Para esta segunda edición se hicieron algunas notas aclaratorias referidas a la actualización de datos estadísticos. Además, creímos importante agregar un capítulo final sobre la crueldad del poder. Nos remitimos a la obra de teatro Saverio el cruel de Roberto Arlt porque nos permite exponer algunas cuestiones que llegan hasta la actualidad: los sueños de poder, la manipulación de las creencias, la lógica de la confabulación y la ficción de los hechos.
Los capítulos de este libro están basados en artículos editoriales que aparecieron en la revista Topía entre los años 1995-2003 con las modificaciones necesarias para ampliar los conceptos desarrollados y preservar la autonomía de este texto.
Como este libro tiene una historia que acompaña la de la revista Topía, quiero agradecer a todos los que participan en su publicación. Con ellos realizamos este proyecto editorial en la intensidad, tanto de las pasiones alegres como de las pasiones tristes.
A Susana Toporosi, Susana Ragatke, Alicia Lipovetzky, Héctor Freire, Alfredo Caeiro, Carlos Barzani, Alejandro Maritano, Víctor Macri y Andrés Carpintero.
A Mario Hernandez por su trabajo de corrección.
Únicamente los peces muertos nadan con la corriente.
Anónimo
En un artículo publicado en la revista Topía 1 se comentaba que hace unos años el escritor Antonio Tabucchi 2 había iniciado una polémica con Umberto Eco sobre la función de los intelectuales. Este último decía que “el intelectual trabaja para el largo tiempo, no sirve para el acontecimiento”. Como ejemplo planteaba: “si hay fuego el intelectual debe llamar a los bomberos...” y, continuaba “no se le puede reprochar a Platón el que no hubiera propuesto un remedio para la gastritis”. Por el contrario, Tabucchi afirmaba que la tarea del intelectual es precisamente esa: “reprochar a Platón que no inventara el remedio para la gastritis”. Esa es la “función esporádica” ya que, “no es crear una crisis sino poner en crisis a algo o a alguien que no sólo está en crisis, sino al contrario, que está muy firmemente convencido de sus posiciones”. En este sentido, cualquiera puede ser un intelectual pues éste es un simple “ciudadano que no se contenta con votar según sus necesidades y sus ideas, sino que, tras votar, se interesa por el resultado de ese acto único y, guardando las distancias respecto a la acción necesaria, reflexiona sobre el sentido de esa acción y, según las ocasiones, habla y calla”.
En estos tiempos donde -según Robert Castel- predomina el “individualismo negativo” 3 se nos ha hecho creer que el semblante del intelectual es anticuado o improductivo. Sin embargo, son los políticos de las clases dominantes quienes han abdicado de los ideales para crear un imaginario de seducción y miedo a partir de hechos que ellos mismos producen. Estos políticos pragmáticos sólo hacen política desde y para afianzar su poder y necesitan intelectuales pragmáticos que se transforman en mensajeros de la gestión del político, convirtiéndose en los nuevos intelectuales del determinismo histórico y el economicismo a ultranza. Es decir, un intelectual del poder que construye significaciones sociales acordes con los valores del mercado neoliberal capitalista: las fundaciones de empresas monopólicas, las grandes editoriales, los medios de comunicación, los centros académicos, los laboratorios, las empresas de medicina, etcétera.
Es que, como dice Pierre Bourdieu “...el discurso neoliberal no es un discurso como los demás. A la manera del discurso psiquiátrico en el manicomio, según Erving Goffman, es un discurso fuerte, fuerte y difícil de combatir, porque cuenta a su favor con todas las fuerzas del mundo de relaciones de fuerza que contribuye a que sea tal cual es, especialmente orientado a las opciones económicas de los que dominan las relaciones económicas y añadiendo así su propia fuerza, típicamente simbólica, a esas relaciones de fuerza.” 4
De esta manera, el pensamiento neoliberal es una ideología totalitaria; no da alternativa: “nosotros o el caos”. En realidad plantean que: “o hacen lo que decimos nosotros o transformamos la sociedad en un caos a través de la economía.” Este pensamiento único, ya no es una técnica sino una ideología que domina el mundo. A cualquiera que quiera cuestionar este orden establecido se lo acusa de mesiánico, de delirante, o de querer volver al pasado ¿cómo alguien va a cuestionar una sociedad moderna, madura y libre, en la que cualquier ciudadano puede comprar en un supermercado desde hamburguesas hasta ideas listas para usar?
En este sentido, la conquista de la libertad de pensar y expresarse están amenazadas en todas partes ya no por dictaduras, sino por las fuerzas del mercado. Éstas son las que regulan cuáles libros se encuentran en los estantes de las librerías, quiénes y qué noticias aparecen en los medios de comunicación, o cómo acomodar la ética que plantea el psicoanálisis a las necesidades de las empresas de medicina pre-paga. Es decir, la libertad del mercado capitalista es una falacia que sólo sirve para que las empresas más grandes compren o destruyan a las más chicas, controlando lo que vamos a leer, a consumir, o qué presidente debemos elegir.
Al intelectual considerado mesiánico se le opone un intelectual sensato, inteligente y culto, que debe justificar el sometimiento del presente sobre la base de los errores del pasado. Es cierto que el mundo ha adquirido una complejidad en la que ya no sirve la figura clásica del intelectual solitario. El pensamiento neoliberal se ha adaptado a esta necesidad. No hay grandes pensadores del neoliberalismo. Lo que existe son desarrollos teóricos que plantean la inevitabilidad de las leyes del mercado capitalista, generados por un conjunto de profesionales que, en su mayoría, son anónimos. Ésta es su fuerza.
Es necesario que aparezcan intelectuales que se integren en un colectivo pluridisciplinario de pensamiento crítico, donde dos más dos no es cuatro: es más que cuatro. Intelectuales que no sólo ofrezcan la posibilidad de resistir a la cultura dominante, sino que la enfrenten con alternativas en el plano individual, familiar, social y político. Ya que, en el momento en que las grandes utopías han fracasado, es urgente crear un colectivo de reconstrucción de un universo de ideales que generen una Topía -un lugar- capaz de movilizar las voluntades. Es decir que permitan desarrollar –como afirmaba Spinoza- las pasiones positivas que construyan comunidad, liberen las relaciones y tengan el poder de construir una democracia de la alegría de lo necesario basada en una distribución equitativa de los bienes materiales y no materiales.
Sabemos que la época actual tiene dificultades donde no sirven ideas que repitan esquemas del pasado. Tampoco un pensamiento postmoderno afianzado -entre otras- desde posiciones postestructuralistas o neoconstructivistas que, con la excusa de producir un “pensamiento complejo”, se convierte en una coartada para evitar transformar al mundo. Los dueños del poder necesitan una mayoría silenciosa y silenciada. Para conseguirla seducen con una vida que se puede comprar en cómodas cuotas mensuales, con el agregado del miedo a la catástrofe y la violencia de todos contra todos. Una sociedad verdaderamente democrática debe tener otras alternativas, necesarias para vivir en comunidad. Esta tarea es de todos nosotros. Se acabaron los profetas que convocan al pueblo. Sólo quedan los ciudadanos que reconocen las nuevas formas de explotación, de discriminación, de exclusión, de sufrimiento, y organizan alrededor de ellas alternativas sociales y políticas de cambio.
Aquellos que ejercemos la práctica del psicoanálisis reconocemos que ésta “requiere una permanente reflexión sobre sí misma y sobre la cultura en la que se realiza, a la cual aquel también ha contribuido a modificar. Freud escribió que ‘la psicología individual es al mismo tiempo, y desde un principio, psicología social’, no porque esta última fuera a reemplazar a la primera, sino porque no podemos entender las manifestaciones que se producen en la subjetividad sin dar cuenta de la cultura a la que el sujeto pertenece. Por ello, la práctica que se realiza en un consultorio es una actividad en la cultura y, por lo tanto, el psicoanálisis se realiza plenamente cuando deviene análisis histórico y cultural”. 5
En este sentido, decimos que la subjetividad se construye en la intersubjetividad. Ésta se realiza en la relación con los otros, en el interior de una cultura. Su actualidad ha llevado a una crisis individual, familiar, social y política que es vivida como catástrofe. Este libro pretende dar cuenta de un psicoanálisis que, al no pretender transformarse en una
cosmovisón, se encuentra con otros saberes, en la búsqueda de un pensamiento crítico comprometido con los movimientos sociales y políticos.
Sus capítulos lo componen artículos editoriales aparecidos en la revista Topía, pero como se ha intentado preservar la autonomía de este texto vamos a encontrar breves modificaciones de los artículos originales que es necesario aclarar: a) algunos títulos de los capítulos no corresponden con los de los artículos; b) tampoco se ha respetado el orden en relación con la fecha de aparición, sino la temática que se va desarrollando en el libro; c) se han intercalado fragmentos de otros artículos, para desarrollar algunas ideas; d) siempre que fue posible se suprimieron aquellos conceptos que se repetían; e) en algunas ocasiones se modificaron algunas citas y se agregaron otras para facilitar su lectura y f) en cada capítulo están citados los artículos que lo constituyen y las modificaciones realizadas.
Notas a pie de página
1 Carpintero, Enrique “En algo hay que creer, además de que existe el colesterol”, revista Topía, año X, N° 28, mayo-agosto de 2000.
2 Tabucchi, Antonio, La gastritis de Platón. Editorial Anagrama, Barcelona, 1999.
3 Castel, Robert, “Los desafiliados. Precariedad del trabajo y vulnerabilidad relacional”, revista Topía, año I, N° 3, noviembre de 1991, Buenos Aires.
4 Bourdieu, Pierre, Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal. Editorial Anagrama, Barcelona, 1999. Campo de poder, campo intelectual. Editorial Montressor, Buenos Aires 2002.
5 Carpintero, Enrique, “La crisis del unicornio azul”, revista Topía, año I, N° 1, mayo de 1991.