Cantos oscuros | Topía

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Cantos oscuros

 

I

De pie, sobre las hogueras del espanto...
Abriéndose paso en las barracas de escombros...
Todavía jadeantes los cuerpos del ayer...
Tejen con hilos de vida la memoria...

II

El asombro del cielo. La divina perfección
que nos planta en la tierra como niños
de rodillas...
Allí, sobre grúas y torres suspendidas
en el suelo fangoso, entre aluminios
y paredes de espejos, junto a humos domados
y jarrones con flores elegidas,
otra vez en su esplendor la pureza
de la bóveda celeste...
Son nubes inocentes que todo lo arrean
con gracia de bailarinas...
Y sin embargo, de pronto allí con gruesos
trazos aparece lo oscuro...
Esa oscuridad sin redención que sube
desde el fondo del río...
Esas malicias turbias, como eternos peces...
Esos cuerpos arrojados, con los ojos abiertos...
Esas miradas sin sepultura... implacables...
Esa luz que se oculta...
Esas nubes que huyen... en el ocaso del día...

 

III

Las alas de los pajarracos del mal agüero...
quedan atrás... Tambalean en el aire liviano...
Lo que era azul umbrío de puertas holandesas
y morado de riñas en un puerto del sur
va hacía el negro, lento, lento... Las horas
del crepúsculo ya huelen a tormenta...
Más tarde habrá un vaivén de aguas espiraladas,
con las que juega el barquero
de la diaria travesía...
En bocanadas sin dolor llegan palmo a palmo
las estrellas; son los ojos de los angelitos ciegos,
susurran las beatas mientras transpiran
los delirios de la eternidad.
Por la espalda, al galope, superando
la vastedad de las pampas, se atisban
las nubes del otro cielo, fuera del tiempo,
que nos espera... (He ahí la única certeza...)
Ese cielo, esas nubes... Acaso sea un animal
de pesadillas, un fuego... O un fantasma
con dientes de acero, montado sobre un gran
agüero... Abriendo un tajo de negrura en la ciudad...
Cae una sustancia insípida, inodora, sin enconos
ni piedad...
Parecen gotas de lluvia, sucias; parecen el olvido...
Apenas un mal sueño, del que nadie escapa...

 

IV

La ciudad conoció el silencio alucinado
de las vísperas y el llanto de la ausencia
en el día después... (El día después es eterno...)
La ciudad fue bautizada con sangre
de niños (¡Hay fotos! ¡Hay fotos!)
La ciudad conoció la escritura del rencor
como aleluya en sus paredes; la escritura
sigue allí... (se borra y renace todos los días...)
La ciudad fue coronada en su Plaza Mayor,
era una fiesta de humildes... Después
la recorrieron en un calvario de justos...
(hay huellas en sus baldosas...)
Allí está la ciudad: removida con gula,
clausurada con hierros, vigilada día y noche
con hombres y con perros... Los monstruos del horror
crecen allí... El viento de la peste mueve
las altas ramas allí...
Clavada en el olvido como un cajón de muertos...
La ciudad ya no camina el alba
en espera de sus nubes rosas...
En la boca de tormenta la ciudad oscura
guarda sus cielos...
¿Qué fue de los cuerpos y del hueco
de sus caricias...?
¿Dónde se perdió aquel viento
que no lastimaba y era invierno...?

 

V

Sin más armonía que el deseo va y viene
la ciudad... Es la hora de las sombras ardientes,
a manera de exculpación... O de refugio...
Como puro tabaco masticado la ciudad
escupe sus pasados...
Lame las cicatrices hasta volverlas aire
de invierno...
Esconde las cartas de amor y los discursos de gloria
en el cajón de abajo / del mueble de cocina... (¿no estará
también allí su primer poema...?)
Habrá que dar vuelta las estatuas y
guardar prudencia...
Ni siquiera dejar en pie la dichosa piedad;
ahí yace... al costado de la pila bautismal...
La ciudad tiene colmadas las gargantas
de cenizas...

 

VI

Día a día, pasado y pisado el último
fulgor de luna, desde las nubes como corderos
que no dejan de brincar, aparece desnuda
y solemne, purísima, la belleza celeste...
La belleza no es humana...
Desde las livianas músicas del río
de piedras en el verano, desde su esquina
arbolada que alienta los jóvenes besos,
aparece sin daños la belleza...
La belleza no es humana...
Entre relinchos de herencias del ayer
y el prestigio más pesado de la riqueza de hoy...
Surge un cartel de frontera en la ciudad
Pobres, de aquí no pasan
Rotunda es su estética; ya no necesitan
tajos ni prontuarios las caras del delito...
La partida se juega bajo una luz de velas...
Las cartas están marcadas...
Jamás tuvo arrugas la bóveda celeste...
La belleza no es humana...

 

VII

Sopla una tormenta de vidrio que corta y arde;
se arremolina la noche en los bordes del paraíso...
Superado el hechizo, de allí en adelante
las almas furtivas cargarán con su desierto...
Los labios se vestirán de soledad; es el momento
para volver a leer Los Delitos y las penas...
Mientras nada se altera, los cuerpos que vuelan
chocan contra el piso...
El estruendo de la ciudad oscura crece, arrastra
el sueño que se vuelve pesadilla...
Todo lo que ocurre deja su huella, aún en el olvido...
Sin que nadie lo avisara llueve como en el primer día...
Las alcantarillas rebasan... Agua, plástico, papel,
maderas... Los restos de una cuna chocan contra 
el cordón... Un par de colchones comienza a navegar
por la calle... Puede sentirse: hubo cuerpos,
hubo cuerpos...
El destino se muestra a la ligera. Pareciera
que corre con los ojos vendados...
Son llagas... Las manos sueltan las amarras...
La línea amarrilla que separa los cuerpos / también
sirve para el ahorcamiento...
¿Quién conocerá las últimas palabras...?
¿Alguien se sentará a la vera del jardín agreste
para ver como crece el limonero...?

 

VIII

Igual que los carros con tracción a sangre
de niños o de caballos viejos / para la eficacia
tanto da / cargados al tope de papeles y cartones,
viene la muerte haciendo de las suyas,
por los suburbios de la ciudad...
Siempre en acecho... Son ráfagas de aquelarre
las del verano desatado; arrimarán tufo
y veneno más que perfume a nuestras manos,
como ayer mismo rosas, jazmines blancos y celestes,
y otras pálidas flores de las casas de familia
con hall de entrada...
En el rincón más húmedodel patio del fondo,
asomarán las calas... Las esperan tímidas mujeres
con tímidos jarrones, el domingo temprano serán
llevadas en ramo al cementerio...
La muerte y la belleza tienen su antiguo
diálogo... que la poesía evoca con distinta
suerte en la ciudad...
Lo que nunca se altera es el orden final
de la acción: un cuerpo cae al suelo,
gritos y más gritos, la sangre en el piso,
casi detenida, los bolsillos rápidamente vacíos,
alguna que otra lágrima en alguno que otro
rostro... Los autos que se detienen un poco...
Las nubes, más lejanas que nunca, por más
que el niño que tira del carro extienda su mano...

 

IX

Bien se sabe (y costó sangre): la tierra da vueltas...
El río también da vueltas con su cortejo
de cuerpos ahogados...
Quien no da vueltas es el hambre, clavó su ancla
en el hambriento...
Instalada a sus anchas en el camino que va...
Hay una sombra que viene... El horizonte se confunde
con el humo provocador de las gomas
quemadas... No hay agua que pueda con ellas,
es una sed de años...
Amparado en la ley de parentesco 
alguien fuga por la ventana...
Un llanto derrumba las últimas murallas...
Se escuchan los anuncios... Se esperan más
noticias policiales...
Los que duermen en la calle desnudos
hoy tienen sobre la espalda la marca
de la bestia...
Los usos y costumbres hieren...
El sentido común apesta...

 

X

Las hojas de diarios se amontonan junto a los
cuerpos yacentes... Por ahora mal dormidos...
En el sopor, tiemblan. Tras el alcohol, vomitan...
Hay un cuerpo pequeño, esmirriado y encogido.
Grecia y Roma, el Imperio de los Godos y la
Santa Ley de Mercado le han machacado toda
la noche con un palo su cabeza... Es una
cabeza sucia, achatada y sangrante. Pululan
las pulgas y los piojos. Si quedan restos de
lo que sea, para el alba rosada hasta el hartazgo
se animarán las cucarachas. En la calle,
sobre un piso de frazadas orinadas, harán lo suyo...
También el sol hará lo suyo, antes y después, sin
importarle nada de nadie...
También el supermercado chino hará lo suyo...
También el Banco de la esquina hará lo suyo...
También la música de Mozart hará lo suyo...
También el Ángel del espanto hará lo suyo...
Esa es la única certeza, sin escándalo, mientras
se agota la cuenta de los días...

 

XI

Sin artificios, ese ruido en la ciudad, ese silencio
a borbotones que nadie escucha y sofoca...
Más tarde,cuando el sudor cubra los ojos, podrá volverse
el delirio a golpes de la media tarde 
en una sinfonía: altos, muy altos, los oboes y trompetas...
¡Y las músicas paganas! como dicen las señoras mayores
a la salida de misa, también podrán redimirse...
De unas nubes antojadizas caen unas gotas perfectas.
Quizás sean un diamante, o lo que queda de un pájaro
en la boca del gato gris que pasa...
Las bocinas queman los míseros oídos; las sirenas siempre
anuncian desgracias, como campanadas de una iglesia de
campo, blanca y cerrada, que despiden a las almas
del sacrificio en los umbrales del Gólgota...
Quién puede hacer algo será mejor que lo haga...
Cuando se ahoga el día...
sobre el banco de una plaza cada vez más sucia,
a punto de reventar de sucia,
una voz dicta: el alma no tiene fin ni principio,
sólo es agonía...
¿Será la última voz que perdura...?

 

XII (Piedras y Perros)

Ya nada puede ocurrir en la ciudad
que despierte sorpresa...
El misterio del arte se confunde
con la oscuridad del día...
Todos los vicios se unen
en la verdad final:
Aquí vive el que puede pagar
La belleza sigue allí, casi nos perdona...
El cielo no se mueve de lugar,
hasta podría caer una lágrima...
Tal vez algún monstruo en la casa
de gobierno alabe la muerte
con algo más de ingenio...
Por ejemplo: un abrazo al que asesina
por la espalda...
Subida más la noche se salda a palazo limpio
la brega por las sobras de comida
en los Macdonalds de la ciudad...
Son cosas de niños... Nadie se muere ahí...
Las mujeres de antes / que saben de plantas
lo recomiendan: las alegrías del hogar
no necesitan mucho sol ni mucha agua...
También se dice: cuando hay luna llena,
para espantar a los perros
se necesitan piedras...

Vicente Zito Lema
Febrero, 2018

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Articulo publicado en
Abril / 2018

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