La memoria como un modo propio de autenticación, ya sea individual o colectiva, puede caer fácilmente en la melancolía o la conmemoración. Por lo tanto, la necesidad de autenticación de la memoria debe permitir el compromiso con la más crítica subjetividad en cuyo nombre opera. Es así como al posibilitar la autocrítica, la memoria separa el agente recordante de la experiencia recordada. Su resultado va a ser que una memoria crítica puede ser capaz de erigirse como el mejor tipo de análisis histórico. Pero también va a permitir desarrollar un pensamiento crítico que cuestione las formas actuales en las que se sostiene el poder en el capitalismo tardío.
De allí que la recuperación del pasado a través de su reconstrucción se transforma en necesaria como tarea política y cultural para un pensamiento crítico. No se puede crear desde la nada; cada generación tiene que partir de las ideas y experiencias de las generaciones anteriores para cuestionarlas y así recrear nuevas ideas. Sin posibilidad de cuestionar las ideas y experiencias anteriores se genera un vacío en el cual no existe un espacio-soporte para proyectar un futuro. Es así como nos encontramos que la sensación de devastación es lo que define la subjetividad colectiva e individual en amplios sectores de la población. Su consecuencia son procesos de desubjetivación y desidentificación ante la percepción de que no es posible proteger al psiquismo de una realidad desorganizante donde el futuro no se lo puede imaginar. Por ello debemos construir un pensamiento crítico que sea capaz de dar cuenta de las posibilidades históricas que genere una experiencia en la que se cuestione la naturalización de las relaciones sociales existentes.