Lise Gaignard es una psicóloga y psicoanalista francesa. Doctorada en Psicología bajo la dirección de Christophe Dejours, con la tesis “Incidencias de la psicodinámica del trabajo en la práctica del psicoanálisis”. En este, su primer libro traducido al español, profundiza las huellas de Dejours en cuanto al mundo de trabajo en la actualidad.
A continuación, publicamos la introducción del libro.
Ante una demanda sin límites,
un proyecto humilde.
Hélène Chaigneau (1)
Este libro trata de lo que el trabajo hace al psicoanalista y viceversa. Dejemos de lado, para no desviarnos, el punto de vista de esa moral organizadora de las relaciones humanas o elaborada por la experiencia social: el trabajo del psicoanalista no tiene nada que ver con el del sociólogo. Contentémonos con una reflexión técnica: la cuestión principal es la de situar el lugar del saber y la acción, en la cura. Ésta se sitúa del lado de los pacientes, siempre y cuando, se les ofrezca un lugar donde sea posible desplegar sus narrativas, para poder escuchar algunos de esos miles de hilos que los mantienen inmovilizados en lugares que se han vuelto insostenibles, para cada quien.
Una forma de desentrañar los principales trastornos de ansiedad o depresión durante las entrevistas de “sufrimiento en el trabajo”, como a lo largo de un tratamiento, es permitir al paciente resituar la infelicidad que trae en su experiencia dentro de las relaciones de producción, para examinar las diferentes creencias que han ido marcando su recorrido. Una narración para desilusionar, ya que nuestra sed de identificación, nuestra ambición o simplemente la envidia, nos precipitan fácilmente en la “trampa venenosa de la camaradería”2 que nos hace sentir que pertenecemos a la élite de los privilegiados de turno. Para algunas personas, el disfrute del éxito, sea pequeño o grande, puede ser muy costoso, dado que en nuestro mundo financiarizado las relaciones de poder son transitorias. Basta con un correo electrónico desde Chicago en plena noche -por dar una ejemplo- para que, a la mañana siguiente, se elimine toda una organización en la que cientos de personas han estado trabajando durante meses; o -en otro caso- un informe de auditoría contable que añada un nuevo criterio de evaluación al cuadro de resultados de un sector. En el caso de las narrativas sobre el trabajo, les rogamos hagan uso de los cinturones y pongan el respaldo de su asiento en posición vertical porque, seguro, habrá turbulencias y muchas.
¿Cómo podría ser la práctica del psicoanálisis si los psicoanalistas tuvieran en cuenta los efectos del trabajo, tanto en el curso del tratamiento de sus pacientes como en las condiciones de su propia actividad? ¿Cómo sería el mundo si considerásemos las desgracias que nos afectan, nos hacen daño y a veces nos matan, como consustanciales a las relaciones de producción de servicios y bienes? ¿Qué técnicas de asistencia y qué tipo de organización de la salud pública resultarían de esta nueva visión del mundo?
Desde mi pasaje por la Universidad Nueva3, en Francia a los dieciséis años, conservo el hábito de considerar que las vidas de las personas están todas atrapadas y entrelazadas junto con las actividades de los otros; nuestras vidas son consustanciales. Parece obvio, dicho así, pero esto rara vez se considera en serio. El estudio de la obra de Georges Politzer, de la psicología concreta, de la enseñanza filosófica desde un punto de vista monista y materialista, han sido decisivos en mi formación. Mi experiencia se enriqueció concurriendo a diferentes centros de asistencia: trece años en establecimientos psiquiátricos, como las clínicas de La Borde y La Chesnaie, cuatro años trabajando en una cárcel con personas que habían cometido delitos sexuales (además de la convivencia con supervisores y jueces), ocho años en un instituto médico-educativo atendiendo a “deficientes profundos”, tal como se los estigmatizaba entonces. Es decir, un largo recorrido entre diversas minorías, y siempre con la cuestión del trabajo en mente -el mío y el de los demás- como una “interrelación perseverante esencial.”4
Las reflexiones de este recorrido son las que se analizarán en este texto. La organización de mi trabajo en la consulta ha estado condicionada en mayor medida por los treinta años de experiencia clínica que por mis vastos años de estudio y contacto con investigadores.
ADDENDUM
Termino de escribir este libro cuando las autoridades francesas, frente a la epidemia de covid-19, frenaron la mayoría de los proyectos en curso. La publicación del texto quedó en suspenso, al igual que otras tantas actividades, con excepción de las vinculadas al mantenimiento de la vida individual y colectiva.
Este freno de la producción definida como “no esencial” ha despejado ciertas perspectivas. De pronto, las enfermeras y algunos otros trabajadores se encontraron en el centro de nuestra atención. Esto permitió ver más que nunca, o quizás por primera vez, las formas de producción de algunos servicios o bienes esenciales. ¿Qué habría sido de nosotros sin estos servicios?, se preguntaron los medios y se preguntó la gente.
No es que las trabajadoras fueran más numerosas de lo habitual: al contrario, algunas de ellas tuvieron que quedarse en casa para cuidar a sus hijos, ya que las escuelas y guarderías estuvieron cerradas, otras fueron consideradas vulnerables y se las apartó del empleo. Aquellas trabajadoras esenciales, a las que no pudimos seguir ignorando, evidenciaron que la supervivencia de los seres humanos depende, en gran parte, de las mujeres; ya sea en el hogar, en los lugares de atención o en los servicios. Una percepción colectiva que hasta el presidente de la República creyó que debía subrayar. Pero señalando el costado heroico de este trabajo, Emmanuel Macron, ocultó el hecho de que el trabajo se había vuelto imposible a causa de la indiferencia y el desprecio de clase sostenida desde su propio gobierno. Las trabajadoras, en la urgencia y sin recursos, inventando el día a día para hacer frente a la pandemia, han tenido que compensar la reducida capacidad de atención a los enfermos y a los ancianos, mermada por años de recortes presupuestarios.
El trabajo de las empleadas domésticas se hizo visible cuando se ausentaron a sus empleos. Un médico me dijo, afligido al principio del encierro: “no podemos abrir el consultorio, la empleada está ausente”; a nadie se le ocurrió la idea de distribuir ese trabajo entre los demás miembros del personal, los organigramas decretan la inmovilidad de roles. Pero luego de un tiempo, para los que trabajan directamente con los pacientes, el sacrosanto marco de los puestos y roles, se flexibilizó, y “trabajamos como nunca”5 con autonomía, con eficacia, cada uno hizo lo que tenía que hacer, en colaboración con los compañeros presentes, para poner foco en lo esencial.
En otras palabras, se creía que ya no volvería a ser como antes. No me interesa señalar aquí, que sería conveniente analizar las causas de fondo de esta pandemia para que la sociedad fuese más justa y más ecológica. Hablo aquí como psicoanalista y seguiré desde esa perspectiva al exponer el trabajo de la cura. En Francia, la vida no será como antes porque las personas hoy son conscientes del trabajo que requiere el mantenimiento de la vida, de lo doméstico y de los servicios que están involucrados. Una experiencia de concientización colectiva, algo mediatizada podríamos decir, que deja huellas conscientes e inconscientes.
Para los que estaban confinados en sus casas, sin exigencias externas, sin tener que garantizar una cotidianidad distinta de la propia, sin estímulos ni intercambios, “informados” sobre la pandemia constantemente, la vida se volvió pesada, estereotipada, suspendida. El aburrimiento y el cansancio secó insidiosamente las relaciones con los otros, o peor aún, las convirtió en una amenaza.
Los nuevos trabajadores virtuales se distanciaron de sus colegas: sin sentirlos, sin verlos más que en pequeñas viñetas en sus pantallas, sin la complicidad de las miradas en las reuniones, de las sonrisas en los pasillos; cooperar se hizo muy difícil. Las relaciones de dominación se tensaron, tanto en el ámbito del trabajo doméstico como en el laboral. Estas tensiones y fracturas, de los que estaban “en el frente” y “en la retaguardia”, se profundizaron.
Otra experiencia reveladora fue el fracaso de las autoridades sanitarias. Escasez de barbijos, de gel, de testeos y luego de las vacunas que se habían prometido; con una comunicación contradictoria, desconcertante y hasta angustiosa, buscando justificar estas sucesivas catástrofes tecnocráticas. La gestión económica no presentaba las mismas deficiencias; todo funcionaba: se prometía la jornada reducida y se concedía; se eliminaban cargos de las empresas paradas, al menos inicialmente; pero, la gestión sanitaria a cargo de burócratas en sus escritorios y delante de sus pantallas fue desastrosa. Preocupados en cubrirse ante la posibilidad de juicios, como sucedió con el escándalo de la sangre contaminada6 o France Telecom7, hicieron lo posible por esquivar la responsabilidad de los desastres que ellos mismos generaron por estar muy alejados de las realidades sociales. La convocatoria a expertos, a la consultoría más sofisticada, tan alejada de la dirigencia como de la población, fue un verdadero fiasco. Lo único que manejaban era un sistema de prevención, olvidando que una herramienta así no hace más que sostener las fantasías de quien lo armó y que no suelen tener ninguna relación con el mundo real. Lo único que funcionó durante la pandemia fue la actividad coordinada de las personas en sus lugares de trabajo. Muchos pagaron el precio con su salud y hasta con sus vidas.
Esta experiencia será decisiva solo si se hace consciente. Por eso, los profesionales del malestar en la cultura, es decir, los psicoanalistas, tienen mucho trabajo por delante. Se encontrarán durante meses con las asperezas o los dramas producto de estas experiencias colectivas y de estas cooperaciones transformadoras. Son muchos los artículos sobre las experiencias del personal sanitario, que han hecho referencia a un redescubrimiento del sentido de sus trabajos durante la pandemia. Si bien se trataba del mismo empleo, la naturaleza del trabajo había cambiado.
Esta vez se pudieron organizar para atender a los pacientes, sin considerar las directivas de la Alta Autoridad Sanitaria (HAS, por sus siglas en francés). No hubo pérdida de sentido, a menudo fue lo contrario lo que sucedió. En el momento del primer confinamiento, los trabajadores dejaron de responder al sistema de las Agencias Regionales de Salud, para atender a los pacientes. Adecuaron con rapidez su comportamiento laboral a la necesidad tal y como habían aprendido en la universidad, tal y como aparecía en los folletos publicitarios del área de comunicación de los centros sanitarios. El Departamento de Sanidad, por un momento, dejó de invertir las prioridades: ¡qué alivio, qué suerte! Pero no se tuvo en cuenta esta experiencia y se frenó el movimiento de este colectivo emergente.
Los psicoanalistas tendríamos que escuchar con urgencia el desorden del trabajo porque el mundo del pasado seguirá insistiendo y las decepciones seguirán siendo muchas. No se trata de un compañero de lucha al que le podemos decir: “Sí, te entiendo.”, en tono condescendiente, sino tratar de escuchar el trabajo en todos sus detalles como una experiencia fundacional y transformadora: “¿Cómo hacés lo que se te pide?” “¿Cómo te sentís al hacer lo que hacés en la oficina, en el hospital, en el campo, etc.?” Hay que intentar captar la experiencia del trabajo y sus huellas, desde el lugar del analista, para permitir una elaboración singular del sufrimiento, de las decepciones y las heridas que no cesan de producirse, y dejar de opinar e interpretar a propósito de la familia o del trabajo de nuestros pacientes.
La transformación social no debe esperarse de las supuestas élites, sólo puede venir, como las que precedieron, de las bases. Estas transformaciones tienen que tener en cuenta las coordenadas de la época. El Instituto Montaigne, un think tank francés que defiende las orientaciones liberales y que reúne a empresarios, altos funcionarios, académicos y representantes de la sociedad civil, reclama la vuelta a las condiciones de trabajo anteriores a las luchas del Frente Popular. Las catástrofes en el mundo del trabajo recién han comenzado. Estemos más atentos que nunca: lo que pasará no dejará de sorprendernos. El espacio analítico es y será, más que nunca, un lugar de creación de posibilidades. Todavía es necesario permitir la elaboración de la experiencia del trabajo, es decir, de lo esencial de nuestra existencia si tenemos en cuenta el trabajo de mantenimiento de la vida. Las condiciones de tal elaboración son, desde mi punto de vista, imperativas: esto es lo que he querido mostrar paso a paso en este libro. François Tosquelles afirmaba el 6 de febrero de 1943: “La locura no es una cuestión personal”8; en lo que respecta a nosotros, como psicoanalistas, es necesario en primer lugar aprender a luchar contra la ocultación de nuestro propio trabajo tanto como del trabajo de aquellos que nos cuidan con sus servicios, lo que no es poco.
Notas
1. Nohra-Puel, Joséphine, Soigner la folie, Une vie au service de la clinique, Campagne Premère, Paris, 2010.
2. Se trata de una expresión de Haffner, S., Historie d´un Allemand, Souvenirs (1914-1933). Citada por Dorra, Max, Lutte des revés et interpretación des clases, L´Olivier, Paris, 2013.
3. La Nueva Universidad organizó cursos de derecho, economía política, literatura, historia, ruso y francés. Yo misma cursé un año de filosofía. Los cursos se impartieron en cuatro centros parisinos para jóvenes trabajadores y estudiantes. Estaba dirigida por Auguste Dumeix, en el marco del Partido Comunista Francés.
4. Tosquelles, François, “Condition et avenir des débiles profonds”, Esprit, nov. 1965.
5. Le Monde, 12 de mayo 2020.
6. Ibidem
7. Ibidem
8. Tosquellas Jacques, Francesc Tosquelles, psychiatre, catalán, marxiste, Éditions d´ une, Paris, 2020.