PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN*
Los datos descriptivos sobre la evolución de la relación con el trabajo en la empresa neoliberal suscitaron cierto escepticismo cuando este libro fue publicado. Diez años más tarde, estos datos se han confirmado en gran parte. La situación se ha agravado porque ni en Francia ni en el extranjero se tomaron medidas para promover, en materia de organización del trabajo, opciones que podrían ser mucho menos nocivas para la salud mental de nuestros contemporáneos.
En todos los países del Norte las encuestas muestran que la salud mental en el trabajo sigue deteriorándose y que esto se traduce en costos exorbitantes (entre el 3 y 6% del PBI, según las estadísticas de cada país).
Pero las consecuencias de las nuevas formas de organización del trabajo no solo se perciben hacia el interior de la empresa. La degradación de la relación con el trabajo tiene implicancias sobre toda la población (incluidos los jóvenes que todavía no trabajan), sobre la relación de los niños con la escuela y la educación, sobre aquellos que han perdido su empleo y están condenados a la precariedad, sobre la gente que vive en barrios donde nadie ha tenido un trabajo estable en muchos años y finalmente, sobre sus familias, que se ven obligadas a vivir con adultos mentalmente quebrantados a causa de su relación con el trabajo. La ciudad (cité) entera se ve afectada por estas nuevas formas de organización del trabajo que crean una creciente pobreza y generan, entre aquellos que excluyen, un resentimiento que acarrea el nacimiento de nuevas formas de violencia social que deterioran la calidad de vida en las ciudades y sus suburbios o periferias.
Es precisamente porque la organización del trabajo no sólo atañe a la empresa, sino que involucra la evolución de toda la ciudad (cité), que ha surgido el concepto de “centralidad del trabajo”. Y es por esta misma razón que la organización del trabajo merece ser considerada como un tema político por derecho propio.
Este libro tiene como objetivo destacar el papel que el trabajo y su organización tienen en la evolución de nuestras sociedades. A pesar de los importantes avances que hemos vivido en los últimos diez años, nada de lo que se describe en este libro es obsoleto o puede excluirse. Desde el punto de vista del estado de cosas, no sólo se confirman los hechos sino que es innegable su agravamiento, con el suicidio en los lugares de trabajo como el emblema trágico.
La presente edición retoma sin cambios el texto original de 1998, y en el epílogo nos esforzaremos por reunir en unas pocas páginas los principales avances clínicos y teóricos logrados en el intervalo de estos diez años.
De todas maneras, este libro no debe leerse como una descripción tipo de la empresa neoliberal. Si bien se hace mención a la numerosa evidencia recolectada en estudios de campo, no se trata de un relato etnográfico. El objetivo del libro es otro, y es esencialmente teórico: ¿cómo comprender la extraordinaria tolerancia de nuestras sociedades a la evolución en la organización del trabajo que genera, por un lado un enriquecimiento extraordinario de estos países en cantidad y en velocidad, y por el otro dan lugar a una pobreza y una miseria atroces con sus secuelas de males de todo tipo, patologías individuales y una violencia colectiva que evocan al capitalismo salvaje del siglo XIX en Europa o a esas espectaculares formas de violencia social a las que las mega ciudades de América están habituadas desde la segunda mitad del siglo XX?
Destaquemos nuevamente que el problema principal que aquí se plantea es la increíble tolerancia de nuestros contemporáneos hacia el progreso de la injusticia social en regímenes liberales. Este libro está deliberadamente en conflicto con los enfoques funcionalistas que dominan fuertemente el paisaje intelectual: rechaza enérgicamente el argumento según el cual la evolución que estamos presenciando sería inexorable, el resultado de una lógica endógena propia del sistema, es decir, propia de la economía, del mercado, de la globalización, del sistema financiero internacional ... de la guerra económica, en fin, que se impone como una fatalidad contra la cual no tendríamos más alternativa que triunfar o perecer.
El análisis crítico propuesto en este libro se basa en hechos que, desde su lanzamiento, no han sido objetados. Estos hechos son en efecto difícilmente refutables porque son el producto de un poderoso método de investigación: la clínica. Más precisamente la clínica del trabajo, practicada según la metodología de la psicodinámica y la psicopatología del trabajo, cuyas bases se establecen hacia finales de los ‘70 (Dejours 1980-2008), y que ha permitido describir en detalle los procesos subjetivos individuales y las estrategias colectivas, movilizadas por el encuentro con las limitaciones laborales.
Sin embargo, no sólo los hechos sino también el análisis teórico han sido durante diez años un pretexto para muchas controversias en Francia y en el extranjero.
Por razones ligadas a las inevitables limitaciones de la ciencia y la tecnología, la organización efectiva del trabajo necesita, y siempre necesitará, del trabajo vivo frente a la resistencia que la realidad opone al control del proceso de trabajo. Todo sistema, organización o empresa precisa para funcionar de una ingeniería de la inteligencia en el trabajo. Es por ello que podemos afirmar que la empresa neoliberal y el sistema económico en sí, no funcionan a partir de la sola acción de su lógica interna, sino que necesita asimismo de ese “extra” que es el trabajo vivo. Ahora bien, el trabajo vivo reposa sobre la libertad de una voluntad y por lo tanto, hay que admitir que el sistema neoliberal, aunque inflija un sufrimiento a quienes trabajan, solo puede mantener su eficiencia y estabilidad gracias al consentimiento de aquellos y aquellas que lo sirven.
En otras palabras, este libro procede al examen de las vías específicas que toma prestadas la servidumbre voluntaria en el contexto del sistema neoliberal, convirtiéndose ésta en la razón por la que la obra ha generado tantas controversias y suscitado tan fuertes críticas. Muchos autores que insisten en mantener sus posturas críticas, argumentan que la gente que sufre en nuestros días las nuevas formas de organización del trabajo pueden, en algún punto, ser los artesanos del éxito de este sistema demoledor.
Y sin embargo, esto es lo que el libro sugiere, en razón justamente de las especificidades del trabajo. El trabajo vivo, así como la inteligencia en el trabajo (de la que la organización del trabajo no puede desentenderse), no sólo se alimentan de la libertad de aquellos que ofrecen su contribución, sino que exigen en la mayoría de los casos el valor de contravenir las disposiciones, de “hacer trampa”, para precisamente hacer las cosas bien. Como subraya B. Ogilvie, la teoría del trabajo muestra que, en su principio mismo, el trabajo implica la movilización de un genio subversivo que es inseparable del celo en el trabajo (Ogilvie, 2008).
Las implicancias de este libro se concentran inicialmente en el análisis clásico de la servidumbre voluntaria individual, en la medida en que la argumentación (apoyándose esencialmente en el análisis clínico de la relación subjetiva con el trabajo) permite revelar en detalle esta inteligencia, y lo que en ella hay de más individual.
Sin embargo, la clínica va más allá del nivel individual, y es posible analizar en qué medida la organización del trabajo es responsable de la inteligencia en plural. Es decir, de la cooperación. La puesta en común de las inteligencias y el celo colectivo, no se decretan.
Lo que se requiere es coordinación, órdenes, instrucciones sobre cómo “trabajar juntos”. Pero de nuevo, si todo el mundo fuera disciplinado y obedeciera estrictamente, el sistema fallaría. El trabajo colectivo sólo tiene éxito cuando todos los miembros de un equipo o grupo de trabajo logran subvertir las exigencias de la coordinación para inventar reglas específicas que, articulándose, logren esta construcción extraordinaria que llamamos cooperación.
Demostrar que la cooperación reposa sobre una inteligencia colectiva que se ejerce, en primer lugar y ante todo, en el marco de una actividad deóntica (es decir, una actividad de producción de reglas), es lo que permite, justamente, nuevas perspectivas teóricas. El trabajo, cuando es colectivo, implica un espacio de subversión a las órdenes (coordinación) donde es posible producir reglas que puedan ser puestas al servicio de la emancipación, haciendo aún más sorprendente el consentimiento de la dominación. Es posible que esta transformación de la razón encuentre en las formas de trabajo actual, los recursos que este libro se esfuerza precisamente por actualizar.
Éste es, sin lugar a dudas, el motivo por el cual este libro ha sido el punto de partida de las controversias sobre el lugar que debe otorgarse al trabajo en una teoría crítica de la sociedad (JP Deranty 2007).
La discusión con los herederos de la Escuela de Frankfurt, especialmente con Axel Honneth, se origina porque este libro, analizando los resortes subjetivos de la sumisión y la discriminación, hacía referencia particularmente al tema del reconocimiento y la negación de la realidad. La discusión, iniciada hace veinte años por A. Cottereau, sugería que la negación de la realidad (la negación de la realidad del trabajo y de la contribución del trabajador a la organización) se sitúa en una fase anterior a la de la negación de justicia (Cottereau 1987, 1988). La clínica del reconocimiento y de la negación, que se organiza en la denominada “psicodinámica del reconocimiento” (Dejours, 1993) pudo ser puesta en debate frente a la teoría de “la lucha por el reconocimiento” Honneth (1992), especialmente gracias a Emmanuel Renault (Renault y Renault Sintomer 2003 2002, 2007, 2008).
Más allá de las discusiones sobre el sentido estricto del reconocimiento, el problema planteado por este libro es el de la “centralidad política” del trabajo: ¿Tesis legítima o ilegítima? El debate surge a propósito de la relación entre el trabajo y la emancipación, durante un encuentro organizado en Sydney por JP Duranty y N. Smith en 2007 (Trabajo y teoría del reconocimiento), retomando un texto programático de Honneth que data de 1980 que proponía reintegrar al trabajo como concepto crítico, algo a lo que Habermas había renunciado, y que también Hannah Arendt había recusado en La condición humana.
No iré más lejos en el análisis. Sólo se trata aquí de indicar algunas orientaciones objeto de las controversias ocasionadas por la publicación de La banalización de la injusticia social.
Conviene sin embargo, hacer lugar a una segunda serie de controversias que atañen esta vez, a las referencias hechas en mi texto al nazismo, al estalinismo, a Eichmann y a la banalidad del mal según Arendt.
A pesar de una serie de detalles que figuran en el libro, algunos comentaristas no han evitado denunciar una supuesta amalgama que yo habría hecho entre la empresa neoliberal y los campos de concentración de la Alemania nazi. En este libro, sin embargo, no se trata ni una sola vez el tema de los campos, y sí el del totalitarismo. A partir del inicio sugiero que el problema radica en saber cómo establecer la línea divisoria entre totalitarismo y neoliberalismo. Se encontrarán los detalles, que no son ambiguos, sobre la distinción que debe ser hecha entre los dos regímenes de funcionamiento a lo largo del texto.
Pero como esto no parece ser suficiente, vuelvo al contexto en el que el texto ha sido escrito. La clínica del trabajo frente a la cual me vi confrontado en el terreno de mis investigaciones, me hizo testigo no sólo de un sufrimiento asombroso (que entonces comenzaba a generar suicidios en los lugares de trabajo), sino también de un cinismo y una determinación de los ejecutivos y directivos de empresa que lograron impresionarme como médico que soy. El “mal” estaba sin duda a la orden del día, con la particularidad de aparecer sin disfraces, sin “complejo”. Las críticas al uso que he hecho del término han sido numerosas, no nos cabe duda, y muy a menudo irónicamente, ya que en el estilo típico de París reinante, evocar el mal sólo puede ser obra de un retrasado que no ha entendido que el “realismo económico” está más allá del bien y del mal. Pero necesitaba de este concepto para poder discutir la tesis de la “banalidad del mal” de Arendt, y sobre todo para avanzar en la idea de una “banalización” del mal de la cual mis detractores, es justo admitirlo, eran a menudo plácidos testigos. Lo que ordené en este libro del lado del mal ha sido ilustrado y comentado, y se inscribe dentro de la definición del mal que tomé prestada de Pharo.
Pero volviendo al contexto de este libro: la progresión del sistema neoliberal, los daños humanos causados en su nombre y el consentimiento de la mayoría de nosotros a aportar nuestra contribución a su éxito, planteaba el problema de los límites.
¿Quién, en esta progresión, podrá detener el impulso del sistema neoliberal? La mayoría de nosotros, que desaprobamos la manera en que los seres humanos son tratados por los nuevos métodos de organización del trabajo y de dirección, fuimos sin embargo cómplices de su éxito. El sistema que produce el mal y lo hace pasar por bien, ¿en qué se diferencia de un sistema totalitario, particularmente del nazismo?
Contrariamente a lo que algunos críticos indican, nunca he utilizado análisis del totalitarismo para explicar el funcionamiento de la empresa neoliberal, y nunca he escrito una sola palabra que sugiriera que hacía falta buscar en el neoliberalismo un equivalente del sistema nazi, sino exactamente lo contrario. Me he esforzado, basándome en el método clínico, por poner al día los procesos que intervienen en el consentimiento para servir a un sistema que reprobamos, los procesos que intervienen en la participación en acciones que moralmente situamos del lado del mal, y creo haberlos identificado. Sostengo además, que estos procesos también estaban involucrados en el consentimiento de la mayoría de los alemanes de servir a los nazis. En otras palabras, creo que es posible identificar, in statu nascendi, los eslabones intermedios de la servidumbre voluntaria, entre los que conviene reconocer un papel fundamental y específico al trabajo. Mi análisis no lleva, de ninguna manera, a interpretar el funcionamiento de la empresa neoliberal a partir del sistema nazi, sino a la inversa. Mi análisis de los procesos implicados en la adhesión a los principios de la gestión y organización de la empresa neoliberal aporta, a mi entender, una contribución al análisis de la colaboración de “buenas personas” con el sistema nazi.
Lo que revela mi investigación sobre la servidumbre voluntaria en el sistema neoliberal es que la mayoría de la gente puede ser enrolada al servicio de un sistema del que sin embargo desaprueba profundamente sus métodos. Muestra además, algo que resulta aún más inquietante: que la movilización puede obtenerse sin el uso de la fuerza.
Hay entonces buenas razones para que el investigador y el filósofo activen la señal de alarma.
Sin el uso de la fuerza se obtiene de la mayor parte de nosotros el apoyo a un sistema que incrementa las desigualdades y las injusticias, y que inflige sufrimiento a los demás al punto de provocar suicidios.
¿Qué es lo que no se obtendrá de nosotros si empezamos a hacer demasiado uso de la violencia? ¿Si nos arrojan a la cárcel porque criticamos el sistema? ¿Si se nos tortura porque organizamos la resistencia? ¿Si deportan a nuestros hijos para impedirnos escapar?
Lo que este libro sostiene es que los procesos que generan el éxito del sistema neoliberal preceden a aquellos que causan el totalitarismo. Ya se encuentran allí antes de que aparezca el espectro que no sé si podremos evitar que se materialice. Si es útil publicar este análisis, es debido a que puede servir a aquellos que quieran entender los resortes subjetivos que intervienen en la evolución de nuestra sociedad, a aquellos que quieran pensar no sólo la resistencia, sino tambien las alternativas a esta evolución.
Estas alternativas ciertamente existen. En la evolución actual, y en contraposición con la tesis de la servidumbre voluntaria, no hay fatalidad. Análisis realizados con la intención de inspirar políticas públicas y otras orientaciones en materia de organización del trabajo, han sido propuestos al Ministro de Salud en el año 2005 y publicados en el año 2007 (Dejours 2007).
Pero la hora de la acción no parece haber llegado, y parecemos más inclinados a permanecer en nuestro camino hacia la decadencia, si por este término entendemos la ruptura perjudicial de los lazos que, desde tiempos inmemorables, los hombres se han esforzado por crear entre el trabajo ordinario y la cultura.
*Septiembre 2008
BIBLIOGRAFIA
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