Presentaciones de las Huellas de la Memoria TOMO I

Presentaciones de las Huellas de la Memoria TOMO I

Libro: 

ALEJANDRO VAINER

ALEJANDRO VAINER

Buenas noches. Voy a decir dos cosas. Trataré de ser breve, la emoción que yo suponía permitió que pudiera hacerme un punteo de lo que voy a decir; es muy fuerte este momento después de todo lo que dijeron. Primero, agradecimientos.

El tamaño de este libro y del segundo tomo, hubieran sido imposibles sin una cantidad de agradecimientos que ponemos en el libro, a nuestros entrevistados, a mucha gente que nos facilitó material con muchísima generosidad.

También les quiero agradecer muchísimo a los tres que han hablado, que han dicho tantas cosas en alusión a lo que ha provocado el libro; a todos ustedes que han venido, realmente es un encuentro, es una fiesta. A la gente del Cavern, que está acá, al grupo 34 puñaladas, que vamos a escuchar en un ratito, a todo el grupo de Topia, con quienes venimos trabajando desde hace 15 años, y realmente tenemos mucho sostén hasta en todo lo organizativo del día de hoy.

También quisiera agradecer personalmente a varias personas y varios grupos de mi propia generación y los que vienen un poco después, con quienes he discutido muchas veces el tema de la necesidad de la memoria, me he empecinado muchas veces, me han acusado de nostálgico tantas otras, pero para mi era importantísimo poder contar con la memoria para tener proyectos.

También tenemos que agradecer muchísimo a Victor Macri que es quien diseñó esta tapa y quien viene trabajando con nosotros desde el inicio de la revista Topia, y que como yole digo, puede convertir ideas, esperanzas, en imágenes.

En este marco, también debo hacer otro agradecimiento que no está en el libro, que es a quien tengo a mi izquierda, a Enrique.

Porque en la introducción decimos que nos encontramos en un café de San Juan y Boedo, por el invierno del 97, y yo le agradezco muchísimo haberme invitado ese café, y todo lo que implicó. Porque me ha permitido plasmar uno de los proyectos que yo más había soñado sin soñarlo. Desde ese momento, evidentemente no soy el mismo, desde el 97 hasta este momento, y es una gratitud que por supuesto no tiene palabras.

La segunda cuestión que quería decir, que creo que ya han mencionado, es en función de la necesidad de la memoria. Mientras hablaban yo tenía mi anécdota desde otro lado tal vez del que contaban Tato y Silvia. Para mi particularmente una escena siniestra, que creo fue un motor para este libro, para el próximo y para tantas otras ideas. Estando como jefe de residentes en el Borda, hace mas de 10 años, una persona de las que más había leído, de las más capaces, preguntó si no era iatrogénico atender en grupo a pacientes psicóticos. Yo, considerando que estaba a simples metros del lugar donde Pichon había descubiertos los grupos operativos con pacientes psicóticos, desde ese momento dije: acá está pasando algo demasiado siniestro. Hace mas de 10 años de esa escena, y el libro, es un poco como decía Silvia, saldar un poco las cuentas. Pero también abrir las perspectivas hacia el futuro, porque creo que sin esta memoria, no puede haber futuro. Por eso, hago mía una frase de Eduardo Galeano, que es una invitación para todos. “Cuando de veras está viva la memoria, no contempla a la historia sino que invita a hacerla.” Esta es la invitación de las Huellas de la memoria. Muchas gracias a todos.

Comentario de Ricardo Silva

Comentario de Ricardo Silva

Una manera posible de comenzar a presentar este trabajo, es adelantar que se trata del primero de dos tomos, que consta de algo más cuatrocientas páginas (de las cuales solo veinte abarcan las referencias bibliográficas), que tiene once capítulos, que se circunscribe a doce años de la historia (el período comprendido entre 1957 y 1969), que se centra en los cambios producidos en el psicoanálisis y la salud mental durante ese lapso, pero describe también las transformaciones registradas en la cotidianeidad y el contexto sociopolítico en Argentina y el resto del mundo. Podría agregarse que es un trabajo que, por espacio de siete años, llevó a los autores no sólo a recorrer la extensísima bibliografía consultada, y a revisar incontables documentos de época. Porque además hay más de cien horas de entrevistas realizadas a muchos de los protagonistas sobrevivientes de esa época, como Fernando Ulloa (prologuista), Armando Bauleo, Hernán Kesselman, Eduardo Pavlovsky, Horacio Etchegoyen, Juan Carlos Volnovich, Gilou García Reinoso, Ángel Fiasché, Vicente Zito Lema, Eva Giberti, Jorge García Badaracco, Sally Shneider, Roberto Harari o Miguel Vayo. Muchos de estos, aportaron material de sus archivos particulares, como Emilio Rodrigué o Emiliano Galende, incluso hay aportes de una investigadora marplatense como Patricia Weissman.

Otra manera de presentación es empezar adjetivándolo. Pero en base a lo antedicho, ya puedo fundamentar mis primeras impresiones sobre esta investigación, a la que considero contundente y rigurosa. Ante todo, estamos ante un trabajo en extremo serio. Y que merece ser leído por todo aquel interesado en temas vinculados a la salud en general (no sólo a la salud mental). Sobre todo por quienes consideran a la salud como un derecho, y por tanto como una realidad de carácter social. Aunque de seguro lo leerán, para sobreponerse a sus efectos, aquellos que aunque nunca lo reconocerán públicamente, no les interesa de ningún modo que se respeten los derechos humanos básicos para las mayorías. Es por eso, que entiendo que quienes creemos en la igualdad de oportunidades y en la lucha por el derecho a vivir dignamente, podemos encontrar en este libro un arma poderosa para enfrentar ideológicamente, y con conocimiento de causa, a los infaltables mercaderes de la mentira y la hipocresía. Sobre todo cuando vuelvan a intentar promover la confusión.

La articulación de este texto -más político que académico, según las propias palabras de los autores- guarda un ordenamiento más lógico que cronológico ( tranquilamente podría comenzar en el capítulo VIII, inciso uno, con la descripción del panorama mundial de los gloriosos años ’60) . Pero, lo cierto es que más allá de ciertas idas y venidas en el tiempo, predomina una narración sostenida en una coherencia cronológica, que habilita, entusiasma e invita a sumergirnos en la aventura de ir tras las huellas de los sueños aparentemente extraviados o extinguidos.

Siguiendo con la tesitura de la presentación más subjetivista, o desde la propia implicación con las resonancias que el trabajo moviliza en mí como lector; diré que en 1983 (justamente el año en que terminará el segundo tomo de esta investigación), un ex maestro rural y músico inglés llamado Gordon Mathew Summer, luego conocido mundialmente como Sting, escribía una canción llamada “Walking in your footsteeps”. La traducción al castellano es “Caminando sobre tus huellas”. Transcribo parte de la letra:

“Hace cincuenta millones de años caminabas sobre el planeta. Y eras Señor de todo lo que veías, un poco parecido a mí...// Caminando sobre tus huellas, estoy caminando sobre tus huellas // Eh! Señor Dinosaurio... Qué más podías pedir ??? Eras la criatura favorita de Dios...pero no tenías futuro // Eh! Poderoso Brontosaurio...No tienes nada para enseñarnos??? Creíste que tu reinado sería eterno. No hay lecciones en tu pasado // Decían que no molestabas ni a una mosca. Nosotros hacemos explotar bombas atómicas... en el futuro dirán que éramos unos idiotas ???// Caminando sobre tus huellas, estoy caminando sobre tus huellas”(“Sincronicidad”;The Police, 1983).

Si tomamos a los dinosaurios como símbolo, o analizador tal vez, de la institución de la extinción, de lo que desaparece o deja de existir. Y que vamos tras sus pasos (más allá de nuestra posibilidad de escribir las lecciones y dejar la pre-historia). Podamos acaso advertir que más allá del determinismo geológico, biológico o histórico hay secuencias que se repiten. Y para evitar que esto suceda es necesario recordar, estar atento, robarle lecciones a nuestro pasado...para no terminar como los otrora dueños del planeta a los que les cantaba Sting. El asunto pasaría por discriminar si vamos tras sus huellas camino a la extinción, o si vamos tras sus huellas para aprender las lecciones del pasado... y preservar la especie.

Ya nos decía esto mismo Carpintero en el prólogo del primer libro de la Editorial Topía (casualmente el primer libro de Alfredo Grande y de Psicoanálisis Implicado). “En los tiempos del sálvese quien pueda... el recuerdo está exiliado. En los tiempos de disolución del tejido social y ecológico...cómo reinventamos lo que nos mantenía unidos...???” Reflexiones e interrogantes que se hacía por entonces, y que hoy (ocho años después) demuestra seguirse haciendo junto a Vainer. Aunque hubo un salto. El de los hechos que ocurrieron en el medio (que no son sólo nuevos libros). Nos decía Carpintero por entonces, que intentar algunas respuestas a esto de como reinventar lo que alguna vez tuvimos, o nos unía, era uno de los objetivos del “El Edipo después de el Edipo”. Hoy podemos decir que tanto una como otra empresa, la de Grande y la de Carpintero, que parecen ser casi las mismas, han sido mucho más que un intento. Son terrenos o espacios recuperados...para volver a creer en heroísmos colectivos capaces de hacer realidad los sueños más imposibles. Y salvar a los sueños de la extinción, desaparición o inexistencia. Ya sea desde el análisis de la implicación, ya sea desde el valiente tránsito por las huellas de la memoria.

Otro modo de intentar esta presentación es desandar sus capítulos. Este libro fue prologado por alguien que estuvo hace poco menos de un mes en nuestra Facultad de Psicología de Mar del Plata: Fernando Ulloa. En su extenso comentario, organizado fundamentalmente sobre sus propias resonancias, plantea que estamos ante una obra, en verdad importante. Y señala la necesidad de “historizar y resignificar un tiempo al que se le pueda quitar su valor de peso muerto, y poder afirmar la posibilidad de salvar el futuro”.

El primer capítulo ilustra aspectos generales acerca de costumbres, rituales y criterios estéticos propios de la cotidianeidad de fines de los años ’50. Refiere al golpe militar que en 1955 derrocó al gobierno de Perón, la proscripción posterior, y el llamado a elecciones que gana Frondizi en 1958. Sobre la base del contexto sociopolítico de entonces, los autores describen el momento previo a que la salud mental se establezca como organización. En un tiempo en que la psiquiatría monopolizaba el área, y en que una encuesta, realizada por Milcíades Peña y Floreal Ferrara, hacía visible el impresionante nivel de desconocimiento que había por entonces en nuestro país acerca de las enfermedades mentales. Destacan un suceso clave: LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DE SALUD MENTAL (1957). A partir de este momento el Estado comenzaba a tener un papel activo en los problemas de la salud mental, se reformulaban y amplificaban las teorías hacia posturas socio-antropológicas y se multiplicaban las respuestas preventivo-asistenciales. Aclaran que esto que se inicia en período dictatorial, responde a los dictados de la OMS (con la reorganización de la salud mental luego de la Segunda Guerra Mundial), sin omitir la positiva influencia de quien fuera ministro de salud entre 1946 y 1952: el célebre Ramón Carrillo.

El segundo capítulo describe detalles del gobierno de Frondizi (1958-1962) y de los factores que fueron desgastando su poder hasta ser suplantado por Guido, títere cuasi-explícito de las fuerzas armadas. Menciona sobre las primeras residencias en salud mental, pero pone el acento en la persona de Mauricio Goldenberg[1] , de quien hacen un interesante análisis, sobre todo marcando los aspectos más contradictorios de esta figura, sin lugar a dudas, relevante dentro de la historia de la salud mental en la Argentina. Pero, lo más rico de este capítulo, refiere al Policlínico de Lanús[2], institución donde Goldenberg dirigió uno de los primeros servicios de Psicopatología en un Hospital General, dando lugar a una especie de mito reconocido en toda América Latina. Algunas características de este servicio es que se implementó un sistema descentralizado, basado en salas de internación y consultorios externos, incorporación de jóvenes profesionales[3] plenos de deseo de romper con las viejas estructuras manicomiales, constitución de departamentos de clínica, docencia e investigación diferenciados, empleo de abordajes grupales e interdisciplinarios (con enfermeros, psicólogos y asistentes sociales), se desarrollaron las primeras terapias de apoyo y esclarecimiento, etc. Goldenberg pretendía que se visibilizara el servicio, para lo cual se invitaba a expertos del extranjero. Su idea principal era que el enfermo se reintegrara rápidamente al trabajo y la sociedad, y no se cronificara.

El tercer capítulo gira alrededor de LA APERTURA DE LAS CARRERAS DE PSICOLOGÍA. Comienza con un punteo sobre la importancia de la intelectualidad de izquierda, y sobre las distintas posturas que fueron conformándose en un tiempo en que el imaginario social se veía dominado por la convicción de que inevitablemente sobrevendría una revolución socialista. La cuestión era la forma en que la misma íba a concretarse. Las distintas líneas se agrupaban en: político-sindicales, insurreccionales y foquistas. Es en ese contexto que se abren las primeras carreras de Psicología. En Rosario en 1956, y en Buenos Aires en 1957. En esta última se destaca un activo papel del estudiantado. Finalmente mencionan la difusión de la cultura “psi” a través de los medios de comunicación, más que todo por las escuelas de padres conducidas por Eva Giberti.

El cuarto capítulo hace hincapié en la APA. Comienza con la institucionalización del psicoanálisis (cuando Freud forma la IPA en 1910). Prosigue con la fundación de la APA[4] en 1942. Comentan como en principio se podía ingresar sin título médico, hasta que en 1952 se modifican los estatutos y se exige, o la carrera de medicina, o alguna otra disciplina ligada al hombre. Se introduce a las diferencias de criterio (psicoanalistas clásicos versus preocupados por cuestiones sociales), como así también el surgimiento del Psicoanálisis de Niños y el crecimiento de la figura de Arminda Aberasturi.

El quinto capítulo abre con los enfrentamientos internos del ejército que dieron en llamarse azules y colorados. Continúa con las elecciones que llevan a Illía a la Presidencia de la Nación en 1963, las importantes medidas que éste tomó en relación a anular los contratos petroleros hechos por Frondizi , y a regular los precios de los medicamentos (cuestión que molestó a los monopolios medicinales). Pero el trabajo de la oposición para retrasar decisiones, el envío de tropas a Santo Domingo, y nuevos procesos de desgaste, culminaron con un nuevo golpe militar conducido por Ongania en 1966. Luego se hace referencia al papel de la izquierda en el contexto de la salud mental. Las pugnas entre psicoanalistas y reflexólogos (que tuvieron un rol importante en la UBA hasta 1966). Posteriormente se detallan aspectos de los arduos debates que se dieron en las Primeras Jornadas de Psicoterapia (Córdoba, 1962), organizadas por Gregorio Berman. En las mismas, se habría concluido que el psicólogo solo puede practicar la psicoterapia bajo control médico. Finalmente, se dedica un apartado especial a una de las figuras más emblemáticas de la historia de la salud mental en la Argentina, como lo fue José Bleger. Se examinan las conflictivas situaciones que marcaron a este excelente catedrático, que realizó un monumental esfuerzo por rescatar las ideas de Georges Politzer, e integrar el materialismo dialéctico y el psicoanálisis (valiéndole esto no pocas dificultades en el seno del partido comunista); como así también por estar en el medio del psicoanálisis y la psicología. Los autores hacen un interesantísimo análisis de los aspectos más controvertidos de Bleger (al que califican de ambiguo), sobre todo por su actitud en la Facultad de Psicología. Allí se encontraba se encontraba enseñando psicoanálisis, y a la vez dando a entender a sus estudiantes que no podían ser analistas. Sin embargo su esfuerzo, más allá de este aspecto contradictorio, contribuyó a que los psicólogos comenzaran encontraran una identidad. Mayormente orientada a la psicohigiene, la salud pública, el estudio de la conducta, el psicoanálisis aplicado (que permitía poder pensarse como psicólogos de base u orientación psicoanalítica). Su rigurosidad y respeto por el pensamiento abierto (tomado de su maestro Pichon Riviére), lo ubican como una personalidad excluyente que siempre se encontró, como marcan Carpintero y Vainer, entre dos fuegos. No obstante, su legado no fue olvidado ni pierde influencia a través de generaciones.

El sexto capítulo trata sobre el auge del trabajo en grupos, que surge también en nuestro país en los ’50. Se señala que en 1954 se forma la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos, que en 1957 aparece el primer libro sobre el tema[5]; pero se le da un lugar de privilegio a los detalles de la Experiencia Rosario, conducida en 1958 por Pichon Riviére[6] desde el IADES, dando lugar al surgimiento de los grupos operativos y el análisis institucional, e incluso algunos consideran de la psicología comunitaria en la Argentina. También se hace referencia a como se comienzan a multiplicar (vía Pichon una vez más) los abordajes de pareja y de familia. Se recuerda la realización del Primer Coloquio Internacional sobre Familia y Enfermedad Mental[7] , donde se puede verificar como las escuelas sistémicas norteamericanas no trajeron nada nuevo bajo el sol, por el contrario, se nutrieron en gran medida de aportes argentinos. El final de capítulo refiere al origen del Psicodrama, que de la mano de Pavlovsky y Rojas Bermúdez en 1960, genera un impacto inusitado a nivel público.

El séptimo capítulo contextúa a partir del golpe de Onganía en 1966, a la intervención de las universidades en lo que se conoce como “La noche de los bastones largos”. Pero lo central es que esto no logró frenar las impresionantes transformaciones subjetivas que ya se venían gestando en los sectores medios. Se detalla sobre la formación de nuevas instituciones como la aguerrida Asociación de Psicólogos de Buenos Aires en 1962, que se erigió en una potente entidad gremial que no dejó de luchar por el reconocimiento profesional (sobre a partir del la ley 17.132 en que el gobierno de Onganía limitó el trabajo del psicólogo al de un auxiliar de psiquiatría, de la que recién se salió en 1985 con la Ley de Ejercicio Profesional). Sin olvidar la formación de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (1963), el CIAP (1967), y el particular recorrido de las Escuelas de Pichon Riviére desde 1953 con el IADES, que luego mutó en Escuela de Psiquiatría Dinámica (1958), Psiquiatría Social (1963), y finalmente Psicología Social en 1967.

El octavo capítulo introduce a generalidades de lo que fue el mundo de los años ’60, principalmente en todo lo que tenía que ver con las ideas, fantasías y deseos de la época. Se traza un recorrido que empieza con la formación de la Federación Argentina de Psiquiatras (1959), el impacto de la psicofarmacología, y el uso de sustancias alucinógenas (luego prohibidas) dentro de la APA para facilitar los procesos analíticos. Se cierra el capítulo con un importante relato acerca del auge que por entonces tuvieron las comunidades terapéuticas.

El noveno capítulo habla de los ’60 específicamente en la Argentina tanto en el plano político, como el cultural y científico. Se recuerda la aparición de la revista Primera Plana, y el papel que tuvo como órgano difusor del Psicoanálisis. Como así también el predominio del pensamiento de Melanie Klein en nuestro país, pasando por las distintas corrientes que cobraron fuerza en la IPA luego de la muerte de Freud.

El décimo capítulo, acaso sea uno de los más trabajados e interesantes (al menos para quien les habla). Se denomina “De Freud a Lacan, pasando por Marx”, y es el único que cuenta con seis apartados. Comienza con una afirmación polémica donde dice que “el freudomarxismo nunca existió”. Lo fundamentan diciendo que fue el término que utilizó el poder para desautorizar a los psicoanalistas de orientación marxista. Hacen un recorrido histórico desde sus primeros referentes, como Reich, Fenichel o Bernfeld. Prosiguen con menciones de los aportes de Politzer y Wallon, y con un muy lúcido comentario sobre los aportes de la Escuela de Frankfurt, deteniéndose en la obra de sus máximos exponentes: Herbert Marcuse y Eric Fromm[8]. Más adelante rescatan del olvido una serie imperdible de mesas redondas realizadas en 1965, acerca del intento de construir una Psicología Concreta en la Argentina. En las mismas se dan elevadísimos niveles de debate entre Pichon Riviére, Bleger, Caparrós y Rozitchner, acerca de las correlaciones entre ciencia e ideología. La síntesis de Carpintero y Vainer merece ser transcripta:

“Estas diferentes posturas reflejaban que el proyecto de la supuesta Psicología Concreta era un intento con autores y proyectos heterogéneos, con la intención de elaborar una nueva cientificidad para la psicología, escindida del compromiso(Bleger y Bauleo); un compromiso político como proyecto excluyente (Caparrós); y un análisis crítico de la ideología y el trabajo del psicólogo (Rozitchner)”

El resto del capítulo refiere al auge que comenzó a cobrar el estructuralismo, al encuentro de Oscar Massotta con Lacan , por un lado a través de Pichon Riviére, pero también por su propio y profundo proceso intelectual. Y muchos son los que saben que el psicoanálisis lacaniano se propaga en la Argentina a través de Massotta. Lo curioso es el proceso que se narra que hace, en el cual reemplazando el intento de Politzer de unir Psicoanálisis y Marxismo llega a Althusser. Y través de éste -que intentando el mismo encuentro- halla en Lacan la posibilidad de retornar a Freud. El periplo intelectual de Massotta tendría importantes efectos posteriores en el tipo de psicoanálisis predominante en los años ’70 y ’80. Paradójicamente, dicen Carpintero y Vainer, el resultado posterior fue terminar con la posibilidad del encuentro entre Freud y Marx, ya que se concluía en que eran dos lugares epistemológicos diferentes, y de allí su desencuentro final.

El undécimo capítulo marca el fin de esta época con el Cordobazo (1969). Se describen las condiciones[9] que llevaron a que se concrete esta movilización obrera-estudiantil sin precedentes contra la dictadura de Onganía, marcando el principio del fin de este mandato. Luego de afirmar que el mito del héroe colectivo estaba muy cerca de hacerse realidad, los autores agregan que: “Las formas en que se metaforiza “el Cordobazo” dependen de la interpretación política que se realice: rebelión obrera y popular, protesta social, guerra civil, insurrección, huelga política, etc. Los protagonistas fueron los obreros y los estudiantes que contaron con el apoyo masivo de los sectores medios. La conciencia política fue básicamente antidictatorial...las corrientes políticas jugaron un rol marginal, los lemas fueron escasos, el lenguaje de la movilización fueron los hechos mismos...”

Finalizan con un apartado donde se relatan las repercusiones que este suceso tuvo en el plano de la salud mental. Particularmente con la creciente implicación de los ahora autodenominados trabajadores de la salud mental (que ya no privilegiaban su lugar de profesionales). La FAP tomó protagonismo como una verdadera gremial, la APA por primera vez adhirió a un paro, se incrementó la lucha de la APBA. Las polémicas entre psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos ya no volvieron a ser las mismas. Continúan diciendo que el compromiso político se convirtió en eje de discusión. Ya no se podía seguir solamente encerrados en la práctica profesional, dado que se consideraba que había que aportar al cambio social no sólo desde renovaciones conceptuales. El libro culmina, al modo de una película épica, rememorando la constitución de la Coordinadora de Trabajadores de la Salud Mental, y pre-anunciando los tenebrosos tiempos por venir (registrados en el segundo tomo que va de 1969 a 1983).

Para ir cerrando, quiero comenzar poniendo el acento en la importancia que este libro tiene para quienes estudiamos o trabajamos en ciencias sociales, vinculadas a la salud en general, y a la salud mental en particular. Para elegir una corriente o marco teórico con la que trabajaremos, no siempre tenemos al ser estudiantes la oportunidad de hacer una elección basada en criterios objetivos. Lo dicen los autores en la página 304 al afirmar que la elección depende del medio histórico social en que nos formamos y realizamos nuestras prácticas, como así también de la ideología y las posturas filosóficas predominantes en cada región geográfica. También refieren a factores afectivos como las transferencias personales e institucionales. Muchas veces no sabemos como fue el recorrido que los contenidos que nos enseñaron como verdad tuvieron. Cuando fueron hipótesis, cuando teoría, cuando verdad, y cuando dogma o creencia indiscutible. Este trabajo, con un impecable correlato entre texto y contexto, entiendo que abre unas cuantas puertas que permanecieron cerradas durante años acerca de muchas de estas cuestiones.

Si volvemos a trazar paralelos entre “El Edipo después del Edipo” y el planteo de Ulloa en el prólogo. Viene a mi memoria el capítulo “ Matar el futuro: las máquinas de matar como organizadoras de la institución del genocidio” (Alfredo Grande,1992). Y agregaría, que para salvar ese futuro, hay que identificar que es lo que lo mata, lo puede matar o lo mató (dando lugar a lo más siniestro de nuestro presente, que tiene mucho que ver con las nuevas formas de morir en vida). Identificar las nuevas armas que el modelo exterminador de cuerpos y de mentes va empleando. Incluso valiéndose de viajes en el tiempo. Porque atacar a los niños con planes de desnutrición y analfabetismo funcional es una manera de evitar rebeliones futuras. Sobre todo pensando en que difícilmente los que sobrevivan al hambre, el desamor y la marginalidad, podrán comprender de que se tratan los derechos económicos, sociales y culturales.

La metáfora del viaje en el tiempo, que aparece a través de Terminator[10] o de Matrix en Grande. Y de alguna manera insiste en el texto de Carpintero y Vainer con el héroe grupal consagrado por Oesterheld en “El Eternauta”, resulta llamativo que permanezca presente. Aunque no tanto, si de lo que se trata es de cambiar la historia.

Alguna vez escuché decir a un psicoanalista que los viajes en el tiempo solo pueden darse en los grupos humanos y en la experiencia analítica. Volver al pasado para cambiar el futuro, resignificando el presente. El desafío sería la construcción de maquinarias para resucitar. Sobre todo resucitar deseos. Y la única manera de que esto sea posible es rescatando lo olvidado.

Zito Lema decía en la despedida demorada a Pichon Riviére que la verdadera muerte es el olvido.

A partir de estos parámetros se me ocurre que “Las huellas de la memoria” abren una excelente oportunidad para la creación de tales máquinas. Al menos ponen el espacio, el lugar, la región, la tópica.

Mientras escribía este análisis, quise escuchar a Giecco y dejarme llevar por lo que me decía su canción sobre la memoria. Lo hice y encontré letra para el cierre de este trabajo. Cuando escuché que todo está guardado en la memoria, me dio por buscar sinónimos del vocablo “guardar”. Los primeros que encontré fueron cuidar, poner a salvo, custodiar, asegurar, proteger. El viejo diccionario Salvat me dijo que era preservar a una persona o cosa de daño.

Uniendo a Giecco con este excelente trabajo de Carpintero y Vainer, me animo a decir que si guardar es poner a salvo algo valioso para que no se pierda, para volverlo a encontrar. Y si ciertos hechos que ocurrieron alguna vez - en que los sueños más nobles de la humanidad estuvieron cerca de concretarse- han estado guardados en algunas memorias sobrevivientes al espanto; puedo afirmar que estos autores han dado un salto cualitativo en su orgullosa marcha. Porque al guardar en este libro lo que estaba guardado en las endebles y efímeras memorias individuales, han cumplido una misión que lleva a que aquello que requirió hasta no hace mucho ser cuidado... pase a cuidarnos. En un libro se multiplica la protección de aquellos tesoros ideológicos. Y a la vez se produce un cambio. Porque insisto, ese tesoro pasa a protegernos, nos devuelve algo que estábamos perdiendo. Y que necesitamos para vivir. El libro “Las huellas de la memoria” constituye un nuevo y original aporte para recuperar la memoria colectiva. De nosotros depende que hacer con esta oportunidad. Mientras tanto la memoria seguirá despertando e hiriendo a los pueblos dormidos que no la dejan ir...libre como el viento. Carpintero y Vainer, son brillantes emisarios en este caso.

· Psicólogo Clínico (UNMDP). Miembro fundador del Centro Cooperativo de Salud Mental ALETHIA (Mar del Plata).

[1] Psiquiatra dinámico, influido por diversas corrientes que le permitieron, desde una perspectiva ecléctica, tomar elementos de la psiquiatría clásica, el psicoanálisis y la psiquiatría comunitaria americana. El hecho de que, asimismo, haya hecho alianzas con diferentes líneamientos políticos (tanto de derecha como de izquierda) han dado lugar a que sea criticado duramente, más allá de su elevadísima capacidad, formación y trayectoria.

[2] Hoy Hospital Eva Peron.

[3] De aquí salieron figuras calificadas como Hernán Kesselman, Lía Ricon, Carlos Sluzky, Valentín Varemblit, Octavio Fernández Mouján, Rafael Paz. Más adelante Juan David Nasio y Héctor Fiorini.

[4] Ángel Garma, Antonio Céles Cárcamo Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichon Riviére fueron sus fundadores. Si bien los primeros introductores de la obra de Freud habían sido Jorge Thenon y Gregorio Berman.

[5] Marie Langer, Emilio Rodrigué y León Grinberg, “Psicoterapia de Grupo. Su enfoque psicoanalítico”, Ed Paidos, 1957.

[6] Cabe destacar que fue acompañado por algunos de sus discípulos más brillantes como Bleger, Liberman, Ulloa, Rolla y Fiasché.

[7]Participaron y discutieron activamente Ackerman y Beavin con autores argentinos como Bleger, Sluzky (que luego emigraría a EEUU) y Berenstein (que presidió dicha jornada).

[8] En la nota N° 37 al pie de la página 338 hay una reflexión de los autores, que estimo que mereciera un tratamiento especial, o tal vez a un nuevo trabajo acerca de los caminos en que se derivaron las investigaciones de Reich, Marcuse y Fromm.

[9] Llama la atención la omisión del desempeño del dirigente René Salamanca.

[10] Escrito en un tiempo en que era impensable que el actor que encarnó al “Exterminador” llegará a ser el gobernador más fiel al presidente a la vez más fascista que haya tenido Estados Unidos en toda su historia.
 

NANCY CARO HOLLANDER

NANCY CARO HOLLANDER

Estoy muy feliz de estar aquí. Hace pocas horas que llegué desde Los Ángeles arrastrando el dolor por el resultado de las elecciones, así es que les agradezco mucho a Enrique Carpintero y a Alejandro Vainer la oportunidad que me dan, con ésta alegría, de poder salir un poquito –aunque sea un poquito- de la pesadez que me abruma.

Quienes trabajamos intensamente para evitar la reelección de Bush estamos profundamente apesadumbrados; terriblemente avergonzados y dispuestos a pedirles perdón por no haber podido –o, no haber sabido- como hacer para detener el horror que los gobernantes de mi país le están imponiendo al mundo.

Lo intentamos. De verdad que lo intentamos. Pero, no pudimos.

Entonces decidí venir a la Argentina. Cada vez que me siento triste pienso en la Argentina: eso me ayuda. Y fue siempre así. Lo es ahora cuando sufro todo el peso de la derrota, y fue así, también, antes, en 1983, cuando conocí a Mimi Langer y, a través de ella, me fui interiorizando del trabajo que los psicoanalistas progresistas argentinos estaban haciendo, cuando yo estaba preparando un artículo sobre el feminismo político que pusiera fin a la investigación sobre las mujeres dentro del peronismo de izquierda.

Cuando en 1983 me encontré con Mimi, no me imaginé que antes que terminar algo, allí iba a comenzar la parte más importante y significativa de mi historia.

En 1983 conocí a Mimi pero antes, mucho antes, en 1969, llegué a la Argentina por primera vez y aquí me quedé hasta 1974 investigando acerca del papel de las mujeres en las luchas revolucionarias. Esos fueron años muy intensos. Y es muy curioso porque mi historia argentina comienza en 1969, justo cuando termina el primer volumen de éste libro. No obstante, ni las huellas que registra ni los personajes de éste libro me son ajenos.

Las huellas de la memoria es, antes que nada, un libro de historia escrito por psicoanalistas. Y eso, “escrito por psicoanalistas”, se nota. Porque si bien el rigor de la revisión bibliográfica, la seriedad de los datos que encontraron en los documentos de archivo, se conjuga de manera admirable con la información obtenida en las entrevistas a los protagonistas para hacer de éste un texto historiográfico admirable, Las huellas de la memoria nos aporta, además, el agregado de tener en cuenta -como sólo dos analistas pueden tener en cuenta- la evolución de las teorías psicoanalíticas y, sobre todo, el inconsciente a través de vivencias cotidianas, testimonios y relatos como los de Raúl Gaynal, el analizado de las seiscientas horas que, con sus detalles, con la crónica de sus sesiones, nos permite recrear de manera inmejorable lo que era un tratamiento analítico en la década del 50.

El libro se abre con un prólogo testimonial, arborizado, tan psicoanalítico que parecen las asociaciones libres del autoanálisis público de Fernando Ulloa, uno de los protagonistas principales de la gesta que se narra. Y comienza, cuando comienza una Argentina sin Perón, en los primeros momentos posteriores a la Revolución Libertadora. Este primer volumen termina cuando, con el Cordobazo, termina una época. En el medio, entre la Libertadora y el Cordobazo, el infierno y la gloria.

Allí está la psiquiatría manicomial y la lucha contra la hegemonía de la psiquiatría manicomial. Lo que quiere decir, allí está esa figura clave del psicoanálisis, de la salud mental y de la cultura argentina que fue Enrique Pichon Riviere. Sigue, después, con un pormenorizado análisis, irreductible a cualquier idealización romántica, del Servicio de Psicopatología del Policlínico Lanus y de Mauricio Goldenberg. Una experiencia única en el mundo y –aunque compleja- trascendente si tenemos en cuenta la época en que se desarrolló. Continúa con la fundación de la Facultad de Psicología lo que quiere decir: Bleger y Ulloa, y la entrada triunfal del psicoanálisis en la universidad acompañando el auge y apogeo de la Asociación Psicoanalítica Argentina.

En el libro está toda una época. El texto de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer registra los encendidos debates entre el psicoanálisis y la reflexología; entre el marxismo y el psicoanálisis; el avance hacia las comunidades terapéuticas; la enorme difusión del psicoanálisis a lo largo y ancho de las clases sociales y de la geografía del país; la apertura del psicoanálisis a los grupos y al psicodrama; la influencia que el psicoanálisis ejerció en la cultura y en casi todos los ámbitos intelectuales; los efectos de divulgación que asumieron las escuelas de psicología social de Pichon Riviere; la irrupción de los psicoanalistas en el gremio de psiquiatras; la presencia en los medios de comunicación de masas; la marca que impuso el estructuralismo y la entrada de Lacan en la Argentina de la mano de Oscar Masotta. Todo esto nos permite aproximarnos a la enorme importancia que el psicoanálisis adquirió durante la década del sesenta, la producción original que surgió aquí, las innovaciones y, también, la resistencia que sucitó.

A diferencia de los libros que hasta ahora abordaron la historia del psicoanálisis en la Argentina (y me refiero muy especialmente a Freud en las Pampas de Mariano Ben Plotkin) la fuerza de Las huellas de la memoria reside en que la historia del psicoanálisis y de la salud mental en éste país está situada en relación a las tendencias culturales y a las luchas sociales, de modo tal que el contexto político es, aquí, algo más que una referencia aleatoria. Es notable como, desde el punto de partida que los autores sitúan en 1957, se abren líneas teóricas, posiciones ideológicas y prácticas asistenciales que responden a intereses de clases sociales diferentes y que auguran lo que vino después. Así es que lo más significativo fue, para mi, ver como la fractura del psicoanálisis en

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un psicoanálisis conservador al servicio de las clases dominantes, del establishment, de la familia burguesa, de la neutralidad valorativa, y
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un psicoanálisis que tomaba partido por los procesos revolucionarios, por el compromiso con las luchas populares, contra el autoritarismo y sus estragos,

estuvo presente desde mucho antes que Plataforma y Documento hicieran pública la ruptura con el psicoanálisis oficial. Los autores muestran claramente como la bifurcación entre un psicoanálisis adaptacionista y un psicoanálisis al servicio de los movimientos de liberación, brecha que a partir de 1970 se amplió dramáticamente, ya estaba marcada en los inicios. Venía de antes.

Por mi parte, a partir de los setenta cabalgué entre el psicoanálisis argentino -tan marcado por la lucha entre la neutralidad y el compromiso-, y el psicoanálisis norteamericano de la ego psychology tributario del pragmatismo que de manera acrítica buscaba la adaptación de los individuos a las normas sociales. Porque, si bien es cierto que algunos psicoanalistas han investigado acerca del trauma con los veteranos de la guerra de Vietnam, con mujeres víctimas de la violencia de género y con el abuso sexual a menores, en lo fundamental no se ha tocado el sistema de salud característico de una economía de libre mercado. La Health Management Organizations (el sistema de salud norteamericano regido por principios comerciales) ha sido concebido por las elites empresariales sobre la base de obtener los máximos beneficios al más bajo costo sin tener en cuenta la calidad del servicio que se ofrece. Es el capital financiero el que determina en que casos el individuo tiene derecho a un tratamiento médico o a un tratamiento psicológico. Y, en cuanto a la salud mental, las terapias breves y los psicofármacos son las opciones preferidas. Como las compañías imponen límites al número de sesiones subsidiadas, la práctica privada debe conformarse con intervenciones superficiales interesadas solo en aliviar el síntoma de modo tal que la práctica psicoanalítica, destinada a ayudar a los pacientes para que puedan aproximarse a la verdad de su sufrimiento y a trabajar con los obstáculos que impiden su pensamiento crítico, se vuelve incompatible con los límites impuestos por el HMO. Así es que todo esto contribuyó a reducir al psicoanálisis a la clase media que aun conserva sus privilegios y a que los psicoanalistas queden, casi siempre, encerrados, refugiados en sus instituciones conservadoras.

Y sobre esto quiero decir algo.

El ataque terrorista a las Torres Gemelas y al Pentágono del 11 de Septiembre, acabó con la creencia de que somos “una excepción”. Quiero decir: a partir de ese día los norteamericanos supimos muy claramente que eso que le pasa a los otros, eso que pasa en casi todos los demás países, también nos puede pasar a nosotros. Más aun, ese día supimos que ya nos había pasado. Aunque EEUU es el país capitalista desarrollado mas violento del mundo, dentro de nuestro país regía la certeza sostenida por consenso de que estábamos vacunados contra el terrorismo. Habíamos ganado dos guerras mundiales, habíamos empatado en Corea y perdido en Vietnam, habíamos arrasado Afganistán, soldados americanos podían morir lejos pero no dentro de nuestro territorio. Podíamos atacar a otros fuera pero en casa podíamos vivir tranquilos. Estábamos convencidos que éramos excepcionales. No sólo por eso, pero, también por eso, el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono fue experimentado como un episodio traumático; porque destruyó para siempre ese sentimiento de invulnerabilidad. Episodio traumático que, por lo que vino después –graves desplazamientos en la economía y, al mismo tiempo, una campaña persistente y alarmante advirtiendo al público de probables ataques terroristas adicionales en el futuro cercano- se convirtió en un estado de trauma crónico.

Pues bien, los psicoanalistas pertenecientes al establishment también pensaban que eran seres excepcionales. Que a ellos la realidad no los afectaba. Que estaban inmunizados contra la lucha de clases y que los efectos de la política la sufrían los otros, era padecida por los otros, pero no por ellos. Muchos psicoanalistas norteamericanos pensaban que con el psicoanálisis y dentro de sus instituciones, metidos en una cápsula protectora hecha de represión, disociación y defensas maníacas, tenían garantizada su seguridad.

El 11 de Septiembre vino a demoler esa creencia tanto como psicoanalistas, como por su condición de ciudadanos norteamericanos. Los psicoanalistas, tarde, pero inevitablemente, se vieron obligados a aceptar que la realidad también los incluye.

El 11 de Septiembre rompió la campana de cristal, acabó con la ilusión e interrumpió de golpe el prolongado sueño dogmático de estar en otro mundo; en el mejor de los mundos.

El libro de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer nos muestra que los psicoanalistas argentinos -o, al menos, una gran parte de los psicoanalistas argentinos- nunca pudieron disfrutar de ese sueño y que, si acaso, ese sueño duró lo que dura un breve siesta. El libro de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer nos muestra que es muy difícil dormir en la Argentina manteniéndose apartados de la realidad y que, los que eligieron ese camino, se han quedado fuera de lo más innovador, creativo y productivo de nuestra disciplina.

Yo lo sabía. A partir de mi experiencia argentina de los 60 quedé tan impactada por la producción original del psicoanálisis argentino como por la cultura del miedo impuesta por el terrorismo de Estado. Y eso fue lo que me impulsó a escribir un libro para dar a conocer a la opinión pública de los EEUU las historias de vida de diez psicoanalistas argentinos, uruguayos y chilenos quienes, junto a millones de compatriotas, fueron víctimas de las brutales dictaduras militares de los 70 y los 80. Así surgió Love in a time of hate que publiqué en 1997 y que luego fue traducido al español y publicado aquí en el 2000 bajo el título de Amor en tiempos de odio. Psicología de la liberación en América latina. Por eso dije antes que ni las huellas que registra ni los personajes de éste libro me son ajenos.

Pero lo que me importa de Las huellas de la memoria, lo que debo agradecerle a Enrique Carpinero y a Alejandro Vainer, es que con éste texto, ellos fundamentan desde los orígenes con mucha seriedad y con mucha rigurosidad, lo que para mi es la existencia de un perfil particular y propio de la psicología en América Latina, que Martín Baró llamó psicología de la liberación para aludir a la psicología que se aparta de los viejos modelos individualistas y se alía a las luchas emancipatorias de las clases populares. Es decir: que en los esfuerzos por liberarse a sí mismos y ayudar a sus pacientes a liberarse de los terrores producidos por la violencia social y los regímenes totalitarios, los psicoanalistas –no todos, pero si los más arriesgados- se han visto obligados a ensayar respuestas operativas y a construir conceptos teóricos originales. Son psicoanalistas que abandonaron la comodidad de sus prácticas privadas en un mundo burgués de clase media para incorporarse a los hospitales públicos acompañando a los pobres allí donde ellos están; son psicoanalistas que reconocieron la caducidad de la neutralidad valorativa como psicoterapeutas y, mucho más, de la neutralidad política; son psicoanalistas que, en función de las condiciones sociales polarizadas, optaron por ponerse al servicio de lo más innovador de cada época que les tocó vivir y que, ahora, están interesados, antes que resignarse frente al fracaso de sus ilusiones, en resignificar su propia militancia política para explicar las razones por las cuales los movimientos revolucionarios han fracasado en su intento por cambiar el carácter opresivo injusto y violento de la sociedad.

Por mi parte, cuando me siento desalentada, recuerdo un afiche que colgaba de la pared durante los años sesenta en mi época de estudiante de historia, cuando luchaba por el cambio social. Se trataba de una enorme fotografía de Mary Harris Jones – Mother Jones-, la activa organizadora de la Unión de Trabajadores Mineros de comienzos del siglo XX. Una mujer plena de vitalidad y dedicación, que recorría el país yendo de mina en mina y que, cuando los trabajadores morían en sus enfrentamientos con sus patrones, mantenía unidos a los mineros y a sus familias incitándolos a combatir. “!No lloren, organícense!”, los desafiaba apasionadamente. Por cierto, Mother Jones tenía razón: los mineros debían organizarse para poder hacer frente a la clase dominante. Pero ahora me imagino diciéndole a esta heroína de la historia norteamericana, que necesitamos llorar –que tenemos que hacer el duelo- para poder organizarnos; que necesitamos poder tolerar el dolor y la pena mientras seguimos adelante. Es cierto que a veces nos lamentamos. Pero lamentarse es un ingrediente de la memoria que responde al deseo de recordar, de saber, de comprender, de afligirse por todo lo que es doloroso e injusto en éste mundo. También el orgullo por lo que hemos sido es un ingrediente de la memoria. Después de leer Las huellas de la memoria me di cuenta de cuan orgullosos tienen que sentirse ustedes por poder incorporarse a una historia como ésta y me di cuenta, también, la suerte que tuve de poder compartir los ideales de ustedes que son mis ideales. Por eso, para hacerle honor a esta historia, lloremos juntos si es que hay que llorar, pero no renunciemos a organizarnos guiados por la esperanza de que otro mundo, un mundo mejor, es posible.

Presentaciones de las Huellas de la Memoria TOMO I. The Cavern Club, 27 de octubre de 2004

The Cavern Club, 27 de octubre de 2004

Presentación del libro Las Huellas de la Memoria. Enrique Carpintero

ENRIQUE CARPINTERO

Siempre digo que cuando presentan el libro de uno no hay mucho más para decir ya que todo está en el texto. Pero me gustaría decir algunas cosas en relación a la particularidad de este libro.

En primer lugar, es cierto lo que dice Silvia de que es un libro abierto. Pero yo lo voy a tomar en otro sentido. En el sentido de que, generalmente en una presentación, el autor presenta el libro y es como que se saca un peso de encima. Nosotros nos sacamos el primer tomo de encima y ahora tenemos el segundo, que si bien está escrito, hasta que se edite –julio o agosto- lo seguiremos reescribiendo. Pero por otro lado, quisiera señalar algunas cosas.

Hace ocho comencé a pensar en la necesidad de este libro y lo invité a participar a Alejandro en el proyecto. A partir de nuestro trabajo en la revista reconocía su capacidad intelectual, pero la idea de mi invitación fue porque pertenecía a otra generación. En ese momento se ufanaba diciendo que era de otra generación, ahora con este libro ya no tanto….

La idea era poder hacer un intercambio de ideas y experiencias diferentes en toda la investigación que fuimos haciendo en equipo. Comenzamos el trabajo de investigación, con documentos, revistas, libros; hicimos más de treinta entrevistas que se transformaron en más de 100 horas de grabación. Fuimos desarrollando la tarea, con todo el entusiasmo, al decir de Spinoza de “las pasiones alegres” y a medida que iban pasando los años y nos íbamos metiendo en todo el trabajo, comenzó a atravesarnos también toda al angustia, todo el miedo, todo el terror que aparecía en la producción, todos esos fantasmas que aún siguen vivos en el conjunto de todos nosotros a partir del terrorismo de Estado que impuso la dictadura militar. Esto me lleva a que quisiera leerles la parte final de la introducción, donde decimos lo siguiente: “el terror y la destrucción durante la dictadura militar, inundaron a la sociedad en una herida que aún sigue abierta. Una de sus consecuencias fue el cono de sombra en el que entraron muchas producciones y experiencias de los años anteriores. A través de implantar la idea de que el pasado debía tener un punto fonal para mirar al futuro dictado por el poder. También en psicoanálisis y Salud Mental. Por el contrario, para nosotros el camino es otro. Por eso la necesidad de escribir este libro desde un pensamiento crítico que permite revisar el pasado reciente. Bien sabemos como psicoanalistas, que sin una elaboración de la propia historia es imposible el futuro. Y la posibilidad de un futuro tiene sus raíces en un pasado que nos determina. Pero debemos tener en cuenta, como plantea Walter Benjamín que la historia es objeto de construcción cuyo marco no es el tiempo homogéneo y vacío sino un ámbito lleno de tiempo actual. En este sentido es la actualidad de nuestro tiempo la que hace necesario encontrar las huellas de la

memoria. “

Creo que esto estuvo muy bien reflejado por los presentadores, tanto en Silvia, Tato y Juan Carlos. Ellos no sólo pudieron ver en la lectura un libro de historia, si no como podemos pensar críticamente esta historia para poder actualizarla en nuestro presente. Para finalizar quiero hacer una serie de agradecimientos.

En primer lugar a Silvia, Tato y Juan Carlos por haber participado en esta mesa, a nuestro amigo y compaginador Víctor Macri, que además de la tapa nos acompañó en todo el proceso y en todas las dificultades de la edición, a todos nuestros compañeros de la revista y la editorial Topia. En la introducción del libro hacemos una lista larga de agradecimientos de los cuales quiero destacar algunos.

En primer lugar a Fernando Ulloa por el prólogo que ha realizado. A nuestro amigo y socio César Hazaki, que siempre nos acompañó en esta tarea.

Y quiero también agradecer a mi esposa, Alicia Lipovetsky y a la esposa de Alejandro, Florencia Machioli, por habernos bancado todo este tiempo de angustias y aceleramientos varios.

Quiero agradecer a todos ustedes, pero especialmente quiero agradecer la presencia de un persona, que es Amanda. Amanda es la madre de mi amigo Martin Linares, a la memoria del cual dedico este libro conjuntamente con Rolo Merediz y Rosita Murno, dos desaparecidos.

Nada más, muchas gracias.

Vicente Zito Lema

VICENTE ZITO LEMA

Leí en estos días dos veces “Las Huellas de la memoria”. La primera vez, hará unos diez días en Chotmalal, que es uno de los sitios más desolados y bellos de este país en la Patagonia. Extrañamente, me había invitado un grupo de gente de teatro, de psicología, que viven allí a dar una charla, una reflexión sobre un tema en el que estoy trabajando ya hace casi cuarenta años, que es las relaciones entre el arte y la locura.

Me río de mi y del lugar, reflexionando con diez compañeros en una montaña todavía nevada, sobre dialéctica, sobre poesía, sobre arte, sobre la figura de Artaud, de Rimbaud, y por supuesto de Pichon, y terminada la conferencia me quedé cuatro días en una pequeña cabaña, muerto de frío pero bien y leí el libro desde un espacio que podríamos llamar, siguiendo a Spinoza, una “pasión triste”.

Pero me animé a penetrar el libro, o mejor, a que el libro me penetrara. Y de pronto, me vinieron a buscar a la cabaña un grupo de docentes porque querían cortar la ruta que une Chotmalal con el resto de Neuquén para un lado, y para el otro Mendoza. Se habían enterado que estaba allí, y me pasé toda la noche con ellos, cortando una ruta casi como en el medio de la soledad y el infinito, porque nadie pasó por esa ruta. Pero la cortamos. Tomé conciencia de lo absurdo de mi vida, pero también de que hay utopías y sueños de nuestra generación que no van a dejarnos de acompañar hasta que la parca nos mire con sus ojos.

La segunda lectura la hice hace pocos días en Bs As. Leí otra vez el libro y otra vez, desde varios lugares aparecio la tristeza la tristeza. No olviden que buena parte de mis amigos están muertos y no de causas naturales. Y otros, maestros como Enrique o Jacobo Fijman, por cuestiones de salud. Pero ya tengo demasiados amigos muertos, y leer este libro desde algún lugar también, otra vez, en las pasiones tristes. Hasta que me llama un grupo de alumnos de la Facultad de Psicología que acababan de sacar una revista, otra aventura de estudiantes en la Universidad sacando una revista. Y me invitan a presentarla en la carpa que los obreros de la fábrica Zannon han montado frente al Congreso en la plaza Dos Congresos. Y se fueron dando las circunstancias, hasta que casi serían las diez de la noche cuando presentamos la revista de psicología rodeados de los compañeros de Zannon y muy pocas personas que por distintas circunstancias se incorporaron a la carpa. Y otra vez, desde algún lugar sintiéndome como un personaje de Shakespeare; un imbécil al que llaman para contar tragedias que nadie escucha. Pero por otra parte, sintiendo que esa condición de imbécil me permitía reflexionar sobre tal vez lo opuesto del imbécil, que es el idiota. Es un tema al que tantas veces se refirió Fernando Ulloa. ….Aristóteles, sería mas o menos aquél que teniendo las posibilidades de la conciencia sobre la sociedad, buscando escaparse del compromiso existencial en el sentido de Sartre, se vuelve un idiota. Es decir, se mete en su interior y cierra las puertas al mundo. Y me di cuenta de que podía ser un imbécil en el sentido de que me toca contar tragedias o dramas donde nadie me escucha. Pero que mantengo de mi generación el sentido de la conciencia, el sentido de la fraternidad, el sentido de meter el cuerpo allí donde nos llamaba. Y ahí entonces, hablando de poesía y de dialéctica en una montaña, cortando una ruta acompañado de “Las Huellas de la memoria”. Y aquí presentando una revista de psicología, con los compañeros de la fábrica Zannon, en el medio de una noche en el silencio ruidoso de la ciudad de Buenos Aires. Y estos acontecimientos me permitieron, dialécticamente, que tanta tristeza o depresión se convirtieran en estímulo para dejar que el libro entrara en mi con todo lo que tiene de conmovedor, de provocador, con todo lo que tiene para exaltarnos y enojarnos. Para estar de acuerdo y para disputar. Pero para saber que otra vez, podríamos decir el drama le gana ala tragedia. ¿Adonde vamos? Ustedes saben bien que Niezstche distingue entre el drama y la tragedia. La tragedia sería aquella lucha donde el final ya está marcado, criaturas del destino ganados por el rey Eolo, nuestro barquito en la inmensa mar siempre termina estrellado. No hay manera de vencer esos obstáculos, porque están allá por encima del deseo y la voluntad humana. El drama, si leemos con cuidado a Niezstche y a Sófocles, veremos de alguna manera, aún contra el enojo de Eolo, de Zeus y de cuantos dioses mayores y menores se crucen en nuestro camino, el final está abierto. La voluntad puede vencer. La necesidad no es solo de la muerte más todavía si el deseo acompaña la necesidad. Y podrán ser dispares las circunstancias, podrán ser hostiles las relaciones de fuerza, pero todavía la historia está abierta. Y en eso pensé leyendo este libro y escuchando a los compañeros. Es cierto que el libro habla de una derrota. Yo he disputado mucho sobre el término “derrota” con mis compañeros, tanto en el exilio como otra vez en el país. Si fue una derrota o si no lo fue. Yo se que la mayor parte de mis compañeros están muertos, y que desde ese espacio mucha victoria no tuvimos. También se que este país ha salido del tiempo de los asesinos, como hablaba Raport?, pero ha entrado en el tiempo de los canallas, como lo llamo yo. Y que desde muchos lugares, y puede dar fe alguien que en el cuerpo tiene tiros, que en la casa tuvo bombas, que me cerraron las revistas, que me expulsaron de la Universidad, que tengo ocho años de exilio… Si se que esa dictadura fue atroz. Pero que nadie se confunda: este tiempo constitucional, siempre será mejor que la mejor de las dictaduras. Pero tampoco esto es el sueño por el cual peleó una generación. Y el sueño está abierto, la pelea está abierta. Eso si; no creo que la derrota sea eterna porque no hay derrota eterna mientras uno siga manteniendo ilusiones.

Por eso yo no vivo en este libro una definitiva pasión triste, lo veo desde una pasión feliz. La pasión incluso, de animarme casi a repetir lo que en la carta Vincent Van Gogh le escribe a su hermano Teo; nada mas patético que un ciego que lleva a otro ciego de la mano. ¿Ese es el espacio que les queda a nuestra generación, ciegos en el infortunio que llevaremos a otros ciegos de la mano? El tema siempre es navegar. Como dice Pessoa: “Vivir viven también los animales. Navegar es humano.” De eso se trata, de navegar sin saber que estrella te alumbra ni que fantasma te acosa.

Algo más sobre el título de la obra. “Las huellas de la memoria.”

Palabra memoria, y en el libro lo evocan , mis queridos amigos autores de esta obra, Alejandro y Enrique , como también Fernando Ulloa; la palabra memoria la podemos asociar con vida, con un espacio abierto. Pero también recuerdo una frase de mi querido amigo Rodolfo Walsh, que escribió cuando se entero que habían fusilado a su hija, poco antes de que luego lo mataran a él.. En una carta que primero nos mando a sus amigos, después hizo pública el contaba la muerte de Vicky, que precisamente fue alumna mía. Y decía ahí Rodolfo: “el verdadero cementerio es la memoria. Ahí te evoco, te cuido y te recuerdo querida hija”.

¿La memoria es la vida o es el cementerio? A esta altura de los acontecimientos a veces uno se llena de dudas. Lo que si se que también en la vida está la muerte como en la muerte está la vida. Y que no necesariamente la memoria es únicamente cementerio, como tampoco la memoria es únicamente vida. La memoria, en definitiva, es un tonel abierto que habrá que llenar con el vino que cada uno traiga, con las fuerzas que uno tenga y con el deseo de tomarlo, que nos pueda despertar. Mi memoria de aquellos años es compleja. Ahí están las pasiones, los besos, las caricias, las fraternidades, las torturas, los muertos, el deseo, el miedo, el terror. Pero me queda también casi casi la seguridad de que como bien dice Paul Leloir, “por poco tocamos el cielo con las manos.”

Por supuesto se que este es otro tiempo, que hay otro cielo, y que seguramente, así como Heráclito no se bañaba dos veces en el mismo río, nuestras manos no pueden acariciar dos veces el mismo cielo.

Pero uno puede nutrirse. Yo los desafío a nutrirse con este libro. Hay historia, hay relato, hay momentos que nos crispan, momentos que nos entusiasman, la vida corre libremente por ahí. Yo no se si mis queridos amigos tenían conciencia de lo que estaban escribiendo. Conociendo especialmente a Enrique Carpintero, lo dudo. Pero de todas formas les abrimos la posibilidad de que hayan escrito con el deseo real de provocar en nosotros toda esta pasión por la vida que se renueva.

Un recuerdo final, Yo tuve dos grandes maestros, el hecho de tener grandes maestros no implica que uno haya sido un buen discípulo, para nada. Mis maestros fueron Pichon Riviere y Jacobo Fijman. Pichon en el libro está presentado desde todos los ligares que se merece. Juan Carlos habla también de él con cariño y afecto y con la profundidad que merece quien marcó tanto. También está nombrado Jacobo Fijman. Treinta años internado en el Hospicio, y tal vez a pesar de eso y tal vez con eso, el autor de una de las obras poéticas y filosóficas más importantes de nuestro siglo en castellano. En uno de sus primeros poemas, él escribe en 1926 tras una primera int4ernación de 8 meses en el antiguo Hospicio de las Mercedes, dice: “Demencia, el camino mas alto y mas desierto. ¿Que es salud mental, el camino mas bajo y mas concurrido?”

Que quede la pregunta abierta. Lo que si se es que enfermedad y salud no pueden ir por caminos distintos. Como enseña Derridá, ya hemos pagado con demasiada muerte tanta poca vida. Espero que la demencia y la salud se encuentren, porque en definitiva, de lo mejor de ellas podremos extraer la poesía.

Y esto si que es lo último, dedicado especialmente a Alejandro y a Enrique, psicoanalistas.

En el Fedro de Platón, se plantea una polémica muy interesante. El joven Fedro viene a una de las discusiones con Sócrates munido de un libro. Sócrates comos siempre, se vale de su lenguaje y lo que se instala, es la disputa que se sintetizaría para el que olvidó el Fedro, de esta forma: “en la palabra está la vida y en el libro está la muerte”, dice Sócrates. El tema de ser psicoanalista se liga a mi criterio mucho con el silencio, pero también se liga con el condensare griego de la poesía de encontrar la palabra justa. Pero hay otra forma también de la escritura, que sería escribir sobre la escucha. Esto lo quiero rescatar desde el libro. En el libro hay silencios, hay palabras, y hay mucha escucha de los que participaron en la historia. Tal vez de esa forma Platón haría que Sócrates y Fedro no se pelearan tanto. Conseguir unidad que trascienda la pelea de la vida y de la muerte siempre es una apuesta que nos llega a conmover. El libro nos conmovió y hemos compartido esa conmovida pasión con ustedes, esta tarde en esta librería. Muchas gracias.-

[1] Yerushalmi, Y.H.: Reflexiones sobre el olvido. Coloquio de Royaumont. En Usos del Olvido. Nueva Visión. Buenos Aires. 1998.