Las pericias indicaron que aquel 30 de diciembre de 2004 de las seis puertas que comunicaban al vestíbulo con el salón del local, sólo dos estuvieron abiertas.
Además, aquellas puertas que decían “salida” y estaban cerradas constituyeron una trampa mortal, en medio de la desesperación y el pánico.
Las puertas estaban cerradas, con candados.
Bienvenidos a la desidia política, a la miseria humana y al estrago del pensamiento.
De un pensamiento abolido, arrasado y percudido por la supremacía de la ganancia capital, que rige y ordena muchas cabezas; que forma y establece muchos razonamientos colectivos. Que deforma.
De modo que, así, la lógica del pensamiento con la supremacía de la ganancia mercantilista, invade e inunda los razonamientos en circunstancias y lugares donde nada tiene que hacer, donde no debería existir dicha lógica. Pero existe e insiste. En una salida de emergencia. O en una posibilidad de escape. En una vida en busca de placer y refugio, de dignidad y amor, en medio de una ciudad desenfrenada.
Cromañón es el hecho maldito de muchas generaciones. Es la herida indeleble en el cuerpo de la sociedad. Es el punto de angustia, ineludible, en muchos de nosotros. Nada será lo mismo para quienes fueron alcanzados por aquella masacre. Aquel hecho maldito fue una masacre.
Nada será lo mismo para quienes, de una u otra manera, fuimos asolados por ese hecho maldito.
Quienes éramos adolescentes hace diecisiete años, donde aquello nos golpeó de lleno, recibimos la piña certera de la existencia y de la injusticia, sin aviso ni advertencia.
Quienes éramos adolescentes hace diecisiete años recibimos la amarga visita de la muerte, sin velo, descarnada. De la muerte de un par, de un ser querido, de uno como vos, de uno de la tribu. De tu tribu. De un compañero, una compañera, un amigo, una amiga. En fin, alguien familiar.
De alguien con quien contabas, compartías, estabas, mirabas.
De un alguien que está, y que por la omnipotencia de la edad no se supone siquiera la posibilidad de la ausencia.
Justo en esa época, la adolescencia, donde casi que la idea de muerte no es pensable en términos reales (por supuesto que hay excepciones) la muy evitada se nos presentó de la peor manera. En la forma del horror.
El horror es lo impensable.
Y por supuesto, de semejante knock-out, quedan marcas. En el alma, en el espíritu, en el corazón, o en cualquier lugar representable que se escape a una parte localizable en un cuerpo físico. ¿Dónde nos duele cromañón?
Una marca en el pensamiento.
Aquel hecho maldito fue una catapulta hacia la consciencia de cuidar y querer al que tenés al lado. Temprano, cuando el tiempo aun no pasa ni pesa, ni la consciencia de finitud existe.
Aquel hecho maldito, odioso, obsceno, repugnante y dolorosísimo, fue para muchos un tacle, una bofetada injusta. ¿Por qué?
¿Por qué? No hay respuesta última. No hay respuesta que colme, que baste, que haga desaparecer el dolor en el recuerdo, en la piel, en el cuerpo. (Otra vez el cuerpo…). No hay posibilidad de eliminar esa marca.
Lo que sí hay son algunas posibilidades de mitigar esas sensaciones, que nos van a acompañar por el resto de nuestros días.
Hoy, como posibilidad, me resultó escribir. Algunas otras veces, pensar y recordar. Otras, charlar y reír. A veces, callar. Bastantes, huir.
Lo que siempre me sirvió, más tarde o más temprano, fue hablar. Para escaparle al silencio impuesto de aquellos días. Para tramitar esa angustia; aunque deje siempre un resto inasimilable. Para imprimirle sonoridad a la vida.
Esto, diecisiete años después, es una respuesta; acotada, momentánea, necesaria. Un sonido posible, para seguir conviviendo con aquel silencio.
Estas palabras pensadas diecisiete años después estarán siempre intentando reescribirse.
Aún te veo
en el recuerdo
de tus amigas y amigos,
(ahí estoy yo)
Aún te veo
en el recuerdo
de mis amigas y amigos,
(ahí estas vos)
en el pensamiento
de muchos de tu generación,
y en los sueños.
Aun te veo, incluso
en la sonrisa de tu mamá
en la mirada de tus hermanas
en el brillo de los ojos.
de quienes fueran tus sobrines.
A veces te cruzo
de espaldas
en una parada de bondi
o de frente
caminando por el centro
con rasgos propios
de la edad
(la que tuvieras ahora)
Aun te veo
a pesar de la ausencia:
de la ausencia de un cuerpo
La presencia es lo vivo,
a pesar de la muerte
La presencia
en un gesto espontaneo familiar,
en un recuerdo;
En la trascendencia
finalmente
más allá de un cuerpo
entonces
hay algo vivo y latente
Aun te veo
Aunque la realidad
se empeñe en demostrar lo contrario.
¿La realidad?
Aún te veo.
Paolo Bifulco
Lic. en Psicología UBA
paolojbifulco [at] gmail.com
Ayudante T.P. Salud Pública y Salud Mental, Cat. II Prof. Adj. Reg. D. Tajer, Facultad de Psicología UBA. Concurrente C.A.B.A Hospital infanto-juvenil Tobar García, rotante externo Centro de Salud Mental Nro. 3 “Dr. Arturo Ameghino”.