En los tiempos anteriores a Freud era muy difícil conseguir un psicoanalista.
Nahuel X. Psíquembaum
Mi tatarabuelo Karl era psicoanalista, y yo soy psicoanalista. En los tiempos de Karl no existían los tatarabuelos psicoanalistas (a lo sumo el padre), y sí existían los pacientes. Lo demás está todo más o menos igual. Uno sigue estudiando en la facultad, hace grupos de estudio sobre la introducción a la introducción a la introducción al pensamiento lacaniano, supervisa, toma café con los colegas, va a congresos, se casa con una colega de la misma escuela, se divorcia y se casa con una colega de otra escuela o institución, tiene hijos, en fin. Lo que no tiene es pacientes.
Hace 30 años que no hay un solo caso clínico en actividad..
Los pacientes comenzaron a disminuir en junio de 1985. Al principio los psicoanalistas no dieron bolilla, simplemente les aumentaron los honorarios a los que sí seguían viniendo, y listo. Pero luego bajó el número de sesiones. De seis por semana , que era la modalidad de Freud, se pasó a una cada seis semanas, o una por semestre. El extremo fue un paciente que sólo veía los 29 de febrero, una vez cada cuatro años.
Se tomó la cuestión como algo pasajero: “ya van a volver”, “tira más un pelo de la barba de Freud que una yunta de psicofármacos o terapias ‘alternativas’ sugestionadoras”, “El que se va sin que le den el alta vuelve sin que lo llamen”. Pero no volvían. Algunos analistas compartían los pacientes con su esposa, y hasta con su suegra en casos de gran hambruna interpretativa. Hubo divorcios entre profesionales en los que la gran pelea era por la tenencia del paciente ( a veces era ‘paciente único’ y aprovechaba eso para conseguir interpretaciones favorables de ambos analistas amenazándolos con ‘ irse con el otro’).
Hubo momentos de pánico: no faltaron los que armados con una pipa y una careta de Freud ( o de Lacan) se lanzaban a la calle y al primero que pasaba le apuntaban con la pipa y le decían: “esto es una interpretación, contame todos los sueños, chistes y síntomas que tengas”, a lo que el pobre tipo respondía : “lo siento, ya me los pidieron en la otra cuadra”. Mucha gente dejó de frecuentar Palermo y Belgrano después de que intentaran analizarlas contra su voluntad varias veces.
Tampoco faltaban los apocalípticos que sostenían que “el psicoanálisis dejará de ser terapia o la transferencia flameará sobre sus ruinas”, “El psicoanálisis es el hecho maldito del país pequeñoburgués”, “Cinco psicoanalistas por uno, no va a quedar ninguno”, y otras consignas que no eran sino eso, consignas. Pero la verdad se reflejaba en cada diván vacío. Muchos analistas, negando la crisis, colocaban sobre los divanes simpáticas carpetitas, para “tapar el agujero”. Hubo quienes les permitían al gato arañar el tapizado, cosa que antes estaba más prohibida que el mismísimo incesto.
Grupos lacanianos decidieron revisar su metapsicología. La nueva tópica fue:
virtual, imaginario y simbólico. “Quizás en algún lugar del cyberespacio, en algún link de la Web” (decían en ‘informático’, idioma que había reemplazado al lacanés en los grupos de referencia) quede un paciente”. A los kleinianos no les iba mejor : “¿es que acaso no reparamos bien a nuestros pacientes?, ¿ Es que no les ofrecíamos una alternativa interesante cuando por el mismo precio les curábamos las neurosis y les dábamos un mes gratis de navegación por Incternet? Esto no tiene objeto”
El 23 de julio de 2020, cuando Carlos X (también conocido como “El caso Damián”) abandonó el tratamiento, se terminaron los pacientes. Nunca más.
Cabe preguntarse de qué viven los psicoanalistas, si no hay un solo paciente. Una hipótesis es que viven de otras profesiones, que conducen taxis y en lugar de pacientes tienen pasajeros que cuando les dicen “lléveme a Pueryrredón y Corrientes” reciben como respuesta :“¿otra vez a casa de su mamá? ¿cuándo va a crecer y elegir su propia ubicación en el mundo” y terminan dejándolos en Cabildo y Juramento, viaje mucho más largo, y caro.
Otra hipótesis es que viven de su profesión, formando futuros analistas, dando clases teóricas, introduciendo en Lacan a los que aún no se introdujeron. O, reuniendo a jóvenes colegas alrededor del fuego para contarles historias entrañables de los tiempos en los que había trabajo clínico, y al final pasarles la gorra en la que cada uno depositará lo que pueda: un peso, un síntoma...
Los jóvenes psicoanalistas no creen que los pacientes existan. Más bien suponen que son mitos creados por los abuelos fundadores; entes virtuales que sirven para explicar ciertos tópicos, utópicos. “Los pacientes sirven para darle sustento a la teoría” nos explican. Allá por el 2035 el movimiento neo-neo-neo-lacaniano, decretó que “el paciente no existe, toda cerveza es delirante”
Pero sigue habiendo neuróticos. Tantos como antes, o muchos más, atendiendo al aumento estadístico de la población mundial. Y no es que consulten otras terapias. Las así llamadas “Alternativas” murieron cuando se puso de moda el “Yonopuedismo” que instaba a los pacientes a la apatía total, cosa que los llevaba a “ver la luz” ya que no había otra cosa más interesante que hacer en la vida. O sea: si hay neuróticos, y hay psicoanalistas ¿ cómo es posible que no haya pacientes? Es esa la pregunta del millón.
Habría que investigar qué fue lo que pasó, En su famoso artículo : “Del alta a la falta hay sólo una letra ‘f’ de distancia”, mi tatarabuelo Karl describe una época, muy lejana (ya se habían extinguido los dinosaurios, pero todavía no eran populares las computadoras) en que ‘los pacientes abundan, en muchos casos incluso pagan los honorarios, y en ocasiones, hasta lo hacen puntualmente’.
Si aquellos momentos paradisíacos realmente existieron, ¿por qué los analistas no reaccionaron a tiempo cuando todo empeoró? ¿cómo no se dieron cuenta de que así como la numeración decimal iba siendo lentamente reemplazada por la binaria, algo parecido ocurría con el número de pacientes, y donde una vez hubo un 8, un 7 o un 15, había un 0, o con suerte un 1?
Una tesis, la llamada “Au carage” por los franceses y “to the fucking caradge” por los ingleses trata de descubrir donde se fueron los pacientes, sin éxito .
Permítasenos pensar que quizás lo que pasó es que entre tanto congreso, grupo de estudio, reunión institucional, crítica de la reunión, ruptura institucional, creación de nuevas instituciones, y así, los psicoanalistas estaban demasiado ocupados discutiendo entre sí y no percibieron que los pacientes no venían. Más de un analista habrá pasado una sesión leyendo un artículo de un odiado rival y mientras pensaba cómo destruirlo en el próximo número de su revista, decía “ejem”, “ujum” “Ajá” y hasta el jugadísimo “¿y usted qué piensa?” sin darse cuenta de que el paciente tampoco estaba allí, al igual que él.
Otro punto era el económico: muchos pacientes dejaron de pagar meses, o aún años de que finalizara el tratamiento. Otros, en cambio, seguían pagando aunque hacía mucho tiempo que habían dejado el diván. Se podría decir que hubo pacientes que pagaron el tratamiento de otros. Y esto confundió a los analistas: se sabe que “si viene y paga, es paciente” y “Si no viene y no paga, no es paciente”. Pero los que “vienen y no pagan” o los que “pagan y no vienen” introducen al psicoanálisis en territorios sin duda polémicos.
Quedan por formularse algunos interrogantes sobre el futuro de la profesión; una primera instancia es evaluar el futuro del psicoanálisis sin pacientes, si los analistas pueden independizarse de la demanda y analizar otras cosas, sean películas, cuadros, personas que no pidieron análisis, escándalos públicos, eclipses, instituciones psi. Pero si se cree, (y esta fue la postura de mi abuelo Karl JrJr, que yo sostengo por la misma tradición por la que soy hincha del mismo club de fútbol que él aunque los clubes no existen más, ahora son empresas) que sí se necesita que haya pacientes para que haya análisis, habría que estudiar las formas de promover su existencia.
Podríase, como se ha hecho ya con otros oficios, elevar su “status profesional”, crear la “Facultad de Pacientología” donde se enseñe a ser neurótico ‘pero de libro’, o sea que el futuro paciente podrá sistematizar los síntomas que quizás ya sufre pero en forma desordenada. Las clases en principio las darían analistas, pero no nos extrañemos que los pacientes recibidos y experimentados reclamen para sí la docencia, y exijan una “ley de incumbencias” que los independicen de los analistas, y hasta les permita ejercer de pacientes de otros profesionales (médicos, odontólogos, veterinarios los que se crean animales).
Además está el hecho de que quizás muchos posibles pacientes no vean en esa profesión una adecuada fuente de ingresos: “tengo una familia y varios síntomas que mantener, la formación es cara, hay veces que tengo que tomar taxis para ir a sesión porque le tengo miedo a los colectivos...”. Quizás sea el momento de apelar al abandonado recurso de ‘la relatividad de los honorarios’ para calmarlos y ofrecerles que, por un tiempo, perciban dinero por cada sesión (sólo por las que concurran). Es obvio que cada paciente cobrará según su experiencia y calificación, y también , por qué no, de acuerdo al número de analistas que pretendan analizarlo , ya que ningún paciente podrá atender a más de 4 terapeutas por semana. No hay que escandalizarse con esta idea, sería un progreso con respecto a los orígenes ¿ acaso José, el primer analista de la Historia según la Biblia, no era esclavo de su paciente, el faraón?
RUDY