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La APA: Una filial de la internacional psicoanalítica

 
Los cambios sociales y culturales en la década del sesenta y el auge del psicoanálisis en la Argentina

Vamos a describir algunas características del desarrollo del psicoanálisis en la Argentina durante la década del sesenta. Este período se caracterizó por los profundos cambios sociales y culturales y por la permanencia de una crisis en todos los ordenes: político, económico, social y cultural.

De esta manera el conjunto de la sociedad vivió con mayor o menor intensidad situaciones problemáticas y explosivas, ya que tuvieron lugar huelgas, golpes de estado, alzamientos civiles, secuestros, asesinatos políticos, etc. En esos años hubo una sucesión pendular entre regímenes civiles surgidos de elecciones y gobiernos militares de facto en el ejercicio del poder que impusieron la militarización del conjunto de la sociedad. En esta etapa se estableció el denominado “campo de la salud mental”, donde la psiquiatría dejó de ser la profesión exclusiva que curaba las “enfermedades mentales” y debió convivir con otras disciplinas como la psicología, la psicopedagogía, la antropología, la sociología, etc. Entre ellas, el psicoanálisis adquirió un prestigio inusitado que influyó en todas las áreas del saber.

Antes de llegar a esta época debemos entender cuales fueron las particularidades de la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y como esta se inscribió en la historia de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

La APA: Una filial de la internacional psicoanalítica

La historia de la IPA puede dividirse en cuatro períodos: 1°) Desde 1901 hasta 1925 en la que se creó un organismo de coordinación de los diferentes grupos locales. Los cuales tenían una gran autonomía en cuanto a la formación de los psicoanalistas.

2°) Entre 1925 y 1933 donde se establecieron reglas de formación con la obligación del análisis didáctico y de control. Se formó la Comisión Didáctica Internacional que fue presidida por Max Eitingon, quien formalizó métodos que consideraba eficaces y los transformó en reglas que debían ser cumplidas por todos los miembros. Estas fueron aprobadas por el Comité Secreto -el grupo de los anillos[4]-que normalizó los cursos y excluyó a los analistas considerados transgresores, entre ellos se vedó definitivamente a los homosexuales el acceso a la profesión de analista. También se excluyeron a los analistas considerados profanos, en contra de la opinión de Freud, que siempre había considerado que no era necesario ser médico para ejercer la práctica del psicoanálisis.

3°) Durante 1933 hasta 1965 la IPA estuvo dominada por la lengua inglesa. Es que en 1936 la casi totalidad de los psicoanalistas emigraron a Inglaterra y EEUU, debido al auge del nazismo en Europa, adoptando la lengua inglesa y tomando la internacional la denominación definitiva International Psychoanalytical Association (IPA). En el movimiento psicoanalítico aparecieron grandes corrientes como el Annafreudismo, el Kleinismo, la Psicología del Self, etc.; en esta época se fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). 4°) Desde 1965 la IPA comenzó a atravesar diferentes crisis en las que dejó de ser el único poder institucional de formación de psicoanalistas. A partir de la década del cincuenta el desarrollo masivo del psicoanálisis permitió un cuestionamiento a una institución que se había transformado en un aparato burocrático cuyo objetivo era defender los intereses de los didactas que manejaban la institución. Las polémicas pasaban por el análisis didáctico, el control, las jerarquías dentro de la institución y si el análisis debía ser practicado exclusivamente por médicos. También se cuestionaban ciertas reglas técnicas como la duración de las sesiones, la cantidad de sesiones semanales y la dirección de los tratamientos. Estas críticas provinieron de los analistas de la tercera generación, es decir de aquellos que conocieron a Freud solamente por sus textos, como Jacques Lacan, W. R. Bion, Igor Caruso y Donald Winnicott.

En nuestro país estos cuestionamientos se manifestaron en aquellos analistas que en la década de setenta formaron los grupos Plataforma y Documento, los cuales realizaron la primera ruptura en la APA[5]. Para llegar a este momento se dieron importantes debates y polémicas ideológicas, en las que comenzaron a tener importancia los grupos que seguían a Lacan, el cual propugnaba “la vuelta Freud” para enfrentar a las corrientes “kleinianas” y de la “psicología del Yo”.

La APA: una gran familia de psicoanalistas

El 15 de diciembre de 1942 se fundó la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). El acta de fundación llevó la firma de seis miembros: Angel Garma, Celes Cárcamo, Arnaldo Rascovsky, Enrique Pichón Rivière, María Langer y Guillermo Ferrari Hardoy.

De todos ellos, Celes Cárcamo mantuvo una participación limitada en la APA. Nunca se apartó de la misma pero evitó destacarse en las actividades de la institución. Ferrari Hardoy al poco tiempo se fue a vivir a EEUU. Cuando volvió en la década del sesenta fue ignorado por sus colegas. El resto tuvo una participación activa y destacada en las diferentes vicisitudes que atravesó la institución.

Los primeros analizados dentro de la institución fueron A. Rascovsky y E. Pichón Rivière. El primero trabajaba en el Hospital de Niños de la ciudad de Buenos Aires, realizando tratamientos con hipnosis y dedicándose a problemas de obesidad. Luego de fundar un grupo para estudiar psicoanálisis realizó en 1939 un análisis con A. Garma y supervisaba sus pacientes con C. Cárcamo.

E. Pichón Rivière inició su práctica psiquiátrica en el asilo de Torres en la Provincia de Buenos Aires, donde organizó un equipo de fútbol como tarea de rehabilitación y estudiaba los problemas sexuales de los débiles mentales. Se graduó de médico en 1936 y empezó a trabajar en el Hospicio de la Capital Federal denominado, en esa época, de las Mercedes. En 1938 conoció a A. Rascovsky con quién estableció un intercambio intelectual en cuestiones referidas al psicoanálisis.

A este grupo inicial muy pronto se agregaron Luis Rascovsky, Enrique Racker, Luisa G. de Alvarez de Toledo, Alberto Tallaferro, Arminda Aberastury, E.E. Krapf, Matilde Rascovsky, Teodoro Schlossberg, Flora Scolnic y Simón Wencelblat. Todos ellos pueden considerarse los primeros miembros de la APA. Esta se incorporó a la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) recibiendo muchas cartas de felicitación, entre las que destacamos la de Karl Menninger, presidente de la Asociación Psicoanalítica Norteamericana y Ernst Jones, presidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional[6].  

Las características de la Asociación como una "gran familia" determinaba las particularidades de un grupo, donde el psicoanálisis no sólo era una teoría científica y el desarrollo de una práctica profesional, sino también una forma de vida, cuyas pautas estaban implícitamente establecidas. Esto llevó a una cohesión donde, a la manera de una iglesia, el psicoanálisis debía ser un proyecto de transformación del individuo y de la sociedad. Es evidente que esta situación fue producto del rechazo y la desvalorización que el psicoanálisis tenía en los ambientes médicos de la época.[7]

Las primeras reuniones se realizaron en la casa de C. Cárcamo, en la calle Perú. Luego en la Sociedad Científica Argentina. Más adelante la APA alquiló su propio local en la calle Juncal 655 1° "B" de la Capital Federal. Allí se realizaban reuniones donde no sólo se desarrollaban actividades profesionales, sino también una vida social activa. El pertenecer la mayoría de sus miembros a la clase media alta les permitió tener paciente de ese mismo sector. Otros que no provenían de ese sector social, por ejemplo E. Pichón Rivière y A. Rascovsky, se habían casado con mujeres de esa clase social. Este nivel económico posibilitó tener sus casas de fin de semana en el Hindú Club, uno de los primeros “countrys clubs” de Buenos Aires, o realizar sus vacaciones en el exclusivo balneario de Punta de Este, de la República Oriental del Uruguay. Pero si bien esto constituía una situación de privilegio, el haber elegido una actividad profesional todavía no reconocida socialmente y desvalorizada desde la medicina, los transformaba en marginados dentro de su propio sector social. Esta situación cambiaría a partir de la década del sesenta, donde el psicoanálisis comenzó a ser una profesión de prestigio.

En esta época la actividad profesional estaba centrada en los consultorios privados -a excepción del trabajo realizado por A. Rascovsky y E. Pichón Rivière- por razones que estaban ligadas a la situación política nacional y las relaciones con los psiquiatras. En 1943 el General Ramírez realizó un golpe de estado en el que empezaron a predominar tendencias nacionalistas que intentaban controlar las instituciones profesionales y educativas. Luego, durante la presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1955), si bien se persiguieron a científicos y profesionales, - en especial del ámbito universitario -, esto no ocurrió con los psicoanalistas. Pero la obligación de tener presencia policial en las reuniones y colocar las fotos de Perón y Evita generaron un clima propicio a ampararse en el propio grupo. Incluso aquellos que habían llegado para refugiarse del fascismo en Europa pensaron seriamente en emigrar a otros países.

Por otro lado la psiquiatría oficial, desde su concepción positivista, entendía que el psicoanálisis era una charlatanería. También los psiquiatras progresistas, que en ese momento estaban ligados al Partido Comunista, criticaban desde la reflexología pavloviana al psicoanálisis tildándolo de idealista, ya que este no cumplía con los preceptos del materialismo histórico, tal como lo entendía el stalinismo predominante en la Unión Soviética. Aunque algunos de ellos habían sido los introductores de Freud en la Argentina, como Jorge Thenon y Gregorio Bermann, comenzaron a criticar el psicoanálisis por presiones del Partido Comunista. Este período inicial fue de lento crecimiento institucional en cuanto a la incorporación de nuevos miembros. Es que a la segregación proveniente del ambiente médico se agregaba el costo de una formación que implicaba realizar cinco sesiones de análisis didáctico, seminarios, cursos, control de pacientes y un año de práctica psiquiátrica. Era evidente que la misma no podía ser accesible para cualquier profesional.[8] En este sentido a partir de 1943 la APA contaba con 11 integrantes hasta llegar en 1954 a 104 profesionales.

La necesidad de difundir el pensamiento psicoanalítico se realizó a través de la revista de la APA, cuyo primer número aparece en julio de 1943. Podemos decir que la política institucional de la APA seguiría por un lado una línea de adecuación a las instituciones médicas, encontrando en la medicina psicosomática y el trabajo multidiscipilinario un punto de encuentro. Por otro lado empezó a incorporarse la teoría "kleiniana" como sinónimo de psicoanálisis, con lo cual se acomodaba a una perspectiva de poder en la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Pero este proceso de incorporación a la medicina oficial conllevó necesarios acomodamientos de los estatutos de la APA en cuanto a quienes podían ser miembros de la institución. Caso contrario se corría el peligro de que la institución fuera intervenida.

En los comienzos se siguió la perspectiva, inaugurada por Freud, donde no se exigía ser médico para ser miembro. La condición de adherente requería tener un psicoanálisis didáctico terminado, varios tratamientos controlados y presentar una contribución científica psicoanalítica aceptada por la Comisión Directiva. Además se debía concurrir, durante por lo menos un año, a un servicio de psiquiatría y asistir a cursos de psicoanálisis organizados por la Asociación.

En este sentido se admitía que una persona sin título médico pudiera ser miembro de la APA mientras demostrara "espíritu e investigación científica, capacidad e interés para la aplicación del psicoanálisis a la disciplina científica que perteneciera". La candidatura debía ser sometida a consideración de la comisión de Enseñanza y aprobada por esta, rechazando aquellas candidaturas de personas con graves perturbaciones de conducta y carácter, perversos y psicóticos.

En 1952, a partir de la presión de las asociaciones médicas que no podían tolerar que no médicos realizaran tratamientos terapéuticos, la APA modificó sus estatutos, estableciendo que "aunque el psicoanálisis se emplea preferentemente en personas enfermas con fines de obtener su curación, se utiliza a veces también en personas psicosocialmente desadaptadas con fines de asegurar su readaptación. De acuerdo con esto, se admiten aparte de psicoanalistas médicos, también psicoanalistas no médicos...para poder ser psicoanalista no médico (se exige) la terminación de una carrera universitaria relacionada con el estudio del hombre. Los psicoanalistas no médicos tienen la obligación de limitar su actividad a la readaptación de personas psicosocialmente desadaptadas. Se les exige mantenerse en contacto permanente con un psicoanalista médico para aconsejarse con él, siempre y cuando aparezcan en sus psicoanalizados problemas de índole médica"[9].

Las analistas no médicos eran generalmente mujeres casadas con médicos, las cuales se sentían más protegidas al compartir el mismo consultorio. Pero también había hombres de la calidad de Enrique Racker y Willy Baranger a los cuales se les hacía más difícil resolver esta situación, de por sí humillante.

Esta modificación no fue suficiente ni para las asociaciones médicas ni para el Estado. En mayo de 1954 el Ministerio de Salud Pública a través de su ministro Ramón Carrillo (durante la presidencia de Juan domingo Perón), especialista en neurología, dictó la resolución 2282 donde se indicaba que sólo los médicos estaban autorizados a ejercer la psicoterapia y el psicoanálisis. Los asistentes de psiquiatría podían realizar tareas auxiliares, tales como la readaptación y aplicación de pruebas psicológicas bajo la supervisión de profesionales médicos.

En 1956, Arminda Aberastury - directora del Instituto- juntamente con Fidias Cesio y Luis Rascovsky, redactaron las modificaciones al nuevo reglamento, que finalmente fue aprobado en una asamblea. En él se estableció que el candidato debía ser médico con diploma argentino o título equivalente para no egresados en el país.

Esta situación trajo aparejado que muchos analistas extranjeros tuvieran que revalidar su título como por ejemplo, Marie Langer; otros iniciar la carrera de medicina o el curso de auxiliar de psiquiatría. Pero a partir de esa fecha ningún profesional no médico pudo ingresar en la APA.

La resolución 2282 estuvo vigente hasta el año 1967 en que fue reemplazada por una ley que limitaba la actividad de los psicólogos a auxiliares de los médicos. En agosto de 1985 fue derogada la anterior ley por otra que autoriza a los psicólogos a realizar psicoterapia. La APA actualmente tiene los mismos estatutos. Lo paradójico es que durante la mayor parte de su historia se identificó con las teorías de Ms. Melanie Klein que no era médica, ni tenía ningún título universitario.

[1] El presente texto se basa en una investigación que los autores están realizando, hace más de dos años, sobre la Salud Mental en la Argentina desde 1957 hasta 1982.

[2] Dr. Enrique Carpintero. Psicoanalista. Egresado de la facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Doctor en Psicología de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL). Director de las revistas Topía, publicación de psicoanálisis, sociedad y cultura; y Topía en la clínica dedicada a Nuevos Dispositivos en la Clínica Psicoanalítica. Fundador y director del Servicio de Atención para la Salud (un espacio de atención en situaciones de crisis). Director y autor de la Enciclopedia de la sexualidad infantil Bookman editores, Buenos Aires, 1996, autor de Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, Topía editorial, Buenos Aires, 1999. Autor de más de cien trabajos sobre su especialidad. Dirección: Juan María Gutiérrez 3809 3° “A” (1425) Capital Federal, Argentina. Teléfono 4802-5434, fax 4551-2250, e-mail andresc [at] einstein.com.ar

[3] Lic. Alejandro Vainer. Psicoanalista. Licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Coordinador General de las revistas Topía, publicación de psicoanálisis, sociedad y cultura; y Topía en la clínica dedicada a Nuevos Dispositivos en la Clínica Psicoanalítica. Ex residente en Psicología Clínica del Hospital Borda. Ex Jefe de Residentes del Hospital Borda. Supervisor de Jefes de Residentes de Salud mental. Miembro del Consejo de Asesores y columnista de Clepios, una revista para residentes de salud mental. Dirección: Suipacha 774 11 “D” (1008) Capital Federal, Argentina. Teléfono: 4326-4611, e-mail topia [at] ba.net

[4] El Comité Secreto era un grupo de psicoanalistas, fieles a las ideas de Freud, que se oponían a toda “desviación” teórica dentro del movimiento psicoanalítico. Realizó su tarea durante 10 años y subsistió como sociedad secreta hasta 1927, fecha en que se disolvió en la dirección oficial de la IPA. Freud dio a los miembros de la cofradía un anillo de oro que se convirtió en un lazo indestructible entre sus miembros, los cuales pasaron a denominarse “Señores de los anillos”.

[5] De esta manera permitieron una alternativa que, como plantea Fernando Ulloa, “El aspirante a analista hace jugar al máximo la terceridad eficaz, desde lugares donde accede a la teoría y a la práctica, como lugares autónomos escogidos por sí mismo. Lo específico de esta situación es que quién se encuentra en ella, articula virtualmente en su propia experiencia personal de análisis los tres momentos de su habilitación psicoanalítica sin que estos converjan materializando una institución ni administrativa ni geográfica.

Gran número de analistas, en su momento categorizados como silvestres, alcanzaron en nuestros días reconocida idoneidad con este sistema. Es también cierto que muchos permanecen dispersos prontos a la convocatoria en congresos y otros eventos episódicos en tanto suelen integrar reducidas agrupaciones de trabajo y estudio. Pero es un hecho que quienes se han beneficiado con una acertada experiencia personal psicoanalítica, suelen mantener la libertad en cuanto a donde y con quién estudiar y controlar.” Novela clínica psicoanalítica, editorial Paidós, Buenos Aires, 1996.

[6] Este último en su carta plantea a través de qué lengua - aunque parezca obvio, deberíamos decir que opción teórica- debe desarrollarse el trabajo científico: "El conocimiento del alemán, aunque deseable, fue en otra época indispensable para los propósitos de vinculación internacional relacionadas con nuestra labor, pero está cediendo su primer lugar al inglés y es de esperar que la colaboración política creciente entre los países de habla castellana e inglesa se acompañe de una correspondiente colaboración estrecha, en nuestro trabajo científico”. Esta cita fue extraída de Garcia, Germán, L. La entrada del psicoanálisis en la Argentina. Obstáculos y perspectivas, ediciones Altazor, Buenos Aires, 1978.

[7] Muchos años después, en los politizados años setenta, Marie Langer afirmaba “Eramos un grupo selecto de gente culta e inquieta de la clase media acomodada: fuimos los fundadores. Nos sacrificamos, trabajamos y estudiamos duramente para difundir y enseñar psicoanálisis. Eramos progresistas. Ofrecíamos sabiduría, salud física y mental a Buenos Aires y a las Américas. Entiéndanme bien, hablo con ironía, pero no reniego de esa época....Nosotros nos proponíamos salvar al mundo a través del psicoanálisis. Y no sabíamos, algunos lo ocultaron conscientemente, otros lo tenían reprimido, que como miembros de la clase dominante salvábamos únicamente a nuestros analizandos que pertenecían a la misma clase y participaban como nosotros de la explotación.” Cuestionamos 2, Granica editor, Buenos Aires, 1973.

[8] Este período lo describió Fidias Cesio al escribir que “En los seminarios se estudiaba básicamente la obra de Freud y las exigencias eran rigurosas, obligando a los candidatos a una intensa aplicación. También siguiendo la experiencia de otros institutos, se exigió que cada candidato controlara al menos dos casos con sendos analistas didácticos. Pensemos que, por esos años, los miembros de la APA eran también miembros de la Comisión Directiva, los analistas didácticos, los profesores del Instituto, y que virtualmente fue así durante cerca de diez años, con el solo agregado de Luis Racovsky que, en 1945, pasa a la categoría de didáctico. De esta manera, durante los primeros años, las autoridades que organizaban y administraban la APA y el Instituto, nuestros analistas didácticos, nuestros analistas de control y nuestros profesores fueron Garma, A. Rascovsky, Pichón Rivière, Langer y, a partir de 1945 Luis Rascovsky.” Mom, Jorge; De Foks, Gilda, S. y Suarez, Juan Carlos Asociación Psicoanalítica Argentina 1942-1982, Buenos Aires, APA, 1982.

[9] Idem cita 8

 
Articulo publicado en
Septiembre / 2009