La formación del psicoanalista | Topía

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La formación del psicoanalista

 
Cuestionario: 1- ¿Podría relatar cómo, cuándo y dónde se formó como analista? 2- A partir de su desarrollo profesional, ¿qué considera importante en la formación de un analista? ¿Podría ejemplificarlo con viñetas clínicas? 3- ¿Qué le aconsejaría a un profesional recién recibido que quiere empezar su formación analítica?

Alfredo Caeiro

 

1-Se podría contestar a esta pregunta con un relato cronológico y detallado de cómo, cuándo y dónde, tipo curriculum, pero como analista no puedo hacerlo, porque la formación, por lo menos en mi caso, tuvo que ver con posiciones políticas y militantes, identificaciones, transferencias y frustraciones. Esta pregunta me compromete muy íntimamente y desde esa intimidad prefiero contestarla.

¿Cómo me metí en esto? Corría el año 1962, trabajaba de maestro en una escuela primaria del conurbano bonaerense y me encontraba con problemas que no podía resolver, cuestiones de la pobreza, de inclusión social y de violencia familiar. No existían aún los gabinetes de psicología, porque ésta no había llegado a las escuelas. Los entendía políticamente, pero ni desde allí ni desde la institución escolar se podían resolver. Con esta frustración comienzo a conversar con amigos que estudiaban psicología, que no me aportaron mucho para los problemas concretos, pero sí funcionaron como modelos identificatorios para dejar mi primera elección universitaria (odontología) y encontrarme con mi verdadera vocación que eran las prácticas sociales.
El ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras, donde se dictaba en ese entonces Psicología, fue maravilloso. Me encontré en el viejo edificio de la calle Viamonte con los autores de los libros que hojeábamos en las librerías de Corrientes: Bleger, Caparrós, Telma Reca, Butelman, Ulloa, Gino Germani, Torcuato Di Tella, Borges, Bioy Casares, Halperin, Carpio, Pucciarelli y un sin fin de personajes que me despertaban admiración y respeto teniendo 20 años y viniendo de un barrio obrero del conurbano. Era un placer poder entrar a los teóricos de cualquier profesor de cualquiera de las carreras que se dictaban.
También eran los años del cine Lorraine, de los teatros independientes y de fuerte participación política. Nos juntábamos en los bares o en la biblioteca parlante de la facultad con los compañeros a estudiar, a analizar una película, a leer marxismo y a discutir de política. También eran los tiempos en los que Rojas Bermúdez hacía sus encuentros de psicodrama moreniano, a los que concurría con algunos compañeros.
Pero la fiesta se terminó en el año 1966, con la dictadura de Onganía en “La Noche de los Bastones Largos”. Los profesores renunciaron, los teatros cerraron, en los bares de la facultad no nos podíamos reunir y en la biblioteca se podía leer de a uno. Por otro lado, yo militaba en el gremio de bancarios, actividad que pasé a desarrollar clandestinamente, dado que la dictadura había clausurado toda actividad política y el sindicalismo vandorista (por Timoteo Vandor) era cómplice y eliminaba a los que no le eran afines.
Pero ese comienzo fue una marca importante, la formación se daba en la multiplicidad de discursos y producciones culturales y no en el mero aprendizaje de los textos de cada materia y también en forma colectiva con maestros y compañeros. Resistíamos los embates de la dictadura en grupos de estudio con docentes con los cuales se habían establecido transferencias importantes. Fue el nacimiento de esta forma de estudio del psicoanálisis, pues ya existía en las agrupaciones políticas de izquierda para el estudio del marxismo.
Por esos años la formación de analista estaba monopolizada por la APA, la mayoría de nuestros profesores pertenecían a ella, institución a la que no podíamos acceder pues sólo entraban los médicos y tampoco íbamos a poder ejercer el psicoanálisis, pues la ley solamente autorizaba a estos últimos. Esta fue otra marca importante, estábamos condenados a formarnos y a trabajar por fuera de las instituciones y clandestinamente. Cuestión que desafiábamos entrando ad-honorem a los hospitales para hacer práctica clínica, en mi caso en el Hospital Borda donde fui concurrente durante 7 años, habiendo comenzado un poco antes de terminar mi carrera. Habíamos incorporado el modelo de la Institución Psicoanalítica y lo repetíamos: análisis personal, seminarios (en los grupos de estudio) y supervisión. Estábamos por fuera, pero la institución estaba introyectada. Hoy puedo decir que muchos rompimos con ese determinismo.
El Cordobazo y las movilizaciones del 69/70 produjeron cambios importantes como la separación de un grupo de psicoanalistas en lo que fue Plataforma y Documento y la creación del Centro de Docencia e Investigación de la calle Thames, que produjeron una apertura que fue barrida por el fascismo de Ivanisevich y Ottalagano durante el gobierno de Isabelita Perón, prolegómenos de la dictadura de Videla. Nuevamente la clandestinidad y la reclusión en el grupo de compañeros, la autogestión en la formación y en el aprendizaje como resistencia y soporte de la angustia y el miedo. Hoy puedo decir que fueron verdaderos equipos de trabajo. Esta también fue otra marca importante.
Estoy muy agradecido a mis maestros e interlocutores de esa época: Roberto Harari, Arturo López Guerrero, Jorge Fukelman, Guillermo Maci, Jorge Presta, Carlos Guzzetti, Ricardo Malfé, Fernando Ulloa, Elsa Bardaj, Jorge Chamorro, Luis Isuardi, Gregorio Baremblitt, Ana Berezin, Jorge Alisio, Isabel Reich, Silvia Rabich, Daniel Codner y a tantos más que sería imposible nombrar. A los laboratorios gestálticos en los que participé en la década del setenta. También a mis analistas tanto en individual como de pareja y familia, que hasta hoy fueron varios y que aún pueden ser más.

 

2- La palabra desarrollo me sugiere la idea de un proceso donde hay cambios, que quizás nunca terminan, en el cual el psicoanalista va forjando un modo particular de ejercer el análisis, que en el transcurso de los años no va a ser siempre igual. Me fue necesario superar las transferencias con mis analistas, maestros, textos y dogmas psicoanalíticos para hacer del espacio de la práctica un lugar de creación y atravesar el horror de que me digan "eso no es psicoanálisis”. Ese proceso que se dio en mis análisis, en mis supervisiones, en el estudio de la teoría, está "olvidado” en el espacio de trabajo y me permite, en el ejercicio de la atención flotante, asociar con películas, obras de teatro, juegos infantiles y experiencias de vida, con la convicción de que eso tiene que ver con lo que allí está aconteciendo. Fue por el análisis personal y supervisiones que pude incorporar “mi calle” a la práctica clínica.
En la supervisión de un caso con Arturo López Guerrero de un paciente con una fuerte represión sexual, me preguntó qué pensaba yo durante las sesiones con el mismo. Le contesté, con mucha vergüenza, que se me ocurrían cuentos de “Jaimito”. Él me contestó muy seriamente: Allí está la cosa, este paciente es un “Jaimito”. No me permitía incorporar mis “ocurrencias” en la sesión, que no eran otra cosa que mi propio “Jaimito”.
En otra oportunidad un paciente con muchos temores a ser homosexual, relataba cómo lo había castigado el padre cuando lo encontró realizando juegos sexuales con un amiguito. Pude decirle “Ah, estaba haciendo la cambiadita”. El lenguaje común del barrio produjo un efecto de cotidianeidad, allí donde el padre había dejado una marca de algo malo.
Considero que la formación de un analista produce una singularidad y que ésta se da en la superación del obstáculo institucional (me refiero a los psicoanálisis instituidos: Freudiano, Lacaniano, Kleiniano, etc., que se dictan en organizaciones psicoanalíticas o por fuera de ellas), centrado en las transferencias que no cesan. La teoría, las supervisiones y el análisis personal están incorporados pero no presentes en el momento analítico. Esto va a permitir libertad y la creación de dispositivos psicoanalíticos que los estereotipos instituidos inhiben.
Hace muchos años me consultó una mujer por problemas con su pareja y me preguntó si podría concurrir con su marido para ver en conjunto esos problemas. Al escucharla y después a los dos, detecté que las dificultades surgían en el trabajo. Ambos trabajaban en una fábrica fundada por el padre de ella, ya muerto, junto con cuatro hermanos varones. Se trataba de una empresa familiar muy prestigiosa en el ramo. Después de la cuarta o quinta sesión comentaron que habían hablado con los hermanos sobre los temas tratados, que eran verdaderos obstáculos en la resolución de cuestiones laborales y que desataban riñas familiares. Dos de los hermanos propusieron incorporarse al trabajo que realizábamos, lo cual fue aceptado. Frente a esto que era nuevo para mí, decidí consultarlo a Fernando Ulloa, no casualmente. Fue mi primera intervención institucional. Si me sometía al estereotipo me habría perdido una fuente de estudio y trabajo y una relación extraordinaria con dos de mis mejores maestros: el nombrado Ulloa y Ricardo Malfé, con el cual compartí su Cátedra de Psicología Institucional Psicoanalítica en la UBA.
Resumiendo, creo que lo importante en la formación es que ésta no se convierta en un obstáculo para la escucha y la singularidad de cada analista y de cada análisis.

 

3- Al contestar las preguntas anteriores quise resaltar aquellas vicisitudes que me llevaron a encontrarme con el psicoanálisis. Porque considero que se llega a esto por un encuentro. Es una identificación que surge desde el interior de la práctica, ya sea desde un análisis, como Freud con sus discípulos, no en el mero encuentro con la teoría psicoanalítica. Para cualquier estudiante de psicología ese encuentro ayer y hoy es fácil, ya que éste fue y es hegemónico en cualquier facultad de psicología y además la salida a la práctica clínica es la más idealizada ¿pero esto basta para poder ejercer el psicoanálisis? Sabemos que no, que después de la formación universitaria comienza un camino que nunca termina ¿quién puede decir ya estoy totalmente formado? Allí comienza una gran aventura y hay que ser soporte de ella. La aventura de pasar por la propia experiencia psicoanalítica, que generalmente son varias por los avatares de nuestras vidas y que permite incorporar nuestra experiencia y “nuestra calle”. La de cuestionarse la escucha en las supervisiones y la interpretación de los textos con los maestros y colegas. La de romper con transferencias e idealizaciones, que si bien proporcionan la ilusión de un lugar seguro, estereotipan la práctica y no permiten el advenimiento de la singularidad. La de ser consciente que, como en toda práctica social, incluye una dimensión política, y que desde ese lugar encaramos nuestro trabajo.

 

Alfredo Caeiro
Psicoanalista
Analista Institucional
alfredo.caeiro [at] topia.com.ar

 

Carlos D. Pérez

 

1-Esta pregunta admite ser respondida de varias maneras, pero antes me detendré en la expresión usual para esta cuestión, tan usual que también la emplea Topía: “formación”. Formar es “dar forma” y por “forma” se entiende a la figura exterior de un cuerpo, a la disposición de las partes de un todo, a una fórmula y el modo de proceder, al molde en que se vacía y se da forma alguna cosa... y si entráramos en el lenguaje computadoril, se asocia a formatear. Ciertamente, hubo una época que en nombre del “setting” se formateaba la escena analítica y al propio analista en su modo de escuchar, sospecho que aún impera con otras denominaciones. Mucho más lúcido que quienes aspiran a estas formalidades, Borges supo señalar, a propósito de sus sueños, de sus pesadillas, que “todo es tan raro que aún eso es posible”. Un “eso” indeterminable que nosotros llamamos inconsciente. Comienzo por lo tanto destacando que no es posible formarse analista ni formatear lo inconsciente, y si alguien así lo entiende mejor se atiene al DSM-IV o al manual psiquiátrico que fuere. Punto y continúo.
En un primer nivel de mi iniciación al psicoanálisis, con lo inconsciente siempre estamos iniciando, destaco aquella actividad que a fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta -en lo que me concierne- estaba muy difundida: los grupos de estudio, el modo quizá más adecuado para dar curso a tantas inquietudes que uno tenía al aproximarse al psicoanálisis. Tuve la suerte de encontrar prontamente a quien sería mi maestro, Luis Storni, con quien recorrí exhaustivamente la obra de Freud, y algo después a Eduardo Pérez Peña, quien generosamente me haría partícipe de su rigurosa lectura de Lacan. Mientras, emprendí mi análisis personal (fueron tres experiencias disímiles: la primera completamente fallida, lisérgico de por medio, la segunda con un discípulo de Masotta, la tercera al ingresar a la Asociación Psicoanalítica Argentina).
Llegado el momento -que parecía necesario- de sistematizar a otra escala el aprendizaje en los grupos de estudio, cursé dos escuelas de psicoanálisis: la del Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática -CIMP- y la de la Asoc. Psicoanalítica Argentina -APA-.
Lo antedicho responde apenas a la pregunta por la -así entendida- formación. También menciono como fundamentales mis años de concurrencia a guardias en institutos psiquiátricos, primero como practicante mientras estudiaba en la facultad y luego como médico interno, a lo que me es ineludible agregar variados intereses, por la literatura, la música y lo que de modo abarcativo llamaría “la calle”, cuando en uno ha despertado lo que Freud denomina “el múltiple interés del psicoanálisis”. Se aprende enseñando, y por lo tanto menciono mi desempeño -en 1976, año funesto para nuestro país- como Profesor adjunto de Psicopatología en Psicología, UBA, y luego los largos años de dictado de seminarios en el Círculo Freudiano y en el Club de Analistas, espacios que generé con grupos de amigos. Allí experimenté en carne propia lo que Heidegger afirma en su seminario La pregunta por la cosa: “Enseñar no es otra cosa que dejar aprender a los otros, es decir, inducirse mutuamente a aprender. Aprender es más difícil que enseñar, pues sólo quien verdaderamente puede aprender -y sólo mientras puede- es el que verdaderamente puede enseñar. El verdadero maestro se diferencia del alumno únicamente porque puede aprender mejor, y porque quiere aprender con más propiedad. En todo enseñar quien más aprende es el que enseña”. Se impone inferir que el aprendizaje, del psicoanálisis o de lo que fuere es, felizmente, un devenir sin conclusión.

 

2-Las viñetas podrían ser muchas, trataré de circunscribirme a unas pocas que en este momento vienen a mí para que sus singularidades destaquen lo que importa. Por empezar, algo que podría resultar paradójico: de mi paso por los seminarios del CIMP y APA, lo más relevante fue lo negativo, una negatividad de tremendo valor que se me impone relacionada con los obstáculos en el ejercicio clínico, ya que sin obstáculos no hay devenir, es sólo habladuría aceptable; nadie se baña dos veces en el mismo río “heracliteano”, a menos que un dique haya detenido el fluir convirtiéndolo en agua estancada. Es cierto que la lectura organizada de los variados aspectos teórico-clínicos del psicoanálisis aporta a la sistematización del aprendizaje, pero cierta negatividad contribuyó mucho en mi formación. Por ejemplo: en el CIMP, la corriente de pensamiento que más fuerza tenía, acerca de lo “psicosomático”, me parecía un tanto delirada (tiempo después prescindí del un tanto); el seminario que dictaba el líder de esas teorizaciones resultaba fascinante, al salir de las clases yo estaba admirado de las conclusiones a las que llegaba, pero invariablemente me decía: “Esto es formidable, pero en algún lugar me metió el perro”. Alentado por esto me dediqué intensivamente, mucho más que en otros cursos, a la lectura de Freud y puedo asegurar que aprendí un montón y también cómo fundamentar un punto de vista. Tanto que al concluir los seminarios presenté un extenso trabajo titulado “Del instinto a la pulsión” y en el transcurso de la discusión el líder psicosomático me disparó con munición gruesa. Mientras lo escuchaba me dije: “Si este tipo me discute apenas disimulando la ofuscación, a mí, que soy un pichón, es que algo importante estoy diciendo”. Esa noche me sentí más afirmado que nunca. Claro que tuve una ayuda, recordé algo que una vez le había escuchado a mi abuelo: “En una discusión, el que se enoja pierde” (mi abuelo lo sabía por experiencia, era muy cascarrabias). Días después, el líder me citó a su despacho para increparme: si yo trabajaba un tema que él venía investigando desde hacía años -las zonas erógenas- debía citarlo o irme. Le agradecí sinceramente clarificar de ese modo las cosas y a la semana siguiente me inicié en el difícil arte de la renuncia.
El paso por APA me dejó otra enseñanza “negativa”. Cursé los seminarios, seguí las otras instancias institucionales y al llegar a didacta renuncié “por motivos personales”. Preguntado por el presidente de la institución acerca del motivo de la renuncia -no esperaba pregunta tan directa-, repentinamente lo tuve claro y, ya jugado, le dije que en APA me aburría, y permanecer en esas condiciones era una falta de respeto a los colegas y también a mí. El presidente enarcó sus aburridas cejas y nos despedimos. Puede parecer una minucia o un exabrupto, pero debe tenerse en cuenta que son enseñanzas de las que no siempre uno es cabalmente consciente. Estas son cuestiones de importancia para quien se forma en cualquier disciplina, o en cualquier orden de la vida, pero que cobran particular realce cuando del psicoanálisis se trata, donde debiéramos avalar con nuestros actos la muchas veces meneada ética del deseo.
Mencionaré aquí la importancia de la experiencia de supervisión, uno de los lugares donde es dable lograr la mayor inmediatez con el espacio clínico, y si bien la oreja no tiene párpados un buen supervisor puede enseñar mucho cómo mantenerla abierta. En reconocida memoración destaco a mis supervisores: Luis Storni, Rubén Piedimonte, Bernardo Arensburg y Serge Leclaire en alguna oportunidad. Y aquí va una viñeta, donde escuchar e intervenir interpretativamente evidencian su coincidencia. Yo le había llevado a Leclaire un relato acerca de un paciente de enorme voracidad, cuyo afán era apropiarse de lo que él creía que yo sabía. Leía ávidamente los libros de mi sala de espera, se devanaba tratando de imaginar de dónde sacaba las interpretaciones, etc., etc. Yo solía embarcarme en complicadas intervenciones acerca de la voracidad, adornadas con fundamentos teóricos -la avidez por saber y demostrarlo, frecuente pecado de juventud, tampoco me era ajena, lo que es decir que estaba clínicamente atascado- y así llegamos a la vez que me contó algo que le sucediera a un amigo: iba en su auto de viaje, y en una mala maniobra chocó de frente. Estuvo internado en coma y en determinado momento ese amigo se restableció; tiempo después le contó a mi paciente que en medio del coma tuvo una visión: veía a su padre tendido sobre una mesa en la morgue, exánime, él se desesperaba, quería reanimarlo y en un momento el padre volvió la cabeza y le dijo: “Es inútil”. Entonces despertó del coma. Leclaire escuchó mi complejo relato y cuando finalicé dijo: “Ahí lo tiene, es lo que debe decirle”. “¿Qué?” pregunté desorientado. “Es inútil”, concluyó Leclaire con una sonrisa casi imperceptible, mientras me miraba fijamente. Poco después, cuando se dieron las circunstancias, intervine de ese modo y el análisis produjo un vuelco. Aprendí que en la clínica psicoanalítica la elocuencia es de pocas palabras, valorando el silencio que circunda una estocada certera. Otro de mis maestros en este sentido es Miles Davis, quien sabe como nadie, en sus interpretaciones, desnudar de floreos, las frases musicales de un tema para hacer escuchar su alma de silencio. Aunque parezca raro, diré que una buena interpretación aspira a la música. No sé si aconsejarlo, cada cual tiene el modo que le es dado alcanzar para afinar analíticamente el oído, en mi caso resultó decisivo buscar la música con mi trompeta.

 

3-Soy reacio a aconsejar, cada cual debe emprender su propio camino analítico pero eso sí, llevando mucho tiempo bajo el brazo las obras de Sigmund Freud. Cierta vez, Luis Storni vio mi libro de Freud con acotaciones al margen hechas con bolígrafo y con impostada seriedad me dijo: “No hagas eso, Carlos, escribí lo que quieras pero con lápiz, no sabés la cantidad de veces que tendrás que borrar para poner otras ocurrencias”. Han pasado muchos años, ahora sé que Luis tenía razón. Éste es mi consejo, el suyo.

 

Carlos D. Pérez
Psicoanalista
carlosperezmail [at] bigfoot.com

 

Marta agerez Ambertín

 

1-Comencé mi análisis en los años 70. Por entonces venía a Tucumán el Dr. Enrique Pichon Rivière. Cuando dejó de hacerlo resultaba muy difícil continuar las sesiones con él en Bs. As. Tuvo la buena estrategia de disuadirme de proseguir con un análisis que implicaba tantos sacrificios en costos y traslados siendo yo una recién recibida. Siempre estaré reconocida de sus intervenciones. Luego, gracias a las mediaciones de Marie Langer y Armando Bauleo, vino a Tucumán el Dr. Alberto Pargament que viajó regularmente a la provincia por unos años. Cuando suspendió sus viajes a Tucumán, proseguí el análisis con él en Bs. As. ya que podía, a esas alturas, sostener esas condiciones. Mi análisis se complementaba con supervisiones clínicas y grupos de estudio con Marie Langer, Armando Bauleo, Juan Carlos Volnovich y Gilou García Reynoso. Todo se interrumpió en 1976, Pargament fue “desaparecido”, los demás marcharon al exilio y mi situación como ciudadana quedó muy vulnerada , aun así -desde el exilio interior- continué con los proyectos vinculados al psicoanálisis. Continué el análisis y las supervisiones clínicas en Córdoba hasta 1980 y luego en Buenos Aires hasta hace pocos años. La práctica de las supervisiones continúa. No puedo dejar de mencionar las “experiencias analíticas” en las maratones de psicodrama que realicé con Tato Pavlovsky paralelas a mi análisis y, tal vez, soporté los cachetazos al fantasma en esas maratones porque estaba en análisis. Esa experiencia psicoanalítica con el psicodrama dejó un saldo muy valioso en mi subjetividad y todo lo vivido allí fue retomado en cada uno de mis análisis.
La frecuencia de mis sesiones analíticas siempre fueron de 4 sesiones cada 15 días. Considero que esa frecuencia no entorpeció el análisis y esa experiencia analítica puedo aplicarla hoy a pacientes que recibo y residen en provincias próximas a Tucumán. Podría decirse un análisis nada estándar, pero ¿debe serlo? A decir por los resultados no precisé la crisis del 2001 para saber que la frecuencia de un análisis depende de cada caso. Es obvio que no aplicaría ese dispositivo a un paciente psicótico o a quien estuviera atravesando una severa crisis traumática.

 

2.- La formación analítica requiere el análisis personal, una verdad que Don Perogrullo conoce muy bien. Pero llama poderosamente mi atención cómo muchos hoy no tienen en cuenta esta condición sine qua non y se lanzan a la práctica analítica sin haber sido atravesados por un análisis. Y digo atravesados por un análisis porque hay quienes comienzan su análisis y su práctica analítica en paralelo sin haber sido calados por la experiencia analítica que precisa un tiempo... un tiempo para tocar las variaciones del inconsciente y del fantasma. Una cosa es la aseveración de Lacan: “el analista no se autoriza más que por sí mismo” (Seminario XXI, 9-4-74) que quiere decir que nadie puede “ser nombrado para” ser analista, como quien fuera nombrado para un cargo burocrático. Ninguna institución puede nombrarte así, darte ese cargo, así seas miembro asociado o titular o Presidente de la institución. Nadie -dice Lacan- puede “ser nombrado para la Beatitud”, y vaya la ironía con que lo dice: para la Beatitud de ser analista. Ningún sistema te la otorga, aun cuando muchos crean lo contrario. La autorización no surge desde algún sistema de poder (Institución supuestamente prestigiosa, o el dicho argentino: “la mejor”, “la única”), desde algún gurú de moda ni desde el narcisismo de aquel que quiere ser analista. Surge de la castración misma, del duelo por la castración del Otro, porque no hay Otro garante, lo que se conoce como el duelo por el padre ideal y el duelo por el objeto. Ese duelo que hace que un analista se cuestione todos los días -y con otros- su lugar. Y por esto mismo no existe La Institución (la única o la mejor) o El/La Analista. Existen instituciones, existen analistas. Cada uno podrá elegir aquella institución y aquel/aquella analista que le permita diseminar sus transferencias y sus lecturas sin sentirse comprimido, conminado, encerrado. Y que le permita poner en cuestión la autorización de su deseo. La aseveración de Lacan: el analista se autoriza por sí mismo no es una autorización tipo Diógenes, de alguien que, encerrado en su tonel, un buen día se autoriza. La autorización del deseo del analista surge del análisis, de la posibilidad que el sujeto que se autoriza como tal realizó la travesía de su fantasma y pudo darse de bruces con la variedad de sus goces, para poder renunciar a ellos.
Tuve y tengo demandas de análisis de muchos que hacen sus estudios de psicoanálisis en variadas Instituciones y de otros que hacen una formación independiente en grupos de estudios privados. En la travesía del análisis no todos se autorizan a la práctica analítica ¿un fracaso del deseo?... pero el deseo no es militancia, es realizar una apuesta para aquello que alguien considera que le permitirá discurrir sin ceder de él. Si algunos apuestan a discurrir por alguna variedad de psicoterapia me parece importante, tan importante como la de aquéllos que desisten de la apuesta psi y se dedican a otra cosa.
No siempre el saldo de un análisis es un analista. A esto hay que decirlo y escribirlo, resaltarlo, porque se lo murmura en voz baja, pero hay que decirlo en voz alta y con claridad. Esa exigencia tiene que ver con un imperativo que circula en algunas instituciones: es preciso llegar al fin de análisis con todos los pacientes. ¿Es así? Eso me hace pensar en la vieja sortija de la calesita que todo niño pretendía conseguir. Y lo digo así para no poner el término que da vueltas en mi cabeza: tiene que ver con el dogma. Si hasta parece que hay analistas que cumplen con el “record” de haber producido la mayor cantidad de analistas posibles con fin de análisis logrado. Pero eso... ¿no es una proclama superyoica más, de las muchas que pueblan el ambiente analítico? No todos los que hacen un análisis pueden arribar a la travesía del fantasma, y es preciso reconocerlo ya que sabemos: un fin de análisis tiene su riesgo melancolizante y cada analista sabrá, caso por caso, hasta dónde puede llegar con cada analizante. Y son, precisamente, los analizantes los que nos hacen saber de esto. En cada uno de mis libros trato de esta espinosa cuestión.

 

3-Soy temerosa de los consejos, puedo hacer una reflexión y tratar de escribirla con claridad. Pero me doy cuenta que mis reflexiones tienen sus trampas. Lo primero que se me ocurre es que tome precauciones y trate, como Ulises, de no escuchar los cantos de sirenas: pero... un profesional recién recibido es el más propenso a escuchar los cantos de sirena y caer en las trampas de las idealizaciones. ¿Cuáles son algunos de esos cantos seductores? Los que propone el Sr. Mercado: la búsqueda de analistas, instituciones o grupos de estudio atendiendo a la “marca”, la fama, la internacionalidad, la globalización y, por supuesto, la masividad. Últimamente, sobre todo en Argentina y Brasil, la demanda masiva de formación analítica convierte, al que quiere formarse, más en un cliente que en un sujeto en formación. Y el cliente querrá comprar un título que en poco tiempo lo habilite para que, con esa beatitud... pueda tener sus propios “clientes”. Pero resulta que un paciente no es un cliente y la formación no es rápida sino pausada, a veces incluso interrumpida. La formación del analista requiere el análisis con un analista que famoso o no, sepa tocar las teclas del inconsciente, sostener la transferencia y la ética: es decir, que no sea cómplice de la ilusión de que la “marca” puede comprarse en poco tiempo y que cuanto más cara, más eficaz: porque pertenecer tiene sus costos. A la vez, la formación analítica requiere un sujeto de amplia cultura, lo que proporciona el background para leer a Freud. Y he aquí la otra cuestión importante: cualquiera sea la orientación que elija para su formación es preciso comenzar con Freud, el psicoanálisis es Freud como punto de partida y de llegada. La lectura y estudio de sus textos no puede ser salteada -no es cierto que haya sido superada- y mucho menos reemplazada por los bestsellers psicoanalíticos de moda, o por un manual escrito por algún famoso o, hasta por un curso -dictado también por algún “famoso”- en la frondosa Internet con los que algunos creen que podrán hacer su “¿formación?”. La formación del psicoanalista precisa el análisis personal en transferencia, el estudio de los textos freudianos y de otros autores con quienes los trasmiten y sostienen también la transferencia, un soporte cultural amplio... y desandar la vida: tener lo que en Argentina llamamos “calle”, y un compromiso social que no lo deje fuera del necesario lazo con el medio en el cual habita habida cuenta que el inconsciente es sexual, discursivo y social.

 

Marta agerez Ambertín
Psicoanalista
mgerez [at] rcc.com.ar

 
Articulo publicado en
Julio / 2009