A mediados del siglo pasado la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció los criterios de lo que entendía como Derecho a la Salud: “El goce del grado máximo de salud que se puede lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social.” Este derecho -que también se encuentra en nuestra Constitución- establece que todos los humanos tienen que tener acceso a los servicios de salud; es decir, nadie debería enfermar o morir por ser pobre. Además, se relaciona con otros derechos humanos como el acceso al agua potable, alimentos, una vivienda digna, educación y condiciones de trabajo seguros. Es evidente que este Derecho a la Salud se transforma en una frase llena de buenas intenciones que no existe en la realidad.
Ser pobre significa vivir menos y morir peor; enfermar más, tener peores servicios sanitarios y una menor calidad de vida
La medicina forma parte de las pasiones políticas. Ésta era la forma de pensar en una cartografía imaginaria de la Grecia antigua. Toda cura era un peregrinaje, el tratamiento presuponía un exilio y el comercio de Esculapio un distanciamiento de las pestilencias de la ciudad. El camino de Epidauro un recorrido penoso: los enfermos podían perder la vida al llegar; si, a pesar de todo llegaban, los dioses ya habían hablado. En las ciudades médicas llamadas abatón, dormían en circunstancias lamentables, los sacerdotes quemaban esencias, agitaban cascabeles y les acercaban serpientes sagradas. Los sueños de los pacientes vaticinaban un diagnóstico; ellos permanecían solos en su enfermedad. Cuando sufrían ciudades enteras, hacían salir a sus puertas un farmakos, chivo expiatorio cargado de manchas, faltas y profanaciones. La ciudad de Atenas solo entregaba un cuerpo a la enfermedad; la economía de la salud no sufría ninguna perdida. Más tarde se asocia la condición de una clase social y la incidencia o gravedad de las enfermedades que padecía el cuerpo.1
“El dominio económico de la salud, la organización de los cuidados y del lenguaje de la medicina, adaptados a los diversos aspectos de una concentración económica sin precedentes, sufren una mutación espectacular, revelada por la reforma de estudios médicos, la refundación de instituciones hospitalarias, la programación directa de las inversiones sanitarias y la reabsorción progresiva del liberalismo profesional. Todas estas rupturas marcan el final de un periodo concreto de la historia de la medicina, en el transcurso del cual, el cuerpo médico ha podido preservar una parte importante de sus privilegios y franquicias y, al mismo tiempo, sus ‘libertades de ejercicio’, una profesión bien situada en la jerarquía social, un dominio del saber autentificado por un lenguaje hermético y el ritual de una práctica inalienable. Es el todo indivisible del ser, del conocer y del hacer lo que fundamenta la clínica.”2
En la actualidad, las condiciones generales de la salud evolucionaron de manera significativa. Sin embargo, reducir la mortalidad y aumentar la esperanza de vida promedio no afecta de la misma manera a todos los países y a todos los grupos sociales. Si el capitalismo trajo un gran desarrollo económico y social, éste siempre fue acompañado de contradicciones. Por ejemplo, durante la revolución industrial se creó una gran riqueza a la vez que una gran pobreza; la mayoría de la población trabajadora sufrió un empeoramiento de sus condiciones de vida. El paso de la artesanía al modo de producción mecánico de la gran industria en la que el capital se apropia de los cuerpos, no hace más que multiplicar las enfermedades. Como escribe Marx: “El estado de salud de este material de explotación a bajo precio, está figurado en el siguiente cuadro del doctor Trueman, médico del dispensario general de Nottigham: de 686 engranadores con edades comprendidas entre los 17 y los 24 años, el número de tísicos era de uno cada cuarenta y cinco en 1852, uno de cada diecisiete en 1854, uno de cada quince en 1859 y de uno cada ocho en 1861. Este progreso de la tisis debe satisfacer al más optimista de los progresistas y al más descarado viajante del libre cambio.”3
La época entre las guerras produjo el crecimiento de los años veinte que finalizó en la Gran Depresión del 29 y la crisis del año treinta, el ascenso de los fascismos, la ruptura de las democracias y el desarrollo del movimiento obrero luchando por sus reivindicaciones. Luego de la segunda Guerra Mundial se desarrolló el capitalismo del Estado de Bienestar que se sostuvo a partir del poder de movilización del movimiento obrero y el miedo de los sectores hegemónicos a las revoluciones y el comunismo. Este capitalismo que podemos llamar “controlado” se transformó en los ´80 en un régimen de acumulación del capital más “flexible” a partir de la globalización neoliberal. Esta circunstancia llevó -entre otras cuestiones- a destruir el poder de los sindicatos mediante la represión y la integración de la burocracia sindical; eliminar el control de capitales establecidos en 1944 por los acuerdos de Bretton Woods y remundializar la economía. Debemos agregar que se acentuó el individualismo y la desubjetivación mediante el consumismo y el endeudamiento familiar. Su resultado fue un aumento de la desigualdad y de la pobreza con un gran impacto en la salud, ya que ser pobre significa vivir menos y morir peor; enfermar más, tener peores servicios sanitarios y una menor calidad de vida.
En esta perspectiva debemos decir que la enfermedad más importante no es el cáncer o las enfermedades cardiovasculares sino la desigualdad social y las graves consecuencias que producen en la desigualdad de la salud.
Los orígenes del actual sistema de Salud en la Argentina podemos ubicarlo a mitad del Siglo XX cuando se empieza a redefinir la estructura del sistema. Bajo el gobierno del primer peronismo (1946-1955) el sistema de Salud fue mutando de un modelo basado en la medicina privada a la instalación de servicios con una organización y planificación del Estado. El origen del sistema de obras sociales es de esta época. La particularidad fue el crecimiento del sector público acompañado por el desarrollo de las obras sociales. En este período se sientan las bases del sector público como el de seguridad social; lo cual lo convierte en un momento instituyente del sistema de salud. Esta situación se debió a un ciclo económico expansivo durante los primeros años del gobierno peronista, el cual se frenó en 1949. Si al inicio el ideal era centralizar la asistencia sanitaria en manos estatales luego se comenzó a impulsar la autonomía de los hospitales de beneficencia y privados.
La enfermedad más importante es la desigualdad social y las graves consecuencias que producen en la desigualdad de la salud
En 1955 el golpe que derrocó a Perón marca una etapa signada por la discontinuidad de las instituciones políticas a través de gobiernos democráticos débiles que eran reemplazados por golpes de estado impulsados por diferentes grupos militares. En este período se cuestiona la política centralizadora favoreciendo la iniciativa privada por la cual la corporación médica se ve beneficiada. Las políticas desarrollistas impulsadas por el gobierno totalitario de Ongania llevó a que se desjerarquizaran las instituciones públicas de salud y se generalizara el sistema de obras sociales el cual se entrega a los sindicatos. Para ello se dicta una Ley que implica la obligatoriedad de los aportes a las obras sociales que permite el aumento del poder de los burócratas que dirigen los sindicatos. De esta manera se crea una modalidad de atención de la salud basada no en el presupuesto público sino en el aporte de los trabajadores y de sus empleadores. La Ley de descentralización hospitalaria (Ley 19032/71) lleva a un modelo de Estado subsidiario en el que predomina la privatización, la desregulación, la disminución de los aportes en Salud Pública y el descenso de la población que se atiende en hospitales públicos.
La dictadura cívico-militar de 1976 favorece la expansión del capital privado y el deterioro de los sindicatos y de toda organización de los trabajadores. En esa época se les sacan a los sindicatos el control de las obras sociales; al mismo tiempo, proclamando la subsidiaridad del Estado, transfiere al sector privado las prestaciones de los trabajadores. Es un momento en que se inicia un gran desarrollo del sector privado en salud. El comienzo del “paradigma neoliberal” se afianza en los ´90, con el gobierno de Menem, donde se naturalizan las desigualdades sociales. En este sentido la noción de Derecho a la Salud desaparece ante la mercantilización del acceso a la salud que se entiende como un bien del mercado. Esta exacerbación de la mercantilización del campo de la salud abarca diferentes aspectos. Uno de ellos es la medicalización donde los medicamentos se ofrecen como cualquier mercancía que es necesario consumir. Estos cambios en el campo de la salud están relacionados con los desarrollos científicos y tecnológicos, pero también con la construcción de un sujeto donde cree que la felicidad se puede comprar en el mercado.
La psiquiatrización del campo de la Salud Mental en la Argentina ha llevado a la hegemonía de un neopositivismo psiquiátrico que reduce el padecimiento subjetivo del sujeto a un organismo y a un cerebro sin subjetividad. Su resultado es la medicalización -diferente al acto de medicar- donde lo importante es tratar un síntoma con psicofármacos. El equipo interdisciplinario queda en un lugar secundario ya que el psiquiatra debe encontrar el trastorno y su correspondiente medicamento. Procesos vitales comunes a todas las personas como el nacimiento, la sexualidad o la senectud se consideran trastornos sobreintervenidos con tecnología y procedimientos médicos dejando de lado las relaciones interpersonales de los sujetos. La Mercantilización del síntoma subjetivo lleva a vender enfermedades psiquiátricas como la forma más rentable de ofrecer psicofármacos. Los medicamentos psiquiátricos son los productos más importantes de las empresas farmacéuticas para generar ingresos. En 2001 la industria ingresó 18.000 millones de dólares procedentes de la venta de antipsicóticos (el 6% del total de ventas de medicamentos) y 11.000 millones de dólares de la venta de antidepresivos. En la actualidad el ingreso se ha triplicado y el consumo de antidepresivos se ha cuadruplicado. Aclaremos, estos son recetados, en su gran mayoría, por cualquier médico sin ningún control sistemático.4 No hay un cálculo de riesgo/costo/beneficios; los beneficios se exageran, los riesgos se minimizan y los costos se ignoran. El costo de los fármacos no guarda relación con su valor real sino reflejan la posición monopólica de la industria farmacéutica en el mercado y de su relación con los sectores políticos del poder. En definitiva, los intereses comerciales se han adueñado de la industria médica donde la obtención de beneficios está por encima de la salud de los pacientes. Cuando se habla de las inversiones en la investigación farmacéutica, éstas no son reales, ya que desde las décadas de los ´60 y ´70, cuando se descubrieron los primeros psicofármacos efectivos, no han aparecido otros que superaran su eficacia; desde esa época los descubrimientos han sido escasos y fundamentalmente cosméticos.5
Los intereses comerciales se han adueñado de la industria médica donde la obtención de beneficios está por encima de la salud de los pacientes
Los manuales de Psiquiatría como el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) sirven para producir una inflación diagnóstica que va desde medicar la rabieta de un niño hasta la tristeza necesaria por un duelo. Como dice Allen Frances: “Son muy pocos los que padecen una enfermedad mental grave, muchos más sufren una dolencia leve, pero la parte más importante del mercado está formada por gente sana preocupada. La industria farmacéutica quiere explotar ese filón y ha obtenido fantásticos beneficios inculcando la idea de que muchos de los problemas normales de la vida son trastornos mentales debido a un ‘desequilibrio químico’ que puede solucionarse engullendo pastillas. Los más creativos cerebros publicitarios y los más amplios estudios de mercado ayudan a introducir los productos donde nunca antes habían llegado. El discurso para convencer a los consumidores es que la vida es mejorable y basta con dar los pasos necesarios para tonificar el cerebro para mejorarla. La promesa subliminal es que más allá de curar la enfermedad, las pastillas pueden contribuir a lograr un mejor estilo de vida gracias a la química.”6
En esta perspectiva el Derecho a la Salud en el campo de la Salud Mental hay que plantearlo en la necesidad de desarmar la institucionalización psiquiátrica. Esto implica promover un Plan Nacional de Salud Mental que parta de crear espacios alternativos de atención que lleven al cierre de los grandes establecimientos psiquiátricos y Colonias para reemplazarlos por camas de internación en Hospitales Generales y pequeños Hospitales Psiquiátricos para internaciones breves que no puedan hacerse en el dispositivo anterior. Por otro lado, se debe contar con una red de Servicios de Atención Comunitarios que hagan el trabajo de prevención y rehabilitación del paciente dentro de la comunidad. Esto puede ser posible a partir de una desinstitucionalización de los profesionales, que lleve a rehabilitar la subjetividad. Una corposubjetividad que da cuenta de diferentes cuerpos: el cuerpo orgánico; el cuerpo erógeno; el cuerpo pulsional; el cuerpo social y político; el cuerpo imaginario y el cuerpo simbólico. Cuerpos que a lo largo de la vida componen espacios cuyos anudamientos permiten procesos de subjetivación.7
El Derecho a la Salud en el campo de la Salud Mental hay que plantearlo en la necesidad de desarmar la institucionalización psiquiátrica
Los Derechos a la Salud comienzan a judicializarse en nuestro país con la reforma de la Constitución de 1994 y la incorporación de los tratados en materia de Derechos Humanos. Las áreas en las que los litigios adquieren importancia fueron por el tratamiento con antirretrovirales para el VIH, por el acceso a medicamentos genéricos a bajo costo y por los derechos reproductivos. También por factores que constituyen condiciones para la salud como el agua, el alimento y el derecho a vivir en un medio ambiente sano.
De allí la importancia de que las personas se vean como portadoras de derechos y dejen de ver la enfermedad como mala suerte para interpretarla como injustica
Si bien aquellos que se benefician con los juicios no son los sectores de poder, tampoco son los más vulnerables ya que no tienen posibilidades de hacer juicios al Estado o a empresas privadas. Los mayores beneficiarios son la clase media y media pobre que tiene ciertas posibilidades económicas y simbólicas. Los estudios de casos en diferentes países demuestran que estos litigios pueden beneficiar a algunas personas, pero no se extienden al conjunto de la población; por lo contrario, aumentan la desigualdad.8
Es importante entender que el Derecho a la Salud es uno de los temas más importantes en relación a los Derechos Humanos: no puede existir un derecho a estar sano ya que algunas características de la “mala salud” quedan fuera del control humano; sin embargo, buena parte de la salud de la población se encuentra sujeta al control social a través de leyes, políticas y programas que influyen en el desarrollo de enfermedades y pueden limitar sus efectos. Por ello los Derechos a la Salud están vinculados con los diferentes sectores sociales que pueden acceder a los beneficios que plantean las investigaciones científicas y tecnológicas. Los gobiernos de América Latina, que siguieron los lineamientos de instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de EEUU, llevaron a implementar programas de ajustes estructurales cuyo resultado fue -ente otros- el recorte del gasto público donde el sector más afectado fue el de la salud. Por otro lado, los informes establecen una peor situación nutricional de la infancia, mayor incidencia de enfermedades infecciosas y mayores tasas de mortalidad infantil y materna. De allí la importancia de que las personas se vean como portadoras de derechos y dejen de ver la enfermedad como mala suerte para interpretarla como injustica.9
Si, como venimos planteando, la judicialización tiene un límite, es necesario abrir un espacio para que la acción política modifique las relaciones económicas y sociales en que se sostiene la organización de la salud en la Argentina ya que está, en mayor o menor medida, solo beneficia a aquellos que tienen un poder adquisitivo que les permite acceder a diferentes tratamientos.
Notas
1. Polack, Jean Claude, La medicina del capital, editorial Fundamentos, Madrid, 1971.
2. Ídem 1.
3. Marx, Carlos, El capital, Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
4. Frances, Allen, ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría, editorial Ariel, Buenos Aires, 2014. Este autor fue presidente del grupo de trabajo del DSM IV y parte del equipo directivo del DSM III. En la Actualidad es catedrático emérito del departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Durham, Carolina del Norte.
5. Ídem 4.
6. Ídem 4.
7. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topia, Buenos Aires, 2014.
8. Gloppen, Siri y Roseman, Mindy Jane, “¿Pueden los litigios judiciales volver más justa la salud?” En Yamin, Ely Alicia y Gloppen, Siri, La lucha por los derechos de la Salud ¿Puede la justicia ser una herramienta de cambio?, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, 2013.
9. Yamin, Ely Alicia, “Poder, sufrimiento y los tribunales. Reflexiones acerca de la promoción de los derechos de la salud por vía de la judialización.” en Ídem 8.
Bibliografía
Bauman, Zygmunt, La salud sitiada, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014.
Cannellotto, Adrián y Luchtenberg, Edwin (compiladores), Medicalización y sociedad. Lecturas críticas sobre la construcción social de las enfermedades, UNSAM edita, Buenos Aires, 2010.
Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, editorial Topia, Bueno Aires, 2014.
------ (compilador) La subjetivadad asediada. Medicalización para domesticar al sujeto, editorial Topía, Buenos Aires, 2011.
Elu Alicia y Gloppen, Siri, La lucha por los derechos de la Salud ¿Puede la justicia ser una herramienta de cambio?, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2013.
Fidalgo, Maitena María, Adiós al derecho a la salud. El desarrollo de la medicina prepaga, Espacio editorial, Buenos Aires, 2008.
Frances, Allen, ¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría, editorial Ariel, Buenos Aires, 2014.
Galende, Emiliano, Psicofármacos y Salud Mental, editorial Lugar, Buenos Aires, 2008.
Polack, Jean Claude, La medicina del capital, editorial Fundamentos, Madrid, 1971.
Valverde, Clara, “La salud bajo el capitalismo” en https://www.fuhem.es/2018/06/26/la-salud-bajo-el-capitalismo.