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El eros o el deseo de la voluntad

 
Editorial

Para introducirnos en el tema de este dossier es necesario destacar la condición pulsional del ser humano. Es decir, el interjuego entre las pulsiones de vida (Eros) que tienden a la creatividad y las pulsiones de muerte que llevan la destrucción. Sin embargo, cada una de estas pulsiones son indispensables ya que, como plantea Freud, los fenómenos de la vida son una acción conjugada y contraria entre ambas. Dicho de otra manera, en toda acción humana vamos a encontrar mociones pulsionales de Eros y de destrucción. Este es el descubrimiento freudiano: que la pulsión de muerte da sentido a la pulsión de vida.

La muerte como pulsión  

El concepto de muerte estuvo presente en la teoría desde los primeros textos de

Freud, aunque no siempre sin expresar dificultades y contradicciones. Si cuando hablo de “muerte” en la teoría me estuviera refiriendo al momento en que señala la cesación de la vida, nada tendría para decir. A lo que me refiero es a esa muerte trabajada por la vida que está presente en el individuo desde que nace. No hay trabajo de la muerte, ésta no trabaja. No hay muerte “natural”. La muerte está construida por la vida. A medida que vivimos vamos trabajando nuestra muerte. Cuando está construida desaparecemos. El sujeto va construyendo con su vida su enfermedad, su vejez y su muerte.

No pretendo encarar un estudio pormenorizado de los textos de Freud, sino de destacar cómo en el conjunto de su obra es posible encontrar tres momentos diferentes para abordar esta problemática.[1]

Para buscar un comienzo posible podrían leerse en el manuscrito G (1892-99) algunas observaciones que se refieren a la melancolía. Este escrito lo componen fragmentos de un borrador enviado a su amigo Wilhelm Fliess, donde se elaboran por primera vez algunas cuestiones teóricas referidas a la melancolía donde establece una relación entre melancolía y anestesia sexual.[2]

Al describir el dolor psíquico plantea una analogía con una herida abierta que más tarde se va a encontrar en otros textos: Duelo y melancolía (1917), Más allá del principio de placer (1920), Inhibición, síntoma y angustia (1926).

En lo que denominaré el primer período, existe un conjunto de escritos que aluden al destino fatal e inexorable del ser humano; la muerte es una Ananke (necesidad) cuyas diosas están representadas en las Moiras.

Un texto ejemplar de este período es El motivo de elección del cofre (1913), quizás el primero donde encara directamente la problemática de  la muerte a través del mito de las Moiras, las diosas de la muerte. Allí describe una escena de la obra de Shakespeare, El mercader de Venecia, donde la hermosa Porcia debe tomar por esposo a aquel que elija entre tres cofres el que encierra su retrato. Uno es de oro, otro es de plata y el tercero es de plomo. Aquellos que eligen los dos primeros se equivocan. Bassanio, que debe elegir el tercero, gana así a la novia, aunque no sabe cómo justificar la elección del cofre de plomo. Freud, luego de hacer referencia a otras historias y mitos donde también se plantea elegir, ya no entre tres cofres sino entre tres mujeres -y cuya suerte siempre recae en la tercera-, establece que esta elección está hablando de un desplazamiento en las diosas de la muerte, constituidas por las tres hermanas del destino, las Moiras, Parcas o Nornas, de las cuales la tercera se llama Atropos, la inexorable.

De esta manera la elección ocupa el lugar de la necesidad. Así el ser humano ilusoriamente vence a la muerte: uno elige dónde en la realidad debe obedecer a la compulsión, al destino. De esta manera no elige a lo más temible sino a lo más  hermoso y deseable.

En El delirio y los sueños en la "Gradiva" de W. Jensen (1907) aborda la muerte y la inmortalidad, estableciendo un paralelo entre la ontogénesis y la filigénesis, comparando el desarrollo de cada hombre con la evolución de la humanidad.

Un pequeño artículo posterior Grande es Diana Efesia (1911) vuelve sobre este tema: la continuidad de la historia humana a lo largo de los siglos, y cómo se realizan grandes obras sobre las ruinas de las anteriores.

Pero es Tótem y Tabú (1912-13) el texto más representativo de este período, donde desarrolla extensamente esta problemática. Aquí establece cómo en el totemismo las manifestaciones rituales, fiestas de sacrificio, la comida totémica y su transición a la religión se pueden rastrear no sólo en los deseos ambivalentes, sino también en el acto parricida original, la muerte del Padre de la horda primitiva a manos de sus hijos.

En estos textos -resumidos a la letra- va enunciando una posición que luego desarrollará extensamente y que mantendrá a lo largo de su obra: en el inconsciente no existe una representación de la muerte propia.

El segundo período lo constituyen textos articuladores de su posición definitiva: La transitoriedad (Lo perecedero) (1916-15), Lo siniestro (Lo ominoso) (1911), De Guerra y muerte. Temas de actualidad (1915) y Duelo y melancolía (1917-15). Voy a sintetizar  este último donde profundiza la perspectiva desarrollada en textos anteriores: el duelo consiste en el proceso de elaboración psíquica que permite, ante la desaparición del objeto, reemplazarlo por uno nuevo.

En el duelo patológico el sujeto se considera culpable de la muerte ocurrida, la niega. De esta manera -entre otras consecuencias- puede llegar a creer que tiene la misma enfermedad que la persona muerta. En cambio, en la melancolía, es el yo el que se identifica con el objeto perdido.

Luego de este breve recorrido por estos textos se puede afirmar que en ellos la muerte no es tomada solamente como un destino fatal e inexorable del ser humano, sino como una problemática que se le presenta a éste en el transcurso de la vida.

En este sentido debe entenderse que el yo es una organización que se “basa en el libre comercio y en la posibilidad de influjo recíproco entre todos los componentes; su enrgía desexualizada revela todavía su origen en su aspiración a la ligazón y la unificación, esta compulsión a la síntesis aumenta a medida que el yo se desarrolla más vigoroso”.

Desde esta perspectiva entiendo el yo como una organización psíquica que permite soportar la emergencia de lo pulsional. Es así como este Yo-soporte se constituye en garantía del proceso de estructuración-desestructuración del interjuego pulsional entre las pulsiones de vida y de muerte. En el caso de una estasis pulsional, el yo desaparece en su función soporte al quedar atravesado por los efectos de la muerte como pulsión. Esto lleva al sujeto a vivir una sensación similar a la del primer gran estado de angustia del nacimiento, que trae como consecuencia la anguastia infantil ante la separación de la madre protectora.   

El tercer período se constituye a partir de Más allá del principio de placer (1920) donde enuncia su posición definitiva, en la que la muerte se transforma en una pulsión que se encuentra desde el momento en que nace el sujeto y de la cual surgen la agresión y la destructividad como consecuencia de su condición pulsional.

El interjuego pulsional entre Eros y pulsión de muerte está en la base que trata de explicar las manifestaciones que llevan al sujeto a lo displacentero.

La "naturalidad" de la muerte a la manera de una Ananke, al tomar la forma de una pulsión, está señalando que si bien es un atributo necesario del hombre va a depender del otro par pulsional, el Eros, la pulsión de vida.

¿Puede decirse que morimos como vivimos? ¿Sería ésta una posición que derivaría en que el hombre es un ser-para-la-muerte, propio de la filosofía existencial?

Para diferenciar su posición de Schopenhauer y de la filosofía, Freud expresa: "No aseveramos que la muerte sea la meta única de la vida; no dejamos ver, junto a la muerte, la vida. Admitimos dos pulsiones básicas, y dejamos a cada una su propia meta". Es decir, si la vida y sus manifestaciones son una "realidad" de la cual no dudamos, con la muerte ocurre lo mismo, aunque su negación lleve a elevarla a un plano a veces mitológico otras a uno filosófico.

Existen dos momentos en la vida de una persona que se le escapan; su nacimiento y su muerte. De lo que sí se debe dar cuenta es de las vicisitudes que ambas tienen en el transcurso de la vida: esta es la problemática que intenta dilucidar Freud.

Junto a Más allá del principio de placer(1920) encontramos dos textos en el que Freud va a realizar algunas consideraciones metapsicológicas en relación a la pulsión de muerte: El Yo y el Ello (1923) y El problema económico del masoquismo (1924).[3]

Pasaré a comentar solamente el primero de los textos señalados, El Yo y el Ello (1923), donde se conceptualiza el lugar de la pulsión de muerte en el marco de la segunda tópica.[4]

Aquí Freud sigue sosteniendo que "muerte" es un concepto abstracto, de contenido negativo y, como tal, no existe posibilidad de que sea representado en el inconsciente. Relaciona la angustia de muerte con la problemática del narcisismo y los procesos de identificación y sublimación, en definitiva, la dialéctica, entre los dos tipos de pulsiones. En este sentido afirma que la angustia de muerte se juega entre el yo y el superyó.

Aquí enuncia un tema que desarrollará más tarde en Inhibición, síntoma y angustia (1926) y es que la angustia de muerte aparece bajo dos condiciones: como reacción ante un peligro externo y como proceso interno, por ejemplo en la melancolía.

Toda angustia sigue ciertos prototipos; lo que cambia es el contenido de peligro ante el cual el sujeto responde con angustia. El temor a la muerte aparece como reacción a una situación de riesgo inevitable: que somos sujetos finitos.

El superyó es un subrogado del padre protector que después recayó en la "Providencia", "el Destino". Cuando el yo se encuentra ante un peligro objetivo que lo supera, se ve abandonado por los poderes protectores y puede ocurrir que se deje morir.

De esta manera la angustia de muerte puede ser concebida como angustia de castración. Esta implica por un lado aceptar la imposibilidad de un objeto que suture totalmente nuestro deseo, pero también nos define como sujetos finitos, con lo cual esa finitud no alude a la muerte -de la que nada podemos decir- sino a que ésta se transforma en una pulsión para indicarnos que la misma está de entrada en el sujeto humano y que sus vicisitudes dependen del otro par pulsional: el Eros.

La potencia de Eros

Luego de este recorrido es necesario preguntarse cuál es el papel de Eros.

Si en la primera clasificación de las pulsiones la sexualidad aparecía como el elemento perturbador, disruptor en la vida del sujeto, ¿Que ocurre en esa segunda clasificación donde toma la forma de Eros o pulsión de vida? ¿Tiende Freud a diluir la importancia de la sexualidad?

Pienso que no, pues la sexualidad en este nuevo dualismo pulsional abarca todas las esferas del sujeto. Anteriormente había una zona -la autoconservación- que estaba vedada a ella. Ahora incluye todas las actividades del individuo, implica el desborde de la sexualidad en todos los órdenes de la vida, se va a encontrar coartada en su fin, sublimada, etc.

El Eros o pulsión de vida tiende a integrar a la persona en "unidades mayores", la fuerza perturbadora, disruptora está ubicada en la pulsión de muerte. Esta actúa en silencio y sólo se la escucha en su unión con Eros. Aún más, Eros no se puede pensar sin la pulsión de muerte, pues es esta última la que da sentido a las pulsiones de vida.

En los grandes pares antitéticos de la teoría psicoanalítica: energía libre-energía ligada, proceso primario-proceso secundario, principio de placer-principio de realidad, principio de Nirvana-principio de constancia, la sexualidad en la primera clasificación pulsional se ubica en el primer par, mientras que ahora Eros puede estar en ambos, pues depende de su fusión o defusión con la pulsión de muerte, ya que ésta es la que aparece como la esencia misma del deseo inconsciente para convertirse en esa fuerza "primaria", "demoníaca" y, fundamentalmente, pulsional.

Si bien la sexualidad en esta nueva clasificación, como Eros o pulsión de vida, se encuentra del lado de la ligazón (bindung), es para señalar su lucha permanente con el otro par pulsional.

Estructuración-desestructuración, fusión-defusión, son procesos que separamos pero que en el sujeto se manifiestan juntos, donde Eros se constituye en figura de un fondo donde actúa la pulsión de muerte. Lo que expongo se puede ejemplificar con la historia que se narra en el libro Anatomía de una enfermedad o la voluntad de vivir, escrito por Norman Coussins. Allí el autor relata una experiencia límite personal, para luego plantear algunas conclusiones en las que señala que todo individuo debe aceptar una cierta responsabilidad dentro del proceso de su propia recuperación de una enfermedad o incapacidad.

En algunas ocasiones esta responsabilidad es obturada por el sentimiento de culpa. Es que si soy culpable la única salida es el castigo y su consecuencia, la enfermedad. La culpa sirve para ocultar la angustia que implica la responsabilidad de decidir. Esta decisión en el caso de una enfermedad nos lleva a asumir nuestra condición de seres finitos y, por lo tanto, que cualquier proceso de curación que iniciemos no tiene garantía de éxito asegurado.

Coussins cae gravemente enfermo de una espondolitis, lo que significa que el tejido conjuntivo de la columna vertebral se está desintegrando, produciéndole una parálisis general con fuertes dolores, con una posibilidad entre quinientas de curarse. No se resigna y decide, con la ayuda de su médico, encontrar en sí mismo la fuerza curativa.

De esta manera luego de ser diagnosticada su enfermedad comienza a preguntarse: "¿Y que pasa con las emociones positivas? Si las emociones negativas producen cambios químicos negativos en el cuerpo, ¿no producirían las emociones positivas, cambios positivos? ¿Es posible que el amor, la esperanza, la fe, la alegría, la confianza y la voluntad de vivir tengan valor terapéutico? ¿O los cambios químicos sólo se producen en el aspecto negativo?.". En cuanto a la actitud que tuvo dice: "Como no acepté el veredicto, no quedé atrapado en el ciclo de miedo, depresión y pánico que a menudo acompañan a una enfermedad supuestamente incurable. Esto no quiere decir, sin embargo, que yo no le diera importancia a la seriedad del problema o que estuviera de un humor festivo a lo largo de la enfermedad... En el fondo yo sabía que tenía una buena oportunidad y acariciaba la idea de desmentir las probabilidades”.

No relataré en detalle el proceso que lo lleva a  que le proyecten películas cómicas, descubriendo así las virtudes terapéuticas de la risa, con la que logra vencer el dolor, y dejar de lado toda medicación para reducir su tratamiento a fuertes dosis de vitamina C. De esta manera consigue recuperarse totalmente.

A posteriori se da cuenta de que la vitamina C tuvo el efecto del placebo, y que lo fundamental fue que él quería curarse y tomar una posición activa en este proceso. Para ello desarrolló un “razonamiento” en el cual la vitamina C se constituía en la medicación que le iba a permitir revertir el proceso de enfermedad.[5]

Luego de relatar su historia, Coussins analiza el efecto del placebo en diferentes enfermedades y la importancia que tiene la creatividad en el ser humano conjuntamente con la voluntad de vivir que nosotros llamamos el Eros o el deseo de la voluntad.

El erotismo como afirmación de la vida

Continuando con lo desarrollado, es preciso decir que desde el punto de vista dinámico la lucha entre las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte aparece situada en el conflicto nuclear del sujeto humano: el complejo de Edipo y de Castración. Es aquí donde se sitúa el conflicto propio de cada individuo en la dinámica del deseo y  la prohibición, la pulsión y la defensa.

Refiriéndose a esta dinámica pulsional, Freud alude en Más allá del principio de placer (1920) a la teoría de Platón, desarrollada en El banquete por Aristófanes y que se refiere al andrógino. Estos son seres humanos que tenían todo doble: doble cabeza, manos, pies, etc. Entonces Zeus decidió dividirlos en dos partes. Luego estas dos partes se abrazaban y enlazaban anhelando fusionarse en un solo ser.

Freud, con esta cita, se está refiriendo a la búsqueda -en todo sujeto- de ese deseo de la voluntad de vivir (que ejemplifiqué en la experiencia  narrada por Coussins).

También habla aquí del deseo de muerte propio de todo sujeto humano. Es que la pulsión de muerte, tomada a partir de las formulaciones de Freud en Más allá del principio de placer (1920), es la vuelta a 0 (cero), la apatía, el deseo de “nada”, que puede llevar a un “dejarse estar” o la violencia destructiva y autodestructiva.

Por ello no puede reducirse la pulsión de muerte a la destrucción del objeto interno o externo. Esta es la expresión de componentes destructivos, en especial de componentes autodestructivos, pero es también abandonarse al exceso de excitación que lleva a la actuación destructiva, así como a la falta de excitación que trae un sentimiento de inexistencia. Es decir, está presente en el narcisismo que se autosatisface, pero también en aquel sujeto que omnipotentemente destruye al objeto.

Creo que esta concepción está magistralmente desarrollada en Georges Bataille, quien establece una relación indisoluble entre el erotismo y la muerte.

Voy a transcribir algunas citas de su libro El erotismo: “La reproducción pone en juego  seres discontinuos. Los seres que se reproducen son distintos unos de otros y los seres reproducidos son distintos de aquellos de los que salieron. Cada ser es distinto de todos los demás. Su nacimiento, su muerte y los acontecimientos de su vida pueden tener para los demás un interés, pero sólo él está interesado directamente. Sólo él nace. Sólo él muere. Entre un ser y otro hay un abismo, hay una discontinuidad.” Más adelante, continúa: “Somos seres discontinuos, individuos que nacimos aisladamente en una aventura inteligible, pero tenemos la  nostalgia de la continuidad perdida. Llevamos mal la situación que nos clava en la individualidad de azar, en la individualidad caduca que somos. Al mismo tiempo que tenemos el deseo angustiado de la duración de este caduco,  tenemos la obsesión de una continuidad primera que nos liga generalmente al ser...”.

Es aquí donde surge el erotismo como una dialéctica entre lo continuo, es decir el ser, y lo discontinuo que representa el sujeto, el cual busca permanentemente esa continuidad perdida que no puede ser otra que su deseo de muerte.

Por ello la frase de Bataille, “El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte”. El erotismo está vinculado a la sangre y a lo que ella simboliza: la muerte.

De esta manera, continúa Bataille: “...Lo que está en juego en el erotismo es siempre una disolución de las formas constitutivas. Lo repito: de esas formas de vida social, regular, que fundan el orden discontinuo de las individualidades definidas como somos... Pero, en el erotismo menos aún que en la reproducción, la vida discontinua no está condenada, a despecho de Sade, a desaparecer: está solamente puesta en cuestión, debe ser transformada, desordenada al máximo. Hay búsqueda de la continuidad, pero en principio solamente si la  continuidad, que es lo único que podría establecer definitivamente la muerte de los seres discontinuos, no vence.... Se trata de introducir dentro de un mundo fundado sobre la discontinuidad, toda la continuidad de  la que este mundo es susceptible. La aberración de Sade excede esta posibilidad...”.

En la dialéctica entre el Eros o las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte, la forma en que se expresa esta búsqueda nos habla de un aparato psíquico en el cual el deseo inconsciente determina el pasaje de lo orgánico al cuerpo como lugar del inconsciente, de lo cuantitativo a lo cualitativo, de lo asimbólico a lo simbólico, de la necesidad al deseo, de lo instintivo a lo pulsional. Es acá donde va a encontrarse el deseo de la voluntad de vivir así como el deseo de muerte, según la fusión o defusión entre ambos.

Por ello, dice G. Bataille: “El hombre, a quien la conciencia de la muerte opone al animal, también se aleja de éste en la medida en que el erotismo sustituye el instinto ciego de los órganos por el juego voluntario, por el cálculo del placer...”.

Notas



[1] Este artículo esta basado en un capítulo del libro Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999.   

[2] Es interesante leer las consideraciones que realiza Freud sobre la anorexia: “a. El afecto correspondiente a la melancolía es el del duelo, o sea, la añoranza de algo perdido. Por tanto, acaso se trate en la melancolía de una pérdida, producida dentro de la vida pulsional (...) d. La neurosis alimentaria paralela a la melancolía es la anorexia. La famosa anorexia nervosa de las niñas jóvenes (luego de una observación detenida) una melancolía en presencia de una sexualidad no desarrollada... Por eso, no estaría mal partir de la idea: la melancolía consistiría en el duelo por la pérdida de la libido”.

Luego continúa desarrollando el funcionamiento de la sexualidad a partir de un esquema sexual desde el cual explica los efectos de la melancolía: “Inhibición psíquica con empobrecimiento pulsional, y dolor por ello”. Freud, Sigmund, Fragmentos de la correspondencia con Fliess (1950 [1892-99]).

[3] También debemos agregar Inhibición, síntoma y angustia (1926) y El malestar en la cultura (1930). En este último texto Freud plantea la pregunta de cómo generar una cultura que utilice la fuerza de la pulsión de muerte al servicio de la vida. En este sentido, el malestar en la cultura no puede encontrar solución en la bondad y en la solidaridad, en tanto estas virtudes sean el resultado de la idealización propias de la utopia. Por ello esta tesis de Freud que, quizás por ser tan evidente, es rechazada: no es posible hacer el bien en nombre de una ilusión. Dar cuenta de la cuestión irresuelta de la inequidad social y ecológica en la cual se inscribe la subjetividad implica apelar a la razón y a la verdad, no como como saberes absolutos, sino como un acto de reflexión en la búsqueda de respuestas que devienen de una práctica social y política.

[4] Debemos señalar que el campo de problemáticas que Freud desarrolla a partir de la segunda tópica es inseparable del concepto de pulsión de muerte.

[5] Citaré un comentario que realiza en relación al efecto de la medicación en la historia de la medicina que, aun con los adelantos en psicofarmacología, es necesario tener en cuenta : "Si tomamos en consideración la naturaleza de las monstruosidades que se han administrado durante siglos, es posible que otro de los rasgos característicos de la especie humana es su capacidad para sobrevivir a la medicación. En diferentes épocas y lugares, las recetas incluían cosas como excremento animal, polvo de momia, serrín, ojos de cangrejo, raíces de hierba, esponjas de mar, 'cuernos de unicornio', y sustancia dudosas extraídas de los intestinos de los rumiantes... Hablando sobre este odioso tesoro de pociones y tratamientos, que en su época fueron tan médicamente respetables como cualquiera de las célebres medicinas de nuestros días, el doctor Schapiro comentaba que 'uno puede preguntarse cómo mantuvieron los doctores su reputación a lo largo de la historia tras miles de años de recetar medicamentos inútiles y frecuentemente peligrosos'. La respuesta es que sus pacientes podían vencer estas recetas nocivas, así como las diferentes enfermedades para las cuales habían sido prescritas, por que los médicos les daban algo mucho más valiosos que las drogas: una inquebrantable creencia en que estaban tomando algo bueno para sus males... Habían recurrido al médico en busca de ayuda; creían que les iba a ayudar... Y así sucedía.".

Bibliografía

Bataille, Georges, El erotismo, Editorial Tusquet, Barcelona, 1980.

Bataille, Georges, Breve historia del erotismo, Editorial Calden, Buenos Aires, 1976.

Coussins, Norman, Anatomía de una enfermedad o la voluntad de vivir, Editorial Kairós, Barcelona, 1982.

Freud, Sigmund, Obras Completas, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979.

Schur, M. Sigmund Freud. Enfermedad y muerte en su vida y en su obra, Tomo I y II, Paidós, Buenos Aires, 1980.

 
Articulo publicado en
Noviembre / 2004