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Fracasar y olvidar

 
Reflexiones sobre el comienzo del año 2023

Helmut Dahmer es un sociólogo austríaco. Estudió con Adorno y Horkheimer. Se doctoró en 1973 y desde 1974 es profesor de sociología en la Universidad de Darmstadt. Fue coeditor de Pshyché (revista alemana de psicoanálisis). A principios de los 80 denunció la política colaboracionista de las instituciones psicoanalíticas durante el nazismo. Las polémicas hicieron que perdiera su puesto en dicha revista. Tiene una importante producción escrita. Entre sus libros traducidos al castellano encontramos Libido y Sociedad. Estudios sobre Freud y la izquierda freudiana (1983). Ha colaborado varias veces en nuestra revista. Y nuestra editorial publicará en los próximos meses su reciente libro Trotski y el psicoanálisis. Este texto que publicamos de forma exclusiva nos habla de una Alemania actual donde se ha elidido la memoria. Su hipótesis es que sus efectos, como en el resto de Europa, es el auge de la derecha fascista y nazi. Desde nuestra revista sostenemos que recordar es una forma de la esperanza. El olvido lleva a que se presentifiquen grupos y formas de gobierno que creíamos alejadas en el tiempo.

I

A comienzos del año 2023 surge el recuerdo de aquel otro año 23, de crisis hace cien años, en el que abruptamente se hacen reconocibles alternativas políticas contrarias para el posterior desarrollo de la república alemana de posguerra. Después del fracaso del aislado “levantamiento de Hamburgo” de los comunistas y la destitución del gobierno del frente de unidad del PCA y PSA en Sajonia a manos de las fuerzas armadas en las últimas semanas de octubre, fracasa también en Múnich, el 8 y 9 de noviembre de 1923, el intento de Hitler y Ludendorff de tomar el poder en Bavaria y (según el modelo de Mussolini) organizar una “marcha a Berlín”. Una década después, el PCA estaba prohibido y Hitler, junto con sus unidades paramilitares (la SA y la SS), con apoyo de las fuerzas armadas y la industria y la bendición de los partidos burgueses, estaba en el poder desde finales de enero. El producto comprometido de una república parlamentaria en el marco de una economía capitalista había fracasado. La superestructura estatal inadecuada para esta “infraestructura” fue reemplazada, después de un ínterin de catorce años, por la dictadura del partido único de Hitler -en la forma del doble estado descripta por Ernst Fraenkel-, que correspondía por mucho a los intereses de las elites de poder industriales y militares.

La historia del año 1923 en Alemania es de particular interés, porque en ese momento otra vez, por un par de semanas o meses, fulguró (y se perdió) la posibilidad de un desarrollo completamente diferente para Alemania, Rusia y Europa.

La historia del año 1923 en Alemania es de particular interés, porque en ese momento otra vez, por un par de semanas o meses, fulguró (y se perdió) la posibilidad de un desarrollo completamente diferente para Alemania, Rusia y Europa, quizás la última chance de poner en camino la consolidación de la democracia parlamentaria, frustrada con terrorismo desde 1918/1919 por las fuerzas contrarevolucionarias, a través de una democratización de la economía.

Esta alternativa entretanto ha caído hace tiempo en la amnesia colectiva. En una historia de Alemania en el año 1923 de reciente aparición (de Peter Longerich), las organizaciones del movimiento de los trabajadores y sus líderes ya no figuran más como actores políticos; la “historia” fue hecha en 1923 sin y contra estas organizaciones, por personas como el barón de la industria Stinnes y el general del ejército alemán Seeckt…

Por el momento, la historia la escriben principalmente los “vencedores”. Por eso la historia de los movimientos anticapitalistas de trabajadores de los siglos XIX y XX -junto a la historia de su fracaso- ya no juega ningún rol en la autocomprensión ni en la compresión social de los que viven actualmente. Se han vuelto -como siempre a pesar suyo- prisioneros del presente.

Pero pensemos por unos minutos de manera “contrafáctica”: ¿cómo se habría desarrollado la historia, si la Revolución de noviembre de 1918/19 en Alemania no hubiera sido sofocada o si en 1923, en un segundo intento, con un “frente de unidad” de todas las organizaciones de trabajadores, hubiera vencido por sobre la coalición integrada por Hitler, el ejército y la industria?

La humanidad se hubiera ahorrado la caída de la democracia (solamente) parlamentaria en 1933, la instauración de la dictadura fascista, la Segunda Guerra Mundial para el establecimiento del dominio del imperialismo alemán sobre Europa, el restablecimiento de la tortura y del trabajo esclavo y la construcción de un aparato gigante para el exterminio de personas. Rusia y Alemania hubieran podido cooperar pacíficamente, en lugar de armarse hasta los dientes y destruirse recíprocamente en una campaña militar de aniquilamiento. Los fusilamientos masivos, las cámaras de gas y los consecuentes crematorios nos hubieran sido tan desconocidos como las tormentas ígneas desatadas por las bombas de fósforo o de gas Napalm en las metrópolis. Dachau, Buchenwald, Babi Yar, Auschwitz y Treblinka, Workuta, Kolimá y Katin, Hiroshima y Nagasaki serían nombres como cualquier otro. Y con las sumas que se desperdiciaron en el aniquilamiento de “personas y material” en la Segunda Guerra, se hubiera podido evitar el empobrecimiento de una quinta parte de la población mundial…

El fantasma de su posible fracaso siempre ha acompañado tanto la revolución burguesa como la socialista. Jacobinos como bolcheviques -Robespierre y Saint-Just como Lenin y Trotski- temían el avasallamiento de su régimen no solo por las armadas contrarevolucionarias, sino por el pasado y el futuro: por las tradiciones interiorizadas de la población mayoritaria y por las organizaciones y aparatos, que ellas mismas habían creado, para la defensa y “reeducación” de estas mayorías (“tradicionales”) de la población. Jacobinos y bolcheviques recelaban haber llegado al poder “demasiado temprano”. Los revolucionarios inspirados en el marxismo estaban llenos con la preocupación de que su revolución permaneciera aislada, porque la mayoría internacional de los trabajadores asalariados quizás todavía no estuvieran en la situación de tomar bajo control los medios de producción disponibles y cambiar la dirección del “progreso” en su beneficio. Apremiados por el temor, se aferraron al terror (como anteriormente los jacobinos), primero contra el enemigo, después contra sus semejantes. De este modo “traicionaron” su revolución, al haber pensado que la defendían contra el retroceso, el “Termidor”. Trotski lo expresó con la fórmula: “Lenin creó el aparato, el aparato creó a Lenin” (el que después, por cierto, en los treinta años posteriores, liquidó el partido leninista…).

Por el momento, la historia la escriben principalmente los “vencedores”. Por eso la historia de los movimientos anticapitalistas de trabajadores de los siglos XIX y XX -junto a la historia de su fracaso- ya no juega ningún rol

Si la preocupación de los revolucionarios estuvo relacionada con el fracaso (de su proyecto), entonces nuestro miedo está relacionado con las consecuencias de su fracaso, que los más visionarios entre ellos (como Rosa Luxemburgo) predijeron como la transformación de la economía mundial del beneficio en “barbarie”. Muchas décadas después sabemos cuál(es) forma(s) adquirió esta “barbarie”: la Revolución Rusa de 1917 no se convirtió en el impulsor de una reacción en cadena internacional, sino que permaneció aislada; la Unión Soviética mutó bajo el dominio de Stalin en una agencia del terror y la contrarrevolución. La economía planificada burocratizada terminó en estagnación y, al final, la “power elite” estalinista asumió la propiedad del Estado. La economía capitalista permaneció -aun después de la crisis de 1929 y después de la Segunda Guerra- en condiciones de convertir la mayor parte de la población mundial en trabajadores asalariados carentes de propiedad y elevar la productividad (promedio) del trabajo. A causa de la acumulación de los capitales privados, ciega frente a sus consecuencias, las fuerzas productivas se transformaron en fuerzas destructivas en creciente medida, y en actualidad la explotación abusiva y la continua utilización de carbón, petróleo y gas natural ponen en riesgo las chances de supervivencia de la humanidad, tanto como el arsenal de armas atómicas de destrucción masiva acumulado. Regímenes “totalitarios” como el de Hitler o el de Stalin han “probado” que es posible paralizar “en forma sostenida” la espontaneidad de toda la población con nuevas formas de terror de masas. Ninguno de los movimientos anticapitalistas de resistencia y emancipación ha escapado hasta ahora al destino del aislamiento y la degeneración. Y ninguno de los regímenes identificados como “socialistas” (en los “tres mundos”) estuvo hasta ahora en condiciones de alcanzar el nivel de vida y la participación política que (por momentos) fue alcanzado en las sociedades capitalistas de mayor desarrollo -por lo menos para la parte privilegiada de la población de trabajadores asalariados-. Ninguno de los Estados del Tercer Mundo (originados a partir de las revoluciones anticoloniales), que no haya caído tarde o temprano en las manos de oligarcas o cleptócratas con un ejercicio autoritario del poder… Y más: la quinta parte privilegiada de la actual población mundial, que vive en un “Paraíso” terrenal, desaprovecha en el presente la oportunidad de reducir el arsenal de armas nucleares, luchar contra la crisis climática y encarar la retrasada redistribución de la riqueza mundial. Antes bien, esta quinta parte tiende a defender sus oasis de bienestar como fortalezas contra aquel quinto que vive miserablemente en las regiones pobres, arrasadas por las incesantes guerras y la creciente devastación del planeta. Y cuya vanguardia activa busca su salvación en la huida y la migración.

Como antes en el llamado “período entre guerras”, hoy también las sociedades supuestamente “seguras” o “estables” con relativo bienestar -como los EEUU o los países de la UE- son fuertemente sacudidas por las crisis de la economía mundial y por los efectos retroactivos de la guerra que, como desde siempre se llevan a cabo para el control sobre los recursos naturales, las fuerzas de trabajo, los mercados y las zonas de influencia. En esas sociedades donde capas sociales perjudicadas, “víctimas de la Modernización”, en defensa de su status quo, se agrupan -por falta de alternativas- alrededor de líderes “populistas - fascistas”, que les prometen el privilegio étnico y la discriminación o la expulsión de todos y todo “lo extranjero”, las democracias representativas se transforman paso a paso en regímenes autoritarios.

El fracaso se contesta con el olvido. Pero lo que es olvidado, no está “terminado”, sino que se vuelve un fantasma. Este aparece enmascarado en el accionar, en la abstención y en la ideología de las generaciones futuras. Por esa razón, la “desnazificación”, la “reeducación” y el “dominio” del pasado han fracasado en Alemania desde 1945, tanto como el abandono del estalinismo y la Rusia postsoviética.

II

En la actualidad, los contemporáneos se apartan de las esperanzas perdidas, el fracaso y los fracasados; en el archivo de los recuerdos de las generaciones futuras éstos no poseen casi ningún rol. Sin embargo, pertenecen, aunque ya no en forma consciente, a la “tradición”, a los supuestos (pseudonaturales) de la autopercepción y del comportamiento de la(s) generación(es) sucesiva(s). Lo que se vuelve víctima del olvido, de la amnesia, no está “terminado”; continúa apareciendo “en forma fantasmal” en los sueños diurnos y en las pesadillas, y si no llega a ser conciencia, regresa como reescenificación. Es algo incomprensible y por ello “siniestro”, como Freud lo nota, porque es lo bien conocido desdeñado, en un disfraz extraño. “Le mort saisit le vif…”

La Rusia actual nos pone frente a los ojos de forma drástica la sucesión de fracasos, olvidos forzados y el retorno de lo olvidado-despreciado en una reescenificación “siniestra”. Como a la revolución democrática de 1905, siguió un retroceso -doce largos años, en los cuales el régimen zarista bloqueó todo progreso, antes de desmoronarse en la Primera Guerra Mundial-, así la Revolución de Octubre fue seguida por el “Termidor” estalinista, que desembocó en un terror de masas sin precedentes. Al derrumbamiento final de la economía planificada burocratizada, siguieron los “caóticos” años noventa, en los cuales la nomenklatura se apropió, sin encontrar resistencia, de los medios de producción de una Unión Soviética al borde de la disolución, el estalinismo pareció superado y la democratización de la sociedad se veía nuevamente posible. Pero la organización que había mantenido y controlado el imperio de Stalin y sus sucesores, el KGB (heredero de la Opríchnina de Iván IV, la Ojrana de Alejandro III y la Checa de Lenin) sobrevivió (como FSB) al regreso del capitalismo y la ideología de la gran Rusia chauvinista perduró por sobre el “marxismo-leninismo”. Desde los tiempos de Stalin es Rusia el país modelo de una amnesia decretada estatalmente, la tierra en la cual -según la tradición de los eslavófilos del siglo XIX- la historia se vuelve un cuento maravilloso y el presente es mitificado…

El fracaso se contesta con el olvido. Pero lo que es olvidado, no está “terminado”, sino que se vuelve un fantasma. Este aparece enmascarado en el accionar, en la abstención y en la ideología de las generaciones futuras

De otra manera sucede en la Alemania del presente, donde después del derrumbamiento militar de la dictadura “con aprobación” de Hitler (en forma similar en Austria) se buscó “superar” el horroroso pasado “caníbal” de los asesinatos por “eutanasia”, de la guerra, de los fusilamientos masivos y de los campos de exterminio, a través del “no querer admitir” colectivo. En aquel momento se buscó salvar la “comunidad nacional”, implicada en la guerra, el robo y los asesinatos masivos, a través de un salto a la amnesia. Y desde entonces se la mantuvo apartada de todo aquello que hiciera recordar esos doce años “oscuros”. Pero esta situación se profundiza cada vez más, desde que, no solo los historiadores del pasado (que la desentierran), sino también los repetidores del pasado -ideólogos populares y cómplices que lo representan- aparecen en escena.

Desde 1945 se ha conservado en las almas alemanas y en los estados federados una “clandestinidad” fascista, un siniestro mundo paralelo de ilusiones y pesadillas desatendidas, cuyos enviados cada vez con más frecuencia irrumpen en la tan a menudo evocada y supuestamente alcanzada “normalidad”: desde 1990, fueron asesinados en la República Federal de Alemania más de 200 personas en ataques de agresores nazis y de bandas xenófobas que embistieron albergues de refugiados. Los miembros de la “Clandestinidad Nacionalsocialista”, Böhnhardt, Mundlos, Zschäpe, robaron y asesinaron en los años 2000 - 2007 sin que queden registros; sus atentados estaban dirigidos contra cualquier “extranjero”, a los que llamaban “alis”. En el último tiempo, grupos profacistas en la policía y la armada hicieron que se hablara de ellos una y otra vez. Después se produjo (2019) - en emulación de los 345 atentados políticos por parte de agresores de derecha durante la República de Weimar (en los que cayeron como víctimas Luxemburgo y Liebknecht, Erzberger y Rathenau, entre otros) -el asesinato del presidente del distrito gubernamental de Kassel Walter Lübke. En los años de la pandemia, siguieron las procesiones de miles de “disconformes”, entre los que a fines de agosto de 2020 también realizaron reclutamientos los grupos violentos, que por poco tiempo “ocuparon”, si bien no el “parlamento”, por lo menos sus escaleras (apenas medio año antes del ataque al “Capitolio” en Washington y dos años antes de la destrucción de las sedes gubernamentales en Brasilia por los partidarios de Bolsonaro1). Una planeada reescenificación de la “Marcha a la Feldherrnhalle” no tuvo lugar a consecuencia del arresto de los “ciudadanos (armados) del Reich” (aspirantes a golpistas) el 7 de diciembre de 2022. ([Accionar] cuya tradición fue fundada a mediados de los años 70 por Manfred Roeder, que -después de contactos con Hess y Dönitz- apareció en escena como el “administrador”-) …

El “no querer admitir” ha producido esa funesta debilidad de la memoria en los herederos del “Tercer Reich” y sus continuadores, que no solo los hace incapaces de reconocer, en la larga serie de manifestaciones xenófobas y antisemitas, otra nueva representación de “Temor y miseria del Tercer Reich”, sino también reaccionar contra ello en forma adecuada. Porque para ellos, en el peor de los casos, se pueden aceptar “agresores individuales perturbados” (es decir, “excepciones”), los árboles impiden a individuos, opinión pública, parlamentarios, órganos ejecutivos y tribunales, ver el “bosque” fascista cada vez más espeso en el país; se horrorizan consternados cada vez nuevamente ante el próximo atentado, la próxima conspiración, y acto seguido se explayan en rituales de tristeza e indignación, inevitablemente inconsecuentes.

Porque el no querer admitir devenido hábito, no solo se evidencia en el pasado, sino también en su “pervivencia” en el presente. El pasado sobrevive, por una parte, en la “clandestinidad” espiritual -como mentalidad-, por otra, en la forma de la reescenificación pública. Lo que nadie quiere aceptar en tanto realidad pasada, lo muestran con palabras y hechos en el presente los fantasmas de los Nazis (que nadie quiere ser), en la forma de agitadores en las campañas electorales y las caravanas de manifestaciones, o parlamentarios o agresores “repetidores” con revolver y “manifiesto” (como en 2019 Stephen Balliet en Halle).

Las mentalidades son esquemas interpretativos de relaciones sociales creadores de identidad, que se constituyen en las estructuras de la personalidad y son compartidos por los pertenecientes a una clase social

El fracaso de un proyecto en la historia de vida o en la historia social -de las prácticas vinculadas con él y de la ideología que lo acompaña (un autoengaño o ilusión “creadora de sentido”)- es una ofensa narcisista pesada. Un “trauma” semejante (a continuación de una guerra y ataques aéreos, del terror y los asesinatos masivos o simplemente por el “colapso” del régimen dominante), como resultado, bloquea la búsqueda de “causas” del fracaso, es decir, ese “camino de regreso” (de la reflexión), que en todo caso podría inaugurar una alternativa, una salida. En lugar de ello, individuos y grupos sociales permanecen fijos en el vano intento de repetir lo hecho -y cada vez más- en otra variante del viejo mito y con otra técnica. Se vuelven “closed minds” en lo ideológico, repetidores en lo práctico.

La conmoción del fracaso, el desdén (el “no quiero admitir”) de su historia anterior, junto a la nostalgia latente en forma clandestina y la pulsión de compensar el fracaso, forman un síndrome de resentimientos, que impulsan una y otra vez repeticiones (enmascaradas). Desde la caída de la República de Weimar, este sedimento ha sido empíricamente investigado y teóricamente analizado, como “síndrome del prejuicio” o “mentalidad”.

Sobre los efectos de traumas sufridos, dice Freud que serían de una índole doble: por una parte, al traumado corresponde “devolver al trauma su vigencia, vale decir, recordar la vivencia olvidada, o todavía mejor, hacerla real objetiva, vivenciar de nuevo una repetición de ella” pero, por otro lado, se trata también de “que no se recuerde o se repita nada de los traumas olvidados”. La “fijación al trauma” y la “compulsión de repetición” pueden “ser acogidos en el yo llamado normal y, como tendencias de él, prestarles unos rasgos de carácter inmutable…” Las limitaciones del yo y las alteraciones estables del carácter poseen “naturaleza compulsiva”, pueden con correspondiente intensidad llegar a vencer al yo acomodado a la realidad” y constreñirlo a su servicio. Si esto acontece [geschehen], se alcanza así el imperio de una realidad psíquica interior sobre la realidad del mundo exterior, y se abre el camino a la psicosis.”2

Las mentalidades son esquemas interpretativos de relaciones sociales creadores de identidad, que se constituyen en las estructuras de la personalidad y son compartidos por los pertenecientes a una clase social. Son funcionales con una orientación elemental (amigo-enemigo) y actúan como anteojeras. Los investigadores de la mentalidad o la toma de posición -de Geiger y Fromm, de Adorno y Pollock hasta Reckwitz y Decker- vieron (y ven) en estos sedimentos de experiencia específica grupal de una determinada estructura social y de determinadas formas de Estado, el factor decisivo para la continuidad política o el cambio.

La cuestión de si es posible y cómo liberar mentalidades, es decir, abrir “closed minds” que han sido selladas bajo presión social, y romper el remolino de la compulsión de repetir -no repetir el pasado, sino ir más allá de él-, se puede en todo caso responder, si se considera que se puede lograr, bajo condiciones favorables, con la ayuda de información sistemática sobre la génesis y función de las mentalidades y prejuicios, poner en marcha una autoexploración de los apresados en ellos. Precisamente de la misma forma como los jóvenes hoy aprenden a vincularse con el dinero y la sexualidad, a orientarse en el tráfico y en Internet, podrían también aprender cómo orientarse y comportarse en una sociedad de desigualdad social y resentimiento, de demagogos y masacres, es decir, en nuestra sociedad, si no quieren sucumbir al remolido de sociedades del odio y el asesinato que continúan formándose nuevamente una y otra vez. ◼

Austria 15 de enero, 2023

Traducción de Guillermo Perotti

Bibliografía

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----- (1973), Studien zum autoritären Charakter. [Teilübersetzung von Adorno u. a. (1950.] Frankfurt, Suhrkamp.
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Dahmer, Helmut (2020), Antisemitismus, Xenophobie und pathisches Vergessen. Warum nach “Halle” vor “Halle” ist. (Interventionen, II. Folge.) Münster, Westfälisches Dampfboot.
----- (2021), “Freud, Marx und das Problem der ‘Mentalitäten’” In: Sablowski, Thomas, u. a. (Hg.) (2021), Auf den Schultern von Karl Marx. Münster, Westfälisches Dampfboot, S. 227-255.
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Fromm, Erich [1930 ff.]: Arbeiter und Angestellte am Vorabend des Dritten Reiches. Eine sozialpsychologische Untersuchung. Hg. von Wolfgang Bonß. Stuttgart, Deutsche Verlagsanstalt, 1980.
Geiger, Theodor (1932): Die soziale Schichtung des deutschen Volkes. Soziographischer Versuch auf sozialstatistischer Grundlage. Stuttgart, Enke, 1967.
Institut für Sozialforschung (Hg.) (1956), Soziologische Exkurse. Nach Vorträgen und Diskussionen. Frankfurt, Europäische Verlagsanstalt.
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Klopotek, Felix (2021), Rätekommunismus, Geschichte - Theorie. Stuttgart, Schmetterling-Verlag.
Longerich, Peter (2022), Außer Kontrolle. Deutschland 1923. Wien, Graz, Molden.
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Pollock, Friedrich (Hg.) (1955), Gruppenexperiment. Ein Studienbericht. (Frankfurter Beiträge zur Soziologie, Bd. 2.). Frankfurt, Europäische Verlagsanstalt.
Reckwitz, Andreas (2019), Das Ende der Illusionen. Politik, Ökonomie und Kultur in der Spätmoderne. Berlin, Suhrkamp.
Weipert, Alex (2015), Die Zweite Revolution. Rätebewegung in Berlin 1919/1920. Berlin-Brandenburg, be.bra wissenschaft verlag.

Notas

1. Cf. el informe detallado de Nicas, J. y Romero, S. (2023), basado en una investigación del NYT: “We will die for Brazil: A rampage unfolds”, The International New York Times, 16/01/2023, p. 4.
2. Freud, S. (1939), Der Mann Moses und die monotheistische Religion; pp. 180 s. (Subrayados de Helmut Dahmer) [Moisés y la religión monoteísta, pp. 73 s.].

 

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Articulo publicado en
Agosto / 2023

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