El 150º aniversario del nacimiento de Freud nos convoca a pensar en los cambios de la clínica psicoanalítica en este nuevo siglo. Para ello convocamos a tres psicoanalistas con tres preguntas sobre el trabajo clínico psicoanalítico hoy.
1. ¿Cuáles son los desafíos que encuentra la clínica psicoanalítica en los inicios del siglo XXI?
2. ¿Cómo aparece esta situación en el tipo de demandas que debemos atender los psicoanalistas?
3. ¿Qué consecuencias podemos encontrar en los analistas y las formas de intervención que deben realizar? ¿Esto cuestiona algunos aspectos de la formación clásica de psicoanalistas?
Es necesario rescatar lo valioso de cada cuerpo conceptual, la necesariedad de un análisis para cada analista como condición para su práctica y, frente a la creciente complejidad del mundo, abrir al campo de otros saberes como la filosofía, la historia, la sociología y la literatura.
Héctor Fenoglio
1. Antes que nada habría que aclarar un asunto: ¿la praxis psicoanalítica está articulada con las transformaciones históricas? La respuesta no es obvia: no son pocos los psicoanalistas que, de acuerdo a sus posiciones doctrinales, parecieran considerar al psiquismo humano como una realidad a-histórica ya determinada desde el inicio de los tiempos y por toda la eternidad. Sin embargo hay que dejar en claro que, por un lado, nuestra praxis requiere para efectuarse de ciertas condiciones histórico-sociales tal como, por ejemplo, la autonomía jurídica personal, ya que no podría practicarse con siervos o esclavos. Y lo que sobre todo debería quedar en claro de una buena vez es que eso que llamamos psiquismo es un auténtico real histórico, entendiendo por “histórico” no una situación empírica actual resultado de una sucesión, contingente o necesaria, de hechos objetivos y subjetivos cronológicamente situables, sino una materialidad dialéctica que llega a ser y es por su acto actual (valga la redundancia) en el que se concibe a sí mismo y funda como materialidad histórica.
Desde fines del siglo XX vivimos la era del capitalismo globalizado. Esto no sólo significa que el capitalismo se ha extendido y domina a escala planetaria, sino también, y muy especialmente, que su espíritu, o falta de espíritu, determina hasta el más mínimo movimiento del alma. Hoy tal vez pueda pensarse que el socialismo nunca fue una verdadera opción histórica al capitalismo, pero es innegable que durante los últimos 150 años, desde 1848 en que se proclamó el Manifiesto Comunista hasta la caída del muro de Berlín en 1989, la lucha por el socialismo fue una realidad efectiva y una guía en la vida de la mayoría de las personas más lúcidas y sensibles de todas partes del mundo. Hoy, en cambio, no hay una alternativa semejante.
Somos partícipes involuntarios de un giro histórico decisivo. Hoy se está consumando a escala planetaria lo que Nietzsche anunciaba hace 100 años como el destino inexorable de Europa: el nihilismo. “¿Qué significa el nihilismo? -preguntaba Nietzsche-: Que los valores supremos pierden validez. Falta la meta; falta la respuesta al ‘porqué’. El nihilismo radical es el convencimiento de la insostenibilidad de la existencia, cuando se trata de los valores más altos que se reconocen, añadiendo a esto la comprensión de que no tenemos el menor derecho a plantear un más allá o un en-sí que sea ‘divino’, que sea moral viva”1.
La expresión “Ya no se puede creer en nada” tal vez sea la que mejor y con mayor precisión resuma el estado espiritual en que vivimos, puesto que si bien es cierto que nos encontramos sumergidos en el escepticismo, no llegamos a él porque lo hayamos buscado o querido sino sencillamente porque hemos caído en él y no sabemos cómo salir. Incluso la moderna ciencia experimental, la que hasta unos pocos años atrás supo gozar de un prestigio tan grande al punto de llegar a ser considerada la encargada de descubrir y velar por la verdad en nuestra época, se ha visto afectada en sus cimientos por el descreimiento generalizado; los nuevos descubrimientos e invenciones tecnocientíficas como, por ejemplo, la clonación, más que despertar el entusiasmo por un futuro venturoso, como el que despertó en su momento la llegada del hombre a la luna, lo que despiertan, por el contrario, es recelo y hasta la angustia por las consecuencias que puedan acarrear.
Dios ha muerto es la fórmula que se ha impuesto para expresar este nihilismo desrealizante. No se trata de que han caído tales o cuales creencias religiosas, políticas o filosóficas, por más importantes y poderosas que hayan sido, ni siquiera que han caído todas las creencias; incluso este sombrío panorama sería aun tranquilizante pues siempre existiría todavía la posibilidad de que algún día apareciera alguna nueva creencia. El derrumbe es cualitativamente superior: ya no se puede creer en nada significa que lo que ha muerto realmente es la realidad misma del creer, entendido como el tener la absoluta certeza y confianza en la existencia de un piso, de un fondo último real e inconmovible del mundo. No estamos ante una grave enfermedad psicológica masiva, después de la cual, una vez superada, las cosas volverían a la normalidad; no, estamos ante una verdadera mutación antropológica2. Si utilizáramos el dialecto lacaniano diríamos que no se trata de meras modificaciones imaginarias, sino que estamos ante decisivas mutaciones en lo simbólico y en lo real.
2. Esta situación viene produciendo cambios decisivos en la estructura de la demanda.
En relación a la demanda es común escuchar que “Lacan dijo que el sujeto del inconsciente es homólogo al sujeto cartesiano y éste al sujeto de la ciencia. El sujeto de la duda hiperbólica, del movimiento cartesiano, igual que el sujeto de la ciencia moderna, des-cree de su saber, y ese acto lo ubica en el comienzo de la investigación que la ciencia teje con dos agujas, la experimentación y la escritura matemática. Este tiempo de la duda hiperbólica, como la posición del científico ante su objeto de investigación, es homólogo al primer tiempo de encuentro de un analizante con un analista, cuya función esencial es situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente: que el sujeto advierta donde fracasa su saber. El sujeto del inconsciente, el de la ciencia y el sujeto cartesiano de la duda hiperbólica se perfilan advertidos del fracaso de su saber inmediato, del saber de la evidencia, del saber de lo intuitivo”3.
Lo primero que se debe señalar, antes de puntualizar los cambios operados en la estructura de la demanda, es que esta formulación sobre lo que supuestamente Lacan habría dicho acerca de lo que funda una demanda se refiere única y exclusivamente a la demanda clásica en las neurosis, dado que ni en las psicosis, en borderlines o en tratamiento con niños la demanda asume este modelo. Por lo tanto, presentar tal formulación sin ninguna otra aclaración como la estructura universal de la demanda es, por lo menos, una pretensión unilateral, a menos que se niegue el carácter psicoanalítico del tratamiento posible de las psicosis, con niños, etc., y se circunscriba el oro puro del psicoanálisis al tratamiento de las neurosis.
En cuanto a los cambios que se vienen operando en la estructura de la demanda hay que decir que dicha formulación no refleja la realidad actual: hoy la mayoría de las demandas no son resultado de una prolongada duda hiperbólica ni se presentan bajo la forma de un acto que “des-cree de su saber”; por el contrario, lo que en estos días se registra como trasfondo de muchas demandas no es el sufrimiento ante el derrumbe de un saber (inmediato o no) en las que la función esencial del psicoanalista es “situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente”, sino más bien el sufrimiento producto de una devastación psíquica mortífera ante la imposibilidad de constituir un saber vivir la vida que posibilite vivir la vida. No me refiero a las consecuencias psíquicas de crisis sociales como, por ejemplo, el desempleo, las que requieren de otro tipo de soluciones (en las que el psicoanálisis también puede ayudar y de las que, además, no son ajenas ninguna de las actuales demandas); me refiero específicamente a demandas donde lo que aparece como padecimiento fundamental no es un “síntoma” vivido como “cuerpo extraño” por el “yo”, sino una vida entera desquiciada por la adicción, por el auto-boicot permanente en todos los ámbitos, por el suicidio inminente como única solución al desquicio, el resentimiento y la rabia como temple fundamental de vida, etc.
3. Estos cambios en la estructura de la demanda no se reducen ni se sostienen en la demanda misma; como es lógico, manifiestan cambios en la estructura misma del aparato psíquico. Es claro que las adicciones, por ejemplo, no son un síntoma neurótico (un retorno simbólico de lo reprimido); por lo tanto, el tratamiento psicoanalítico que podemos llamar “clásico”, centrado en el levantamiento de la represión y en hacer consciente lo inconsciente, no es efectivo en ellas. Pero esto no quiere decir que el psicoanálisis no pueda ni tenga nada que hacer allí, puesto que ya a partir de los desarrollos freudianos de 1920 ha quedado establecido que ni lo inconsciente se reduce a lo reprimido ni el trabajo terapéutico se limita al levantamiento de las represiones. Todo esto no es ninguna novedad, lo único novedoso es que en nuestros días se lo desconozca con tanta obstinación.
El tratamiento con niños nos permite realizar algunas puntuaciones. La demanda en los chicos la realizan los padres, son ellos los que con su angustia detectan el problema, y a partir de allí elaboran, realizan y sostienen la demanda; los chicos, en cambio, están tomados casi masivamente por sus certidumbres inmediatas dominadas por el placer; no pueden, a diferencia del adulto, tomar distancia de tal inmediatez y reflexionar sobre la misma, poniéndose en otro lugar que permita soportar y sostener la angustia; cuando aparece la angustia asume un carácter desorganizador y paralizante, y si no hay un adulto que los ampare y ordene, sólo atinan a llorar, a pelear, a golpear/golpearse, a derrumbarse. Lo que viene ocurriendo con los adultos en nuestros días es que cada vez más los vemos caer en situaciones muy semejantes a la de los niños, sumidos en una situación de gran precariedad y desamparo psíquico, familiar y social.
Una de las funciones terapéuticas más importantes hoy, entonces, es propiciar el despliegue de la escisión, favorecer el establecimiento de la distancia reflexiva con una inmediatez por lo general muy desorganizada y dolorosa, de modo tal de instaurar las condiciones para que pueda desarrollarse una interpelación del propio estado en el que se encuentra y del que no puede salir. La operación de “situar al sujeto en una posición de dimisión de su saber consciente” se vuelve inútil por la sencilla razón de que ya se encuentran “dimitidos” y “des-creídos”; por el contrario, lo que se trata de ver es cómo y de qué manera pueden llegar a creer, no en éste u otro saber consciente, sino a creer como sinónimo de desear, pues lo que impera es la incapacidad y hasta la imposibilidad de desear. No se trata del padecimiento por deseos reprimidos, sino de una desesperante nulidad deseante.
La formación psicoanalítica no puede evadirse ni es inmune a esta realidad. Así como ningún psicoanalista puede trabajar en sus pacientes las represiones que no resolvió en su propio análisis, tampoco puede propiciar la inscripción deseante en sus pacientes si su propia vida no está entregada al deseo que la sustenta. La falta de espíritu del capitalismo radica en que busca transformar todo en mercancía, y seduce con la ilusión de que con dinero se puede comprar todo. Sin embargo hay cosas que no se pueden comprar, y hay un mundo donde, a diferencia del capitalismo, impera la ley de que quien no trabaja no come. El conocimiento científico, como sabemos, se compra y se vende, porque es una información ya establecida que cualquiera puede atesorar. La formación psicoanalítica, en cambio, no puede comprarse por la sencilla razón de que no es una información ya establecida que pueda transmitirse como un conocimiento, sino un posicionamiento en la vida alimentado y garantizado por la encarnación del deseo propio.
Héctor Fenoglio
Psicoanalista
hcfenoglio [at] datafull.com
Notas
1 Nietzsche, F., La voluntad de poderío, EDAF, Madrid-México, 1998.
2 Pasolini, P. P., Cartas Luteranas.
3 Vegh, Isidoro, “Sueño en las manos”, Página 12, 20/4/2006.
Alfredo Caeiro
1. El comienzo de este siglo nos encuentra en nuestro país y en todos aquellos llamados de economías emergentes (por su cualidad de sumergidas y que nunca consiguen llegar a la superficie), con el desastre que generó la economía neoliberal en los últimos treinta y cinco años del siglo XX. Nos encontramos frente a una verdadera catástrofe social. Las consecuencias del terrorismo de estado, del genocidio, de las desapariciones, de la guerra de Malvinas, de la disolución del Estado, de la destrucción de las fuentes de trabajo, del desempleo, de la miseria, de la super explotación de la clase obrera con trabajo en negro y mal remunerado, de la expropiación de los bienes a la clase media, etc. (valga el etc. porque si sigo enumerando puedo entrar en pánico), son cuestiones que debemos encarar como ciudadanos y psicoanalistas. Desde esta doble sujeción política y profesional, hoy como siempre o más que siempre, tenemos el desafío de comprometernos con la realidad de nuestra cultura.
Los psicoanalistas que se sostienen en la ilusión de ser extranjeros en su cultura funcionan resistiéndose al compromiso político de su práctica. Hemos sido atravesados por esta catástrofe al igual que toda la población. Renegar de ello hubiera sido triplemente catastrófico para nuestra práctica, nuestros pacientes y nuestra vida privada. Durante los últimos treinta años hemos tenido que implementar dispositivos psicoanalíticos para hacer frente a las persecuciones, el desempleo y la miseria masiva, y hemos tenido y seguimos teniendo la necesidad de implementar dispositivos para tratar las patologías que ha provocado y provoca esta catástrofe.
En el contexto actual, los servicios de salud en general y de salud mental, tanto públicos como privados, están regulados por los intereses de la industria farmacéutica, que promete curas milagrosas con la supresión de síntomas sin considerar al sujeto y a su entorno, coherente con el objetivo de que el sujeto esté al servicio de los intereses de la producción capitalista. Es necesario volver a unir la salud mental y el psicoanálisis, como fue posible en la década del 60 y comienzos de los 70, pero con dispositivos que den respuesta a las patologías actuales.
2. En la primera respuesta ponía entre paréntesis que podía entrar en pánico al evocar cómo se fueron destruyendo las contenciones que la cultura brinda para el soporte del sujeto. Freud en Psicología de las Masas y Análisis del Yo, describe la situación de pánico colectivo por la ruptura abrupta de los lazos libidinosos de los sujetos en una formación colectiva (por ejemplo: la muerte de su líder). Pero ¿qué pasa cuando la destrucción es lenta y paulatina? ¿Qué pasa cuando se van perdiendo los lugares donde los sujetos se pueden encontrar en comunidad de intereses, donde se establecen lazos afectivos, allí donde se desarrollan las posibilidades creativas y se genera la capacidad de sublimación de las pulsiones sexuales y de contención de la violencia destructiva hacia los otros o hacia sí mismo?. La cultura se va transformando paulatinamente en destructiva; impera el “sálvese quien pueda”, sin importar la destrucción del otro y sin que a nadie le importe la autodestrucción de un sujeto.
Ricardo tiene 47 años, consulta por consejo de su gastroenterólogo ya que sufre colitis ulcerosa. Dice en una entrevista:
- Me siento un agujero no puedo contener nada.
- ¿Esto le pasa en otras áreas de su vida?
- No. Todo lo contrario, yo he sido muy exitoso en mi profesión y he podido acumular una pequeña fortuna.
- ¿A qué se dedica?
- Soy administrador de empresas, ahora tengo un trabajo liviano, pero en los 90 me maté trabajando. Trabajaba para una corporación financiera, en mesas de dinero. Se trabajaba como loco pero se ganaba mucho dinero. Mi gerente me decía: esto es como en la guerra, nunca tenés que pensar que al que estás matando es un ser humano como vos.
- ¿Y por qué le decía eso?
- Porque el negocio de la corporación era captar dinero, pagar unos meses de intereses y después desaparecer. Pero siempre el tipo cobraba lo que había invertido... bueno, a veces no.
Si la ley de la cultura es que el interés colectivo esté sobre lo individual, en la actualidad se ha invertido el proceso, lo individual prevalece y es la ley del más fuerte la que impera. En la viñeta clínica el paciente comenta cómo el jefe le decía que el otro debía perder la condición de semejante, y no puede pensar su posición de soldado mercenario para la corporación que le promete su triunfo personal. La corporación impone las leyes, él se somete a ellas y no tiene que pensar que está dañando a un semejante. En realidad no tiene que pensar, sólo actuar, como en la guerra, a la cual se va reclutado a la fuerza o por propia convicción, se puede perder o triunfar, pero no se sale indemne, se sale muerto, herido y/o con daños psíquicos severos.
La salida que encuentran muchos sujetos es refugiarse en el narcisismo, en la búsqueda de un goce imposible, o refugiarse en la enfermedad, como en el caso del consumo de sustancias tóxicas que permiten momentos de excitación y placer, alejándolos momentáneamente del vacío que ofrece el medio social. También encontramos jóvenes narcotizados durante horas frente a una computadora, o bailando en un boliche durante horas sin conectarse con los otros, o consumiendo alcohol y/o drogas en la soledad de su cuarto, despilfarrando grandes montos de energía libidinosa. Lo que más abunda en estos tiempos es el tedio.
Damián tiene 22 años, consulta a instancias de sus amigos. Lo ven encerrado en sí mismo, que no progresa. Desde los 18 años está cursando el C.B.C. sin poder terminarlo, no trabaja, sus padres lo mantienen y creen que estas cuestiones son normales en los adolescentes de hoy.
- Tengo sueño, recién me levanto.
- Pero son la 16 hs.
- Sí, pero me acosté a las 9 de la mañana.
- ¿Estudiaste toda la noche?
- No, me la pasé con la computadora... No me puedo concentrar para estudiar... Tampoco puedo dormir, si me acuesto temprano no me duermo. A la “facu” falté un montón porque no llego a las 14 hs., igual no pasan lista. Me parece que el cuatrimestre que viene me voy a anotar a las 7 de la mañana, total me duermo cuando vuelvo y listo.
- Pero así vivís al revés que todos. No te encontrás con los demás.
- Y nada... con mis amigos me veo de noche los fines de semana.
- ¿Y con tu familia?
- No nos juntamos nunca. Mi viejo llega tarde y pasa por mi cuarto, me saluda, come algo y se acuesta por que se va temprano. Mi vieja es como las gallinas, a las 21 hs. está durmiendo.
- ¿Por qué? ¿Va a trabajar muy temprano?
- No, se va con mi viejo a eso de las 8 ó 9, no sé muy bien... No, porque es loca (se ríe)... se levanta a las 5 de la mañana para maquillarse y cambiarse, está dos horas en el baño... (risa).
- ¿Y cuando se reúnen?
- (Se despereza y se ríe). Para los cumpleaños... para Navidad... para Año Nuevo...
Damián es el único hijo de un matrimonio de profesionales de clase media, ella es médica y él es ingeniero civil. Se han consagrado a su profesión, según dicen en entrevistas vinculares que hemos realizado, no para ganar dinero solamente sino porque les apasiona lo que hacen y viajar, lo que sobra de los ingresos lo “invierten” en viajes, sobre todo de la pareja. Damián fue criado un poco en la guardería, un poco en los colegios de doble escolaridad, un poco por las empleadas domésticas y un poco por las abuelas. Fue necesario implementar un dispositivo de sesiones individuales y familiares para ir construyendo una estructura libidinosa que no existía entre ellos, cada uno mantenía un vínculo de mucho placer con su trabajo y el campo de la familia no era una estructura donde circulara el deseo.
La mayoría de la población se halla en la pobreza o bajo la línea de pobreza, y se la ha condenado a ser un segmento inviable para el capitalismo globalizado, al cual ya ni le interesa explotarlos. Muchos psicoanalistas desafiamos ese destino tratando de construir y/o integrarnos a dispositivos multidisciplinaros de acción comunitaria para su asistencia.
3. El tipo de intervención que realiza un psicoanalista hoy está directamente ligado al compromiso que tiene con su cultura. Ya no se trata, solamente, de un profesional sentado detrás del diván con su atención flotante como instrumento de escucha y de intervención. Con la palabra en muchos casos no alcanza, hay intervenciones que son interpretaciones en acto en el marco de la dinámica transferencia-contratransferencia donde la exposición del analista es hasta con su propio cuerpo.
Nos encontramos que los atravesamientos que tiene el paciente en la vida cotidiana también los padece el analista. La catástrofe social nos atraviesa a todos, por lo tanto el esfuerzo de disociación para instrumentar estos atravesamientos en beneficio de la cura son muy fuertes. Disociar no es renegar e instrumentar no es ni identificarse ni asociarse con el paciente. Tanto en el consultorio, como en intervenciones psicoanalíticas comunitarias, en barrios, en fábricas recuperadas o en atención en los servicios de salud mental, estamos expuestos a un monto elevado de angustia y ansiedad por el tratamiento de pacientes y situaciones límites.
Por todo esto se hace necesario el trabajo en equipo para que éste funcione como soporte de estas emergencias. Además sería conveniente que el mismo se constituyera multidisciplinariamente a fin de dar cuenta integralmente del sujeto de nuestros días, donde cada uno de los profesionales intervinientes, desde su lugar, participe de la acción terapéutica.
Esta sería la dirección que debería tomar la formación de nuestros jóvenes colegas.
Además, ¡cuánto se ganaría si en la formación de analistas se trabajara la disolución de las transferencias que se generan con los textos, con las teorías, con los maestros y las instituciones! Tendríamos profesionales mucho más libres y creativos.
Alfredo Caeiro
Psicoanalista
alfredo.caeiro [at] topia.com.ar
Ana N. Berezin
Hay una serie de desafíos que están siempre presentes desde el comienzo del psicoanálisis y abarcan una serie de problemáticas que se mantienen vigentes, ya que insisten repetitivamente. Se trata de cierto tipo de resistencias que los psicoanalistas, en buena parte, manifiestan. Y que provocan modalidades sintomáticas en el interior de sus instituciones obturando la transmisión y los pases generacionales, así como las potencias creativas necesarias para un pensamiento autónomo y renovador. Los modos en que se manifiestan estas resistencias son:
1) Dificultad para encontrar una modalidad diferente y efectiva, que sustituya al análisis didáctico, en tanto este último lleva a la producción y reproducción de analistas profesionalizados, sosteniendo a través de ciertos usos de las transferencias, sistemas de sumisión y verticalidad. En este sentido el Pase produjo lo mismo. Y la actual situación, en la que un número importante de analistas no han hecho una experiencia de análisis, nos enfrenta a un serio desafío para pensar y resolver.
2) El lugar subversivo de la producción psicoanalítica no siempre fue sostenido en el devenir de su propia praxis, en tanto se fueron generando diferentes formas de ecolalia, dogmatismos, adhesión a modas, alienación frente a un maestro o a determinados discursos. Estas resistencias dificultan la potencia de mantener en vilo tanto a la producción social y cultural en cada época, como la posibilidad de un pensamiento crítico respecto de la propia praxis.
3) Resistencias a enfrentar aspectos oscuros y sombríos en la historia del psicoanálisis, como por ejemplo: las actitudes frente a los psicoanalistas judíos en el seno de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín, desde los comienzos del nazismo; las actitudes de muchos psicoanalistas de la IPA, en Río de Janeiro, frente a la participación del analista Amílcar Lobo, como médico, en la tortura durante la dictadura brasileña; la actitud de la IPA Argentina durante nuestra última dictadura militar y la posición adoptada de otros psicoanalistas en sus modos de desempeño, durante el mismo período, en las instituciones de salud pública, etc. Es un desafío para la memoria y el pensamiento no seguir postergando una revisión crítica de lo aquí mencionado. Así, también, la memoria de los psicoanalistas que hemos resistido, cuestionado y denunciado estos hechos, como la de otros: trabajadores de la salud mental, exiliados internos y externos, secuestrados y desaparecidos.
Es condición necesaria para enfrentar las problemáticas que el mundo actual nos plantea, afrontar las diversas resistencias, dificultades, “sintomatologías institucionales graves”, que impiden la libertad de recordar, transformar y crear espacios de pensamiento y acción, en el interior de la praxis psicoanalítica y sus instituciones. Es entonces imprescindible para afrontar los nuevos desafíos, resolver nuestras propias resistencias a afrontar las verdades de nuestra historia y nuestro presente. De lo contrario, nada nos va a conmover ni va a despertar el deseo de transformar los nuevos modos de padecimiento en nuestras sociedades.
Uno de los desafíos que considero es rever los modos en que intervenimos clínicamente1. Por ejemplo, los psicoanalistas y otros trabajadores de la salud mental, que se suman a la noción de resiliencia y a las acciones planteadas por la misma, desde una propuesta que, frente a la desesperación de la exclusión social, la pobreza y la desafiliación creciente en los últimos veinte años, apela a la sobrevivencia del más fuerte, para decirlo rápidamente2 de este neo-darwinismo social.
Debemos resistir a la psicopatologización y a la medicalización de los sufrimientos producidos por la dominación y la injusticia, que llegan, incluso, a producir en las víctimas el sentimiento de que se trataría de una patología o problema personal. Los diversos síntomas de una sociedad habitada por la miseria, la exclusión, la desocupación, vaciada de todo valor y de toda ética, que reduce la vida humana al estado de sobrevivencia, que reduce el sujeto a cliente y consumidor, promoviendo la indiferencia y la inmediatez del placer, consolidan un proceso desubjetivizante que compromete a la sociedad en su conjunto. Esto es planteado, por muchos, en términos de patologías subsanables con medicamentos. Así, diversos tipos de psicofármacos aumentan copiosamente sus ventas; para dar un pequeñísimo ejemplo, en la publicidad de Alplax se anuncia, entre otros “beneficios”: “favorece la capacidad resiliente”. La ritalina y otros más novedosos hacen que nuestros niños sean silenciados, pero eso sí, concentrados y obedientes en la escuela, con graves consecuencias para su salud física y psíquica (ADD). Los manicomios siguen siendo manicomialmente sostenidos, las propuestas de desmanicomialización no sólo son resistidas por “mafias” gremiales. Las víctimas de diversos terrores socio-políticos también son patologizadas, bajo la nominación del “estrés post traumático” y en general se les recomienda, y la OMS lo apoya, algunos antidepresivos. Resulta sorprendente y hasta insólito que el estado psíquico después de la tortura, sea igualado al estado psíquico después de un asalto.
Es necesario mantener en vilo una praxis psicoanalítica abierta a que cada generación redescubra, recree e invente a partir de lo que las complejas realidades socio-históricas le presentan. Es un desafío que se expresa en el cada día del quehacer analítico, tanto en nuestros consultorios, como en el hospital o en alguna frontera. Para no quedar atrapados en nuestras propias resistencias, y en ocasiones cobardía, en el juego de las extrañas negociaciones con el DSM IV, las neurociencias y los arreglos con los laboratorios, tanto en la venta como en la decisión de las líneas de investigación, o de la neo-darwinista noción de resiliencia o en un conductismo adaptativo, a través de las terapias cognitivas.
Es decisivo pensar la formación de analistas como un estado permanente de pensamiento crítico. Y en este punto quiero recalcar, que es mi esperanza que lo que aquí está escrito no sea delimitado bajo esa suerte de frase: “esto es para lo social”. Algo ha fallado seriamente si es tan habitual que se hable de los escritos sociales de Freud, y me pregunto, ¿el resto de su obra, qué es? ¿hay algo del orden psíquico que no sea social?
Es importante, como muchos ya lo estamos haciendo, repensar la Psicopatología en términos de corrientes de la vida psíquica, problematizando los niveles de determinación e indeterminación, rescatando el concepto de series complementarias, revitalizando el lugar del deseo como motor de la vida psíquica, a partir del estado de afirmación y movimiento pulsional y no desde la falta.
Se impone abrir los horizontes para articular diferentes dispositivos de intervención clínica, diferenciando claramente el método de la técnica. Estos dispositivos deben ser pensados en una articulación donde los medios no traicionen los fines, donde cualquier dispositivo clínico sea pensado y revisado acorde a la concepción teórica y ética que el psicoanálisis tiene acerca del psiquismo. Frente a la complejidad de la realidad, frente a los procesos deshumanizantes, frente a las diversas catástrofes socio-históricas que vivimos, tenemos que ser capaces de ir descubriendo nuevos modos de intervención clínica.
Es necesario rescatar lo valioso de cada cuerpo conceptual, la necesariedad de un análisis para cada analista como condición para su práctica y, frente a la creciente complejidad del mundo, abrir al campo de otros saberes como la filosofía, la historia, la sociología y la literatura.
Ana N. Berezin
Psicoanalista
ana_berezin [at] yahoo.com.ar
Notas
1 Clínica no sólo se refiere a la psicoterapia psicoanalítica individual, grupal o familiar, sino a toda intervención psicoanalítica que promueva la disminución del sufrimiento psíquico en diferentes ámbitos.
2 Ver artículo “El poder dicta, por la palabra del sujeto mismo, lo que hay que hacer”. Berezin, Ana y García Reinoso, Gilou, Página 12, 5/5/2005.