El sábado 7 de septiembre de 2013 se presentó el libro Corpografías. Una mirada corporal del mundo de Carlos Trosman. En el cálido ambiente del Cavern Club expusieron Patricia Mercado, Julia Pomiés y Alicia Lipovetzky. A continuación reproducimos la presentación de Alicia Lipovetzky.
El libro de Carlos nos señala que vivir es asumir nuestra condición de que somos un cuerpo. Conocerlo, no sólo implica afirmar su potencia, sino también reconocer su debilidad. Es decir, si el cuerpo nos lleva a las posibilidades infinitas de la vida, también nos señala un límite: nuestra finitud. Por ello hablar del cuerpo implica hablar de nuestro cuerpo, ya que un discurso sobre él, nunca puede ser neutro. Toda reflexión sobre el cuerpo habla de valores que determinan la relación con nuestra intimidad y con los otros en la sociedad.
En la primera frase de la introducción, Carlos lo deja claro: “la concepción del cuerpo es política y la política genera cuerpos: sobre esto quiero alertar. Una visión ingenua del cuerpo, fomentada por su naturalización y por su cotidianidad, nos hace víctimas de los poderes canónicos globalizantes del mundo, y enajena nuestros cuerpos.”
Esta concepción política que aparece en el libro, Carlos la sostiene desde su implicación. De allí que estas “Corpografías” son un recorrido sobre un mapa corporal donde describe una geografía para buscar los obstáculos que impiden la potencia liberadora del cuerpo.
Veamos algunas frases:
“El Campo de lo corporal, sostenido por la diferentes técnicas y escuelas, se apoya en lo sensoperceptivo, la autopercepción, la experimentación y en lo expresivo; no en el rendimiento, la eficiencia y la belleza como propone la ideología hegemónica.”
En relación al consumo: “Un consumo del cuerpo que termina consumiendo al cuerpo: es el cuerpo consumido.”
Sobre la salud: “En contraposición a la propuesta mercantilista de la búsqueda de la ‘Salud Perfecta’ o ‘Buena Salud’, saludo la idea que expresa que ninguna persona está totalmente sana y que tampoco hay gente totalmente enferma. La vida es en sí misma una sucesión de procesos de adaptación a las circunstancias externas e internas de los sujetos.”
Como psicólogo social corporalista sostiene que “al cuerpo no hay que disciplinarlo sino escucharlo, que la expresión puede ser una forma de abordar los conflictos, que los recursos de comunicación no deben limitarse a la palabra, y que el cuerpo es un misterio a cartografíar, más que un instrumento de la voluntad que debe domesticarse.”
Los temas sobre los que va reflexionando son muchos y están cargados de valores donde muestra su concepción de la vida. Nos habla de lo que el cuerpo expresa. Como dice Merleau Ponty “El cuerpo es eminentemente un espacio expresivo”. Pero no es un espacio como los otros, es el que funda los otros espacios. Es lo que proyecta al exterior las significaciones dándoles un lugar. En este sentido es nuestro medio de tener y estar en el mundo. Por ello esta afirmación de Carlos:
“El cuerpo es entre. Y entre es una preposición (del latín inter) que puede indicar circunstancias del espacio (entre la tierra y el cielo), del tiempo (entre hoy y mañana), de inclusión (entre uno y otro). Aunando todos estos sentidos cada vez que se utiliza. Y se asocia formando infinidad de palabras como interpretar, intercambiar, entrelazar, entretener, interludio, entreacto, entretiempo, intergaláctico, intercostal, entrever, interponer, etc. El espesor del cuerpo está en ese entre.”
Y cierra el libro: “El cuerpo se recorta como un campo de investigación importante e ineludible en esta época y esta ‘dirección en la investigación’ jamás llegará a una definición unívoca del cuerpo. Ya que cada paso abrirá nuevos sentidos, lo que posibilitará otras miradas y una apropiación personal de nuestra existencia corporal que, en definitiva, sostiene nuestra condición humana.”
En este libro aparecen como experiencias de vida sus historias del secundario, las resonancias de su participación en diferentes marchas por los Derechos Humanos, el viaje a Santa Rosa, La Pampa para enterrar las cenizas de su padre. Pero hay un capítulo que titula “El ritmo de la vida”, francamente conmovedor que recomiendo leer. Allí describe el encuentro con su hijo mayor, de su madre muerta. Leo el final de ese capítulo: “Cuando después de muchas peripecias volví a mi casa y conté llorando a los gritos a mi familia lo que había pasado, mi hijo menor Leopoldo, de 11 años recién cumplidos un día antes de estos eventos, el nieto más compinche de la Abuela Tina, se fue y volvió al rato con una caja de cartón donde había pintado una cruz roja, y me la dió. Le pregunté que era y me dijo: ‘un botiquín de Primeros Auxilios’. Lo abrí y adentro había un reloj despertador que había sacado de la mesa de luz de su mamá. Lo miré sorprendido y me dijo: ‘Papi, hay cosas que solamente las cura el tiempo.’ Sus Primeros Auxilios para nuestros corazones heridos en el ritmo del amor, también apelaban al tiempo.”
Esta historia habla del hijo de Carlos: de su capacidad simbólica para procesar la muerte de su abuela. Pero también habla de Carlos, que va construyendo una explicación sobre los modos del cuerpo, él deja hablar al suyo. Su cuerpo está allí como experiencia de vida.
Esto es lo que vamos a encontrar en la lectura de su libro.
Nada más.
Alicia Lipovetzky
alicia.lipo [at] topia.com.ar