Podemos afirmar que hoy vivimos un mundo desconfigurado, un mundo que lo sentimos atravesado por la tragedia y que ha llevado a la sensación de vulnerabilidad y de vacío. Este mundo es una capa que se ha adherido a nuestro cuerpo sin permiso y que produce efectos cuyos síntomas se expresan en el triunfo de la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada sobre las pulsiones de vida, el Eros.
En Berlín, 1923 fue el año de la hiperinflación. En las casas y los cafés se contaban muchas anécdotas. Por ejemplo, que en las tiendas no les ponían precio a los productos ya que cambiaban cada hora; los médicos solo aceptaban el pago en especie, el papel dinero no tenía ningún valor; se relataba la historia de una pareja que había vendido su casa para emigrar a EEUU, pero cuando llegaron al puerto, el dinero no le alcanzaba para el pasaje, ni siquiera para volver a su pueblo; también la del cliente que se toma dos cervezas a 5.000 marcos cada una, pero cuando quiere pagar valían 14.000 marcos. En viejas imágenes de esa época se puede ver a hombres y mujeres empujando carretillas o carritos repletos de billetes para hacer las compras en los negocios. Había medio millón de desocupados; como prácticamente no existía ayuda social la gente literalmente se moría de hambre; la tuberculosis y el raquitismo hacían estragos en la población, en especial, en los niños.1
La historia de la humanidad es la historia de la relación del sujeto con la comunidad y no la del Yo individual
A pocos años de terminada la primera guerra mundial en 1918 se había formado un gobierno provisional que, ante la convulsionada Berlín por la hiperinflación y la violencia entre las fuerzas de la derecha y la izquierda del Partido Comunista y el Partido Socialdemócrata, se trasladó a la ciudad de Weimar donde se constituyó la Asamblea Nacional, elegida democráticamente, que dio inicio a la nueva República.
La República de Weimar era repudiada por los que seguían identificados con el Reich y con el Kaiser, así como grupos de derecha antisemitas; éstos se constituían en organizaciones armadas que realizaban violentos atentados. Por diferentes razones, también se oponían los comunistas y los socialdemócratas. Recordemos que la represión al levantamiento espartakista produjo la eliminación sangrienta de más de 5.000 personas, entre ellos los fundadores del Partido Comunista Alemán, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht que fueron detenidos y asesinados por grupos paramilitares de derecha. El clima de inestabilidad, deterioro de la calidad de vida y violencia atravesaba todos los sectores de la vida cotidiana. Alemania vivía un estado de latente guerra civil y su capital, el Berlín de los años ´20, presentaba el aspecto de una ciudad paradojal: la mejor ópera, el cine, el teatro y la pintura convivían con atentados diarios, manifestaciones de uno u otro sector que se enfrentaban violentamente, conjuntamente con la tremenda pobreza que se asentaba en los guetos cerca de la Alexanderplatz. Como escribe Claude Klein: “Sea cual sea la época de la República de Weimar en que nos situemos, la contestación es siempre igualmente profunda en las ideologías y, de forma más general, en los medios intelectuales, tanto de derechas como de izquierdas. La República nunca llego a ser aceptada, bajo ninguna de las formas que tomó de 1919 a 1933, en esos ambientes; al contrario, nunca dejó de ser impugnada y sometida desde cualquier sector político a una crítica constante y fundamental. Sin embargo, hay que reconocer que, de esta crítica permanente, en los círculos políticos, culturales y artísticos, surgió una vida cultural de una riqueza excepcional. Tanto en el teatro como en el cine, la pintura, la arquitectura y la literatura. Los años veinte fueron años de oro. Las ideas en ebullición fueron de una riqueza y de una diversidad no comparables a ningún otro país en la misma época.”2
En este clima de época, Freud reiteraba lo que había escrito durante la guerra: “cuando el traumatismo toma dimensión colectiva el psicoanálisis tiene que hacerse accesible a las multitudes.” La respuesta fue crear sanatorios o lugares de consulta con tratamientos gratuitos, lo cual llevaría a adecuar la técnica a las nuevas condiciones “…(donde) es muy probable que en la aplicación de nuestra terapia a las masas nos vemos precisados a alear el oro puro del análisis con el cobre de la sugestión directa.”3
Con el fin de fundar clínicas psicoanalíticas gratuitas, se crea el Poliklinik de Berlín fundado en 1920 y el Ambulatorium de Viena en 1925. En este último, desde su apertura “la afluencia de personas sobrepasará ampliamente la capacidad de atención. En 10 años de funcionamiento, los analistas hicieron allí 1955 consultas y concluyeron 313 análisis. Centenares de pacientes -adultos, adolescentes y niños- fueron tratados en la policlínica fundada por Karl Abraham, Max Eitingon y Ernst Simmel hasta fines de 1920.”4 Estos tratamientos trabajaban sobre las neurosis traumáticas, impotencia, en especial de hombres, y síntomas psicosomáticos. Desde esta perspectiva es necesario recordar lo que plantea Alejandro Vainer: “Estamos en 1924 en la ´Viena roja´. Junto a la Berlín de la República de Wiemar, el 20% de los análisis eran gratuitos y la mayor parte de los pacientes atendidos eran varones y trabajadores. Muy lejos del mito de la terapia para mujeres burguesas que reina aún hoy.”5
A partir de esta necesidad clínica Freud introduce el concepto de pulsión de muerte ya que no se trata de saber lo que hace obstáculo o no en la cura y los medios para buscar una solución; sino, por el contrario, nos encontramos con la resistencia terapéutica negativa que reenvía al terapeuta a la resistencia del paciente con las intervenciones que se orienten a curarlo.6
El modelo de la represión propio de la sociedad victoriana que generaba un Yo donde el sujeto se atrincheraba cuyo efecto eran las clásicas neurosis estudiadas por Freud ha trocado en un Yo que se ha vaciado, se ha fragmentado
Freud dice que la vida está entre dos muertes: la primera con el nacimiento y nuestro desvalimiento originario que da como consecuencia la muerte como pulsión; la segunda: la muerte real de la que nada podemos decir como psicoanalistas. De esta manera está señalando un origen trágico y un destino trágico del sujeto humano. Desde este origen trágico el niño necesita de un Primer otro que le de vida. No sólo desde el punto de vista biológico, sino constituyendo un espacio-soporte con ese Primer otro afectivo, libidinal, imaginario y simbólico. Este espacio permite que nuestra singularidad encuentre las particularidades de nuestro ser en el proceso de individuación que las identificaciones van a posibilitar. Somos singulares en potencia ya que necesitamos de un Primer otro para que nos encontremos con otros.
Esta perspectiva nos lleva -como veremos más adelante- a que la actualidad de nuestra cultura genera nuevas formas de procesar la pulsión de muerte que no han sido analizadas en la época de Freud. Es decir, nuevas formas de corposubjetivación7 cuya consecuencia son los procesos de desligazón de la pulsión de muerte que conduce tanto a la violencia destructiva y autodestructiva como a la dificultad de simbolizar el desvalimiento originario propio de la muerte-como pulsión que construye un sujeto en la vivencia del desamparo.8 De allí las características propias del sujeto en la actualidad: la sensación de vulnerabilidad, desamparo y los síntomas propios de la violencia destructiva y autodestructiva.
El Yo tiene en el nosotros
un sentido político
La tradición del pensamiento humano occidental está basada en la presunción de un Yo libre y racional que puede decidir sus acciones. Sin embargo, veremos que esto no fue siempre así.
Lo decimos de entrada: la historia de la humanidad es la historia de la relación del sujeto con la comunidad y no la del Yo individual. En las sociedades originarias, hasta el periodo feudal, el individuo no se veía separado de su lugar de pertenencia; su identificación estaba sostenida por una ciudad, un grupo, una religión, una actividad o una profesión, un sector social, etc. La ruptura con la organización de las sociedades primarias en la que el sujeto se sentía parte indisoluble de la comunidad comenzó en el feudalismo. En este régimen, el criterio que primaba era de complementariedad entre el individuo y la ciudad, los gremios, las universidades, la iglesia; todos ellos daban una estructura, un lugar de pertenencia y un ordenamiento funcional. Con el surgimiento de la burguesía, ésta comienza a basar su poder real en la propiedad privada y el dinero. El dinero es abstracto y un equivalente universal que permitía, para aquellos que se sostenían en la propiedad privada, dejar de lado las relaciones históricas que configuraban la sociedad feudal. Si a la burguesía le garantizaban jurídicamente la propiedad privada, las demás relaciones sobran. La monarquía, la aristocracia y la iglesia necesitaban dinero para sostener su lugar de poder, lo cual llevaba a que la burguesía fuera constituyéndose progresivamente en la clase dominante. Esta situación significa que el dinero y la propiedad privada van sustituyendo a la fidelidad de la sociedad feudal con la comunidad; las clases medias (funcionarios, profesionales, juristas, etc.) van adquiriendo poder en relación a sus posibilidades económicas. De esta forma, “la libertad ya no se concibe ligada y enriquecida por la fidelidad sino como la simple ausencia de coacción. El sujeto de esa libertad ya no es una persona en un contexto de posibilidades recíprocas sino un individuo, una porción de espacio-tiempo cuyo fin último es almacenar más espacio y más tiempo.”9
Hoy encontramos un imperativo que comanda al sujeto en nuestra civilización, en tanto empuje a gozar sin límites en la ilusión de obturar el desvalimiento originario. Compro, luego existo
En este contexto el filósofo Thomas Hobbes escribió El Leviatán donde argumentaba que los ciudadanos libres llevan a cabo un contrato implícito para darle el poder al monarca, donde se establece un Estado en el que se garantiza a los ciudadanos que no se agredan unos a otros. Cuando los señores feudales de las ciudades se independizaron de la monarquía -entre otras cuestiones- surge la democracia que se sustentaba en el derecho divino de los ciudadanos y se apoya filosóficamente en Rousseau, Locke, Kant y Hume. Desde esta perspectiva, se consolida la visión de un Yo triunfante, entendido como un individuo que tiene derechos y capacidad de tomar decisiones. No obstante, esta es una realidad particular de la sociedad occidental ya que la construcción de este Yo no es compartida por la mayor parte del mundo. Para el 80% de los habitantes del mundo el individualismo llega de los países más desarrollados de occidente, no es parte de su historia y no es el eje que define las relaciones sociales, las cuales provienen de los sistemas conceptuales de cada sociedad. Esto lo podemos observar en las regiones de Asia, África, Oceanía y parte de América Latina.
Por otro lado, esta concepción del Yo occidental como entero e indisoluble es demolido a principios del siglo XX por Sigmund Freud. Su propuesta parte de un yo heterogéneo, partido, dividido; donde a partir de su conceptualización de la segunda tópica es ubicado por Freud “como esa pobre casa que depende de tres amos: el mundo exterior, el Ello y el Superyó.”10 Este Yo dividido estará atravesado por lo no ligado de la pulsión de muerte que altera a través del Ello o del Superyó su función de síntesis.11
El lugar del sujeto en la sociedad ha cambiado: ya no es el sujeto freudiano de la burguesía en la sociedad victoriana, cuyo modelo era la religión, que sometido a la represión propia de una moral lo obliga a moderar su goce y a entrar en los canales de los ideales que lo orientan. Este Yo se acerca al de las personas que padecieron los efectos de la guerra con los traumas de guerra y al de los sectores pobres que estaban atravesados por la crisis social y económica con síntomas de neurosis traumáticas analizadas en los policlínicos de Berlín y Viena.
El modelo de la represión propio de la sociedad victoriana que generaba un Yo donde el sujeto se atrincheraba cuyo efecto eran las clásicas neurosis estudiadas por Freud ha trocado en un Yo que se ha vaciado, se ha fragmentado. En un Yo que ha dejado de ser soporte del interjuego pulsional entre las pulsiones de vida, Eros y las de muerte al encontrarse atrapado por la pulsión de muerte.
En este Yo trinchera encontramos los típicos mecanismos de defensa de las neurosis. Éstas siguen funcionando, pero en un Yo que desaparece en su función de Yo-soporte.13
Como dijimos anteriormente, el nacimiento de la burguesía genera una ilusión de un Yo individualista. Luego la modernidad dio cuenta del descubrimiento de un Yo racional; en cambio, la actualidad de la modernidad tardía fragmenta la fortaleza prometida a partir de sintomatologías que se caracterizan por el vacío interior y la ausencia simbólica. Este es el inconsciente que aflora con su crudeza desoladora.
Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía, hoy debemos incluir lo traumático que produce una cultura en el exceso de realidad que produce monstruos
Es decir, Freud reconoce que el sujeto renuncia a la satisfacción pulsional para sostener el vínculo social y esto trae aparejado la prohibición y el deseo que busca una satisfacción prohibida por la cultura. La histeria en su síntoma conversivo es un ejemplo de este conflicto donde encontramos la imposibilidad de satisfacción total, pero, al mismo tiempo, su enlace con lo social. Por el contrario, en la actualidad los síntomas del paciente límite muestran lo opuesto en su exceso de búsqueda de satisfacción obtenida.
En este sentido, hoy encontramos un imperativo que comanda al sujeto en nuestra civilización, en tanto empuje a gozar sin límites en la ilusión de obturar el desvalimiento originario. Compro, luego existo.
Este nuevo Superyó condiciona una clínica de esta modernidad tardía, con la que tenemos que trabajar: es la clínica de la impulsividad, de los trastornos de la personalidad, de las adicciones, de las conductas alimentarias, de los trastornos conductuales en los niños y adolescentes y el suicidio. En el encuentro con estos pacientes se manifiesta un goce desamarrado del deseo, alocado, ineducable según las tradiciones psicológicas cognitivo conductuales, y resistente según la psicofarmacología.
Sigmund Freud describe en su época un malestar basado en la represión y despliega su clínica a partir de ese sujeto social: una sociedad constituida para la contención de las pulsiones y que ofrezca vías de satisfacción a través del deseo, con las dificultades inminentes de esa tensión en el malestar de la cultura.
En este sentido, Freud estableció la especificidad del psicoanálisis al comprender los efectos de la realidad de la fantasía, hoy debemos incluir lo traumático que produce una cultura en el exceso de realidad que produce monstruos en la perspectiva que desarrolló cuando introduce el concepto de pulsión de muerte.
Cuando hablo de exceso de realidad es para referirme a una realidad cuyo exceso impide la capacidad de simbolización, produciendo hechos traumáticos que generan monstruos en tanto no son del orden de la fantasía o del delirio. Sus efectos son los síntomas en los que encontramos los aspectos más angustiantes y dolorosos, lo más sufriente del sujeto producto de significaciones que no puede poner en palabras; es decir, por los síntomas del desvalimiento, característicos de nuestra época: suicidios, adicciones, depresión, anorexia, bulimia, etc. Debemos decir que cada vez encontramos menos rasgos sintomáticos ya que aparecen rasgos de carácter asociados a la histeria, la fobia y la obsesión cuyas características son la seducción, el control, la dominación y los miedos.
Es aquí donde encontramos un sujeto que se despliega en un contexto social donde los grandes ideales, las instituciones, las exigencias y normas, el conflicto de clase y el conflicto psíquico, las ideologías y la religión, ceden; dando paso a un mundo desencantado, individualista en el que predominan los procesos de desidentificacion.
Este individuo con un Yo narcisista, entendido como un narcisismo atravesado por la pulsión de muerte, que ilusoriamente busca su propia realización desconectado del otro, o solo conectado con fines utilitarios
Este individuo con un Yo narcisista, entendido como un narcisismo atravesado por la pulsión de muerte, que ilusoriamente busca su propia realización desconectado del otro, o solo conectado con fines utilitarios para su supuesto bienestar, es el prototipo de la modernidad tardía donde ya ni la tradición ni el futuro son importantes. Es el triunfo del aquí y ahora, la satisfacción inmediata, el individualismo, la deserción de los valores en una ética de bolsillo. Por supuesto, para unos pocos ya que la mayoría de la población vive en la pobreza y la exclusión. Su resultado es un Yo que deja de ser una organización de producción de sentido, que es su característica principal, al desaparecer como Yo-soporte del interjuego pulsional entre las pulsiones de vida, Eros y de muerte. Atravesado por un vacío propio del desvalimiento primario lo lleva al sujeto a la sensación de vulnerabilidad y desvalimiento por la cual reacciona con la angustia como señal de alarma frente al peligro que amenaza su unidad en tanto instancia psíquica o al sujeto en su totalidad.
De esta manera -como decía Freud- el traumatismo ha tomado una dimensión colectiva, lo cual nos lleva a la necesidad de implementar Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos a la vez que apropiarnos de la cultura en la que estamos y pertenecemos para dar cuenta de nuestros deseos y necesidades que nos lleven a construir alternativas individuales, familiares y sociales.
Notas
1. Uzcanga Meinecke, Francisco, El café sobre el volcán. Una crónica del Berlín de entreguerras (1922-1933), Libros KO LL, Madrid 2018.
2. Klein, Claude, De los espartakistas al nazismo: la república de Weimar, Biblioteca de la historia, Madrid, 1985.
3. Freud, Sigmund (1918), “Nuevos caminos en la terapia psicoanalítica”, Obras Completas, Tomo XVII, Amorrortu, Buenos Aires, 1978.
4. Sokolowsky, Laura, Freud y los berlineses. Del congreso de Budapest al instituto de Berlín 1918-1923, Gramma ediciones, Buenos Aires, 2022.
5. Vainer, Alejandro, “La revolución rusa y sus resonancias entre los psicoanalistas europeos. La construcción de una izquierda freudiana”, en Carpintero, Enrique (compilador), El psicoanálisis en la revolución de octubre, editorial Topía, Buenos Aires, 2017.
6. La importancia de los policlínicos gratuitos en la década del ´20 es una historia elidida de la versión oficial de las instituciones psicoanalíticas. De allí que la formulación del concepto de pulsión de muerte -idea que originalmente fue planteada en una de las famosas reuniones de los miércoles en la casa de Freud por Sabrina Spieldrein- por Freud es atribuido no a una necesidad clínica, a partir de las neurosis traumáticas, sino a cuestiones personales ante la muerte de su hija Sophie o su pesimismo en relación al futuro de la Civilización.
7. La corposubjetividad alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos. El cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario; el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos dan cuenta de los procesos de subjetivación. En este sentido, definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad del sujeto. Por ello, el cuerpo como metáfora de la subjetividad se dejará aprehender al transformar el espacio real en una extensión del espacio psíquico. Desde aquí hablamos de corposubjetividad donde se establece el anudamiento de tres espacios (psíquico, orgánico y cultural) que tienen leyes específicas al constituirse en aparatos productores de subjetividad: el aparato psíquico, con las leyes del proceso primario y secundario; el aparato orgánico, con las leyes de la físico-química y la anátomo-fisiología; el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales. De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topía, Buenos Aires, 2014.
8. En el interjuego pulsional entre las pulsiones de vida, Eros y las pulsiones de muerte, las primeras ponen a las segundas al servicio de la vida. Cuando las pulsiones de muerte se desligan de las pulsiones de vida éstas actúan en silencio produciendo los efectos de la violencia destructiva y autodestructiva.
En este sentido debemos decir que el término Hildflosigkeit usado por Freud aparece traducido de diferentes maneras como desamparo, indefensión, invalidez, inerme o desvalimiento. Nosotros usamos el término desvalimiento para referirnos a la vivencia del estado originario que produce el trauma de nacimiento. Toda situación traumática remite a ese primer estado. Por ello hablamos de desvalimiento originario. En cambio, usamos desamparo para aquella organización psíquica en la que se vivencia una falta de sostén del mundo externo en relación al mundo interno.
Desamparo significa abandono, falta de ayuda o favor. Desamparar es dejar sin amparo o favor a la persona que lo pide o necesita. Podemos decir que es una problemática que aqueja a algunas personas en diferentes momentos de su vida, pero especialmente durante períodos en los cuales se encuentran potencialmente vulnerables y dependientes, ya sea física y o psíquicamente. Esto ocurre especialmente en la niñez. Dicha vulnerabilidad debiera decrecer con la edad y sobre todo disminuir al finalizar la adolescencia. Sin embargo, sabemos que existen períodos en los cuales el sujeto ve puesto a prueba sus recursos psíquicos. Es decir, en el desamparo encontramos la vivencia de una falla primaria en la constitución del espacio-soporte del Primer otro que puede manifestarse en las diferentes etapas psicoevolutivas (oral, anal, fálica); allí aparece lo desligado que es posible volver a ligar a través de un procesamiento simbólico. En cambio, el desvalimiento da cuenta de un sujeto cuyo trauma originario fue imposible de elaborar, ya que algo que no estuvo ligado no puede elaborarse simbólicamente. No nos enfrentamos con lo desligado, sino con aquello que nunca pudo ligarse. Carpintero, Enrique (2014), op. cit.
9. Obregon, Carlos, ¿Quiénes somos realmente? La historia del Yo, Ediciones Universitarias, México, 2014.
También Sigal, Nora Lia, “La constitución del Yo y la autobiografía”, en https://www.aacademica.org/000-035/723
Segura Naya, Armando, “El Yo y su tiempo.” Universidad de Granada, en https://doi.org/10.24310/Contrastescontrastes.v0i0.1801
10. Freud, Sigmund (1923), “El yo y el ello” Tomo XIX, Amorrortu, Obras Completas, Buenos Aires, 1976.
11. Ver cita 6.
12. Carpintero, Enrique, “La precarización del Yo”, revista Topía, noviembre de 2021. También “Un paradigma de época: lo innombrable de la pulsión de muerte”, revista Topia, abril de 2008.
13. El yo-soporte. El yo es el resultado de elecciones de objeto que llevan a identificaciones que permiten soportar la emergencia de lo pulsional. Este yo-soporte se constituye como garantía del proceso de estructuración-desestructuración del interjuego entre las pulsiones de vida y de muerte. Por ello, en el caso de una estasis pulsional, el yo desaparece en su función soporte al quedar atravesado por los efectos de la pulsión de muerte. En este sentido, el necesario trabajo con el yo permite que el sujeto se encuentre con su “potencia de ser” para posibilitar un revestimiento narcisista del yo en una identificación sostenida en un proyecto como ideal del yo. En la actualidad de la clínica nos encontramos con sujetos que tienen obstáculos en la representación de palabra ya que su pensamiento operatorio los lleva a no poder reflexionar siendo dominados por los conflictos actuales. Es así como pierden la capacidad asociativa y su ligazón con su historia personal. Esto los lleva a realizar actuaciones y exigir del otro respuestas rápidas y compulsivas; la función de palabra se encuentra devaluada siendo necesario interpretaciones que se realicen en acto con el fin de ir instalando un espacio transferencial que permita el desarrollo de la cura. En este sentido, el analista debe implementar un dispositivo que permita el encuentro con lo resistido donde contener implica soportar la emergencia de lo pulsional para realizar la función de corte a la demanda de lo negativo. Carpintero, Enrique, “Algunas reflexiones sobre el giro del psicoanálisis”, revista Topía, noviembre 2009. ◼