La palabra perversión no es psicoanalítica. Aunque introducida en la Psiquiatría en el siglo pasado y aún utilizada por Freud, considero que no es psicoanalítica porque incluye en si misma una categorización moral y porque alude a perversidad, a la maldad, es decir, al deseo de hacer el mal.
Ninguna otra palabra de la nosografía psicoanalítica involucra en una descalificación moral al observador, al que la emite y obviamente al propio sujeto.
Cuando hablo de perversión me refiero únicamente a la perversión sexual en tanto pienso que no existe otra.
No creo en la existencia del discurso perverso, de la transferencia perversa, de los pactos perversos, de las familias perversas. Y aquí debo adelantar que pongo en duda la existencia de la estructura perversa (tema sobre el que hablaré más adelante).
La perversión sexual no es necesariamente una gimnasia sexual, pero sí algo vinculado a la resonancia orgástica.
Un sujeto que infrinja dolor a otro no es un sádico hasta que no demostremos que su accionar está cerca de lo sexual, del placer, de la búsqueda del placer, de la obtención del orgasmo, del goce. Esta demostración muchas veces no es más que un descubrimiento en el psicoanálisis de alguien.
La perversión sexual sería, desde una observación superficial, algo así como el opuesto a la normalidad sexual y "normalidad" es un término que se debería discutir.
A pesar de la creencia común de que los psicoanalistas nos ocupamos de la vida sexual de la gente, debo decir que en realidad sabemos bastante poco acerca de la actividad sexual de nuestros pacientes y menos de la población en general que no se trata.
Habitualmente nos conformamos con el relato de nuestro paciente que es hábil para ocultar así como nosotros somos hábiles para no querer saber o no poder escuchar.
Si preguntamos, muchas veces nos llevamos sorpresas que hubiésemos preferido desconocer.
En cuanto sabemos que esa persona ata a la cama a su pareja del momento, o que necesita algo del orden del travestismo para la obtención del orgasmo, o que su partenaire es del mismo sexo, muchas veces no hacemos otra cosa que asombrarnos y aún escandalizarnos. Sin embargo cuando hablamos de perversión sexual pareciera que todos sabemos de qué estamos hablando y más aún cuando decimos que alguien es perverso.
Hablamos aparentemente de la actividad sexual que lleva a cabo una persona (en realidad la actividad que relata haber llevado a cabo porque son muy pocas las oportunidades de observarlas en vivo), actividad que consideramos que se sale de la regla, de lo que hace la mayoría, es decir de nuestra concepción de normalidad. Hablamos de lo que, para una cultura dada, es esperable de los seres humanos.
Y si incluimos el concepto Cultura no podemos alejarnos ni del contexto histórico, cultural, ideológico, político, religioso, jurídico, ético en el cual un sujeto está supuestamente inserto. Entonces ubicar psicopatológicamente la sexualidad de alguien obliga a tener que determinar previamente todo el contexto antes mencionado y algo más seguramente.
Suscribo la idea de Otto Kernberg cuando dice que la concepción psicoanalítica tradicional acerca de la perversión necesita ser revisada y que adhiere a la definición de Laplanche y Pontalis con dos modificaciones principales: excluye a la homosexualidad y restringe la definición a los comportamientos que para obtener gratificación sexual requieren de actividades fijas, repetitivas y obligatorias.
Entonces una persona perversa es alguien de quien nosotros esperamos que tuviera una actividad sexual diferente a la que tiene o por lo menos diferente a lo que nos cuenta.
Insisto en que sabemos bastante poco de la actividad sexual de nuestros pacientes; que para catalogarla, lo hacemos desde nuestros propios parámetros, valores, cultura, etc., es decir, probablemente desde nuestros prejuicios. Esta expectativa proviene de nuestro contexto cultural, y también y en forma destacada desde nuestro propio análisis, o sea de la genealogía psicoanalítica que nos antecede y que antecede a nuestros analistas.
El tema de las identificaciones es muy importante dentro del marco referencial que determina nuestra teorización.
Si me preguntase como hacen el amor los "normales" no me atrevería a dar una respuesta.
Si la diera, probablemente caería dentro de la normativa del siglo XIX.
Tampoco estoy en condiciones entonces de determinar cómo hacen el amor los que no son normales, hablando sólo desde el punto de vista de la actividad sexual.
¿Los normales buscan el placer y los no normales no?
¿Tenemos derecho a afirmar que las personas que no hacen el amor como la mayoría no buscan la obtención de placer?
Entonces nos enfrentaríamos al problema de determinar cuáles son los medios por los cuales los normales y los no normales obtienen dicho placer.
Estamos aquí frente al problema de determinar o dictaminar si dichos medios son lícitos o no.
Freud hablaba de la ciencia psicoanalítica. Dudo que la determinación de una sexualidad normal o patológica entre dentro de la teoría psicoanalítica, es decir, que podamos desde nuestra ciencia afirmar algo acerca de la normalidad o patología de un determinado ejercicio de la sexualidad.
Indudablemente los analistas no tenemos por qué no tener nuestros parámetros acerca de lo bueno y lo malo, de lo que creemos que está bien o mal, de lo que suponemos que es normal (o común) y lo patológico.
O por lo menos de lo que es bueno o malo para nuestro paciente. Por ahora el acuerdo teórico parece poco probable; quizás sea más posible entre el paciente y su analista, en tanto el primero conozca la ideología o postura teórica del segundo y éste la tenga consciente y eventualmente se la haga conocer al paciente.
Vuelvo al concepto de estructura. Robert Stoller decía que las estructuras no son más que metáforas. Coincido con esta opinión. En si mismo el término estructura me resulta mucho más rígido y prefiero el de "organización" el que me parece más adecuado para pensar un aparato psíquico cuyas producciones, por su dinamismo, son - a veces- posibles de ser modificadas a través de Psicoanálisis. Y en el tema que nos convoca las llamaría organizaciones neosexuales, usando el término de McDougall.
A pesar de la teoría freudiana, con sus aciertos y contradicciones y de los valiosos aportes de autores post-freudianos con las múltiples teorías en vigencia, no sabemos cómo se forja la elección del deseo del objeto sexual, sólo podemos comprender algo de sus manifestaciones.
Quisiera plantear aquí una hipótesis de difícil demostración y que abre más interrogantes que respuestas. Solemos decir- sobre todo refiriéndonos a las psicosis- que el sujeto tiene una sexualidad que es producto de su propia "enfermedad".
¿Por qué no podemos extender esta consideración al resto de las manifestaciones sexuales de las personas? ¿No podríamos, sin correr el riesgo de equivocarnos demasiado, decir que cada uno de nosotros tiene organizada su sexualidad y sus manifestaciones de acuerdo a la organización de su propio psiquismo?
Es decir, que cada persona tendría una psicosexualidad y una puesta en acto de la misma proveniente de su psicopatología básica.
Esto nos llevaría a pensar en que habría que integrar a las manifestaciones sexuales, que se han incluido siempre como entidades psicopatológicas en si mismas, como la manifestación de una organización psíquica determinada y quizás anterior al ejercicio de una sexualidad aún de la llamada perversa. Estaríamos quizás frente a la posibilidad de tener que aceptar que las perversiones sexuales -en tanto organizaciones o estructuras en si mismas- no existen. Sólo existiría una psicosexualidad, con su manifestación en el ejercicio de la sexualidad, que dependa exclusivamente de la organización psicológica de la persona en cuestión.
También que es difícil pensar en alguien "psíquicamente sano" con una sexualidad "enferma" o un presunto "enfermo" con una sexualidad "sana".
Creo que en este punto sigo estrictamente el pensamiento freudiano.
Una organización neosexual es una producción del sujeto con el objetivo de "curar" a la manera del síntoma otra "enfermedad" mucho más primaria.
La actividad sexual de los neosexuales logra la obtención de placer y - aunque sea transitoriamente- el restablecimiento del equilibrio narcisístico y yoico aún a costa, muchas veces, de la existencia de peligro físico para el sujeto.
Una de las características primordiales del actuar sexual neosexual es la compulsividad del acto. El sujeto no puede evitar intentar llevar a cabo su deseo, al que siente como necesidad, porque de no hacerlo se ve inundado por una angustia desvastadora.
Aquí aparece en un sitial preferencial la angustia.
A partir de la posibilidad de pensar en una angustia muy primordial, encontramos siempre en la actividad compulsiva un alto monto de angustia a la que el sujeto trata de calmar.
Muchas veces esta angustia está íntimamente vinculada a la pulsión de muerte, que es la que lleva a la persona a situaciones de alto riesgo. Un joven homosexual con conductas que me permitían incluirlo entre los neosexuales padecía tal intensa homofobia y odio por su orientación, que decidió hacerse contagiar el HIV en forma voluntaria, y lo consiguió.
El análisis sistemático de la angustia en este paciente y otros con comportamientos similares, al hacerla decrecer en su monto (concepto económico) lleva aparejado una disminución o desaparición del actuar sexual compulsivo.
La angustia es el factor determinante del actuar sexual compulsivo. Un paciente relató haberle hecho una felatio a un hombre en el baño de una estación de tren. En el baño de la estación siguiente le hizo una felatio a otro hombre sin darse cuenta de que se trataba del mismo hasta que éste se lo hizo saber.
En mi experiencia el análisis de esta angustia desbordante lleva a la desaparición y/o atenuación de estas conductas (en baños públicos, cines pornográficos, lugares de cruising, etc.) aunque muchas veces el deseo reaparece cuando la angustia aumenta. Pero si ésta fue suficientemente analizada y elaborada el paciente puede mediatizar, es decir, postergar y esperar.
La incapacidad de mediatización (lo que nos habla de la dificultad en la elaboración y tramitación de la angustia en el proceso secundario) es otro signo clásico en la neosexualidad.
En personas con comportamientos sexuales que se salen de la "norma" pero con bajos niveles de angustia o con un comportamiento sintónico, la compulsividad bien puede no estar presente.
La angustia no ligada se transforma en acto. Y esa angustia puede aún estar erotizada. Sostengo que hay un mecanismo entrópico entre la angustia y la erotización en donde ambos elementos se retroalimentan mutuamente. A más angustia más erotismo (y deseo) y cuanto mayor es el monto de erotismo se genera más angustia, lo que vuelve a poner al circuito en movimiento.
También es típica la repetición siempre igual de la escena sexual. El sujeto se ve compelido a repetir incansablemente un mismo guión, del cual no puede apartarse, porque en caso de hacerlo desaparece "la magia" del acto y reaparece la angustia.
La elaboración de este guión y su puesta en acto le lleva a veces mucho tiempo, en la medida que nada puede ser alterado.
Cada escena necesita de larga preparación y hasta prolongados ensayos.
Es decir que nos encontramos ante una fijeza y ritualización del acto, a la manera del manejo del objeto fetiche (real o fantaseado). Fetichización que considero proveniente de un objeto y espacios transicionales fallidos y al uso del objeto al estilo adictivo.
El "objeto" fetiche actuaría siempre como el organizador psíquico de una neosexualidad, es decir que todas las neosexualidades estarían organizadas al estilo del fetichismo.
Clásicamente el fetiche fue entendido como el objeto rellenante de un sólo vacío, el del pene. Deberíamos agregar el del falo, el del vacío existencial, el de la angustia desbordante.
La concepción del Complejo de Edipo y la angustia de castración siguen obviamente vigentes pero no son suficientes para la comprensión total del fenómeno neosexual. Es posible que encontremos en los neosexuales complicadas organizaciones edípicas así como las encontramos en otros pacientes (borderlines por ejemplo) que no tienen conductas sexuales neosexuales. Asimismo la teoría del narcisismo que en un momento pareció que no sólo explicaría el fenómeno, sino que aún podría haber desplazado a la centralidad del Edipo, resultó incompleta. Ni todos los narcisistas son neosexuales ni todos los neosexuales padecen necesariamente una patología del narcisismo.
La idea básica de Freud acerca de la desmentida que lleva a la escisión yoica, y que tan útil ha sido para su teoría, merece un comentario.
La desmentida es siempre y solamente la desmentida de la ausencia de pene. Esta fantasía no es fácil de hallar ni en el discurso del paciente ni en sus contenidos inconcientes. Si lo es en los niños. Manifiestamente sólo lo oí una vez dicho por un paciente al que analicé muy poco tiempo y que tenía relaciones sexuales con travestis. Ante una pregunta mía acerca de si sabía que se trataba de hombres contestó que le gustaban las mujeres con pene. No llegué a un diagnóstico de esta persona aunque muchas veces pensé que podría haber sido psicótico.
La falla organizativa del Super-Yo es un elemento a encontrar tanto en neosexuales como en los que no lo son.
Sin embargo quiero aclarar cuándo utilizo el término perversión.
Lo hago respecto de aquellas conductas sexuales en la cual no hay mutuo consentimiento. Es decir, en los casos en que alguien impone su voluntad sobre otro, forzando la voluntad del otro con el ejercicio de alguna forma de violencia. Esto lo observamos en ciertos casos de sadismo, masoquismo (recordemos el contrato de Sacher-Masoch) , violaciones, exhibicionismo, voyeurismo, y paidofilia.
En el caso de la paidofilia ( y este es un concepto que parte de mi propia ideología y no sólo de mi pensamiento psicoanalítico) considero que aunque haya consentimiento del menor, éste no estaría todavía psíquicamente capacitado para determinar en forma autónoma su conducta.
Lamentablemente estos casos que refiero, raramente llegan a nuestra consulta.
Este tipo de actividades "perversas" hace que a veces estos sujetos caigan en el campo de lo jurídicamente punible y que lleguen a los estrados judiciales. En general se trata de los casos antes mencionados. Sé que esta idea es discutible y controversial ya que en muchos países las leyes penan lo que en otros está permitido. Las leyes las hacen los hombres a partir de su propio marco histórico-cultural, político, ideológico y religioso.
Y si ni la Medicina ni el Psicoanálisis debieran arrogarse el derecho de determinar lo sano y lo enfermo, las leyes jurídicas tampoco debieran decirnos a los psicoanalistas que es lo que es permitido o prohibido en el campo de la sexualidad en tanto lo permitido se transforma en normal y lo prohibido en patológico.
Evidentemente estos conceptos necesitan aún ser revisados.
El Psicoanálisis tiene como objetivo básico mejorar la calidad de vida de las personas que nos consultan y que aceptan un tratamiento psicoanalítico.
Aquí se impone la existencia de analistas que carezcan de pre-conceptos rígidos, suficientemente analizados por analistas con esas mismas características, que tengan clara no sólo su ideología psicoanalítica sino también su ideología frente a las cosas de la vida.
[*] Leido en el Congreso de la IPA (Asociación Internacional de Psicoanálisis), Barcelona, 1997
Dr. Jaime Stubrin - E-mail: jpstubrin [at] intramed.net.ar