"Todo el mundo parece haber leído a Freud, salvo Moby Dick"
William Faulkner
El presente artículo está basado en un capítulo del libro que próximamente editará Topía editorial Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, la cultura del mal-estar y el dispositivo topicoanalítico.
Sostengo que la situación analítica instaura un espacio virtual de la cura que permite soportar la emergencia de lo pulsional. Lo denomino espacio-soporte y tiene un orden de realidad peculiar que debe ser entendido, desde una doble inscripción, como metafórica y al mismo tiempo pulsional y se configura a partir del establecimiento de un marco de referencia (encuadre). Este permite el funcionamiento del dispositivo analítico en el cual la relación terapéutica se define como relación cuerpo a cuerpo. Allí se deja hablar al cuerpo donde éste no habla de sí mismo, y el terapeuta habla también desde un cuerpo atravesado por la red de significaciones que se juegan en la transferencia-contratransferencia.
En este sentido considero que no es adecuado seguir admitiendo la oposición entre análisis versus psicoterapia -donde esta última conjuntamente con la utilización de otras técnicas (dramáticas, grupales, familiares, de pareja, etc.)- se constituye en una versión "degradada" de un "psicoanálisis puro"-, sin tener en cuenta estructuras psicopatológicas a las cuales la utilización del diván-sillón obturan el deseo inconsciente. Que el paciente esté acostado, sentado, en grupo, etc., define las características del encuadre donde se despliega el dispositivo analítico. Que esté acostado permite -entre otras cuestiones- anular los efectos de la pulsión escópica. Esta deriva de la pulsión oral y es su sublimación. La mirada es la expresión sublimada de la pulsión oral. El objeto visto reemplaza una falta y, por lo tanto, se constituye en una defensa. Pero el análisis trabaja con las defensas. Este se define por interpretar el deseo inconsciente, trabajar con la transferencia, las resistencias y lo resistido. En este sentido el psicoanálisis no se define por la utilización del diván-sillón, sino que éste es un recurso técnico que en algunas formaciones psicopatológicas posibilita el despliegue del deseo inconsciente, transformándose en otras -paciente límite, psicosis, adicciones, anorexia, bulimia, neurosis graves, depresiones, incluso algunas neurosis clínicas, etc.- en un impedimento para el desarrollo del tratamiento.
El planteo de esta problemática no puede estar completo sin la pregunta sobre cuáles son los límites del análisis que podría denominarse clásico ( diván-sillón, encuadre rígido, etc.) Esto lleva a la necesidad de pensar en nuevos dispositivos psicoanalíticos capaces de dar cuenta de sintomatologías para las cuales la actualidad de nuestra cultura plantea nuevos interrogantes.
Pero también la pregunta debe hacerse extensiva a cuáles son los límites de los psicoanalistas. Estos, condicionados por una cultura de la que ellos mismos son portadores, van determinando una práctica que privilegia el desarrollo de algunos aspectos de la teoría y de la clínica en desmedro de otros.
De esta manera, lo que se denomina "poner la escucha" puede llegar a significar leer al paciente desde una teoría, evitando de esta manera dar cuenta de las vicisitudes particulares del mismo.
La "escucha" y el "escuchar" son diferentes. Leamos las definiciones del diccionario.
Escucha: Femenino. Acción de escuchar. Centinela que se acerca por la noche a las posiciones enemigas para observarlas. Ventana pequeña que había en las salas donde se reunían los consejos en palacio, por lo que el rey podía escuchar lo que se trataba sin ser visto.
Escuchar: Atender para oír cierta cosa. Atender, auscultar, estar pendiente de los labios, estar pendiente de las palabras de alguien. Dejarse influir por lo que dice otro.
En este sentido el terapeuta intenta en el análisis escuchar los actos fallidos, los sueños, los gestos, los movimientos, esas fallas donde discurre el deseo inconsciente. Si el oír de la escucha implica percibir un sonido, el escuchar con atención pone en juego no sólo una parte del cuerpo -el oído- sino la totalidad del cuerpo del analista donde se anuda la transferencia-contratransferencia.
Por eso dice Freud que "El tener-oído y el tener-vivenciado son, por su naturaleza, dos cosas por entero diversas, por más que posean idéntico contenido".
Cuerpo y palabra son inseparables, ya que nosotros hablamos desde un cuerpo y éste nos habla de nosotros, aunque a su significado debe buscárselo dando cuenta de las leyes que rigen el proceso primario. Por eso se dice que el cuerpo es un lenguaje y el lenguaje es generado por el cuerpo.
Es que, siguiendo a Freud, debe recordarse la frase con que concluye Tótem y tabú (1912-13) : "En el comienzo fue la acción". Luego, en otro texto de años posteriores, la amplía: "Es verdad que en el comienzo fue la acción, la palabra vino después; pero en muchos respectos fue un progreso cultural que la acción se atemperara en la palabra....Ahora bien, la palabra fue originariamente, en efecto, un ensalmo, un acto mágico, y todavía conserva mucho de su antigua virtud". Por eso el soporte de la acción es el verbo, que, para el psicoanálisis, no es otro que el verbo de la pulsión.
La ética del respeto de las diferencias
De esta manera, a partir de la pregunta sobre cuales son los límites de un analisis, creo necesario realizar algunas consideraciones acerca de la ética y su relación con la práctica psicoanalítica. No es mi intención desarrollar un tema tan complejo como el de la ética, si no que solamente señalaré aquello que pone en juego el dispositivo analítico a partir del trabajo en la transferencia-contratransferencia.
La ética se interesa en obtener que el sujeto se haga responsable de lo que ha elegido, manifieste el porqué y lo acuerde con lo que puede saber de su deseo que lo constituye. Por ello no todo lo que somos nos es consciente, pero sólo desde la conciencia podemos seguir proyectando nuestra realidad en tanto sujetos del inconsciente.
La ética se pregunta por el sentido originario del deseo humano ante la necesidad racional de justificar la decisión en el momento de pasar a la acción. Fuera de este deseo no podemos hallar más que supersticiones, como decía Spinoza (1677).
En este sentido la ética no es un estado permanente del sujeto, sino que hay actos en los que se juega la dimensión ética. Por ello debe diferenciarse la ética de la moral, ya que si la primera refiere al momento en que el sujeto toma una decisión y se hace responsable de sus actos, la moral es el conjunto de reglas y valores que se constituyen histórica y socialmente.
También debe diferenciarse la ética de otros valores que no pertenecen a la ética y no por ello dejan de ser sumamente importantes: valores ideológicos, lógicos, religiosos, estéticos, políticos, higiénicos, sociales, etc. Es que, como dice Fernando Savater (1987) "quizá precisamente lo que en realidad no haya sean valores específicamente éticos, pues la ética consiste más bien en un modo de considerar desde la perspectiva de la acción, es decir, desde el sujeto y su libertad, los distintos valores en juego, tratando de jerarquizarlos en una totalidad individual de sentido. La reflexión ética maneja baremos y consideraciones axiológicas públicas, pero es de uso -de eficacia- estrictamente privada: nadie puede ser ético de otro, ni suponer y, por tanto, tasar su conciencia".
En este sentido la ética que comporta la práctica del psicoanálisis implica respetar la ética de cada sujeto. Por ello no puede hablarse de una ética, sino de éticas en plural. La práctica del psicoanálisis plantea una ética basada en el respeto de las diferencias: mi deseo es diferente del deseo del otro, y si quiero respetar mi deseo debo respetar el deseo del otro, de lo contrario desaparezco como sujeto. Para ello el analista debe actuar a partir del principio de abstinencia y de neutralidad.
El concepto de abstinencia establece que la cura analítica debe ser dirigida de tal forma que el paciente encuentre el mínimo posible de satisfacciones sustitutivas. Implica no satisfacer la demanda del paciente, ni desempeñar los papeles que éste tiende a imponer. Con el término neutralidad me refiero a que el terapeuta no dirija la cura en función de un ideal cualquiera, a no dar consejos y a tener en cuenta el discurso del paciente. La abstinencia alude a la función del analista, el que da las interpretaciones y crea, como señalaba al inicio, un espacio-soporte de las manifestaciones pulsionales que se juegan en la transferencia.
En este sentido el principio de abstinencia funda la práctica psicoanalítica, ya que la diferencia de otras, en especial de la práctica médica.
En cambio el concepto de neutralidad es tributario de una concepción positivista que pretende la ilusión de un analista neutral y objetivo. Esto me lleva a elucidar la implicación del analista, es decir, la contratransferencia.
La subjetividad del analista
La transferencia se manifiesta tardíamente en la obra de Freud y lo hace en el desarrollo de una teoría y una técnica ya constituidas. Lo primero que tuvo que reconocer fueron sus reacciones contratransferenciales ante sus pacientes para luego elaborar el concepto de transferencia. Pero no sólo en la historia del psicoanálisis la transferencia está en segundo lugar, sino también en el tratamiento analítico.
Una acepción restringida de la contratransferencia es admisible remontándose a los primeros trabajos de Freud, que indican un conjunto de reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste. La transferencia aparece en el proceso analítico y se recorta sobre un espacio que permite soportar las manifestaciones pulsionales. Es a partir del mismo que debe considerarse que la transferencia en tanto concepto debe ser descubierta y pensada. Esto involucra al analista y al pensamiento analítico. El analista está directamente implicado y debe elucidar esa implicación. Esta no se detiene en las emociones sino en las razones de esas emociones.
Es que el analista no sólo es requerido por la transferencia sino por todas las demandas que origina la situación analítica, entre ellas las que emanan de él mismo, de sus exigencias y de su pensamiento. Esto permite dar cuenta de una teoría extensiva de la contratransferencia -la cual se puede entender como una transferencia recíproca- que comprende todas las manifestaciones, ideas, fantasmas, reacciones e interpretaciones del analista.
La contratransferencia precede a la situación analítica a través del análisis personal del terapeuta, su formación y la adhesión a diferentes perspectivas teóricas, pero la misma no adquiere su verdadera dimensión hasta que se la verifica junto con las demandas internas nacidas de la situación analítica. Es allí donde la transferencia es descubierta y pensada desde la contratransferencia. El trabajo con pacientes en crisis donde predomina lo negativo me ha llevado a considerar de suma importancia el trabajo de la contratransferencia. Así, es posible utilizar las manifestaciones contratransferenciales en el trabajo analítico, pues, como dijo Freud, "cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual poder interpretar las expresiones del inconsciente en los demás". Para ello se hace necesario el análisis personal, única forma de dar cuenta de lo resistido, la resistencia y las reacciones contratransferenciales para, de esta manera, poder utilizarlas como un instrumento terapéutico. Esto se impone en todo tratamiento, en especial en pacientes límite, con quienes, al trabajar con lo negativo, es necesario utilizar un nuevo dispositivo psicoanalítico diferente del recurso diván-sillón. En esta modalidad técnica es imposible no registrar las resonancias contratransferenciales. Negarlas puede hacer obstáculo en el tratamiento. En la clínica con este tipo de pacientes se requiere un analista que pueda tolerar las frustraciones que devienen al trabajar con patologías de difícil resolución. Es que cuando hablo del paciente límite me estoy refiriendo a aquel paciente que se encuentra en el límite de un análisis pero también en el límite entre la vida y la muerte. Este es un paciente de riesgo y, el mismo, es un riesgo de muerte. Si los analistas en otras épocas trabajaban con las fantasías de muerte hoy estas se han transformado a partir de una cultura "suicidógena" -como plantea Gilles Lipovetsky- en la posibilidad de la muerte real.
De esta manera el analista también es afectado por la misma situación en la que debe intervenir. Lo cual puede ocurrir que en muchas situaciones al no elaborar sus propias situaciones contratransferenciales lo lleve a caer en una actitud narcisista que pone en funcionamiento reacciones primitivas regidas por el yo-ideal de la omnipotencia narcisista infantil en detrimento del trabajo con el paciente. Es así como van aparecer resistencias en la contratransferencia que se manifiestan en sentimientos excesivos de amor o de odio, abrumamiento, teorizaciones especulativas, actitudes voluntaristas que devienen de un sentimiento de culpa, dificultad para captar el sentido del discurso, una excesiva distancia que lo lleva a no establecer la necesaria implicación o, por el contrario, una sobreimplicación, etc. Todas ellas pueden conducir a diferentes formas de actuación que se constituyen en lo que denomino contratransferencia negativa. En este sentido Pierre Fedida afirma que "Es comprensible, por otro lado, que el interés dedicado por los analistas desde hace más o menos medio siglo a las patologías que antes parecían sustraerse de las indicaciones de analizabilidad haya demandado un cuidado mayor de vigilancia contra-transferencial (por razones de ortodoxia técnica y de responsabilidad ética) así como la esperanza en que la contratransferencia sirviera de auxilio para extender el psicoanálisis y renovarlo".
Desde esta perspectiva puede decirse que no hay objetividad en la práctica analítica, sino un trabajo sobre la subjetividad del analista a través de su propio análisis y del autoanálisis de la contratransferencia. Esta obligación permite sostener el principio de abstinencia, para así posibilitar la dirección del tratamiento. En cambio, la neutralidad como ilusión de una objetividad va a permitir la coartada de un análisis que se sostiene en una teoría y no en escuchar el deseo del paciente. La búsqueda de objetividad lleva a un retraimiento libidinal por parte del terapeuta de lo que está en juego en la transferencia. Esta requiere, por parte del mismo, un compromiso subjetivo que solamente tendrá efectos terapéuticos en el permanente autoanálisis de la contratransferencia.
Es así como la ética particular que plantea la práctica del psicoanálisis sólo es posible a partir del principio de abstinencia. De esta manera el necesario trabajo sobre la contratransferencia demuestra la implicación del analista, un analista comprometido con su subjetividad, la cual remite a su pasión. Pasión en todos los sentidos de la palabra: pasión de los deseos, pasión apasionada. Por ello, es bueno recordar la frase de Ernst Jünger: "La pasión es siempre el índice de lo que hay que hacer, pero también de aquello a lo que hay que renunciar".