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Clínica de las perturbaciones del carácter

 

Introducción

En la comunidad psicoanalítica tenemos un problema que no ha adquirido todavía suficiente visibilidad. Es una situación paradójica. Por un lado, las perturbaciones del carácter son reconocidas por todos como uno de los problemas que en la clínica nos plantea las mayores dificultades y por otro lado nos encontramos, luego de más de cien años de desarrollo de nuestro campo de conocimientos, con que ellas han sido escasamente estudiadas. Esto lo podemos constatar en el poco espacio que ocupan en la producción bibliográfica y en que no forman parte de los programas de formación. La consecuencia de esta paradoja, para quienes trabajamos en clínica, es que tenemos que enfrentar problemas complejos con recursos insuficientes.

Este trabajo tiene el propósito de presentar un panorama de los aportes que consideramos más fructíferos respecto de las perturbaciones del carácter y de los recursos clínicos que podemos derivar de ellos.

Los términos con los que vamos a trabajar

Es importante no confundir al carácter con sus perturbaciones.

Empecemos con el carácter. Veamos un ejemplo. Freud (1908) habla del “carácter anal” y señala en él la presencia de tres rasgos: tenemos aquí a personas ordenadas, ahorrativas y tenaces. En estos rasgos encontramos un modo logrado de procesar las exigencias pulsionales, en particular el erotismo anal, ya que no generan conflicto ni padecimiento alguno para el yo. Al contrario, estos rasgos pueden contribuir a su desarrollo.

Los rasgos patológicos de carácter producen algún tipo de malestar en el entorno. No se trata de conflictos que tiene el sujeto consigo mismo sino con los demás

Los rasgos de carácter son innumerables, pero mencionemos otros para no quedarnos solo con esa tríada famosa. Por ejemplo, la simpatía es un rasgo de carácter, la prudencia es otro.

En la clínica no nos ocupamos de ellos. Tomamos nota de su presencia, nos pueden orientar respecto de alguna cuestión, pero hasta ahí llegamos ya que no son una fuente de problemas, de sufrimiento ni de interrogación para el paciente.

Pasemos ahora a las perturbaciones del carácter. Freud usó diferentes denominaciones para ellas que nos indican su intención de diferenciarlas del carácter. Voy a tomar dos: “perturbaciones del carácter” y “rasgos patológicos de carácter”. Otros autores usan el término “caracteropatías”.

Veamos algunos ejemplos. La avaricia, el despotismo, la arrogancia son rasgos patológicos de carácter.

¿En qué se diferencia el carácter de sus perturbaciones? En varios aspectos pero aquí señalaremos solo dos de ellos:

Mientras que los rasgos de carácter tienen cierta flexibilidad y admiten matices, los rasgos patológicos se destacan por su rigidez y uniformidad.

La segunda diferencia, tal vez más importante, consiste en que los rasgos patológicos de carácter producen algún tipo de malestar en el entorno. No se trata de conflictos que tiene el sujeto consigo mismo sino con los demás. Por lo tanto, cuando decimos “perturbaciones del carácter” tendríamos que aclarar que son una perturbación para los otros.

¿Contamos con una teoría para las perturbaciones del carácter?

Si por teoría entendemos un corpus organizado, la respuesta es negativa. Sin embargo, un conjunto de autores se ocuparon del tema e hicieron diferentes propuestas. Podemos mencionar en primer lugar a Freud. Luego a Abraham, Reich, Ferenczi y Fenichel en una primera época. A esa primera etapa le siguió un período en el que las nuevas contribuciones fueron escasas y finalmente, desde hace ya algunas décadas, el tema recobró un tibio interés.

La identificación con la perturbación del carácter queda en evidencia cuando el que porta el rasgo es cuestionado y responde diciendo “yo soy así” o algo equivalente

De todos los que investigaron sobre las perturbaciones del carácter creo que Freud fue quien más aportó para que podamos entender algo sobre estos problemas. Sus propuestas están dispersas a lo largo de su obra, pero es posible organizarlas en tres grandes grupos:

La perspectiva de la pulsión

Consideremos a la avaricia, uno de los rasgos patológicos de carácter que mencionamos. En ella podemos localizar una satisfacción pulsional que se expresa directamente. Se trata de una satisfacción sádica que en el carácter anal es reprimida y procesada a través de mecanismos complementarios como por ejemplo la formación reactiva.

Diana Rabinovich (1985) señala que en la caracteropatía tenemos un yo encarnando la satisfacción pulsional. Entiendo esta afirmación de la siguiente manera: el yo está identificado con un rasgo que reditúa una satisfacción pulsional. La identificación con la perturbación del carácter queda en evidencia cuando el que porta el rasgo es cuestionado y responde diciendo “yo soy así” o algo equivalente.

A partir de este planteo podemos contraponer los rasgos patológicos de carácter a los síntomas. Si bien en ambos se juega una satisfacción pulsional, en el caso del síntoma la misma conduce a un conflicto intrapsíquico y a la producción de un cuerpo que resulta extraño para el yo, mientras que en el rasgo patológico de carácter la satisfacción pulsional es encarnada por el yo y conduce a un conflicto con el entorno.

 

La perspectiva de las identificaciones

Comencemos de nuevo con un ejemplo. En uno de los tantos pasajes en los que Freud (1939) habla de Goethe, su poeta preferido, dice que tuvo un padre rígido y pedante. Dos rasgos patológicos de carácter que seguramente padeció y que lo llevaron a menospreciar a su padre. Sin embargo, desarrolló esos mismos rasgos. En este punto Freud ubica a la identificación: la rigidez y la pedantería de Goethe se constituyeron por identificación con esos mismos rasgos de su padre.

Freud no diferencia esta identificación de las identificaciones secundarias con las que estamos más familiarizados. Otros autores lo han hecho. D. Maldavsky (1992) fue quien más trabajó este tema. Señaló que la identificación que produce un rasgo patológico es diferente de las identificaciones secundarias porque supone una fijación a un trauma y constituye un intento de defensa ante él por el camino de hacer activo lo sufrido pasivamente.

Se trata entonces de una identificación defensiva y vindicatoria en tanto el sujeto tiene una satisfacción en infligirle a otro lo desagradable que le ocurrió.1

En el caso de Goethe podemos suponer que padeció la rigidez y la pedantería de su padre y que resolvió ese sufrimiento identificándose con esos rasgos y mortificando a otros con ellos.

 

La perspectiva del trauma

Esta perspectiva parece requerir un mayor trabajo de investigación. La noción de trauma está presupuesta en la operatoria de la identificación que describimos en el punto anterior. Sin embargo, no está claro qué tipo de trauma es el que está en juego en los procesos que precipitan en la producción de rasgos patológicos de carácter. Por ello, en esta ocasión, nos limitaremos a mencionar la existencia de esta perspectiva en la propuesta freudiana y a dejar apuntada la necesidad de esclarecer la naturaleza del trauma en estos casos.

De las tres perspectivas, la de las identificaciones integra a las otras dos. Como si cumpliera una función de pivote, la identificación supone un intento de procesar un trauma y genera un rasgo que encarna una satisfacción pulsional.

Modos de presentación

¿Cómo se presentan las perturbaciones del carácter en la clínica? En algunos casos constituyen el motivo de consulta. El entorno (familiar, social, laboral) del posible paciente le plantea algún tipo de límite. Los otros amenazan con no seguir tolerando su “forma de ser”. Si no cambia, pone en riesgo algo apreciado que no está dispuesto a perder, sea un vínculo, una posición, un trabajo.

Sin embargo, lo más habitual es que los rasgos patológicos de carácter no sean el único ni el principal problema que lleva a un sujeto a un análisis. A veces las perturbaciones del carácter ocupan un espacio importante en la presentación inicial y en otros casos se van haciendo un lugar en el curso del tratamiento.

Más allá de la importancia que tengan para el paciente, las perturbaciones del carácter se presentan en las sesiones básicamente de dos maneras:

 - En forma de relatos en los que el rasgo patológico está presente y genera o no conflictos y cuestionamientos de parte del entorno.

- En la transferencia, es decir en acto, en una escena en la que el rasgo se despliega en la sesión misma.

Cuando los cuestionamientos del entorno están presentes y producen angustia en el paciente, las perspectivas del tratamiento son más favorables. En cuanto al despliegue de la caracteropatía en la transferencia, puede producir en nosotros, los terapeutas, los malestares típicos que generan “este tipo de pacientes”. El enojo y la impotencia están a la orden del día y en muchas oportunidades pueden llevar a que actuemos expulsivamente o bajemos los brazos y desahuciemos al paciente.

Modos de abordaje

Si la teoría con la que contamos para estos problemas es todavía bastante limitada, las orientaciones para un tratamiento de ellos nos dejan casi en la indigencia. Puede ser que esto sea una exageración y, por las dudas, prefiero ser prudente y dejar abierta la posibilidad que mi revisión de la bibliografía esté incompleta. Si no omití aportes significativos diría que contamos, a grandes rasgos, con dos propuestas.

La primera, en realidad, más que una propuesta es una advertencia: en el tratamiento de estas perturbaciones la vía de las representaciones no es la indicada. Esto quiere decir que esperar que el paciente asocie libremente sobre su rasgo puede resultar infructuoso.

La segunda ha sido planteada por varios autores (Reich, 1933; Fenichel, 1945; Nicolini y Schust, 1992) que nos indican que el camino con estos problemas sería “sintomatizar” el rasgo patológico. Deberíamos apuntar a que el rasgo, que forma parte del yo, se vuelva un cuerpo extraño para él. Supongamos que el paciente, a partir de ciertas intervenciones, empieza a registrar el rasgo y comienza a tomar nota de las consecuencias que le genera. Puede ser que ese rasgo empiece a ser considerado como un problema y que le surjan interrogantes respecto de él.

En el rasgo patológico de carácter la satisfacción pulsional es encarnada por el yo y conduce a un conflicto con el entorno

Un problema de esta propuesta es que parece considerar que “sintomatizar” equivale a transformar al rasgo patológico de carácter en un síntoma de pleno derecho. Aunque el rasgo pueda volverse extraño para el yo, esto no significa que se ha transformado en una formación del inconciente, ni que ahora la asociación libre se haya vuelto una vía fértil para su tratamiento. En los casos en que la propuesta de la sintomatización resulte viable, queda abierto el problema de cómo trabajar con un rasgo patológico de carácter que se ha “sintomatizado”.

Si la situación más frecuente fuera la que describimos recién, la clínica de las caracteropatías no tendría la mala fama que se ha sabido ganar. Lo que ocurre en la mayoría de los casos es que los pacientes son refractarios a la propuesta de “sintomatización” por dos razones: en primer lugar, porque tienen una fuerte identificación con su propio rasgo patológico y además porque sostienen la pretensión que los demás se adapten o toleren su “forma de ser”.

En resumen, tenemos una advertencia (no apostar a la vía de la asociación libre) y una propuesta bastante limitada: en la mayoría de los casos no nos sirve y en otros, si logramos que el rasgo se vuelva un cuerpo extraño, después no está claro qué hacer con él.

La vía de las identificaciones

Cuando sintetizamos el marco conceptual freudiano en relación a las perturbaciones del carácter indicamos que la perspectiva de las identificaciones integraba tanto a la satisfacción pulsional como a la vertiente del trauma. Por ello resulta la más promisoria para desprender de ella una línea de intervención. La misma debería apuntar a las identificaciones que produjeron los rasgos patológicos de carácter.

Cuando trabajamos con esta orientación podemos empezar haciendo dos cosas:

- Si el paciente no lo trajo espontáneamente, indagamos si hay alguien, significativo en su historia, que tenga o haya tenido un rasgo patológico similar al que él tiene. En mi experiencia, en la mayoría de los casos, había un objeto significativo con ese mismo rasgo.

- Si ubicamos ese rasgo también en un objeto, investigamos qué posición tuvo o tiene el paciente ante él. Lo esperable, por el resultado, es que haya tenido o tenga una posición de no cuestionamiento, de pasividad y eventualmente de sometimiento.

En los primeros tiempos en que me interesé en esta vía de abordaje comencé haciendo intervenciones en las que señalaba la identificación con el rasgo patológico del objeto. Para seguir jugando con el ejemplo ficcionado del poeta, luego de algún relato en el que su pedantería se hubiera hecho notar podría haber dicho algo así como “vos que menospreciás a tu viejo por pedante, parece que ahora lo estás emulando” o luego del despliegue de su rigidez en transferencia, una intervención del tipo “¿así era tu viejo?”.

En el tratamiento de estas perturbaciones la vía de las representaciones no es la indicada

¿Qué pasa con este tipo de intervenciones? Casi nada. En general los pacientes aceptan la semejanza con el objeto, pero eso no produce mayores efectos. Con el tiempo advertí que el problema no es el de una identificación de la que el paciente no está anoticiado.

Dijimos que se trata de una identificación defensiva. ¿Ante qué opera la defensa en este caso? En principio, pareciera que ante los efectos del rasgo hostil del objeto en la propia subjetividad. Esos efectos dependen en parte de las características del rasgo y del objeto, pero mucho más de la posición del sujeto ante ellos. En términos freudianos lo determinante parece ser la pasividad ante la cual la identificación ofrece una salida.

Si nos orientamos en esta dirección vamos a privilegiar las escenas en las que el paciente se encontraba o se encuentra con el rasgo hostil del objeto. Y a partir de ellas vamos a proponer algunas preguntas. ¿Qué efectos tenía o tiene en él ese rasgo? ¿Cómo tramitó esos efectos? ¿Por qué sostenía o sostiene una posición de no cuestionamiento? ¿Podría haber hecho o podría hacer algo diferente que identificarse con el rasgo del objeto y entronizarlo así en su propio yo?

Bibliografía

Abraham, K. (1921), “Contribuciones a la teoría del carácter anal”, Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Paidós.

---------------- (1924) “La influencia del erotismo oral sobre la formación del carácter”, Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Paidós.

---------------- (1925) “La formación del carácter en el nivel genital del desarrollo de la libido” Psicoanálisis clínico, Buenos Aires, Paidós.

Fenichel, O. (1945) Teoría Psicoanalítica de las Neurosis, Buenos Aires, Paidós.

Ferenczi, S. (1932), Diario Clínico, Buenos Aires, Editorial Conjetural.

--------------- (1933) “Confusión de lengua entre los adultos y el niño”, Psicoanálisis, Tomo IV, Madrid, Espasa-Calpe.

Freud, S. (1908), “Carácter y erotismo anal” en AE, Vol.9.

------------ (1914), “Recordar, repetir y reelaborar” en AE, vol. 12.

------------ (1916), “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” en AE, vol. 14.

------------ (1920), “Más allá del principio del placer” en AE, vol.18.

------------ (1939), “Moisés y la religión monoteísta” en AE, vol. 23.

Maldavsky, D. (1992). Teoría y clínica de los procesos tóxicos, Buenos Aires, Amorrortu.

Nicolini, E. A. y Schust, J. P. (1992), El carácter y sus perturbaciones. Una perspectiva freudiana, Buenos Aires, Paidós.

Rabinovich, D. S. (1985), Una clínica de la pulsión: las impulsiones, Buenos Aires, Manantial.

Reich, W. (1933), Análisis del Carácter, Buenos Aires, Paidós.

Wainer, A. (2010), “Identificaciones en la clínica de las perturbaciones del carácter”, Actualidad Psicológica, Nº384.

-------------- (2015), “Identificaciones en la constitución de las perturbaciones del carácter”, tesis de doctorado, UCES, Buenos Aires.

Nota

1. “En cuanto el niño trueca la pasividad del vivenciar por la actividad del jugar, inflige a un compañero de juegos lo desagradable que a él mismo le ocurrió y así se venga en la persona de este sosias” (Freud, 1920)

 

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Articulo publicado en
Noviembre / 2019