"Al abrigo de los muros de sus castillos, una gran dama, Ersébet Bàthory, dió muerte, en Hungría, a jóvenes sirvientas y doncellas de la nobleza. Lo hizo con infinita crueldad ... Es la conciencia, en oposición a la delirante sangre fría que evoca el nombre de Ersébet Bàthory, la que ordena estas frases desoladoras. No se trata de remordimientos. Tampoco se trata, como ocurrió en el espíritu de Sade, de la tempestad del deseo. Se trata de hacer que el hombre tome conciencia de la representación de lo que realmente el hombre es. El cristianismo eludió esta representación. Sin duda alguna, el hombre, en general, debe también eludirla para siempre, pero la conciencia humana - con orgullo y humildad, con pasión pero con estremecimiento - debe conocer el horror en su máxima expresión", excribe Georges Bataille a propósito de esta Condesa, que a fines del siglo XVI y comienzos del XVII asesinara a seiscientas diez muchachas para bañarse de inmortalidad con su sangre.
Su enigma, que conjuga la mirada punzante, el acto obsceno, el éxtasis, la muerte, incitó al autor a escribir la ficción biográfica Siete lunas de sangre. En el transcurso de la pasión, el orgullo, el horror, procura develar algo de una mujer cuya cifra alcanzara la permanencia en el destino de lo impronunciable.