Doña Tota, el Terrorismo de Estado y los juicios por los crímenes de lesa humanidad | Topía

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Doña Tota, el Terrorismo de Estado y los juicios por los crímenes de lesa humanidad

 

¿Cómo está conformado el sistema de representaciones que llevó a que el ciudadano medio -digamos Doña Tota- haya sido indiferente y hasta haya justificado ya no el golpe, sino el terrorismo de Estado?

 

 

 

El golpe de Estado de 1976 fue golpe cívico militar: los militares pusieron el cuerpo, las armas e hicieron el trabajo sucio, pero contaron con el apoyo explícito de un amplio sector del empresariado y de la jerarquía eclesiástica. También hay que decir que un amplio sector de la sociedad apoyó el golpe de Estado por diversos y complejos motivos.

Sin embargo, apoyar el golpe de Estado no es apoyar el terrorismo de Estado. Para avanzar en este análisis hay que desanudar la ecuación que iguala golpe de Estado a terrorismo de Estado, ya que puede haber terrorismo de Estado en democracia -el caso de la Triple A durante el gobierno democrático de Isabel Martínez de Perón- así como puede haber dictadura sin terrorismo de Estado -el caso de la dictadura del Onganía, en perspectiva recordada como una “dictablanda”, en la que hubo represión, pero no un plan sistemático de violaciones a los Derechos Humanos.

Desanudada la ecuación (golpe de Estado = terrorismo de Estado) se puede instalar la pregunta por las razones que llevaron a que un amplio sector de la población haya sido indiferente y hasta haya justificado ya no el golpe de Estado, sino el terrorismo de Estado. Se puede entender -no justificar- que un amplio sector del empresariado preocupado exclusivamente por la acumulación del capital haya apoyado el golpe y el terrorismo de Estado. Pero ¿cómo está conformado el sistema de representaciones que llevó a que el ciudadano medio -digamos Doña Tota- haya sido indiferente y hasta haya justificado ya no el golpe, sino el terrorismo de Estado?

En este trabajo se llamará doñatotismo al sistema de representaciones que fue indiferente, permitió y hasta justificó el terrorismo de Estado. Dicho complejo sistema de representaciones está conformado por dos grandes supuestos.

 

La semejanza de las víctimas

En el esquema de representaciones del doñatotismo, sólo serán consideradas víctimas aquellas personas que son considerados semejantes, que generen empatía, que permitan procesos identificatorios.

Un ejemplo de la condición de semejanza impuesta a las víctimas se desprende del análisis de la lógica de la fiesta taurina en España. El toro es reconocido como víctima y es parte fundamental de un ritual sacrificial en el que muere con todos los honores. El toro muere bajo un complejo sistema de legalidades -que será justo para cualquiera menos para el toro- y es por eso que es reconocido socialmente como víctima dentro de un sistema que cobra sentido en la cultura ibérica. El toro, como símbolo de la hispanidad, es considerado víctima ya que es un semejante.

Durante la dictadura se construyó una imagen de las víctimas del terrorismo como un enemigo radicalmente diferente. Los subversivos eran ateos, marxistas, comunistas, comeniños. En este esquema de representaciones quien es diferente no es considerado víctima y por lo tanto puede ser secuestrado, torturado, asesinado y desaparecido.

 

La inocencia de las víctimas

Dentro del sistema de representaciones del doñatotismo para que alguien sea considerado víctima es condición necesaria ser inocente. Quien es culpable -sin importar de qué- o sospechoso, pierde la cualidad de víctima.

La condición de inocencia de las víctimas puede rastrearse en las raíces de la tradición judeo cristiana, siendo Jesús -quien muere en la cruz por pecados que no ha cometido- el prototipo de víctima inocente.

La condición de inocencia impuesta a las víctimas es el supuesto lógico necesario para construir las frases justificatorias del terrorismo de Estado: “en algo andarían”; “por algo se lo habrán llevado”; “por algo habrá sido”.

Las leyes del perdón (Obediencia debida, Punto Final e Indulto) abarcaron los delitos más atroces a los que fueron sometidos los adultos, pero los delitos de secuestro, robo de identidad y apropiación de hijos de desaparecidos no fueron comprendidos por dichas leyes. Esto también se explica por la condición de inocencia impuesta a las víctimas. Los hijos de las víctimas del terrorismo de Estado no pueden ser culpables de lo que hicieron sus padres a quienes se los llevaron por algo. La inocencia de los niños -que ha permitido establecer la imprescriptibilidad de los delitos cometidos contra ellos- es la contracara de la culpabilidad de los padres.

En 1984, la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas (CONADEP) entregó el informe de la investigación llevada a cabo para determinar la dimensión, los alcances y los efectos del terrorismo de Estado durante la dictadura. En el prólogo al informe, Ernesto Sábato escribió: “Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda…”. Si se trató de dos extremos igualmente violentos e igualmente terroristas, se desprende que las únicas víctimas del terrorismo fueron los ciudadanos inocentes; en palabras de Sábato: “dirigentes sindicales que luchaban por una simple mejora de salarios, muchachos que habían sido miembros de un centro estudiantil, periodistas que no eran adictos a la dictadura, psicólogos y sociólogos por pertenecer a profesiones sospechosas, jóvenes pacifistas, monjas y sacerdotes que habían llevado las enseñanzas de Cristo a barriadas miserables. Y amigos de cualquiera de ellos, y amigos de esos amigos, gente que había sido denunciada por venganza personal y por secuestrados bajo tortura. Todos, en su mayoría inocentes de terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de la guerrilla…”. Es en este texto donde se construye la Teoría de los Dos Demonios y queda cristalizado el doñatotismo.

La razón por la que es preciso revisar el primer prólogo del Nunca Más es porque la Teoría de los Dos Demonios hace síntoma y tiene efectos en el presente.

 

Doña Tota y la puta

Durante el juicio llevado a cabo para determinar las responsabilidades por el asesinato de María Soledad Morales en 1990, una de las estrategias de la defensa fue instalar en los medios la idea de que María Soledad era una chica de la noche, una prostituta. El prejuicio instalado es que una puta no es inocente y al no ser inocente deja de ser percibida como víctima; en esta lógica sería menos grave matar a una puta que a una estudiante de un colegio de monjas. En algo andaría. Las putas no son víctimas.

 

Doña Tota y el drogadicto

En el momento de mayor reconocimiento mediático -momento en el que se permitió hablar sin disimular el doñatotismo de su ideología-, Juan Carlos Blumberg viajó a Mendoza para hablar de los problemas de inseguridad en la provincia. Cuando le preguntaron qué opinión tenía acerca de Sebastián Bordón -un chico asesinado por la Policía de Mendoza, el “ingeniero” respondió: "En ese caso el chico ese se drogaba; hizo una mala actuación, agredió a un policía. La Policía después actuó mal, hizo cosas que no debía, pero tenemos que poner todo en su justa causa”. Blumberg es contundente. Quien se droga deja de ser inocente, quien no es inocente pierde la capacidad de ser percibido como víctima. Por algo habrá sido. Los drogadictos no son víctimas.

 

Doña Tota y la masturbadora

Durante la invasión de la Alemania Nazi a Holanda, la familia Frank -junto con otras cuatro personas- debió vivir encerrada en las habitaciones aisladas de un edificio de oficinas para no ser deportados a un campo de concentración. Durante los dos años que duró el encierro Ana, la hija menor de la familia, redactó un diario en el que narró su vida cotidiana durante esos años. La familia finalmente fue descubierta y enviada a un campo de exterminio. El padre -único sobreviviente de la familia- fue el responsable de la edición y publicación del Diario de Ana Frank; al editar las memorias de la hija quedó también atrapado por la lógica doñatotista, ya que censuró pasajes enteros en donde la hija describía su vulva, dato que refiere directamente a la prácticas masturbatorias de la pequeña Ana.

En esta lógica quien se masturba deja de ser inocente y quien deja de ser inocente pierde el halo angelical necesario para ser considerado víctima.

 

Doña Tota y los criminales

El 30 de diciembre de 2004 durante un recital de música en un local llamado República de Cromañón se desató un incendio en el que murieron por asfixia 194 personas. Los muertos de Cromañón indudablemente se inscribieron como víctimas de una de las mayores catástrofes de la historia reciente del país. Menos de un año más tarde en la ciudad de Magdalena en la provincia de Buenos Aires, en una cárcel murieron 33 hombres en las mismas condiciones que en Cromañón: incendio, encierro, asfixia. En noviembre de 2007 en el Penal de Varones de Santiago del Estero se repitió la escena del penal de Magdalena: condiciones de hacinamiento, un supuesto motín; esta vez 32 muertos.

Mientras que los muertos de Cromañón tuvieron una enorme repercusión mediática y fueron rápidamente reconocidos como víctimas, los muertos de Magdalena y de Santiago del Estero fueron invisibilizados y olvidados por el resto de la sociedad.

Los chicos de Cromañón eran inocentes y como tales cumplen las condiciones para ser considerados víctimas. Los chicos de las cárceles fueron percibidos como culpables, aunque la mayoría estaba detenido sin tener condena efectiva y por lo tanto eran técnicamente inocentes. Los criminales no son víctimas.

 

Doña Tota y las locas

Una de las operaciones simbólicas contra las Madres de Plaza de Mayo fue tildarlas de locas. Rotular a las Madres como locas fue en primer lugar un intento de cuestionar las denuncias de secuestro y desaparición forzada de sus hijos, como si se tratara de una construcción delirante; pero también fue una operación simbólica para que el doñatotismo no las vea como víctimas de la dictadura, ya que al ser locas dejan de ser semejantes a doña Tota, a quien podemos suponer cuerda. De esta manera las locas no son percibidas como víctimas por el doñatotismo. En simultáneo se instaló la idea de que fueron malas madres -se hubieran preocupado antes-. Si fueron malas madres, entonces son culpables y por lo tanto no son percibidas como víctimas.

Putas, drogadictos, masturbadores, delincuentes, locos. El doñatotismo -y es esto lo más importante a destacar- es entonces un sistema de representaciones que no garantiza los derechos humanos de los anormales, los excluidos.

La contracara crítica del doñatotismo fue desarrollada en el análisis de Hannah Arendt del acerca del juicio de Eichmann en Jerusalén, el ensayo sobre la banalidad del mal. Adolf Eichmann fue el encargado de diseñar y coordinar la logística necesaria para coordinar la expulsión, la concentración y finalmente el exterminio de millones de personas -en su mayoría judíos- durante el régimen nazi. Eichmann fue juzgado en Jerusalén y condenado a muerte. Al analizar parte de las pericias llevadas a cabo durante el juicio, Arendt, señala que “seis psiquiatras habían certificado que Eichmann era un hombre «normal». «Más normal que yo tras pasar por el trance de examinarle», se dijo que había exclamado uno de ellos. Y otro consideró que los rasgos psicológicos de Eichamann, su actitud hacia su esposa, hijos, padre y madre, hermanos, hermanas, amigos, era «no solo normal, sino ejemplar». Y, por último, el religioso que le visitó regularmente en la prisión, después de que el Tribunal Supremo hubiera denegado el último recurso, declaró que Eichmann era un hombre con «ideas muy positivas»”. El análisis de Arendt demuestra que los victimarios no fueron monstruos; de ello se desprende que las víctimas pudieron no ser inocentes angelicales, pero no por ello dejan de ser víctimas.

El Eichmann local es el Señor Galíndez de Tato Pavlovsky, un represor que lejos de ser un demonio es un hombre normal. Tanto Arendt, como Pavlovsky presentan un modelo de victimario que cuestiona las representaciones sostenidas por el doñatotismo. Dejar de demonizar a los victimarios permite cuestionar el aura de inocencia angelical atribuida a las víctimas.

 

¿Qué política desarrollar frente al doñatotismo?

Desarrollar una política para transformar un sistema de representaciones es tan imposible como el educar freudiano. Sin embargo hay cosas para hacer al respecto y afortunadamente se están haciendo.

Como se ha señalado, el primer prólogo del Nunca Más escribió e inscribió una versión de la historia en la que se cristalizó el doñatotismo. La reescritura del prólogo realizada en el año 2006 es un modo de intervenir sobre las representaciones analizadas. El texto señala que “es preciso dejar claramente establecido -porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes- que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares…”

El nuevo prólogo establece -haciendo una apuesta al futuro, no un intento de saldar deudas con el pasado- que el terrorismo de Estado no puede ser justificado en ningún contexto, sin importar la inocencia o culpabilidad de las víctimas. Se cuestiona así la Teoría de los Dos Demonios y se sientan las condiciones para garantizar los derechos de los ciudadanos más allá de presuntas culpabilidades o inocencias.

Una segunda estrategia para intervenir sobre las representaciones analizadas es la reapertura de las causas por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. Al juzgar a los responsables del terrorismo de Estado -sin importar la inocencia o culpabilidad de las víctimas- se pone en cuestión la teoría de los dos demonios y con ella la lógica doñatotista; se establecen así un contexto para intervenir sobre las representaciones que conforman el doñatotismo y se generan las condiciones de posibilidad para garantizar los derechos humanos de aquellos a quienes el doñatotismo no reconoce como víctimas en la Argentina contemporánea.

Los juicios, lejos de saldar deudas con el pasado, deben inscribirse en un proceso de lucha política para definir cuáles son las víctimas del sistema contemporáneo; para que el significante víctima remita a una concepción de ciudadano de derechos, sin importar la cualidad de inocencia o culpabilidad -presunta o comprobada.

 

Gervasio Noailles

Psicólogo-Psicoanalista*

noaillesg [at] gmail.com

 

* Magíster en Psicología Social Comunitaria. Docente e Investigador de la Universidad de Buenos Aires.

 
Articulo publicado en
Abril / 2011