", que se rige por el principio de placer-displacer, a un "yo real definitivo", en el que incorpora el principio de realidad. Es decir su realidad externa, pero también su realidad pulsional. De esta manera se constituye en un yo-soporte de las pulsiones de muerte.
Para finalizar con los fragmentos que estoy comentando de las sesiones de Teresa quisiera relatar un momento donde describe cual es la imagen que tiene de su cuerpo. “Venía en el colectivo y me acordé de algo que tenía muy guardado. Nunca lo conté. Cuando tenía alrededor de 5 años era gordita y los chicos me decían la ballena. Esto me daba mucha vergüenza. A los 9 años me fui de vacaciones con los chicos de la escuela y como extrañaba mucho a mi mamá no comí nada en todo ese tiempo. Así aprendí que era fácil bajar de peso y dejar de ser gordita. Pero siempre llevé encima la ballena. En realidad siempre adentro mío me siento una ballena. No importa lo que me diga la gente o lo que veo en el espejo yo me siento una ballena”.
Para Teresa la “va-llena” alude a ese cuerpo erótico que no debe alimentar Ese cuerpo que la identifica como mujer y que tiene que escupir al precio de quedar vacía. Ese cuerpo dominado por la pulsión de muerte cuyo síntoma es la bulimia.
El cuerpo se constituye en el espacio de la subjetividad
Desde esta perspectiva podemos decir que el cuerpo lo definimos como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello el cuerpo se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. El carácter extenso del aparato psíquico es fundamental para Freud, ya que éste es el origen de la forma a priori del espacio: "La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico. Ninguna otra deducción es verosímil. En lugar de las condiciones a priori de Kant, nuestro aparato psíquico. Psique es extensa, nada sabe de eso".
En este sentido puede decirse que al cuerpo lo constituye un entramado de tres aparatos: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales. (Ver gráfico).
Entre el aparato psíquico y el aparato orgánico hay una relación de contigüidad; en cambio, entre éstos y el aparato cultural va a existir una relación de inclusión. En este sentido el organismo no sostiene a lo psíquico ni la cultura esta sólo por fuera: el cuerpo se forma a partir del entramado de estos tres aparatos donde la subjetividad se constituye en la intersubjetividad. Por ello la cultura está en el sujeto y éste, a su vez, está en la cultura.
Este cuerpo delimita un espacio subjetivo donde van a encontrarse los efectos del interjuego pulsional de la pulsiones de vida y de muerte. Allí la pulsión va a aparecer en la psique como deseo, en el organismo como erogeneidad y en la cultura como socialidad. En este sentido el psicoanálisis no trabaja exclusivamente sobre la realidad del mundo interno, tampoco sobre los comportamientos del mundo externo. Trabaja en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y este ha dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre”. En este “entre” el sujeto psíquico no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad ya que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de un sistema de relaciones de producción.
En la actualidad la hegemonía de la psiquiatría biológica pretende reducir los síntomas psíquicos a un problema exclusivamente neuronal. Por ello cuando decimos que toda producción de subjetividad es corporal queremos señalar que en todo tratamiento es necesario dejar hablar al cuerpo en sus fantasías, en sus sueños, en sus actos fallidos, en sus gestos, en sus movimientos, pues allí puede escucharse "el poema del cuerpo", donde forma y sentido están relacionados con la afectividad, que también forma parte de su estructura.
Bibliografía
AA.VV., Sobre la versión castellana,O.C. de Sigmund Freud, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976.
Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999.
La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, nueva edición corregida y ampliada, 2007.
Freud, Sigmund, ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, O.C., tomo XX.
Jones, Ernst, “La teoría del simbolismo”, Cuadernos monográficos, Nº 3, editorial Letra Viva, Buenos Aires, 1980.
Spinoza, Baruch, Etica,editorial Porrúa, México, 1977.