Cuando Freud escribe su trabajo Recuerdo, Repetición y elaboración (1914) aparece un nuevo concepto que denomina “agieren” (actuación). En inglés fue traducido como “acting out”. Define “agieren” como una “repetición” en oposición con la capacidad de recordar; es “un empuje a repetir el pasado infantil en acto sin recordarlo”. Es decir, en el análisis el sujeto revive “experiencias emocionales reprimidas de la infancia” en la figura del analista o con aspectos del encuadre. Al repetir en acto con el analista establece una relación entre la actuación y la transferencia ya que lo entiende como una resistencia: “actúa para no recordar”. En uno de sus últimos textos, Esquema del psicoanálisis (1938), plantea una ampliación del concepto al decir que el acto de repetir de forma inconsciente aspectos del pasado infantil también puede presentarse fuera del tratamiento. Con lo cual el término comenzó a usarse para describir cualquier conducta disruptiva e inesperada dentro y fuera del análisis. De esta manera deja planteadas dos significaciones: la de moverse, de actuar y la de reactualizar en la transferencia una acción anterior. En este caso el “agieren” vendría en lugar de un “acordarse”. Melanie Klein sostiene el aspecto transferencial del acting out y en la necesidad de analizarlo, en especial en los pacientes límite. Lacan en su seminario sobre la angustia establece la diferencia entre acto, acting out y pasaje al acto. El primero siempre es significante en tanto inaugura un corte estructurante. El acting out es una conducta sostenida por un sujeto y que se da a descifrar al otro a quien se dirige; es decir, es una transferencia. El pasaje al acto es un actuar impulsivo inconsciente y no un acto. No se dirige a nadie y no espera ninguna interpretación, aún cuando puede suceder durante el tratamiento. Se sitúa del lado de lo irrecuperable y lo irreversible. Es ese dejarse caer del “la joven homosexual” cuando al cruzarse con la mirada de su padre se aleja de su pareja y se tira de lo alto de un parapeto sobre las vías muertas del tren. Freud dice que se deja caer. Esta última frase en alemán es niederkommen que significa tanto “caer” como “parir”. Según Freud equivalía a la vez a un “cumplimiento de castigo”, Straferfüllung y a un “cumplimiento de deseo”, Wunscherfüllung.
Nosotros vemos en el concepto de “actuación” no solo represión, sino un proceso de desestructuración subjetiva ligado a los efectos de la pulsión de muerte. De allí que diferenciamos la actuación simbolizable ligada a una sensación de desamparo y la actuación no-simbolizable que da cuenta de una repetición radical producto de la regresión al desvalimiento primario.
Veamos brevemente algunas cuestiones que desarrollamos en El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser. En aquellas patologías donde predomina lo negativo se encuentran tres connotaciones que se hallan en una asociación esencial: 1º) Una ausencia de representación y representabilidad; 2º) Un destino trágico o nocivo del funcionamiento psíquico; 3º) La carencia afectiva como constitutiva de la subjetividad y 4º) La angustia automática que pone en funcionamiento el narcicismo primario que lleva al sujeto a funcionar desde el principio de displacer-placer. Esta particularidad se da en aquellos sujetos en los que la individuación se ha podido establecer de manera parcial. De esta forma el trabajo de constitución primera de lo que hemos denominado espacio-soporte no ha sido posible, o bien ha sido insuficiente. Lo cual nos lleva a la importancia que el concepto de la muerte-como-pulsión -en tanto da cuenta de lo no ligado, lo no representado- tiene en estas patologías.
El mismo se manifiesta:
1°) Como repetición, donde la transferencia es una resistencia. El conflicto psíquico se da, pues lo que es placer en una instancia es displacer en la otra; lo reprimido debe salir por recuerdo o repetición, y esto es resistido por las mismas fuerzas que antes lo reprimieron. Este conflicto lo vamos a encontrar en las formaciones clínicas clásicas donde predomina lo negativo, y el terapeuta debe trabajar en la transferencia con una pulsión de muerte que se desliga tratando de provocar una ligadura simbólica. La actuación simbolizable corresponde a una vivencia de desamparo donde la pulsión de muerte se desliga de la libido. Por las características de su organización psíquica el sujeto tiene la sensación que le falta el sostén del mundo externo en relación a su mundo interno. Hay elaboración simbólica.
2°) Otro tipo de repetición es aquella donde el sujeto repite vivencias pasadas que no contienen ninguna posibilidad de placer, y que en aquel momento tampoco dieron satisfacciones ya que dan cuenta del desvalimiento primario. Ésta la denominamos una repetición radical, ya que en ella la transferencia es lo resistido que aparece en acto. Las repeticiones no son actos simbólicos de deseos reprimidos, sino repetición del mismo suceso casi inalterado. Esta es la característica de las patologías de lo negativo donde aparece algo que nunca estuvo ligado. Es decir, si en la primera nos encontramos con la desligazón de la pulsión de muerte en relación a la pulsión de vida, de Eros, en esta otra repetición aparece lo no ligado, una representación que nunca estuvo ligada. En la actuación no-simbolizable nos encontramos con lo no representado que se manifiesta como una repetición radical donde no hay elaboración simbólica. De allí la gravedad de estas patologías que requieren que el terapeuta re-cree un espacio-soporte de los efectos destructivos de la-muerte-como-pulsión.
Si volvemos al caso de Freud que describe en Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina (1920) vemos que al centrar la investigación sobre la homosexualidad de la muchacha deja prácticamente de lado la observación sobre la diferencia entre deseo y pulsión. Donde esta última se impone como pulsión de muerte. De allí que la interpretación sobre la actuación suicida -la cual se ve “obligado a juzgar como seria”- la limita a decir que fue producto del desengaño que “le había empujado a la homosexualidad, a saber, el de tener un hijo del padre, pues ahora ella caía por culpa de su padre.” Más adelante continua “Para el enigma del suicidio el análisis nos ha traído este esclarecimiento: no halla quizá la energía psíquica para matarse quien, en primer lugar, no mata a la vez un objeto con el que se ha ido identificando, ni quien, en segundo lugar, no vuelve hacia sí un deseo de muerte que iba dirigido a otra persona. Claro es que el descubrimiento regular de tales deseos inconscientes de muerte en el suicida no necesita extrañarnos ni imponérsenos como colaboración de nuestras deducciones, pues el inconsciente de todos los vivos rebosa de tales deseos de muerte, aun los dirigidos contra personas a quienes por lo demás ama.” Esta perspectiva no es trabajada por Freud y el inconsciente de la paciente insiste. Por lo que sabemos, a partir de la biografía realizada de la “joven homosexual”, el vacío construido en relación al Primer otro se actualiza en una angustia primaria con una profunda sensación de abandono que la lleva a dos nuevas actuaciones suicidas. Es desde la carencia materna donde podemos entender la castración edípica que la lleva a la vivencia de desvalimiento. De allí que busca un objeto productor de sufrimiento: su pareja nunca estuvo enamorada de ella. Esta relación es una repetición de la que tuvo con su madre buscando lograr algo que no obtuvo con el objeto primario. El segundo pasaje al acto fue tomando veneno cuando su amada la deja para partir hacia Berlín. Antes de sufrir su pérdida la rechazará y previo a envenenarse le envía un telegrama firmando con el nombre de su padre: “Le pido que termine toda contacto con mi hija”. La tercera tentativa de suicidio la realiza cuando está por casarse. Pero no con el muchacho que ama, sino con un amigo. Al rechazo de su amante se suma el miedo a decirle la verdad al padre. La bala que se dispara pasa a dos centímetros del corazón y se aloja en su pulmón. En su larga recuperación logra ser tenida en cuenta por su familia -deberíamos decir por su madre- y elaborar su dolor por los dos amores perdidos. De allí que “la joven homosexual” de Freud busca fallidamente en la relación con una pareja de su mismo sexo, organizar su subjetividad en un amor idealizado para no dejarse “caer” (niederkommen) en el desvalimiento primario que significaba el triunfo de los efectos de la muerte-como-pulsión.