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“Estar (en)fermo” en la Cultura: logos que cerca un topos

 

Abordar un tema, escribirlo, implica una pre-ocupación sobre ello. Esto es, representarse un enigma mediante figuras y signos, que permitan, de alguna forma, irse acercando hasta pronunciarlo, y, en el mejor de los casos, nombrarlo. Y así empezar a hacer algo con eso. “Savoir faire avec”, decía Lacan hace algunos años.

 

Nuestra cultura, la “Occidental” (con esa herrumbre en la boca) imprime un ritmo de vida, con sus secuencias, sus alternancias, sus herencias, sus decires, sus discursos directivos hacia las masas, tanto a nivel público como en la intimidad. Desde que Foucault nos transmitió en su obra la existencia de una Arqueología del Saber, de las epistemes que gobiernan las prácticas disciplinarias de cada época, tenemos un panorama de las fuerzas que empujan a los individuos a ocupar determinados lugares en la trama social. Al menos, tenemos herramientas que nos orientan a pensar sobre los poderes ejercidos sobre los cuerpos.

 

En este contexto, entonces, vamos avizorando el concepto de la enfermedad como emergente social; estar enfermo implica un marco referencial teórico que determine qué sería estar sano (no estamos eximidos de ello, más allá de los cambios de paradigma propuestos hasta ahora por Organismos de Salud Internacionales), o sea que decir “estoy enfermo”, “soy enfermo” o “tengo una enfermedad” es una posición respecto a los demás. Y no sólo es esto algo entendido en tiempo verbal presente (con el neo-liberalismo está dejando de ser singular), sino como producto histórico, como desencadenante (segregado) de factores históricos, personales y sociales.

 

Sobre lo expuesto hasta aquí ya hay extensos y conocidos trabajos: una perspectiva crítica, en los últimos años, de numerosos profesionales que nos brindan cuantiosos ejemplos. Pero una minuciosa lectura nos llevaría a detenernos en algo más: dramáticamente, se cae en la cuenta de que para el mundo actual sería sano considerar enfermo a alguien en determinadas circunstancias. Y además: es común, natural, que determinadas personas, provenientes de determinados sectores de la sociedad, enfermen, o no se curen, de determinados padeceres, y no de otros. Lo que lleva, “irremediablemente” (para ironizar un poco), a que ciertas evoluciones en los sufrimientos de los seres humanos no sean favorables a raíz de que aquello que los atormenta no ha sido representado en la cabeza de quienes los asisten o quienes los rodean. O, por lo menos, no lo ha sido a tiempo.

Hay más: Como existen perspectivas populares donde parece que no es osado considerar natural que alguien enferme si pertenece a un determinado estamento social, hay incluso una mirada (estadística por lo general) según la cual sería políticamente correcto morir si se nace o se vive en tal o cual lugar (!), como ocurre con el argumento de la dependencia a las denominadas “drogas de exterminio” y las clases socioeconómicas más pobres. Lo cual no sólo impide toda esperanza de vida y de futuro, sino que me impide nombrar en vida lo que me acontece, por impropio a mi sector, porque posicionado en mi lugar no se me representa otra cosa que mi enfermedad y lo poco o mucho que sé de ella, y el grado de incurabilidad incuestionable que se me ha informado desde “los que saben”. Poéticamente, estar enfermo por respeto.  

Cómicamente, asombra ver la similitud entre los patos-flagelos de los grupos y el trato que dan a sus impuestos fiscales, entre la evasión y la soledad, las moratorias (mortuorias), los planes asistenciales para una existencia plana, las pensiones (des)graciables. Incluso hay países que exhiben ante el mundo estigmatizantes tasas de mortalidad en sus números sólo a la hora de ser eximidos de deudas externas ante el FMI., como Ruanda, cuyas gobernaciones últimas han desbordado en sangrientas dictaduras.

 

 

 Enfermedades físicas promovidas por factores físicos de prevalencia sociopolítica. “Enfermedades” “psíquicas” promovidas por conceptualizaciones teóricas arraigadas, autóctonas. (Recuerdo al psicoanalista Antonio Deluca cuando nos transmitía que la “Salud Mental” no existe).

Y así, los proyectos y planes de salud siguen siendo un bastión de propaganda política (Veíamos hace poco en los medios de (in)comunicación a un importante representante de la empresa líder actual en informática que se proponía subvencionar un macro-plan de lucha en la cura del HIV y la Polio en África, “donde hacen estragos”. Esperemos que logren su objetivo y se trate de los mismos HIV y Polio que en el resto del globo, donde también hacen estragos, ¿o no?). 

 

Y las universidades se tornan más prestigiosas en la medida que sus doctorandos “descubren” nuevos síndromes.

 

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Las verdaderas revoluciones son culturales, ya estamos advertidos de ello.

Freud utilizó el concepto Malestar en la Cultura. A su vez, Foucault nos orienta a pensar la Cultura como Interpretación Hegemónica de la realidad.

 

Propongo un cambio radical: considero responsable de quienes abordan el malestar en la cultura el desuso del término Patología subjetiva por el uso poético de Patolugar subjetivo. Entender la Enfermedad no ya como algo inamovible, como un aspecto cultural que nos encierra en un lugar, cuya causa y/o resolución deba, por fuerza, estar en poder de un gran Otro, sino como una posición susceptible de ser ocupada o no. E invitar al cuerpo a que nos acompañe.

 

Mariano Constantino

 

Bibliografía

 

Freud, Sigmund: El Malestar en la Cultura (Das Unbehagen in Kultur,1.930 -1.929-),      Editorial Amorrortu, Tomo XXI.

The Patriotic Vanguard (periódico/web:www.thepatrioticvanguard.com/ ). 8 de junio de 2010.

Foucault, Michelle: Nietzsche. Marx. Freud. Una Interpretación de la realidad (1.970), Editorial Anagrama.

OMS (página web oficial: http://www.who.int/es/). “Sitio oficial” (¡!).

Vigésimo tercera Edición del Diccionario de la Real Academia Española, base informática de datos revisada al 14/07/2010.

 

 

Articulo publicado en
Noviembre / 2010

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